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La Filosofía tiene su propio modo de argumentar. Es importante determinar éste, no sea que se confunda con otros modos que poseen su propia modalidad textual, narrativa o expositiva. Cuando inicié mi itinerario de pensamiento, la filosofía parecía despeñarse ante la embestida de dos monstruos. Se hallaba asediada por la Scylla de una razón analítica de orientación positivista o empirista que, en última instancia, concebía la Filosofía según el patrón de las ciencias lógico-matemáticas. La especificidad de la filosofía parecía diluirse en la siempre subsidaria y epigonal tarea de simple elucidación de los enunciados lingüísticos (y sobre todo de aquéllos que albergaban pretensiones de conocimiento verdadero, o científico).

EN DEFENSA DE LA ORIGINALIDAD FILOSÓFICA

Si quería subsistir inmune a ese envite corría el riesgo de perecer en la Caribdis de una razón dialéctica, de orientación materialista, que concebía la filosofía como el broche ideológico de las superestructuras del poder socioeconómico, explicitado en sus bases productivas por la «lucha de clases». Hoy son otras las dificultades que asedian y asaltan a la razón filosófica, o que tienden a diluir lo que ésta tiene de singularidad indelegable e insustituible.

Hoy se corre el riesgo «postmoderno» de diluir la especificidad de la filosofía en una indeterminada textualidad, o en una extrapolada y mal comprendida razón narrativa en la cual se confundan, en feliz promiscuidad, toda suerte de formas de escritura y de relato, los literarios, los filosóficos, etc. En la noche de la narratividad podría decirse, con Hegel, que todas las vacas parecen pardas. En ese general totum revolutum Descartes aparece como un superestructuras del poder socioeconómico, gran literato autobiográfico (que desde luego lo es) y Thomas Mann como un gran pensador (que por supuesto lo era). Todo es igual, todo es lo mismo, eterna es la rueda del ser narrativo y textual. Pero esas equiparaciones nos sumergen en lo más obtuso de todo logro: aquél que se contenta con la vacía igualdad, o con ese «centro insustancial» del espacio lógico que es, para Wittgenstein, la identidad, en lugar de porfiar por lo que exige riesgo, reflexión y tensión intelectual: la producción de las verdaderas diferencias.

¿ES PERENNE LA FILOSOFÍA?

A mi modo de ver estas diferencias existen. Y sobre ellas puede trazarse la trama narrativo-histórica de la aventura específica del pensamiento filosófico, desde Anaximandro hasta hoy. Se trata de mostrarlas debidamente. Estas son, según mi parecer, de forma argumental y de contenido temático. Esa doble diferencia específica de la razón filosófica se caracteriza por lo siguiente:

En lo que se refiere a la forma argumental, por la constante reiteración del problema del comienzo (es decir, del dato que se elige como decisivo) con el cual inicia su andadura metódica y argumentai toda aventura filosófica. Es cierto que ese carácter se tematiza radicalmente en la modernidad, con Descartes. Pero de hecho está implícito en los discursos de la Filosofía griega; y muy en especial en Platón y Aristóteles.

En lo que se refiere al contenido temático, debe decirse que la Filosofía, desde Anaximandro hasta hoy, tiene que responder al reclamo de la determinación de lo que, sobre todo a partir de Parménides, se especifica como el ser mismo (auto tó ón); y asimismo debe asumir el compromiso de determinar la forma de razón (de inteligencia y de logos; siendo éste la expresión de aquélla) que a esa concepción del ser se corresponde. En esa autorreflexión sobre la razón alcanza la Filosofía una posible dimensión crítica que le acredita y legitima como tal (un aspecto que sobre todo adquiere en la Filosofía de Kant su más extraordinaria y autoconsciente expresión).

Una interna exigencia y necesidad hermana radicalmente ambos aspectos, que no dejan de ser las dos caras de la misma moneda. De hecho el dato que se elige para el comienzo de una andadura metódica y argumentai es siempre, en última instancia, lo que permite esclarecer el contenido temático expreso en toda propuesta filosófica, que no consiste en otra cosa que en la elucidación de ese dato del comienzo con que la marcha argumentativa de la filosofía se inaugura.

