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O speranze, speranze; ameni inganni / Della mia prima età!» (¡Oh esperanza, esperanza, agradable engaño / de mi primera edad!).

Estos dos versos de «Le ricordanze», parte de sus Cantos, reflejan bien lo que es la creación poética de Giacomo Leopardi (1798-1837): poesía interior, de gran resonancia sentimental, evocación de lo anhelado y de la juventud. Para Leopardi, la primavera y el amor se funden en un sueño inalcanzable, cuyo contraste con la cruel realidad son la causa de su desesperación. Casi la única dulzura que le queda es naufragar en la infinitud y en la eternidad imaginadas.

¿Por qué esa visión tan pesimista? ¿No le ayudó a sentir la vida de otra manera el haber nacido en un gran palacio familiar de la costa adriática, hijo de madre marquesa y padre conde algo bohemio, acumulador de libros?

Desde su nacimiento, Giacomo fue minado por la enfermedad. Padeció la enfermedad de Pott, que le combó la espalda. Padeció también un severo raquitismo. Los años de la niñez y de la juventud los pasó estudiando desesperadamente y leyendo con una curiosidad inagotable hasta altas horas de la noche. Arruinó su salud. Fue siempre un temperamento enfermizo.

Quizá lo anterior explique que sus Canti sean gritos de un alma atormentada. En cuanto representación de algo que acaece o puede acaecer a cada ser humano, son expresiones genuinas del alma. Llevados a la máxima perfección formal, han hallado un hueco excepcional en el panorama de la literatura universal.

Director de «Nueva Revista», doctor en Periodismo (Universidad de Navarra) y licenciado en Ciencias Físicas (Universidad Complutense de Madrid). Ha sido corresponsal de «ABC» y director de Comunicación del Ministerio de Educación y Cultura.