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El «seny» catalán pudiera tener algo de anécdota elevada a categoría -según la tesis de d’Ors-, pero en parte también pertenece a ese repertorio de tipologías colectivas que llevan fecha de caducidad sin saberlo, como la flema británica, tan erosionada primero por los hooligans y ahora por el sentimentalismo de la nueva clase media baja. Habría que ver si lo que llamábamos «alma rusa» en tiempos de las novelas de Turguénev tiene algo que ver con la Rusia actual de Boris Yeltsin.

Más o menos entre la sagesse francesa y el common sense inglés, el «seny» se refiere en alguna medida a un estado de ponderación mental. Hacer las cosas con «seny» implica una cierta percepción ecuánime previa a la acción, una ausencia de pasión distorsionadora tanto en el momento de enjuiciar como de obrar. Inevitablemente, hay que citar al filólogo Joan Coromines cuando remonta la procedencia etimológica de «seny» al germánico. Según el modelo herderiano, el afán infinito de concebir un alma colectiva para los pueblos ha desembocado en muchas ocasiones en la propensión de los nacionalismos a la conquista de una diferenciación caracteriológica.

En otros tiempos, Quevedo definía a los catalanes como «aborto monstruoso de la política», y a Cataluña como «ese laberinto de privilegios, este caos de fueros». Me pregunto si hubo algún indicio de «seny» en las gestas bélicas de los almogávares. En su espléndido libro Barcelona, Robert Hughes establece una equivalencia entre «seny» y lo que el gran doctor Johnson entendía por «bottom» -fondo-, un sentido del orden instintivo y digno de confianza que se niega a adorar tontamente cualquier novedad. En este caso, sería una opción antiespiritual, por su naturaleza pragmática. Insensible a lo trágico de la existencia, la concepción del «seny» a veces limita aparentemente con lo acomodaticio, la inhibición o el compromiso que con facilidad se resigna.

Para mí que Balmes representa una dúctil conceptualización del «seny» en términos políticos, filosóficos y vitales. Menéndez y Pelayo le definió como «iluminado por la antorcha del sentido común y asido siempre a la realidad de las cosas». Es una definición del «seny» en positivo, cuando a pesar de todo cabía un cierto optimismo histórico. Balmes fue uno de los eslabones más sólidos en la tradición del moderantismo en su sentido más amplio: ni reacción ni revolución. La verdad es la realidad de las cosas, escribe en El criterio. Para Azorin, Balmes veía la realidad no en abstracto, sino en concreto: este «concretismo» es lo que hace su originalidad. Espectador ante la incomodidad de considerables revueltas en Cataluña, no tiene mucho apego por la generación colectiva del concepto de «seny», aunque lo ejerce magistralmente al proponer la solución dinástica con el matrimonio de Isabel II y el conde de Montemolín, heredero del pretendiente carlista. Como escritor político, Balmes llegó a ganar seis mil duros al año y en sus viajes de misión intelectual por el extranjero aprovechaba la oportunidad para observar los avances de la industria de la sombrerería, con la idea de mejorar la producción y los beneficios del negocio de su familia en Vic. Contra esa personificación del «seny», el joven Eugenio d’Ors se dio a conocer diciendo que con El criterio en la mano no se podía llegar al polo austral.

LA ESCUELA DE LA «RAUXA»

Frente a la tesis del «seny» existe la escuela de la «rauxa» -arrebato- que al criterio de Balmes opondría la desmesura de Ramón Llull, y el delirio de Salvador Gaudí a la compostura del arte novecentista. De todos modos, no estoy seguro de que Dalí no fuese -al menos en términos logísticos- una peculiar versión del «seny». Ciertamente, el «seny» no era incompatible con la práctica de la «rauxa». La «rauxa» está en no pocas de las reacciones históricas de Cataluña, aunque -como decía Vicens Vives- las gestas subversivas han sido consideradas como efemérides patrióticas, con lo que se produce una falsa óptica de las propias acciones, hasta el punto de no ser claramente conscientes de una cierta simiente revolucionaria. No es un dato menor la vinculación entre Barcelona y el anarquismo. Desde otro punto de vista, Gaziel había insistido en la incapacidad política innata de Cataluña, alma en pena en busca desazonada de encajar cómodamente en un cuerpo político. La prosperidad de los catalanes se alcanza en tiempos de paz, de «aurea mediocritas» mientras que, en fases conflictivas o bélicas, las virtudes de laboriosidad, «seny» y continuidad pasan generalmente a un plano secundario.

Ferrater Mora escribió en 1944 sobre las cuatro formas de vida catalana: la continuidad, el «seny», la mesura y la ironía. El filósofo Ferrater Mora habrá dado una de las definiciones in extenso del «seny». En términos aproximativos, transcribía el término como «sensatez», sin olvidar comparativamente la imposibilidad de traducir «saudade». Vivir con «seny» consistiría en no sacrificarlo todo a una sola cosa, incluyendo la sensatez. Prudencia o cordura entran también en la cota semántica del «seny», tanto como prudencia, buen tino o circunspección. Ferrater Mora no aceptaba una identificación entre sentido común -que es uno solo- y el «seny», capaz de diversidad. A diferencia del sentido común, el «seny» sería «cosa personal, y constantemente revivida», «asunto de experiencia» y no de rutina. Definitivamente, el «seny» es una experiencia reflexiva. Frente a la mesura como categoría formal, es categoría material.