CUESTIÓN DE PRINCIPIOS

En relación a los contenidos temáticos, puede objetarse que no hay consenso alguno en proclamar que la dilucidación de lo que ya Parménides avanzó como el ser mismo, y que Aristóteles concibió como tema y objeto de la Filosofía primera (tó ón é ón; el ser como ser), sea el asunto primordial de lo que, desde la tradición pitagórica y Platón, llamamos Filosofía. Sobre todo en nuestro siglo son muy numerosas las objeciones críticas, de carácter radical, que se han promovido en contra de ese modo tradicional de entender la Filosofía.

De hecho, ya en mi primer libro, La Filosofía y su sombra, hice referencia a ese «santo horror» que en las Filosofías dominantes en la escena filosófica contemporánea despertaba la Metafísica (es decir, la suerte de concepción filosófica que, al parecer, se hace cargo de esa vetusta cuestión relativa al ser). Pero ese mismo carácter tabú que adquiere la Metafísica en nuestro siglo muestra y demuestra la importancia que a tal ámbito se atribuye. Como sabemos desde las religiones de Oceanía, el tabú es, siempre, el indicador relativo a lo sagrado; es, justamente, la suerte de prohibición que recae sobre toda tentación de aproximarse o de palpar lo que constituye un asunto (lugar, objeto, persona o acontecimiento) que se reputa sagrado.

En cualquier caso, la Filosofía tiene siempre cierta pretensión de comprender, de algún modo, lo que pueda entenderse por «realidad» o «existencia», o más modestamente por el «mundo de vida» que nos determina y constituye; tiene una vocación, velada o expresa, por arribar a un horizonte de sentido radical en el cual se deciden cuestiones que no pueden menos que denominarse ontológicas. Y esto vale para la multitud de estilos que la Filosofía acoge, una diversidad que en el presente se halla en carne viva una vez se han derrumbado o agrietado los grandes sistemas de la razón (el analítico y el dialéctico) que, en pasadas décadas, dominaban el escenario filosófico.

Antes de avanzar más por los caminos anunciados en relación a la doble caracterización que acabo de efectuar sobre lo que la Filosofía tiene de específico, desearía clarificar otro importante punto. Los dos aspectos que he avanzado, el relativo a la forma argumenta y el que hace referencia al contenido temático, valen para explicitar lo que la Filosofía siempre es, o lo que la Filosofía constituye en su especificidad genérica, independientemente de todo cambio e innovación que en su seno se produzca. Afecta, pues, a la «Filosofía de siempre», o a lo que puede llamarse (aunque en un sentido distinto del tradicional) philosophia perennis. Ahora desearía dar una explicación genérica que permita determinar, aunque sea de manera formal, o sin atender a contenidos específicos, cómo o de qué manera se producen los cambios, las innovaciones y hasta las «revoluciones» en Filosofía; o en qué consiste esa instauratio magna que en ellas se proclama, o la peculiar inauguratio que provocan, en el caso de que éstas se produzcan.

EL CENTRO DE GRAVEDAD SE DESPLAZA

Creo que toda innovación en Filosofía consiste en desplazar el centro de gravedad de los conceptos principales que la componen, o en trasladar al centro algún concepto que suele hallarse muchas veces en la periferia de las nociones o ideas que en toda Filosofía se manejan. En cierto modo, se trata de dar cumplido uso a aquella vieja expresión profética veterotestamentaria que se recoge en los evangelios sinópticos: «La piedra desechada será convertida en piedra angular».

Toda innovación en Filosofía, toda inauguratio de un nuevo cosmos de ideas filosóficas, responde casi siempre a ese peculiar desplazamiento. Se trata, pues, de que aflore algo que, por la razón que sea, no suele emerger ante la conciencia reflexiva filosófica; o que sólo lo hace de forma eventual, sin que se le asigne un papel central en el marco conceptual y discursivo que se propone. Los ejemplos podrían multiplicarse (hasta recorrer la historia entera de las ideas filosóficas). El eureka, «¡Lo encontré!», se produce en Filosofía siempre a través de ese peculiar desplazamiento del centro y de la periferia (del edificio que componen las ideas).

