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Probablemente lo más profundo que se pueda decir sobre el lenguaje es que es al mismo tiempo instrumento del conocimiento y medio de comunicación entre los hombres.

Que el lenguaje es instrumento del conocimiento quiere decir que al conocer estructuramos verbalmente la realidad conocida. ¿Qué es la física sino un conjunto de afirmaciones, a las que se añaden un conjunto de preguntas sobre unos determinados aspectos de la realidad? Y lo mismo puede decirse de cualquier otra ciencia. Fueron los griegos los primeros en advertir esta estrecha relación entre lenguaje y conocimiento; las palabras se corresponden con los conceptos a los que designan, las frases con los juicios y los discursos o los textos con los razonamientos, lo que equivale a decir que hay una estrecha relación entre lenguaje y razón. Y fueron los griegos quienes definieron al hombre como un animal racional, pero también como un animal locuente, dejando así clara la mutua dependencia entre racionalidad y capacidad de hablan No por casualidad la palabra logos significa en griego tanto «palabra» como «razón», y lo mismo ocurre con el término verbo en latín. Una relación estrecha, que se mantiene en la escolástica medieval y en toda la filosofía racionalista, y en buena medida hasta nuestros días, como fundamento del conocimiento científico, tanto por quienes entienden que la razón es una manifestación del espíritu, como por quienes la consideran un resultado de la actividad del sistema nervioso.

Todos los niños del mundo empiezan a hablar a la misma edad y siguiendo las mismas etapas, lo que demuestra la dependencia del lenguaje respecto a unos condicionantes orgánicos insertos en la propia biología. Sin embargo, cada niño aprende a hablar no en general, sino precisamente en la lengua que hablan los que le rodean. Y así nos topamos de bruces con la gran paradoja del lenguaje. El lenguaje como instrumento del conocimiento es común a todos los hombres, pero el lenguaje como medio de comunicación se fragmenta en lenguas distintas, y solo pueden comunicarse entre sí los que hablan la misma lengua. Y en el mundo existen millares de lenguas, entre cuatro mil y seis mil (o muchas más, según algunos autores).

Cada lengua forma un sistema cerrado y estructurado; es posible estudiarlo como tal y deducir sus normas en sus distintos niveles (el sistema fonético, el sistema léxico y el sistema gramatical), que es lo que han hecho los lingüistas en todos los tiempos. Haciéndolo así es posible, como hace Chomsky, considerar cada lengua como una concreción de una gramática general inscrita en la propia naturaleza humana. No obstante, esto no explica por qué existen lenguas distintas, ni cómo surgen sus diferencias.

Cualquiera que sea la manera como se imagine la aparición del hombre en el proceso evolutivo, actualmente existe un acuerdo generalizado sobre la unidad de la especie humana y, con ella, sobre el origen común del lenguaje. A partir de un lenguaje originario, no parece difícil imaginar cómo se desarrollaron las lenguas actuales. Una lengua, aunque sea la misma para todos sus hablantes, no es algo estático, sino que cada uno al utilizarla introduce pequeñas variaciones. Algunas de ellas son recogidas por sus interlocutores y acaban provocando algún cambio lingüístico. Mientras el grupo de hablantes siga unido, los cambios se difundirán por todo el grupo, pero si el grupo se escinde en grupos incomunicados entre sí, la evolución lingüística será distinta en cada lugar, y con el tiempo producirá lenguas distintas. El estudio de la evolución de las lenguas y de las variedades de una misma lengua en un territorio geográfico extenso fue la gran novedad de la lingüística del siglo XIX. Sin embargo, esta perspectiva histórica ha tenido como consecuencia otra manera de entender las lenguas.

Frente al pensamiento clásico (que creía que la cultura era única y se expresaba en una lengua determinada, primero en griego y luego en latín) y frente a los humanistas (que seguían creyendo en la unidad de la cultura, aunque se expresase en las distintas lenguas cultas), el romanticismo, a partir de Humboldt, difundió la idea de que cada lengua se corresponde con una cultura, a la que expresa, y que es el producto de una colectividad histórica que puede constituirse en nación. Aprendiendo a hablar, el niño se incorpora a una cultura determinada que moldeará su personalidad. Así entendida, la lengua no solo es un modo de comunicación de los miembros de un grupo, sino también su signo de identidad individual y colectiva.

En el límite, este punto de vista significaría que cada cultura es única y, por tanto, que las lenguas son intraducibles. Significaría que ser bilingüe supone tener una personalidad partida y, si se quiere, esquizofrénica. Es un punto de vista claramente exagerado. Los seres humanos logran comunicarse y entenderse a pesar de tener lenguas distintas. En primer lugar, porque el lenguaje como instrumento del conocimiento permite alcanzar conocimientos comunes que pueden ser expresados en lenguas distintas. Pero también logran comunicarse porque la comunicación no se apoya exclusivamente en el lenguaje verbal. Antes de adquirirlo, los niños son capaces de comunicarse con los que les rodean de muchas maneras, gracias a un lenguaje gestual que no solo es anterior al lenguaje verbal, sino que le acompaña a lo largo de nuestra vida. Este lenguaje gestual surge a su vez de esa necesidad de comunicarse que define al niño desde su nacimiento y que le lleva a convertirse en persona en relación con otras. Se trata de un proceso en el que el lenguaje verbal desempeñará un papel importante tanto como soporte de la intimidad (que en buena parte es lenguaje interiorizado), como instrumento al servicio de las relaciones con los demás, en buena parte construidas por diálogos verbales. En buena parte, pero no del todo. Pues, en definitiva, el lenguaje nos aparece como un intermedio entre dos polos opuestos: el silencio de la indiferencia o del odio que imposibilitan la comunicación, y el silencio de la comunicación plena cuando las palabras se hacen inútiles.

Profesor Emérito de la Universidad de Barcelona. Psicólogo y sociolingüista. Ha escrito, entre otros libros: Educación y bilingüismo, España plurilingüe y L´ Europe de les Llengües