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Con su espléndido cántico al placer de la lectura titulado El Canon Occidental, el crítico Harold Bloom propinó en su día un desplante a toda la clase universitaria americana. Motivos: la contraposición militante de la causa de una lectura estética de la literatura, contra el bloque compacto de escuderías feministas, marxistas, lacanianas, deconstruccionistas y semióticas, que han tomado posiciones en el último cuarto de siglo en la crítica literaria. Contra ellas, Harold Bloom alza su bandera bautizándolas hirientemente como «Escuela del Resentimiento».

Por los colores de España, Bloom tan solo alinea a Cervantes, y casi a regañadientes

El acento propagandístico del libro de Bloom en nuestro país, tan aficionado a las listas, se puso en la existencia de un Canon -procedimiento académico y religioso resucitado de los usos universitarios medievales- que sirve al profesor de Yale, aplicando el ciclo de tres fases postulado por Giambattista Vico en sus Principios para una Ciencia Nueva, para colocar a Shakespeare en el centro de la esfera literaria: lo rodea de veintiséis satélites, donde giran a su luz el Dante, Chaucer, Cervantes, Montaigne, Goethe, Wordsworth, Dickens, Tolstoi, Joyce, Proust y Beckett, por ejemplo; pero donde no están Petrarca, Rabelais, Ariosto, Spencer, Ben Johnson, Racine, Swift, Rousseau, Blake, Pushkin, Melville, Leopardi, James, Dostoievski, Hugo, Balzac, Nietzsche, Baudelaire, Flaubert, etc. Por los colores de España, tan solo alinea a Cervantes, y casi a regañadientes. Por la América Hispana, a Neruda y Borges. A Pessoa por Portugal.

El canon occidental (Anagrama), 592 págs.

Es una lista peculiar. Pero no es una lista «occidental», ni siquiera simplemente «anglosajona». Procede de algo muy americano, o neo-occidental en todo caso, algo de lo que forman parte los modernos pensadores y críticos judíos que (tanto laicos como creyentes) han logrado introducir su propia escudería -el tan mentado lobby, que controlaría el mundo «mediático», y sobre todo el universitario y editorial- conformando una nueva interpretación del magma cultural que se nutre de lo que hasta ahora habíamos considerado como Occidente, y que ha dejado de ser exclusivamente «europeo», como sabemos.

Tal como así aparecen las cosas cuando Bloom coloca la Biblia al frente del Canon, como referente solitario de la antigüedad, dando un papel secundario –aunque salvando a Homero y a Píndaro– a los clásicos griegos y latinos, que han configurado antes que ella la auténtica mente literaria occidental, sembrando y alimentando los mismos mitos en todas sus latitudes, tanto en las épocas «paganas» o «gentiles» como en las postcristianas.

Sea dicho esto sin desconocer que «El Gran Código» (Northorp Frye), «la Gran Fuente», es el libro más importante y de singular influencia en la tradición imaginativa de la literatura occidental, pero solo a través de la difusión universal que alcanzó como referente imprescindible a partir de la muerte de Jesús, «ese personaje literario inventado por el autor del evangelio de Marcos», según Bloom.

Destaquemos, por su interés para nosotros como españoles, la objeción señalada por el profesor García Berrio, único especialista de nuestra lengua citado por Bloom en su libro, que respondió a tal inclusión con un extenso ensayo periodístico en el que afirmaba: «Cuando la obra se presenta ahora, traducida en España, ganan niveles de gravedad y de urgencia, en los capítulos sobre «la Edad aristocrática», las omisiones de Calderón y de nuestros místicos o la de la revolución vanguardista de Góngora; lo mismo que parece lamentable, en los consejeros hispanoamericanistas de Bloom, que no hayan conseguido orientarle sobre las más que obligadas alternativas peninsulares a la poesía hispánica y portuguesa».

Sin embargo, la objeción más seria es de naturaleza científica: lo que se hecha en falta es lo que hubiese podido o debido ser esta síntesis histórica nacida del talento crítico de Bloom, comparada con la débil e intrascendente realidad intelectual en que ha quedado tal proyecto con El Canon Occidental: «el enorme desafío, necesario, de una síntesis crítica macrohistórica sobre la axiología literaria de nuestra cultura estaba al alcance del talento y la cultura universal de Bloom», resume García Berrio.

Aunque a un lector informado y exigente puede suministrarle abundantes sorpresas la lectura del voluminoso ensayo, queda -repito- el testimonio de un hombre de grandes conocimientos que ama inmensamente la literatura, y cuya actitud reivindicativa de la autonomía de la estética nace del empeño de crear prosélitos para tal pasión.

En esta singular tarea nos colocamos incondicionalmente a su lado, aun deseando que se hubiera limitado estrictamente a ella, pues -como decía para terminar su artículo sobre este libro un veterano y cascarrabias crítico navarro-: «espléndido libro éste, al que le sobra el canon, qué le vamos a hacer. Un canon que desde luego existe, pues ¿quién no lo ha encontrado en su propio corazón?»

Poeta y periodista