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Hoy quedan pocas palabras sin contaminar y escasean los géneros puros. Cualquier librería española alberga siempre entre las novedades más vendidas lujosas ediciones que con «Historia» en el título se dedican al ensayo político más o menos radical. Y no sólo en los libros se advierte la perversión de «adquisición de conocimiento mediante observación» -pues tal es la etimología griega de la venerable Historia. La rapidez de Internet y el gusto por la imagen animada frente al texto fomentan la confusión entre información y opinión, en la historiografía como en el periodismo: un blog que sólo tenga datos objetivos suscita muchos menos comentarios y visitas (y con ello menos ingresos) que otro con una opinión que escandalice al hilo de una interpretación arbitraria del pasado remoto o reciente. Igual que una obra histórica documentada e imparcial vende menos que un panfleto con poca información y muchos adjetivos.

La novela histórica o el ensayo político son géneros autónomos en que caben con plena legitimidad la ficción, la parcialidad y la utopía. No así en la Historia, que aspira a descubrir la verdad mediante el conocimiento objetivo de los hechos positivos. Esta es la clave de su irrenunciable carácter científico. Sin embargo, todos tenemos en mente obras con apariencia de rigor, que apelan a fuentes y documentos para revestirse de ciencia, y sin embargo oscurecen a sabiendas la verdad de los hechos en pro de una agenda política o ideológica determinada. Esta falsa historia arraiga con fuerza sólo en terrenos fértiles para la venta y la propaganda: el cristianismo antiguo es campo abonado para toda clase de inventos disfrazados de hipótesis creíbles; el conflicto de israelíes y palestinos vive bajo la permanente adulteración consciente de la Historia por uno y otro bando; la antigua Leyenda Negra se recicla en Hispanoamérica, como puntal de programas políticos de reinvención de la identidad indígena, y equipara la conquista española a los colonialismos del XIX e incluso a los genocidios del XX, tan distantes y distintos en cantidad, calidad, intención y resultados; y la Historia de España se ve zarandeada como arma arrojadiza de facciones político-mediáticas a quienes muy poco importa el rigor y mucho la movilización de votos y el negocio editorial. No hace falta dar nombres porque sobran los ejemplos conocidos de esta historiografía espuria que florece en todos los rincones del espectro ideológico español e internacional.

Es el avance irresistible de la Historia Espuria o Nota1 el objeto de las páginas que siguen. Si un poeta antiguo lo cantase, diría algo así: Historia era la hija de Pasado y Verdad, admirada de todos por su pureza y hermosura. Pero Pasado, frágil por naturaleza, tenía tres amantes (Fantasía, Mentira, Ignorancia) y engendró de ellas a varios hijos: Parahistoria, Pseudohistoria, Antihistoria. Eran seres deformes, monstruosos, que causaban risa o espanto, reconocibles de lejos por sus cuentos increíbles, novelescos y necios. Servían de bufones en la casa común del Palacio de Memoria, y a todos alegraban con sus gracias. Pasado también engendró de una cuarta amante, Interés, a otro ser muy parecido a su hija legítima Historia: por eso la llamaron Historia Nota (N. del T.: el original griego del poema dice Nothe. El griego y latín nothos, raíz del español «noto», designaba al hijo ilegítimo, y por extensión a toda versión falsa de algo verdadero). Historia Nota era físicamente casi idéntica a su hermana, pero su alma era abyecta y odiosa. Durante un tiempo la excluyeron de la casa venerable de Memoria. Pero con la astucia que da la vileza, aliada con Beneficio y con Agresión, la Noto historia se ha alzado en armas: ya la hermana bastarda invade la heredad de la legítima; ya saquea los campos del Pasado; ya incendia las casas de la Verdad; ya avanza hacia el Palacio de Memoria para hacerlo suyo.