Se trata de un contenido poco fáustico, aunque no se puede olvidar que en no pocas ocasiones históricas el predominio de la «rauxa» ha desestabilizado la perspectiva de Cataluña. A mi parecer, es difícil entender la continuidad -y discontinuidad- del «seny» sin atribuirle una gran dosis de eclecticismo en sus manifestaciones. Así, dice Ferrater que el hombre del «seny» «no es el que no se admira de nada, pero tampoco el que siente curiosidad por todo». Hay algo de la vieja entereza en el «seny». Ferrater Mora concluye su fenomenología del «seny»: «Pueden hacerse muchas cosas -y algunas harto insensatascon el «seny» menos una cosa: escapar de él».

VICENS VIVES, JOSEP PLA

Al modo de un ventanal que se asoma a todas las complejidades de una personalidad colectiva, Noticia de Cataluña de Jaume Vicens Vives continúa siendo imprescindible. Vicens Vives insiste en que la «rauxa» es la base psicológica de las acciones subversivas catalanas, la justificación histórica del «todo o nada», la negación del ideal de compromiso y de pacto dictado por el «seny» colectivo. La aproximación de Vicens Vives es la del realismo: el «seny» ha sido adquirido a través de la posesión de una tierra áspera y de la perfección de los instrumentos en el trabajo. Procede de «la experiencia secularmente transmitida y heredada en la difícil conquista de la riqueza, sobre todo en los momentos capitales del siglo XVHI». Es el «seny» entendido como reducción de la realidad de la vida a los intereses inmediatos, significa una tendencia al compromiso, con peligro de derivar hacia la autosatisfacción conformista. Se establece una relación directa entre el «seny» y la sensualidad, formas, colores, sabores: una estética a veces asfixiante.

Conocedor de tantos altibajos de la historia catalana, Josep Pía -amigo y admirador de Vicens Vives, pero mucho más escéptico- habla del «seny» al referirse al individualismo constitutivo de la Cataluña que conoció. Como una corrección en negativo del concepto, matizaba ese potencial individualista como «microindividualismo», capaz de imitación pero no creativo, sin imaginación. Era un individualismo atento a la prosperidad con el viento a favor, aunque sin espíritu de riesgo. Estas circunstancias no favorecían la aparición de «grandes capitanes de industria ni los brasseurs de negocios de vasta categoría». Era un modo de explicar hasta qué punto Cataluña había podido quedar al margen de las grandes concentraciones de capital. En el origen, Pía detectaba la presencia del «seny» como asimilación práctica de la limitación sistemática en todos los aspectos de la vida. Puesto que Cataluña era un país devorado por su propia historia, el «seny» emanaba del espíritu de limitación y del escepticismo. Frente al caos de los episodios históricos protagonizados por la «rauxa», Pía prefería el «seny», aunque lo viera como una indefensión, como un estado de pasividad y de tolerancia microindividualista. Curiosamente, el análisis que Pía hace del individualismo catalán coincide con la percepción de Válentí Almirall sobre los fundamentos del catalanismo, publicada en 1886.

Sin ánimo especulativo, pienso que, en el caso de que exista, el «seny» no es una noción nuclear sino más bien transversal: parte de una organización simbólica sedimentada por usos y gestos, algo que en lugar de concebir ideas las matiza y filtra. En épocas de bonanza histórica y económica, es una forma de autorregulación, el termostato que actúa en la casa vacía para que estemos en la calidez confortable a nuestro regreso. Se nutre del tejido de las cosas, de la realidad que no pretende trascenderse. En épocas de crisis, resulta ser un dique endeble ante las intensas turbulencias históricas.

La reticencia del «seny» a incorporarse a sistemas de osada profundidad intelectual coincide con una tendencia consistente del pensamiento conservador, tan ajeno a los cuerpos de fijación dogmática como atento a la preservación de una continuidad moral, aunque sea por inercia y pronto acomodo. Para el «seny», las alteraciones a gran escala son un riesgo que solo sería aceptable sometiéndose a las intemperancias de la «rauxa», del mismo modo que la confianza en las normas consuetudinarias identifica en muchos sentidos al «seny» con la tradición.

Paradójicamente, algunos visitantes vieron en el poeta Maragall el paradigma del «seny», cuando se trata de una personalidad idealista, veteada por Nietzche, un hombre de grandes tempestades interiores. Su «seny» quizá estaba en su apariencia y en su trato. Seguramente por eso dijo Baroja que no se parecía a los demás escritores catalanes, que en general «siempre tenían que comparar Madrid con Barcelona, como si esto fuera uno de los puntos trascendentales de tratar entre personas». En este aspecto, perviva o no la noción tradicional de «seny», estamos donde estábamos.