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Ninguno de los dos conceptos, evolucionismo progresista y nostalgia, forman parte de la objetividad histórica. La nostalgia porque expresa un sentido de pérdida sin posibilidad de recuperar un tiempo pretérito, que solo puede satisfacerse en la memoria del que es capaz de restablecer imágenes y sensaciones imposibles de aplicar a la realidad del presente. En el fondo, muchas veces la nostalgia produce un profundo dolor por la imposibilidad de recobrar el tiempo vivido, aunque contradictoriamente el uso positivo de la memoria sea satisfactorio. El presente es diferente si se concreta recordando el pasado con las imágenes sentidas, que discurren sin presencia objetiva.

La voluntad de recuperar lo vivido

La nostalgia se afirma en un pasado concretado. Si se dice como Jorge Manrique en su celebérrima frase «cualquier tiempo pasado fue mejor», se podía entender como un evolucionismo de marcha atrás. La nostalgia puede no ser tan amplia. Pretende reaparecer reviviendo de nuevo en la imaginación las situaciones anteriormente dadas. Hace saber al presente que hubo un tiempo vivido, una presencia del ser que rememora situaciones que se querrían repetir y detenerse en ellas, hasta llegar a dominarlas y establecerse en ellas en un estado permanente. Si en el individuo hay nostalgia es porque está ausente lo querido del momento vivido y porque tiene la certeza de que el futuro no traerá lo que ha dejado de ser.

La nostalgia es la voluntad de querer retroceder en el curso inexorable hacia la muerte. Cualquier hombre pretende rememorar situaciones pasadas, porque el proceso evolutivo le empeora. La nostalgia, al igual que la evolución progresista, también desea mejorar, si bien el referente es el pasado, como símbolo de un existir que se debe revivir, o como modelo de proyecto para el futuro. Es un querer volver a ser basándose en una existencia transcurrida y factible en la condición que pudo hacerlo posible.

La añoranza es querer repetir, recuperar pasadas sensaciones para disfrutar del antes, del ser que fue con unas coordenadas que lo determinaron en el proceso de vida, habiendo logrado que la aspiración se hiciera realidad, con consciencia de haber sido alcanzada. El deseo de recuperar las situaciones o los momentos vividos, aunque idealizados, es un juicio positivo sobre lo conveniente de la vida para un ser que se realiza con lo previsible e impredecible de aquellos momentos. Quizá porque la ejecución vital de la vida, más que un proceso, son los momentos en que se querría reincidir. De ahí el deseo de volver a ellos como ser con la voluntad de repetir la existencia. Como parte de una ensoñación, se intenta detener el avance del tiempo o someterle a la aspiración idealizada, retrotrayéndole para que siga un proceso inverso, en cuanto quede dominado por la facultad imaginativa. La nostalgia nunca quiere seguir el ritmo matemático del tiempo, sino recuperar lo vivido, situándose en la eternidad vuelta hacia sí.

Una prueba de que el tiempo no siempre actúa mejorando consiste en la voluntad de acudir a situaciones vividas. Se puede desear la involución para configurarse como lo establecido en el pasado. Aquí ya se produce el desacoplamiento entre la individualización y el género. Este no se acuerda de sí mismo en el pasado, al estar lanzado hacia el futuro para sobrevivir por exigencias del dinamismo materializado del tiempo. En cambio, el individuo cuando mira nostálgicamente el pasado, pretende ser una vida que busca su sitio entre los márgenes que condicionan su existencia, como temporalidad finita que intenta ser para sí sin desprenderse del género. Siempre tendrá una cierta desconfianza en el porvenir. En cambio, está seguro de lo vivido. Su condición espiritual le puede permitir ponerse en otro tiempo, en las circunstancias deseadas. La evolución arrastra despreocupada a cada ser, aunque sabe que tiene que depender de él y abandonarlo en cuanto ya pueda utilizarlo.

Todo individuo, incluso el que acepta el evolucionismo progresivo, tiene que ser nostálgico. Probablemente cada vez más en cuanto acumula mayor estancia en la vida. Por lógica, no puede seguir siendo progresista cuando su situación empeora. En toda la vida humana, incluso en el progresista más convencido, habrá épocas nostálgicas, producidas por las ilusiones perdidas y no recuperadas, por la pérdida de la juventud, la desaparición de personas queridas, por el enamoramiento no mantenido. Es una evidencia que se tiene más constancia de la juventud cuando se ha acumulado mucho tiempo vital. Se querría recuperar el entorno, las afinidades soñadas, las ilusiones no conseguidas y volver a tener la capacidad de antaño al mostrarse un claro declive del organismo físico. Sobre todo porque la disposición natural a consumir la vida hasta dejar de ser, no cabe sino ser nostálgico.

La nostalgia, cuando es la añoranza por lo perdido, con voluntad de recuperarlo, forma parte de todo individuo en la mayor parte de su pasar por la vida, porque es imposible que alguien esté acoplado al cambio incesante. Cambio no es igual a evolución. Esta requiere una adaptación constante. Toda evolución humanamente positiva implica mejorar las condiciones colectivas que repercuten en cada individualidad. Así, la prosperidad en determinadas condiciones materiales permite desplegar un bienestar social que no tiene por qué ir a la par con la mejora de las condiciones psíquicas. El bienestar tampoco supone elevar el nivel de la justicia, ni extender la felicidad. Más bien, lo probable es que disminuya la actividad moral.

