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Octubre de 1882, Lou Salomé viaja a Venecia para ver al doctor Breuer. La irritación que le causa haber recibido una nota impertinente en la que la desconocida Fráulein Salomé determina día, hora y lugar de encuentro no mengua la disponibilidad del médico. El doctor y el lector son presa de esta fascinante mujer —joven, interesante, delgada— que,  envuelta en pieles, avanza con decisión y dirige su mirada osadamente a los ojos del investigador.

«Nietzsche está enfermo, muy enfermo. Necesita su ayuda». La descripción de todos los síntomas —fuertes migrañas, náuseas, ceguera inminente, insomnio, dosis peligrosas de morfina que no mitigan el dolor y días enteros mareado -— no resulta suficiente para elaborar un diagnóstico preciso. ¿Por qué había accedido a verle? «Es la desesperación del profesor Nietzsche, no su corpus, lo que le pido que cure». ¿Qué le estaba exigiendo Lou Salomé?

Irvin D. Yalom da comienzo a su experimento, lo imagina para nosotros: ¿qué hubiera pasado si el doctor Breuer hubiera inventado un tratamiento psicológico para Nietzsche?
Josef Breuer había experimentado por primera vez el método de la cura dialogada con Anna O. (Bertha Pappenheim), provocando una compleja relación médico-paciente que le obligaría, más tarde, a abandonar el caso. En septiembre de 1882, el doctor Breuer discute con su discípulo Sigmund Freud los pormenores de este tipo de tratamiento.

En esta discusión, así como en los posteriores trabajos de ambos, se encuentra el origen de la ulterior revolución psicoanalítica. Se trata de la hipótesis, por primera vez científicamente ensayada, de que una idea, es decir, una realidad espiritual, actuando sin control en la mente, puede adquirir la fuerza necesaria para somatizar en una enfermedad. Nietzsche deambula por Europa, después de haber abandonado su cátedra en Basilea, buscando de continuo un clima benigno que aminore los síntomas de su extenuante enfermedad. En la primavera de 1882, conoce a Lou Salomé y en ella encuentra un alma gemela. Su hermana Elisabeth y Paul Rée se interpondrán en su relación y la conducirán hacia un final desastroso, que acompaña a Nietzsche bajo la forma de la angustiosa herida que provoca el sentimiento de una profunda traición. Al recrear el imaginario día en que Friedrich Nietzsche viaja a Viena, buscando una vez más un tratamiento para su enfermedad, el profesor Yalom demuestra una aguda  penetración psicológica. ¿Era realmente Nietzsche un enfermo del alma?

Nietzsche pide una cita al doctor Breuer; sus amigos le han animado. Desconoce la intervención irresistible de Lou. Describe exhaustivamente los síntomas de su enfermedad y parece satisfecho cuando percibe que  el doctor le examina a conciencia. Sin embargo, a pesar de su ánimo de  colaboración, no ha pronunciado ni una sola palabra acerca de su desesperación, ¿no había escrito cartas en las que hablaba de quitarse la vida? Sí, Fráulein Salomé tenía razón al advertir a Josef Breuer de que Nietzsche no se implicaría en un proceso que supusiese una entrega de poder. Resultaba curioso que pudiese hablar de su enfermedad como si la observase desde fuera y no dominase su vida: «Tengo períodos negros. ¿Quién no? Pero no me dominan. No forman parte de mi enfermedad, sino de mi ser. Podría decirse que tengo la valentía de padecerlos». El profesor Breuer, convencido de que la desesperación de Nietzsche —según la había descrito Fräulein Salomé— era completamente ideativa, había intentado alcanzarle, pero su deseo de conservar el poder rechazaba visceralmente cualquier manifestación de empatía. ¿Por dónde debía continuar?

Inesperadamente, Nietzsche formula una pregunta: « ¿Me dirá usted  la verdad ?». La conversación se torna interesante. Breuer había experimentado cómo «por lo general, la pregunta importante es la que no se formula». ¿Debía el médico ser tan cruel como para decir lo que no se quiere saber? Nietzsche y Breuer mantienen posiciones enfrentadas. «Ningún médico tiene derecho a ocultar al paciente lo que a éste le pertenece […] ¿Quién tiene derecho a tomar semejante decisión por otra persona? Esa postura viola la autonomía del paciente». Nietzsche no puede admitir que se hable de esperanza ni de consuelo. No puede aceptar la salida fácil que obstaculiza al hombre el camino hacia la verdad. Sí, está convencido de que sólo se accede a la verdad a través de la incredulidad y del escepticismo y «no a través del deseo infantil de que algo se produzca. El deseo de ponerse en manos de Dios no es la verdad. No es más que un deseo infantil. Es el deseo de no morir, el deseo de aferrarse al pezón, eternamente hinchado, al que hemos puesto la etiqueta de Dios».¿No debía cada hombre elegir la vida? Nietzsche percibe su enfermedad como camino de emancipación, que no sólo le ha librado de sus onerosas obligaciones, sino que al enfrentarle a la realidad de una muerte temprana le «proporciona perspectiva y valor». No puede renunciar a la tensión, precio de su hipersensibilidad, si quiere llegar a elegirse. « Mi trabajo produce tensión. Exige que me enfrente al lado oscuro de la existencia. El ataque de migraña, por terrible que sea, puede ser una convulsión purificadora que me permite continuar». Nietzsche afirma su enfermedad como una bendición, pero ¿cuánta verdad será todavía capaz de tolerar? Las fuertes afirmaciones en las que brilla el profético pensamiento del profesor resuenan en la mente de Breuer hasta convertirse en una duda: ¿es Friedrich Nietzsche más libre que él?

Irving D. Yalom —psicólogo y profesor en la Universidad de Stanford— demuestra una gran capacidad de penetración psicológica al recrear mediante este relato un carácter como el de Nietzsche, mostrando la ambivalencia de su firmeza y energía. Combina con destreza el arte de la novela y el psicoanálisis, y desentraña el significado humano del pensamiento nietzscheano sin sojuzgar a su autor. Presenta al hombre, Nietzsche, navegando en soledad: «Mi hijo, Zaratustra, rebosará sabiduría, pero su única compañera será un águila». Parece claro que Nietzsche elige el camino de la soledad, pero todavía se puede preguntar si hubo un día en que Nietzsche lloró.

Profesora de Comunicación