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Leer a William Shakespeare ha sido lo más importante que me ha pasado en los últimos sesenta y dos años. Y estoy seguro de que será, también, lo más importante que va a pasarme en el futuro. Porque en Shakespeare confluyen el pasado, el presente y el porvenir como tres grandes olas que se amansan en su teatro, mientras nos susurran esta canción: «Cuanto es el hombre, cuanto ha sido y cuanto será se contiene en este puñado de piezas teatrales. Quien quiera conocer las miserias y las grandezas del ser humano de hoy, de ayer y de mañana ya sabe adónde debe acudir». De eso sabía un rato Victor Hugo, quien, en su William Shakespeare, formidable monografía sobre el Cisne del Avon que leí hace medio siglo en la inevitable colección Crisol, abordó la dramaturgia shakespeareana con el impulso homérico que transmite la obra del autor de Los miserables. Como aprobé la Reválida de 4º con matrícula de honor, mis padres me regalaron las Obras completas de Shakespeare, traducidas por Luis Astrana Marín (Aguilar). Las leí de cabo a rabo a lo largo de todo el curso siguiente,durante las triunfantes mañanas de los domingos y, por lo general, en la cama. Desde las 6 hasta las 11 AM,para ser exactos. Leer a Shakespeare en la cama es como hacer el amor, también en la cama, con la vida, que es unamorena espectacular de ojos verdes que se parece a Hedy Lamarr. Su obra dramática agota el repertorio humano y explora el territorio de nuestra especie con minuciosidad crónica. No hay sentimiento, sensación, pasión, descubrimiento,hallazgo, frenesí, que no pueda encontrarse en el teatro de Shakespeare, en la fantástica e hiperrealista galería por donde circulan sus personajes, hechos del viento y de la arcilla con que Dios creó al primer hombre, arquetipos de todas nuestras culpas y de todos nuestros aciertos,mensajeros que llegan a explicarnos nuestras propias vidas con el ejemplo de las suyas, rebosantes al mismo tiempo de verdad y de ambigüedad. Una galería poblada por fantasmas reales de muy diverso género que, cuando pasan a nuestro lado, nos arrojan a la mente la semilla de nihilismo que llevan en la mano, una semilla que germina paradójicamente en nuestro interior, repoblando los bosques y las selvas de nuestra alma, que son los bosques y las selvas del universo, porque lo infinitamente pequeño y lo infinitamente grande son tan solo metáforas de una misma espesura intelectual.

Filólogo. Profesor de investigación del ILC/CCHS/CSIC. Poeta. De la Real Academia de la Historia.