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Ediciones Cristiandad, 2007, 405 páginas

El doctor James Pereiro, capellán de Grandpont House en la Universidad de Oxford, publicó en 1998, en Oxford University Press, el libro que ahora aparece en lengua castellana. En la contraportada se describe al personaje biografiado con las siguientes palabras: «El cardenal Manning pertenece a la gran generación de conversos británicos que, procedentes del anglicanismo, se incorporaron a la Iglesia católica en las últimas décadas del siglo XIX». En efecto, Manning, que nació en 1808, fue primero arcediano de Chichester y, en la última etapa de su vida, segundo arzobispo católico de Westminster. Hijo de una familia de comerciantes y banqueros, estudió en Oxford y se ordenó como pastor anglicano en 1832. Abandonó el anglicanismo en 1851, fue ordenado sacerdote, consagrado obispo y creado cardenal en 1875. Falleció en 1892.

Los principales trazos de su vida pública eran conocidos: primero destacado pastor anglicano y después eclesiástico católico de gran relieve (con una intervención infalibilista sobresaliente en el Concilio Vaticano I y en una tenaz lucha por la causa de los ingleses más desfavorecidos). Era, sin embargo, poco familiar a los historiadores su auténtico carácter, deformado quizá por algunos biógrafos, que lo habían presentado injustamente como un intrigante ambicioso, autoritario y sin escrúpulos. Y era completamente ignorado su itinerario espiritual, en particular su evolución intelectual dentro del anglicanismo hacia el catolicismo, e incluso dentro del propio catolicismo.

El doctor Pereiro cubre esta última laguna con su minuciosa y rica investigación, a partir de fuentes primarias y, sobre todo, con una original interpretación de las fuentes. Su método de trabajo se ha inspirado en el principio de la contextualización, muy corriente ahora entre los historiadores. Según este principio, vida e ideas van de la mano, de modo que todo intelectual tiene su Sitz im Leben y depende de él y sobre él influye. No es posible descontextualizar la forma del pensamiento: Kant no habría sido lo que fue si no hubiese crecido en el apogeo de la Ilustración y en pleno desarrollo de las ciencias sobre la naturaleza. Esta forma de historiar hace justicia al principio de la hermenéutica existencial y, al mismo tiempo, no sucumbe a él.

Manning vivió en las coordenadas de una gran crisis del anglicanismo, provocada por causas religiosas (una la excesiva politización de la vida anglicana y el enfriamiento de la devoción o contemplación) y por el historicismo romántico (la mirada vuelta a los orígenes). En ese marco se produjo su evolución (o maduración) espiritual, en busca de la regla de fe (y su garantía). Por este camino descubrió la Iglesia fundada por Cristo y superó la teoría de las ramas, que consideraba que la verdadera Iglesia de Cristo subsistía en las distintas confesiones, sin que ninguna la realizase del modo más conveniente.

Desde el punto de vista teológico, Manning fue también hijo de su tiempo, tanto en su etapa anglicana como en la católico-romana. Por su mente y su pluma desfilaron los temas habituales del momento, la mayoría suscitados por la teología protestante, como: la integridad material de la Revelación en la Sagrada Escritura (derivado de la sola Scriptura); la anterioridad histórico-genética de la tradición apostólica con respecto al Nuevo Testamento; la dialéctica entre Iglesias locales e Iglesia (y, por consiguiente, el «problema» de la jurisdicción universal del Romano Pontífice); la contraposición entre Iglesia «pueblo de Dios» y la Iglesia «Cuerpo Místico de Cristo»; la presencia (y asistencia) del Espíritu Santo a la Iglesia y la evolución de ésta; etc. Las intervenciones de Manning en el aula conciliar del (y en los pasillos), comprometiéndose incluso por medio de un voto religioso a promover la infalibilidad papal, fueron coherentes con su temperamento y su itinerario vital; y cualquier lector familiarizado con la historia de la teología del siglo XIX podría haberlas adivinado, sin necesidad de que Pereiro nos las contase. Pereiro, con todo, lo hace magistralmente, siguiéndole casi al día. Manning fue, en definitiva, la perfecta expresión de una coherencia intelectual sin fisuras. Incluso sus dudas y resistencias fueron lógicas (supuesta su educación, sus amigos y su rango familiar en Inglaterra), y sólo pudieron ser superadas con la ayuda de la gracia divina y con una extraordinaria fortaleza interior.

Manning fue la perfecta expresión de una coherencia intelectual sin fisuras. Incluso sus dudas y resistencias fueron lógicas.

Por todo lo que acabo de señalar este libro no resulta fácil de leer, pues exige bastantes conocimientos de historia de la teología y del dogma. El ritmo es lento y pausado (nunca reiterativo), como conviene a una obra que no hace ninguna afirmación gratuita. En consecuencia, esta monografía no va a ser un best-seller, ni siquiera en el ámbito teológico pero es ya, sin duda, una obra de referencia obligada y una verdadera novedad historiográfica.