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Elena Pontiggia, profesora de historia de arte contemporáneo (Accademia di Brera, Milán) y experta en artes visuales de la primera mitad del siglo XX, publica este trabajo en el que se reflejan su experiencia y conocimiento de la materia desarrollada a través de su participación en la organización de diversas muestras de arte.

El interés de Pontiggia por la estética de las primeras décadas del siglo XX y los problemáticos vínculos del arte de este periodo con la tradición son los que en gran medida alientan sus principales estudios teóricos y su campo de investigación. El libro que aquí se reseña se centra en el clasicismo de principios de siglo representado por el denominado Retorno al orden, que la autora define, antes que como un movimiento en sentido estricto, como «un clima que se difunde entre la mitad de los años diez y finales de los años treinta».

Se trata de un trabajo que pretende clarificar el confuso periodo que representa el arte de vanguardia y dar cabida a toda una corriente artística aparentemente contraria a la tendencia general de estos años. En este sentido, el libro persigue un doble objetivo: por un lado, permite comprender toda una corriente del arte que, al entrar en conflicto con la hegemonía de la vanguardia, ha tendido a ser minusvalorado o estudiado desde una perspectiva que no le era propia. Por otra parte, permite articular estos intentos expresivos como una corriente con sentido propio antes que como contradicciones aisladas difíciles de salvar en el contexto de las vanguardias históricas.

El mérito principal radica en el valor documental de la obra que proporciona un excelente testimonio de la época.

El libro propone al lector un recorrido a través de la dialéctica entre «clasicidad» y «modernidad». Ya desde la introducción estos conceptos son problematizados como clave de lectura del periodo de entreguerras en Europa, en un intento por salvar la dicotomía entre ambos. Para ello, Pontiggia comienza realizando un recorrido por los años anteriores al movimiento e intenta rastrear las raíces de éste -caracterizado como «tendencia clasicizante»- en dos periodos diferenciados: los años del expresionismo, que fecha del 1890 al 1904, y los de la vanguardia, de 1905 a 1914.

A continuación pasa a analizar la génesis del movimiento mediante un rastreo minucioso de las fuentes del nombre Retorno al orden y de los debates generados en torno al mismo. Los capítulos tercero a quinto, quizás los más interesantes, desarrollan las características que según Pontiggia determinan el movimiento y dan sentido a su existir. En éstos se analizan las representaciones de la figura humana vinculándola a un retorno a la figuración y a un cierto antropocentrismo en el arte como paradigma del modelo clásico. También incluye un estudio de la concepción del tiempo y de la importancia concedida a la técnica. Pontiggia vincula la noción de «orden» al idealismo platónico que recorre el movimiento y al pitagorismo que rige tanto el ideal del tiempo como el de la forma: «el orden del arte […] tiene una resonancia cósmica, es el reflejo de una ley matemática que anima toda la creación». En este punto la autora insiste en los vínculos recíprocos que ambas influencias tienen dentro del grupo de artistas del Retorno al orden en el que sería impropio distinguir entre uno y otro, pues se traducen «en intuiciones fragmentarias más que en precisos sistemas doctrinales».

Finalmente se recorren los principales hitos del movimiento en distintos países a través de sus más importantes exponentes. Desfilan por las páginas análisis centrados en la obra de Picasso, Derain, Gris, Lhote, Severini, De Chirico, Schrimpf, entre otros. El estudio viene acompañado de fotografías de pinturas y esculturas que ayudan al lector a seguir los razonamientos de la autora al tiempo que le permiten formarse una idea clara de los nexos de unión que signan esta corriente artística.

El trabajo incorpora infinidad de fuentes de la época de diversa índole y procedencia: reseñas, críticas de arte, manifiestos, proclamas y declaraciones de los propios protagonistas de distintas ramas del arte. A pesar de tratarse de un ensayo sobre las artes visuales, incluye también ilustraciones y referencias a otras artes, como la escultura, la arquitectura, la música y la literatura, que intentan reflejar el ambiente de la época en la medida de lo posible y con una clara intención por mantener el rigor ciñéndose al ámbito de competencia. La autora logra, así, una excelente polifonía del periodo que aúna, por ejemplo, a Valéry y a Soffici, a Gaudí y a Apollinaire para dar vida al convulsionado clima artístico de esos años, caracterizado por la interrelación de las artes y los artistas.

Pontiggia se disculpa por la profusión de citas, justificadas en última instancia por su intento de retratar lo más fielmente posible el espíritu de esta corriente y el ambiente cultural en el que se gesta.

Se trata de un trabajo sumamente meticuloso y descriptivo en el que podría echarse en falta un análisis más en profundidad, tanto de las obras en sí como de las características clave del movimiento. Con todo, a favor de la autora, cabe señalar que no es este el objetivo que persigue el trabajo sino el de describir un periodo y un movimiento específico del arte que permita colocar en su justo término autores y obras.

El mérito principal radica en el valor documental de la obra que proporciona un excelente testimonio de la época, muy bien articulado, con la intención de atacar (¿y minar?) muchos de los prejuicios que han guiado la exégesis del arte del periodo de entreguerras. Sin lugar a dudas, un libro de referencia para un tema que sigue siendo complejo y problemático.