Tiempo de lectura: 4 min.

Como clásico por excelencia, que lo es, Platón pertenece al canon escolar. Es referencia obligada en materias como literatura y, más detalladamente, filosofía. Desde esa presencia en la escuela ha pasado también a formar parte de nuestras expresiones populares, como saber es recordar o el célebre amor platónico, frases que repetimos desligadas del autor que las ha propiciado, acompañadas de un cierto tono de insatisfacción por lo inalcanzable y un significado que no refleja el original ni siquiera de lejos. Ese significado original del amor platónico y su relación con el mundo de las ideas se desarrolla monográficamente en El banquete, aunque se encuentra también en el Fedro y en otros diálogos platónicos.

Además, Platón, este autor que nos resulta un tanto familiar desde los manuales de la primera juventud, nos sorprende al leer cualquiera sus obras por su prosa luminosa y su claridad. Su capacidad literaria nos permite leerlo sin la tensión ni el esfuerzo mental que exigen otras obras filosóficas, descubriendo que suele ser relativamente fácil y, por supuesto, muy agradable entender sus planteamientos leyendo directamente su obra, siendo como es Platón un autor imposible de resumir si no es a costa de perder todo el ropaje literario, las imágenes, las largas comparaciones o la creación de mitos con las que presenta sus teorías y nos deja penetrar en el pensamiento y en el mundo de un hombre sabio de la Antigüedad.

El banquete es en opinión de muchos, a la que me sumo, su obra más atractiva. Por señalar alguno de los rasgos destacados de este diálogo, visto desde distintos enfoques, para los antropólogos refleja todavía un momento de la humanidad en el que la comida deja de ser un acto de pura supervivencia, posiblemente realizado en soledad y de forma oculta, para convertirse en un acto social con todas las formalidades. Para los filólogos significa la primera obra con la que se inicia un género destinado a tener muchos seguidores, el de la literatura de banquete o, dicho con más propiedad, el de la literatura simposíaca «de la bebida en común», pues en el banquete griego se bebía después de comer, y el vino, entonces, animaba las tertulias que seguían al festejo, algunas tan exquisitas como la recogida en esta obra, mientras que otras terminaban, como también aquí se recoge, en la embriaguez general. Desde el punto de vista del pensamiento filosófico, se expone en esta obra la teoría platónica del amor junto a otras teorías sobre el amor y sus beneficios.

Se inicia El banquete con las palabras de Apolodoro, uno de los discípulos de Sócrates, que accede a hablar a sus amigos de un famoso banquete que había tenido lugar muchos años atrás y, sobre todo, de los importantes discursos filosóficos que se habían pronunciado en él. Tomando el papel de narrador, habla con detalle del banquete, de las anécdotas, de los discursos y los personajes más destacados, que cobran vida propia hasta el punto de que el lector se siente trasladado a aquel festejo olvidándose del narrador, que solo vuelve a aparecer de forma fugaz.

Los discursos se inician una vez que se establece el tema del que se va a hablar: la alabanza del amor, tema entonces novedoso, porque eran los daños amorosos los que solían narrarse. Hablan, pues, los comensales por turno, de izquierda a derecha. El primero, Fedro, del amor como el dios más antiguo y principio de los mayores bienes. Siguen Pausanias, que distingue dos tipos de amor, y el médico Erixímaco, que destaca el poder del amor, caracterizando el amor sano por buscar la concordia de lo opuesto, al igual que la medicina y al contrario del amor enfermizo. Aristófanes, el comediógrafo, pronuncia un discurso sorprendente para el lector actual en el que presenta al amor como la búsqueda de otra parte de nosotros mismos, pues en su origen los seres humanos, varones, hembras y de naturaleza hermafrodita, habían sido seccionados en dos partes por la divinidad, viéndose obligado el ser incompleto resultante de aquel corte a buscar su otra mitad, por la que se siente atraído. Después el anfitrión, Agatón, hace un discurso formalmente bello sobre el amor como un dios joven y tierno, que se asienta en los espíritus delicados, no practica la violencia ni la injusticia y proporciona todos los bienes. Finalmente, Sócrates expone su teoría de que el amor es un deseo y, como todo deseo, el deseo de poseer lo bello-bueno que no se tiene. El hecho de ser deseo y, por tanto, de faltarle algo impide considerarlo un dios, debiendo entenderse que es un ser intermedio entre la divinidad y los mortales. Según le había revelado la sabia Diotima al propio Sócrates, el Amor es hijo de Poros —el Recurso— y Penía —la Pobreza—. Por estos dos aspectos heredados, busca con sus recursos, lo bello-bueno de lo que carece, por su pobreza. Para ello ha de recorrer un camino que se inicia cuando el amor repara en un cuerpo bello para pasar, en fases sucesivas de superación, al amor de todos los cuerpos bellos, a la belleza del alma, superior a la del cuerpo, a la belleza de las creaciones del alma —leyes, ciencias, artes—, hasta alcanzar, por último, la contemplación de la Belleza (= Bondad) en sí. Esta visión de la idea de Belleza y no el amor a un ser concreto constituye la mayor felicidad del hombre y es propiamente el amor platónico del que se habla en El banquete.

El banquete es una obra filosófica y amena de un gran filósofo y un excelente escritor. Los que no puedan disfrutarla en el texto original, disponen de espléndidas traducciones anotadas en castellano para leer la obra completa, o al menos, los discursos más importantes, como el de Aristófanes y el de Sócrates. No se la pierdan.

Catedrática de Filología latina de la Universidad Complutense de Madrid