Tiempo de lectura: 3 min.

 

Somos hijos de un tiempo que requiere, o eso intuimos, la concisión y lo inmediato. Merece más atención aquello que genera un resultado instantáneo que aquello que necesita elaboración, cuidado y reposo: en el campo de la economía, la artesanía es un lujo y la industria, un bien común. Demandamos labores sin excesivas dilaciones, una exigencia quizá motivada por la rapidez que imponen desde las tecnologías y desde internet. Lo comprobamos en nuestra rutina y en nuestro día a día. Un ejemplo son las nuevas formas de comunicación, las redes sociales, en donde se tiende a reducir la extensión del discurso en pequeñas cápsulas de caracteres limitados, o en entradas y post que no invitan a la extensión de nuestro mensaje. En el periodismo es eso que llaman píldora; en el lenguaje publicitario, eslogan. Claro está que a estos nuevos medios, a estas nuevas formas de comunicación, no se viene para publicar una tesis o un ensayo, pero son representativos de las necesidades del lector. Un lector que empieza a acostumbrarse a leer mucho en poco espacio. Un lector al que le apetece un continente de fronteras bien limitadas que abarque el mayor contenido posible.

Estos cauces recientes de la comunicación, de la sociedad, desembocan en la cultura y en el arte, pues suelen ser estos, cultura y arte, la expresión de un tiempo y de una época. De la conjunción de todos estos ingredientes nacen, o renacen –qué no está ya inventado-, mejor dicho, géneros y manifestaciones artísticas en concomitancia con todo esto que hemos hablado: la brevedad del mensaje. Todo está vinculado, por supuesto.

A estos géneros y manifestaciones artísticas relacionadas con un mensaje de impresión corta pero con intención de permanencia en el paladar del lector, en la literatura, los llamamos aforismos, greguerías, volaterías o, simplemente, ocurrencias. El aforismo o la greguería o la volatería o la ocurrencia persiste en su buen estado de salud: no hay más que atender a las novedades en las estanterías de las librerías y en los catálogos de las editoriales para darse cuenta de ello. El aforismo se inclina por la sentencia y la greguería por la metáfora y la ironía, aunque en cuestión de etiquetas lo mejor es prudente, que hay sus opiniones. Ambos, aforismo y greguería, suelen convivir con la publicación de los diarios, otro género del que podríamos hablar, un género también de moda en la literatura de hoy día. En el aforismo y en la greguería hay sensualidad y sugerencia y algo de magia e ingenio y juego de palabras, impresiones y aciertos, observación y experiencia, advertencia y claridad, desnudez y atino. El aforismo y la greguería, delicada expresión, tiene algo de cuerda floja en que el funambulista, el escritor, ha de hacer su número; un número arriesgado: muy difícil decir tanto en tan poco sin pecar de simplismo, ingenuidad, sin ser previsible e insustancial.

Dijo Ramón Gómez de la Serna, en 1911, que “la palabra es un fenómeno como la electricidad, rezumada por todo y viva, con una vida expandida y corriente, pintoresca y diferenciada en sus fenómenos pero identificada como fuerza viva y torrencial” y que “el valor de la palabra es de improvisación y de epifanía y está en cómo se envuelve, en cómo se instruye de todo, en cómo se depura y se sedimenta y en cómo llega de invisiblemente para hacerse visible y real, con una dimensión extraña y fija”. Esa “fuerza viva y torrencial” unido a esa “improvisación y epifanía”, quizá defina y acote, si se puede aún más, el objeto del aforismo y de la greguería. Una chispa, algo cotidiano e insignificante, que debe arder, vigoroso y contundente, al mínimo contacto posible.

Desde Horacio hasta Antonio Machado en la voz y personalidad de Juan de Mairena, pasando por Nietzsche o el propio Gómez de la Serna, multitud han sido los autores que han desgajado estos jirones, estas pequeñas perlas, del corpus de sus libros. Ideas, proposiciones, imágenes, destellos. Pequeñas intervenciones que invitan al pensamiento o al divertimiento. Brevedad y permanencia. Los aforismos y las greguerías están de moda. Autores como Enrique Baltanás, Enrique García-Máiquez, Karmelo C. Iribarren, Antonio Rivero Taravillo o Javier Salvago confirman el interés que despiertan. Larga vida, aunque corta sea su huella, a este género.