EL LARGO CAMINO HACIA LA OBJETIVIDAD

Pero basta de teogonía imaginaria y volvamos a la realidad. Por supuesto no hay historia perfecta y totalmente imparcial. Las figuras de la alegoría son arquetipos puros que no existen en la realidad, y el historiador más cuidadoso se proyecta aun sin quererlo en su obra. Pero la Historia científica sigue desde hace más de dos siglos una larga marcha hacia a la objetividad. Es un fin nunca completamente alcanzado, pero constantemente perseguido y avistado siempre de más cerca. Las notas al pie que apoyan las afirmaciones no evidentes2, el examen crítico de todas las fuentes en su contexto, la ausencia de valoraciones gratuitas, son instrumentos de objetividad que parten de fundamentos clásicos desarrollados por la historiografía moderna en un progreso penoso y lleno de rodeos pero constante hasta hoy.

La novela histórica o el ensayo político son géneros  autónomos  en  que caben  con  plena  legitimidad  la  ficción, la parcialidad y la utopía. No así en la Historia, que aspira a descubrirla verdad mediante el conocimiento objetivo de los hechos positivos.

Repasémoslo restringiéndonos a la época moderna. Frente a una Ilustración fundamentalmente histórica, fue en un primer momento el romanticismo, a la búsqueda de raíces con que construir y fijar las incipientes identidades nacionales, el principal impulsor de la investigación histórica. Después el positivismo racionalista había de tomar el relevo y superar la aproximación romántica de la Escuela Histórica. Por ambas líneas, desde fines del XVIII fue constante el proceso de depuración de elementos subjetivos en la consideración de los hechos. La lectura siempre amena de Edward Gibbon ilumina la distancia recorrida desde el principio del camino hasta hoy. Tucídides, con su búsqueda de las causas naturales de los hechos, y la Historia Eclesiástica de Eusebio, con sus cronologías y fuentes documentadas, fueron los modelos de los grandes alemanes, Leopold Ranke y sus seguidores3. Tal vez es la Historia Antigua el campo donde, por la distancia con nuestro tiempo y la repetida vuelta sobre un mismo corpus de fuentes, el rigor en el método se desarrolló con mayor perfección. A principios del XIX, Barthold Niebuhr escribió una Historia de Roma modélica para su tiempo. Décadas después le seguía Theodor Mommsen, único ganador, junto a Churchill, del Premio Nobel de Literatura por una obra historiográfica. Su Historia de Roma, considerada hoy obsoleta y antigua por su marcada orientación procesariana y su proyección de la Alemania guillermina, fue sin embargo un nuevo jalón en la aplicación del método científico a la Historia. El último gran representante del romanticismo erudito, Johann Jakob Bachofen, estudioso independiente en Basilea, amigo y epígono de Savigny, protestó airada (e inútilmente) contra la fría positivización de la Historia que Mommsen imponía desde la Universidad de Berlín4. La poesía y la mística tal vez estaban con Bachofen. Pero la ciencia positiva estaba frente a él, y triunfaba arrolladora.

Por unos años, al menos. Precisamente Alemania, donde más había florecido la vida académica hasta los años treinta, asistió a la total sumisión de la Historia, como de todas las demás ciencias, a los objetivos y la mitología del Tercer Reich. Los ideales abstractos sustituían a los hechos documentados, y el adjetivo adquiría categoría ontológica, frente a sustantivos convertidos en huecas campanas. Si algunos académicos de la vieja escuela cedieron al halago y al miedo, muchos otros se negaron a caer en la trágica comedia de la historiografía nacional socialista. Su depuración en Alemania engrandeció por mucho tiempo en prestigio y calidad a las facultades americanas e inglesas que los recibieron.

Tras la derrota de los nazis, las exageraciones y distorsiones del pasado que el mundo entero había presenciado sirvieron de contrapunto para fijar los criterios de objetividad con precisión nunca lograda hasta entonces. El periodismo y la divulgación aprendieron a separar información y opinión con una precisión que en Alemania aún hoy es ejemplar, incluso en Internet (lo cual demuestra que tal separación es posible cuando hay voluntad real). Y también en el mundo académico esta obligación de objetividad perdura hasta hoy, con todas sus imperfecciones. La subjetividad es innata al conocimiento humano, y la Historia siempre se verá a través de los ojos del estudioso. Pero es la voluntad de deshacerse de lentes que desenfocan la que distingue al verdadero historiador del mero propagandista. Nada hace más feliz al primero que descubrir una nueva proyección de categorías contemporáneas que ha distorsionado hasta el momento la percepción de un hecho pasado. El segundo manipula a sabiendas el pasado para reforzar su opinión sobre el presente. La honestidad intelectual es la gran diferencia de la Historia con su hermana ilegítima.

