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La metáfora y lo sagrado
H. Á. Murena
Editorial Alfa, 1994. 93 pág.

Con La metáfora y lo sagrado (1973) de Héctor Álvarez Murena (Buenos Aires, 1923-1975), autor y libro desconocidos en España, me asalta una tentación de dimensiones evangélicas. Como el trabajador de la parábola que encuentra un tesoro, mi primera idea es esconderlo hasta poder comprar el campo (tal vez con una reedición con prólogo mío o un ensayo en papel en Nueva Revista o una conferencia campanuda…) y quedar como descubridor. Pero soy un barbero y estoy a su servicio de usted, así que vamos al tajo.

No llega a las cien páginas y, sin embargo, La metáfora y lo sagrado las aprovecha al máximo. Las ideas originales, fecundas, hondas y casi incontestables brillan sin solución de continuidad. Partiendo de la cuestión de la esencia del arte, llega, pasando por la religión, la traducción, la filosofía del lenguaje, los grandes relatos, la moral y la metafísica, a la esencia del hombre. Murena, que sostenía que el escritor debía ser “anacrónico, en el sentido originario de la palabra que designa el estar contra el tiempo”, ha sabido saltarse el tiempo para hablar de estos dos anacronismos, la poesía y lo sagrado, y surgir como de la nada desde 1975, fecha de la primera edición del libro, a un presente en el que le leemos como si fuese de ahora mismo: contra este tiempo.
Dice, por ejemplo:

La esencia del arte es la nostalgia por el Otro Mundo.

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El arte es contradictorio: nace de una polarización anormal respecto al Otro Mundo, pero no puede prescindir de este mundo bajo riesgo de desaparecer.

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Ese carácter residual del arte nos proporciona un principio fundamental para determinar la jerarquía estética de las obras: a pesar de que el origen del arte sea la melancolía, las obras en las que la “melancolía” se halla menos presente, las serenas, son superiores a aquellas en las que predomina el tono espiritual originario, pues en las primeras se logra con mayor perfección el fin de fijar los residuos del Otro Mundo.

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Tanto la tradición islámica como la judía declaran que en el Paraíso Adán hablaba en verso.

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El materialismo, en el mejor de los casos, nos conducirá a ese pudor encubierto de desenfado que es el esteticismo.

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Tender al materialismo significa olvidar que los elementos materiales que componen la obra sólo tenían por fin señalar el desplazamiento.

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Aquí podría esbozarse una teoría acerca de la radical imposibilidad de la crítica (…) se torna mero análisis de restos, autopsia.

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Si poseer por mera codicia es subhumano, no poseer por angelismo es el reverso soberbio de la misma medalla, la ilusión de que la Caída no aconteció, de que puede ser borrada.

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Conquistamos el saber de saber que cada acontecimiento de nuestras vidas significa además otra cosa.

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Aquel que come un manjar como si fuera pan común es uno que necesita y merece únicamente pan común, aquél que come pan común como si fuera un manjar es quien necesita y merece un manjar.

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Lo absolutamente intraducible es la Unidad perdida, que la traducción recuerda con su incesante esfuerzo por reunir las cosas convirtiendo unas en otras.

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[En la Torre de Babel] El gesto de Yahveh libera al hombre de la locura del discurso único. (…) Le indica que el camino de retorno está para el hombre sólo a través de la aceptación de la diversidad.

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La vida: el arte de fracasar fértilmente.


Entregas anteriores:

Poeta, crítico literario y traductor.