Por eso lo propio de la actividad filosófica consiste en promover un desplazamiento de esta índole, y en cobrar conciencia respecto a que en ese pulso que se ejerce sobre las ideas radica toda pretensión de innovación. Si tal desplazamiento tiene lugar, y sobre todo si se muestra de modo argumental el trayecto y recorrido (metódico) que tal modificación del centro de gravedad produce, entonces debe hablarse de innovación, por mucho que se escatime o regatee esa expresión en razón de coyunturas ambientales. La distinción entre una Filosofía creadora, portadora de su propia propuesta, y otra simplemente epigonal, radica en este sensible punto.

Esa propuesta puede sufrir todas las influencias que se quieran; puede echar mano de ideas o conceptos de toda la vida; pero lo importante es que aquellas influencias queden trascendidas y subsumidas en el nuevo centro de gravedad que se ofrece; y que esos conceptos de siempre queden totalmente renovados y rejuvenecidos en razón de la savia nueva que les infunde ese nuevo centro gravitatorio, o el concepto que asume dicho centro. Asimismo, esa propuesta debe abrirse al contraste que sólo la discusión y el debate filosófico puede garantizar, único modo de convalidar el fuste y la fortaleza de la proposición a la que se intenta dar expresión.

Ese desplazamiento (del centro de gravedad, o de la relación entre centro y periferia) debe ser de tal orden que por su sola modificación cambie y transforme, una por una, las grandes ideas y las grandes cuestiones en que suele discurrir la Filosofía: las relativas al concepto de ser y de realidad, o de existencia, que podemos hacernos; o al concepto de razón, pensamiento y lenguaje; o de lo que podemos conocer; o de lo que debemos hacer; o de las formas de producción o poiésis; o de los modos de orientarse en relación a lo sagrado; o bien, por último, en relación a nuestra propia condición (humana).

Todas estas cuestiones y problemas, puestos bajo la presión del nuevo campo gravitatorio que se erige entonces como centro compositivo de la propuesta filosófica y de su cumplida exposición, deben ser convenientemente redefinidas y modificadas en su estatuto propio en razón dela polarización que dicho campo provoca.

En cierto modo el concepto que mejor nombra o expresa ese centro gravitatorio nuevo que hace circular el conjunto de las ideas que nuestro pensamiento puede pensar (y que nuestro lenguaje es capaz de expresar) da una pista decisiva respecto a lo que he llamado el primer requisito de que algo sea propiamente Filosofía: su forma argumenta. He adelantado que ésta deriva de la correcta elección de un dato concebido como punto de partida o como comienzo, plenamente justificado, que permita dar curso a la modalidad filosófica de argumentar, en virtud de la cual se puede dar un trazado viario y discursivo a la Filosofía, o como suele decirse un método (que en griego significa orientación o dirección respecto al camino que se traza).

Ese concepto nuclear que se desplaza de la periferia al centro debe resplandecer de algún modo en la elección del dato del comienzo, y debe guiar en consecuencia el itinerario que a partir de ese arranque puede producirse. Una interna corriente de complicidad debe siempre existir en ese comienzo por el cual se opta y ese centro de gravedad que permitiría, en virtud del reconocimiento de su naturaleza y esencia, una posible composición filosófica, o una edificación (en el sentido en que Kant habla de «arquitectónica» de la razón pura) que permita mostrar, de forma clara y ostensible, la innovadora propuesta filosófica que se ofrece.

Lo propio de la Filosofía es generar esa mostración a través de la forma argumentada en que, arrancando de un determinado punto de partida o comienzo, se va promoviendo un trazado, un método, con sus hitos propios, con sus jornadas, «singladuras» o «días» que lo componen. Tales hitos son las determinaciones conceptuales de ese trazado (o si quiere decirse de forma clásica, sus categorías).

LÍMITE, RAZÓN FRONTERIZA, SUPLEMENTO SIMBÓLICO

Ese centro de gravedad lo es siempre de algún astro celeste o de alguna estrella; la que orienta la actividad filosófica (del mismo modo como una estrella orientaba, en su día, a los reyes magos procedentes de Irán, que eran «magos helenizados»). «Verdaderamente hay que llevar dentro de sí el caos para poder engendrar una estrella danzarina» (Nietzsche, Zarathustra). Del caos innovador que provoca el desplazamiento, con toda la cuota de desorden revolucionario que ocasiona, puede forjarse el cosmos de un determinado campo gravitatorio en torno al cual, girando, vaya formándose esa estrella; una estrella danzarina, que va rodando en círculo por ese campo así dispuesto.