LOS MÉTODOS DE LA FALSA HISTORIA

La Historia Nota distorsiona conscientemente el pasado, lo cual no tiene por qué ser malo en sí mismo. Lo mismo hace la novela, el cine o incluso el ensayo político o cultural. O la pseudo- (o para-) historia abiertamente fantasiosa, donde caben la magia, los seres de otro mundo, y las asociaciones ultrasecretas como factores de explicación del devenir histórico. Pero al contrario que estos géneros cuyo fin primordial es entretener u opinar, la Historia Nota no reconoce su perspectiva parcial y se presenta arteramente como un relato objetivo y real que sólo pretende informar. Para ello adopta sin rubor las formas de la ciencia histórica. Maneja algunas fuentes originales y bibliografía académica, y no suele incluir información abiertamente falsa y fácilmente refutable. Sin embargo, su orientación partisana sesga conscientemente las fuentes, y presenta sólo una parte, mezcla las relevantes y las anecdóticas, las explica arbitrariamente, y las saca de contexto cuando interesa a los objetivos del notohistoriador. En cuanto a la bibliografía, las interpretaciones contrarias se silencian o se denigran con tono de denuncia apologética más que con una discusión razonada de los datos. A veces estos trazos son groseros y fácilmente detectables. Pero hoy, en la barahúnda de publicaciones en papel e Internet, ¿cómo debe el no especialista distinguir si un tema se trata o no con objetividad? ¿Cómo distinguir a una hermana de otra? Hay algunos criterios útiles para ello.

En primer lugar, la procedencia. La llamada revisión por pares da una cierta garantía de consenso científico en torno a una posición. Las revistas pertenecientes a instituciones académicas de prestigio darán escaso pábulo a la historia ideologizada o panegirista. Pero los artículos se ciñen generalmente a la investigación especializada, mientras que la divulgación, alta o escolar, se expande mediante el libro e Internet. También aquí la procedencia da un dato clave. Los libros o artículos on-line escritos por profesores de universidades reconocidas, o procedentes de tesis o estudios avalados por ellos, son en principio más fiables, con todas las debidas excepciones, que los que escriban freelance más o menos ingeniosos, o autores conocidos por otras facetas que poco o nada tienen que ver con la investigación historiográfica. Está de moda criticar los defectos dela Universidad, muchas veces con justicia. Pero sostener su primacía en la jerarquía de los saberes científicos no es corporativismo. Es la realidad.

Está de moda  criticar  los  defectos de  la  Universidad,  muchas  veces con justicia. Pero sostener su primacía  en  la  jerarquía  de  los  saberes científicos no es corporativismo. Es la realidad.

En segundo lugar, el tono del discurso. La Historia Nota abunda en adjetivos y juicios de valor que prescinden de la contextualización de los hechos y los juzgan anacrónicamente. Al mismo tiempo, convierte los sustantivos, de objetos del consenso científico, en caballos de batalla ideológica. Por ello se complace en extrapolar los ismos a todas las épocas sin matización. Decir, por ejemplo, «el fascismo rige España hasta 1975», tiene el mismo valor como dato histórico que «Platón era un machista», es decir, ninguno. El tono es mitificante y maniqueo. Como todos los agentes de la Notohistoria son buenos o malos en extremo, las comparaciones de cualquier situación con la Alemania nazi y la URSS de Stalin son recurrentes. También lo son las explicaciones conspiratorias que facilitan encontrar culpables. Pues la Noto historia transforma las «causas» del viejo Tucídides en las «culpas» del Juicio Final. Y así, de paso, lo que no aparece en las fuentes es legitimado de repente como aquello que las fuerzas del Mal han ocultado. ¿Dónde quedan entonces Ockham y su navaja? En el ostracismo de los ingenuos, o de los blandos, que prefieren la explicación más probable, lógica y fácil.

