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Tengo como mayor e inmerecida distinción académica la de ser compañero de Gadamer en el Consejo Científico de la Enciclopedia Italiana delle Scienze, Lettere ed Arti. Así lo dije cuando tomé posesión de mi puesto en el Istituto Treccani pues, por razón del orden alfabético, ocupaba el lugar contiguo al del maestro. Su desaparición me sigue dejando en ese Consejo rodeado de sabios a los que debo veneración, pero me priva de un halo que, no por totalmente ajeno a mis méritos, me acompañaba menos.

Desde que ocurriera su fallecimiento, el pasado 13 de Marzo, he seguido los comentarios que ha hecho la prensa de los principales países sobre la significación de Gadamer como uno de los filósofos fundamentales del siglo XX. Les sobra razón. Precisamente en estos días andaba leyendo la traducción recién publicada en la editorial Sigúeme de su antología de 1997. Es un libro breve, pero suficiente para vislumbrar la inmensidad filosófica del autor de Verdad y Método. Puedo decir que lo ajustado de este juicio es para mí una evidencia recientemente renovada.

No obstante, creo que es preciso hacer más explícita la importancia que, para la crítica literaria académica de nuestros días, ha tenido la aportación del padre de la hermenéutica actual. Que los sentidos literal, alegórico, tropológico y anagógico hayan pasado desde su exclusiva aplicación tradicional a los textos bíblicos a la crítica literaria tout court es mérito, en primer lugar, de Gadamer.

Hans Georg Gadamer: Estética y herméutica. Tecnos, 2018.

Ciertamente podemos evocar antecedentes. Dante reivindicaba una aplicación de estos criterios para la interpretación de su obra poética; antes, los textos antiguos griegos y latinos (Virgilio, Ovidio…) se interpretaban así, según nos recuerda Domínguez Caparros en su excelente libro de Credos. Desde el XVIII en adelante la lectura interpretativa no ha dejado de estar atendida de una u otra manera.

Es en el siglo XX, sin embargo, cuando Wilhem Dilthey abordará la hermenéutica de un modo sistemático, distinguiendo entre «comprensión» (Verstehen) y «explicación» (Erklären). La comprensión, la anticipación sobre el significado que hay que atribuir a los signos integra la indagación hermenéutica. Sobre este punto, a Dilthey seguirá Heidegger, maestro de Gadamer.

Gadamer desarrolla el concepto de Horizontverschmelzung («fusión de horizontes») que será el inicio de la hipótesis del «horizonte de expectación» propuesto por la de la Estética de la Recepción y que ha resultado tan fructífero para el estudio de los géneros literarios como compromiso entre loque es esperable por los lectores y lo que ofrecen los autores. Jauss, Iser, Hirsch son nombres punteros de la crítica literaria, ampliamente deudores de Gadamer. Paul Ricoeur ha ligado plausiblemente la vía hermenéutica gadameriana con ¡os instrumentos de la poética y la retórica literaria.

Para el español estudioso de la literatura, el afán por descubrir el verdadero significado de los textos no va ligado únicamente al nombre de Gadamer. En nuestra tradición están presentes, desde Sleiermacher a Spitzer, pasando por Théofil Spoerri y llegando hasta nuestro Dámaso Alonso. Tampoco la nouvelle critique del siglo XX dejó de tener representantes de corrientes parecidas: Poulet, Richard o Starobinski, que integrará la interpretación en un devenir existencial: «padre de la obra, el autor se convierte también en hijo, pues él se hace a sí mismo, a la medida que la va haciendo».

Pero la hermenéutica gadameriana ha supuesto específicamente la salvación de la crítica literaria en el siglo XX. El estructuralismo, las investigaciones marxista y psicoanalíticas, la crisis del sujeto, entendido como una entidad ilusoria a la que, por consiguiente, no es posible preguntar, habían desviado la pregunta fundamental sobre el texto (¿qué quiere decir?) a la accidental (¿cómo está fabricado?) o a la posmoderna (¿a qué da pie?).

Nada de extraño tiene la situación presente de los llamados Estudios Culturales, que se niegan a diferenciar entre lo importante y lo trivial, entre lo significativo y lo insignificante. Todo da igual si no tiene sentido la pregunta por el significado.

He aquí el mérito de la obra de Gadamer, mantener viva la pregunta básica de la crítica de un texto, o sea, insisto: ¿qué quiere decir?, ¿cuál ha sido la intentio auctoris? Me parece que esta opción ha hecho posible posiciones como la de Bloom o la de Steiner, puntales de la Gran Crítica actual.

En suma, al reivindicar como origen la intención del autor, Gadamer ha permitido que la crítica literaria no devenga en un puro galimatías.

Un clásico de la crítica literaria

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Nueva introducción a la teoría de la literatura (Síntesis, 2000), la última obra del profesor Garrido, tiene como supuestos las convicciones ya presentes en el manual que, debido al mismo autor, vio la luz hace ahora 25 años. Esta disrancia ha permitido ponderar el debate intelectual y de las cuestiones más emergentes desde los tiempos de eclosión del formalismo ruso, del estructuralismo, de los marxismos o de la semiótica, cuya terminología enmascaraba, con una frecuencia no deseable, el vacío de interpretaciones apresuradas y de escaso rigor. Estos temas y otros, que han configurado el acercamiento actual a los estudios literarios, se recogen en esta obra, junto con los restantes, hasta completar el panorama actual de la teoría literaria moderna.

El lector encontrará en los diez capítulos del libro cuestiones estrictamente literarias», de lo que denominaríamos poética lingüística (aspectos de lengua) y poética estética (aspectos más literarios), junto con otras que trascienden el análisis puramente inmanentista de la obra literaria, donde se alojarían las perspectivas pragmáticas y semióticas más recientes y los puntos de vista suministrados por la sociología, la ciencia política o la psicología en general.

Dos citas enmarcan el manual y me sugieren dos breves consideraciones: la de Jakobson, que alude a la deformación del estudioso que renuncia a los enteritis lingüísticos en favor de los estéticos y viceversa; y la del reciente premio Príncipe de Asturias, George Sfeiner, que evoca el fundamento «real» que respalda la labor del estudioso cuya aportación presupone una búsqueda de la verdad y su consiguiente transmisión. La primera advertencia forma parte del bagaje epistemológico del autor y es lógicamente asumida también en la elaboración de este volumen; la segunda, forma parte de la opción «optimista» explícitamente aludida por el autor en la introducción e implícitamente adoptada como horizonte de trabajo a lo largo de su extensa labor docente e investigadora.

LUIS ALBURQUERQUE

Especialista en Análisis del Discurso, ha sido catedrático de Gramática General y Crítica Literaria de la Universidad de Sevilla y profesor de investigación del Instituto de la Lengua Española (Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Madrid). Director de «Revista de Literatura» (CSIC) y editor-director de «Nueva Revista» (UNIR). Académico correspondiente de la Academia Argentina de Letras, Academia Chilena de la Lengua y Academia Nacional de Letras del Uruguay. Premio Internacional Menéndez Pelayo.