Tal estrella visible, siempre abierta a la comprensión y a la inteligencia propia de la Filosofía, es la propuesta de sentido (y por ende de razón, de logos) que la Filosofía en cuestión propone. Y esa propuesta de sentido viene determinada por el campo gravitatorio en el cual se expresa, de modo diferenciado, en razón del aludido desplazamiento, una nueva concepción del ser. Puedo anticipar lo siguiente: en lo que a mi propuesta filosófica se refiere, ese campo gravitatorio lo constituye el ser del límite; es decir, un modo propio y específico por redefinir y recrear lo que por ser se entiende desde Parménides, Platón y Aristóteles.

Y lo que en torno a ese campo gravitatorio gira o danza no es una estrella sino un sistema binario. Se trata de la estricta danza, de cuyos ritmos deriva en gran medida la eventual narración histórica que puede trazarse del ser del límite, entre una estrella doble, o una doble figura estelar; dos estrellas entrelazadas en virtud de la peculiaridad misma del campo gravitatorio que determina la propia entidad y movimiento de esos astros luminosos. A esas estrellas binarias las llamo la razón fronteriza (que es la suerte de logos que corresponde al ser del límite) y el suplemento simbólico (que es la suerte de forma expositiva que puede dar cuenta del excedente inherente a la naturaleza limítrofe del ser). Ni qué decir tiene que esta reflexión es, de momento, metafórica; o que se provee de imágenes didácticas que permiten, creo, expresar con claridad lo que quiero significar.

FILOSOFÍA DEL LÍMITE

Mi propuesta filosófica compone un triángulo equilátero con sus tres vértices: un vértice, el que forma ángulo recto, expresa o nombra mi propuesta relativa al ser (que es la idea de ser del límite). Uno de los dos vértices agudos expresa mi propuesta relativa al sentido del ser (que es mi idea de razón, o logos, de carácter fronterizo); y el otro vértice nombra mi propuesta relativa a la posible exposición (siempre supletoria o vicaria) de lo que excede el ser del límite. Una exposición que es «indirecta y analógica» (según el decir de Kant), y a la que llamo símbolo.

El triángulo está, pues, formado por el ser del límite, la razón fronteriza y el suplemento simbólico. Lo importante es comprender que esos tres ángulos del triángulo, o esos tres términos y conceptos, se hallan estrictamente entrelazados. O que se definen unos por los otros, de manera que en esa interrelación se altera radicalmente lo que esos términos pueden expresar en otras constelaciones filosóficas o teóricas.

Una razón que se asume como razón fronteriza o limítrofe marca, pues, sus distancias con respecto a otras formas de definir la razón (por ejemplo, como razón comunicativa, como razón analítica, como razón dialéctica o como razón narrativa). Un suplemento simbólico que asume la condición limítrofe del ser y de la razón se distancia radicalmente de otras teorías del simbolismo (como las propias de las filosofías de la religión de este siglo, o de las «psicologías profundas» de Jung y sus seguidores, o de Mircea Eliade y otros miembros del Círculo de Éranos). Y una concepción del ser como ser del límite, que exige una razón redefinida como razón fronteriza (y un suplemento simbólico fecundado por esta inspiración limítrofe) marca sus distancias con otras antologías o metafísicas relativas al ser, como la que piensa la diferencia entre el ser y el ente (Heidegger), o en general todas aquéllas que gravitan en torno a la Diferencia (o a lo que Gianni Vattimo denomina «las aventuras de la diferencia»).

Entre el ser del límite (que define y determina el campo gravitatorio) y esas dos estrellas binarias que giran en torno a él (la razón fronteriza y el suplemento simbólico) se instituye una propuesta que tiene la pretensión de desplazar radicalmente el orden de ideas y conceptos que componen nuestro pensamiento. Mi pretensión filosófica consiste en promover un desplazamiento en esos hábitos y creencias que configuran nuestras rutas de pensamiento y raciocinio, o nuestras disposiciones mentales (que acaban constituyendo simples creencias, como sabía Ortega y Gasset). Sé de la dificultad que ocasiona promover un tornado en esas creencias asentadas y aposentadas en las que nos sentimos cobijados, ya que constituyen nuestro hábitat de pensamiento y razón. Pues bien, la filosofía del límite pretende ser ese tornado que zarandea las más inconmovibles creencias en las que nos hallamos cobijados.