Como desprecia la lógica, también ignora el tiempo. Las distinciones entre pasado y presente quedan difuminadas en la Nota historia, como en el tiempo mítico. Y por ello, en vez de sobre hechos concretos, se discute en torno a un único verbo intemporal, «ser», que pertenece a la Metafísica mucho más que a la Historia. ¿Qué pueblo es nación? ¿Quiénes son los buenos? El léxico pierde su valor científico a fuerza de adquirir connotaciones políticas e ideológicas. Son de sobra conocidas las mitificaciones que nacionalistas de diversa condición hacen con el pasado de los pueblos que pretenden liberar reinventando hasta el absurdo una Historia muy respetable en su consideración objetiva. El patrón es invariable: todos florecían en libertad hasta su injusta opresión. Otro ejemplo curioso del tono de la Historia Nota es la enfática afirmación, tan repetida, de que «España es la nación más antigua de Europa». Para empezar, ya se hable de 1812, de 1492 o de 589 (pues se proclama vagamente al hilo de todas estas fechas), tal primacía es de todo punto inexacta: basta pensar en la situación de Francia, entre otras, en cualquiera de estas épocas. Es igual: para la teleología notohistórica, más que las fechas o la geografía importa mantener la vigencia de un tópico pueril. Pero además, reduce el estudio de la Historia a cargar a un adjetivo, «antiguo», de un valor ontológico rayano más en lo mítico que en lo racional. Como si la identidad de Alemania, Suecia o Croacia tuviera menos fuerza por su más tardía institución como Estados-Nación. Los mismos que repiten estos tópicos no tienen empacho en criticar que palestinos e israelíes se peleen por saber quién estaba antes en Palestina. Y es que el notohistoriador de su ámbito gusta de adoptar aires de imparcial severidad en otros terrenos que nada le conciernen y de los que poco sabe.

Pero la ignorancia no es un obstáculo grande para la Historia Nota, al contrario que para la hermana legítima. De hecho, tiende a abarcar muchos campos muy distantes en tiempo y espacio y a saltar de uno a otro con ligereza trivial. Inunda las librerías con riadas de obras que hilan el Antiguo Egipto y la Guerra Civil, con oportunas y jugosas paradas en cátaros y templarios. Huye de la especialización, que debe quedar para los ratones de biblioteca, eruditos sin vida que habitan entre apolillados pergaminos. Desprecia el esfuerzo silencioso, y los trabajos sin conclusiones decisivas (es decir, arrojadizas). El tono de la Notohistoria es ostentosamente apasionado (y comercial), aborrece la nota al pie, y no piensa siquiera en conocer la lengua original de las fuentes que dice manejar. Esgeneralista en sus afirmaciones (de donde el ya mencionado gusto por los ismos). Y todo lo valora, todo lo exalta o condena, todo lo somete a su juicio teleológico y universal.

La Historia no debe caer en los vicios de su hermana bastarda, y debe seguir produciendo investigación de calidad y divulgación alta y escolar sin perder un ápice de rigor, sin dejarse seducir ni amedrentar.

El último rasgo definitorio es la oposición permanente a un enemigo total. Como buen partisano, el notohistoriador gusta de la lucha callejera más que del duelo de caballeros de un debate académico. Etiquetas como «historia comprometida» o el tan de moda «sin complejos» son indicios muy frecuentes de que se pretende, no investigar o informar, sino «provocar» y «desafiar», palabras también muy en boga en nuestros días. Por eso necesita crearse un rival en su nivel, y estimulará con la cita precisamente a sus equivalentes en otro bando, que la bipolaridad consustancial al maniqueo y al propagandista pronto convertirá en «el otro bando». Queden los «discutir, debatir, comprobar» para los inútiles académicos, irrelevantes por su neutralidad, con su falta de distinciones nítidas y su exasperante «no es esto, no es esto». La Notohistoria, como los antiguos adivinos, tiene muy claro lo que fue, lo que es, lo que será.