LOS BARRIOS DE LA CIUDAD DEL LÍMITE

La razón fronteriza tiene su propia andadura; o puede trazarse su propio recorrido argumental, determinando y detectando el dato a partir del cual se pone en marcha. Pero esa razón es fronteriza en razón de disponer de un privilegiado acceso a lo inaccesible (bien que indirecto y analógico) a través de la provisión simbólica. Es posible una exposición entera, propia, independiente, de la razón (como en mi libro La razón fronteriza se mostró). Es posible también mostrar el uso práctico de la misma, o su posible presentación como razón práctica que pueda dar sentido y orientación al ethos, o proponer formas de conducta a la praxis. Pero también debe afirmarse que sin el doble uso del simbolismo (en el ámbito del arte y de la religión) no queda expuesto en todas sus posibilidades lo que puede hacerse, decirse o referirse en y desde ese campo gravitatorio que el ser del límite provoca. De hecho debe afirmarse ya desde ahora que esas estrellas binarias que circulan en torno al ser del límite admiten, cada una de ellas, un doble uso, o una doble y diferenciada ruta:

1 • El suplemento simbólico abre, en efecto, dos caminos, dos métodos; uno de ellos es el que puede recorrer el simbolismo religioso, o las formas de revelación de lo simbólico-religioso; otro es el que puede transitar el modo de producción del arte, o de las artes. Hay, pues, un uso religioso del simbolismo y un uso estético-artístico que deben ser recorridos en su hermandad y radical distinción.

2 • La razón fronteriza, por su parte, permite una doble ruta; una estrictamente gnoseológica, o relativa al conocimiento, que es la que permite trazar las distintas declaraciones (categoriales) que pueden realizarse en torno al ser del límite; otra es la que conduce a determinar el uso práctico de esa razón fronteriza (que es crítica por saberse fronteriza): la vía expedita para una posible ética del límite; la cual, a su vez, puede sugerir lo que podría ser una concepción cívica y política que dimane de esa inspiración limítrofe (o uso cívico-político de la razón fronteriza).

Ese cuádruple camino (religioso, estético, gnoseológico y ético, poético-cívico) hace referencia, todo él, a un mismo dato originario que constituye el tema y objeto de esta propuesta filosófica y que, en cada caso, se da su propio modo argumental, pero en el buen entendido de que en cada uno de esos trechos y recorridos debe verse una genuina vecindad, o hermandad. Serán en última instancia los mismos trechos, las mismas singladuras, o las mismas determinaciones conceptuales (o categorías) las que se descubran, sólo que siempre moduladas según la especificidad de cada uno de esos cuatro ámbitos, que constituyen los barrios principales trazados por el aspa o cruz (cardus y decumenus) de esta fundación de la ciudad del límite: los cuatro espacios habitables que esa doble avenida entrecruzada que compone el ser del límite proyecta sobre esa ciudad: el barrio religioso, el estético, el gnoseológico y el ético.

El augur que promueve esa fundación es, como en La ciudad del sol de Campanella, el metafísico. Éste es el que contempla, en su observación insistente del cielo, ese trazado cruzado o ese templo (de su contemplación) que constituye el ser del límite, el que se proyecta sobre la ciudad fronteriza, con sus cuatro espacios propios, susceptibles de ser habitados por el habitante de la frontera, a través de sus modos de producción (poieín), o de culto religioso, o de contemplación y conocimiento, o de acción (praxis).

Ese habitante de la frontera es lo que suele llamarse hombre: el humilis, hijo del humus, que en virtud de su alzado al límite se reconoce a la vez inteligente (de una inteligencia con posible uso teorético y práctico) y capaz de expresarse mediante símbolos. Tal habitante del límite hizo su acta de aparición en el mundo hace, quizás, treinta y pico miles de años, produciendo el verdadero Big Bang del ser y del sentido; una «primitiva explosión» mediante la cual se puso a prueba la inteligencia teorética y práctica mediante la gestación de símbolos. En el Perigord, en la cornisa cantábrica, se hallan los documentos primerizos de ese Gran Salto que condujo a la gestación del ser, del sentido del ser, y de la configuración simbólica de éste.

Catedrático de Estética, Universidad Pompeu Fabra de Barcelona