¿Quiere esto decir que la Historia nunca debe valorar los hechos del pasado, sino simplemente enunciarlos como si fueran las etapas de la formación geológica de otro planeta? En modo alguno. La Historia tiene tanto mayor interés cuanto más nos concierne, porque más nos importa conocer la verdad de esos hechos que sentimos nuestros. Pero precisamente por ello debe separarse con mayor cuidado de la manipulación intencionada, de la agenda política, de la simplificación comercial.

Y así, ¿qué puede hacer la verdadera Historia cuando la horda de espurios invade sus tierras? Poco, nada. Simplemente, no contagiarse de sus métodos, no descender a luchar con ella, como los caballeros no luchaban con rufianes. Nada le gusta más a un notohistoriador que entrar en liza con un verdadero académico, que por un lado le legitima intelectualmente, y por otro es presa fácil de los navajazos dialécticos del bandolero, tan distintos a los de Ockham. La Historia no debe caer en los vicios de su hermana bastarda, y debe seguir produciendo investigación de calidad y divulgación alta y escolar sin perder un ápice de rigor, sin dejarse seducir ni amedrentar. La Historia Nota es flor de un día: aumentarán sus ventas; tronarán sus radios; se llenarán sus blogs de comentarios. Pero ese éxito pasa tan rápido como la situación concreta que le da razón de ser. La Historia, en cambio, es la obra para siempre, el ktema eis aiei que proclamó Tucídides y que perdura en el tiempo, como contribución, siempre perfectible, al conocimiento de la verdad.

Queda un último argumento con el que algunos defienden la necesidad de la historiografía panfletaria. ¿Qué hacer si las propias ideas, creencias y opiniones son atacadas por la Notohistoria desde una posición contraria? ¿Acaso no es lícito responder con las mismas armas? Aun ciñéndonos a un puro criterio de eficacia a medio plazo, lo cierto es que servirse de los historiógrafos espurios es muy perjudicial para la causa que se quiere defender. Está probado hasta la saciedad, más allá de toda moralina, que la manipulación a la postre ensucia y desautoriza cuanto toca. Al final, toda Historia sirve al presente, con resultados benéficos o devastadores: y donde la Historia cauteriza y serena, la Notohistoria reabre las heridas del pasado; donde una llama al orgullo legítimo, la otra engendra odio al enemigo; donde una lleva al reconocimiento maduro de males pasados, la otra se obstina en perpetuar errores; donde una aclara, la otra enfanga y enturbia. No caigamos en las trampas de la provocación y no usemos la Historia Nota como parapeto. Así dice el Libro de Job (13, 7-8): «¿Habéis de hablar iniquidad por Dios? ¿Habéis de hablar por él engaño?». Nada que amemos necesita de nuestras mentiras, si es verdad. Y si no es verdad, no vale la pena sostenerlo.

La Historia Nota es peligrosa sólo por su efecto de onda expansiva, porque acabe encenagando las tierras salubres. Aislada, se extingue pronto. No se la vence echándose en sus brazos ni copiando sus métodos, como a un péndulo impulsado de un lado no se le detiene empujando en dirección contraria, sino dejando que se pare solo. Se combate la Notohistoria con el desprecio y el silencio, mientras se cultivan los géneros legítimos: la ficción de la novela, la opinión del ensayo, el rigor de la Historia. Como tantas otras veces, una frase de Ortega resume la cuestión: «O se hace literatura, o se hace precisión, o se calla uno».

NOTAS
1 El tercer sentido de «noto» es, según el Diccionario de la RAE, «bastardo o ilegítimo».
2 Las notas pueden servir para diversos propósitos aparte de la discusión erudita: dar legitimidad al texto, evadir la censura, disfrazar la falsa ciencia, etc. Cf. A. Grafton, The Footnote: ACurious History, Cambridge Mas, 1997 (trad. esp. Los orígenes trágicos de la erudición, Buenos Aires, FCE, 2005)
3 Cf. A. Momigliano, The Classical Foundations of Modern Historiography, Berkeley. 1991
4 La polémica, relativamente poco conocida pero muy esclarecedora del debate entre historiografía romántica y positivista, es descrita por L. Gossman, Orpheus Philologus: Bachofen vs.Mommsen on the Study of Antiquity, Philadephia, 1983.

Profesor de Filología Clásica. Universidad Complútense de Madrid