El nostálgico consciente desconfía de la evolución. Incluso puede rechazarla, porque espera que pueda traer situaciones aún menos deseables. Tener nostalgia por lo vivido hasta desear su permanencia y no creer que se pueda mejorar lo logrado, es un estado de ánimo que puede formarse por múltiples razones. Una sociedad, cultura o civilización decadente no mejora. Sus integrantes pueden conformarse a su situación sin ser evolucionistas, aunque es posible que se extienda la nostalgia. Y también puede darse el caso de que habiendo una evolución efectiva, cuantificada por las mejoras en las condiciones humanas generales, no sea admitida por una parte importante de la población al entender que el pasado fue espiritualmente más satisfactorio.

El transcurso del ser aparente o el movimiento fenoménico

La forma más opuesta a la nostalgia es la creencia en la evolución en camino definitivamente progresivo, tendencia asentada en el tiempo que quiere dinamizar en extremo al hombre, haciéndole abandonar el presente lo más rápidamente posible. La revolución progresista es el deseo satisfactorio que se tiene en el presente por la esperanza en el porvenir y, a diferencia de la nostalgia, se reconoce en el no haber sido. El evolucionista progresista solo se satisface con el deseo de lo que ha de venir, y a menudo se confunde con lo que se quiere que sea. Es una patología: la enfermedad del querer ser en el futuro. Al pretender aliarse con el movimiento del tiempo, no logra satisfacerse en el presente, porque nunca coincide con sus aspiraciones, esperando en el imparable transcurrir que llegue lo que se espera, con la seguridad de que el progreso le tratará favorablemente —la evolución que nunca llega a ser—. Sin embargo, todo progreso para el individuo es un paso más hacia su desaparición. Toda voluntad de progreso lleva implícito el deseo inconveniente de aproximarse más a la muerte.

La creencia en la evolución progresiva se sostiene solo sobre el deseo o la aspiración a la mejora, sea en el plano individual o en el social, a partir de supuestos, sin pruebas, teniendo solo esperanza y no poca incertidumbre, a pesar de la creencia, sobre las posibilidades del futuro. La evolución progresista no se sacia con el movimiento, rutinario o dinámico en propulsión, por estar a disgusto con el presente o desengañado del momento que se vive, que solo podrá desaparecer en el futuro, que siempre es estar hacia él sin ser.

Una sociedad utilitarista y evolucionista calificará la nostalgia como una improcedente y trasnochada emanación de un sujeto disconforme con un presente que sin pausa quiere avanzar. El nostálgico sufre porque no puede repetir la experiencia consumada, si bien podría volver a disfrutarla recordando las situaciones al revivirlas en su imaginación. El evolucionismo progresista rechaza la nostalgia por ser regresiva para los pueblos y las personas.

Esta corriente es creadora de una mentalidad intensamente temporal y circunstancial, que impone a la persona el cambio como prueba de la mejora de la marcha inexorable del tiempo universal que va con la vida por dentro y se especifica en un haz infinito de movimientos. Por eso la conciencia humana debe estar con el movimiento, pues es un ser con el tiempo y para el tiempo, en cuanto opera como transformación constante que se desliza a su ritmo. La objetivación matemática del tiempo, asumida como necesidad para la evolución, impedirá cualquier detención inaceptable para la especificación humana de la vida. La evolución marca la etapa de la superación del pasado, estableciendo una conciencia geométrica que se lanza hacia el futuro, a fin de iniciar la conversión profunda del hombre como ser que se hace a cada instante, a partir de una superación constante de sí mismo, pues al carecer de naturaleza y renunciar a la formación recibida del pasado abandona su ser histórico.

Esta es la causa de que el evolucionismo progresivo se proponga que el hombre no tenga ni naturaleza ni historia. No obstante, el hombre al evolucionar en su recorrido, que contradictoriamente es una lenta agonía hacia la muerte, aunque a cada instante sea lo que debe ser por imperativo categórico de la evolución, se le exige que transmita su inmortalidad orgánica desprendiéndose de sí para sobrevivir en el género —despliegue de átomos humanos que forman un espíritu que se hace para sí, en cuanto la materia se diviniza para evitar la nada genérica—. En la evolución progresiva puede contemplarse el hombre desprendido de sí, liberado para soportar su ser, para ponerlo a disposición del género que se realiza en cada partícula humana y, apoyándose en el tiempo, para transportarse en él. De este modo, a diferencia de los animales que dejan su estela de existencia con la reproducción, el ser humano se promociona en la divinización del espíritu, hasta que el tiempo se erija en lo supremo, en cuanto divinidad infinita que necesita de los demás para penetrar en ellos y dar cuenta de su existencia incisiva e infinitamente dinámica. La evolución, tomada como conciencia proyectiva en el tiempo, quiere ser la prueba de la transformación material y aprehensible de él.

Desde el tiempo, el pasado objetivo es la constancia de su transcurrir y la necesidad de que se perciba y entienda su repercusión por dentro de los seres. Por el contrario, la evolución progresista es la huida del ser en sí del hombre, a fin de dejar constancia de que no posee naturaleza, al ser solo configurado como un despliegue fenoménico, imposible de constituirse en cada momento en el incesante hacerse. El hombre solo podría estar siendo y permanecer a tenor de su naturaleza repetidamente probada, antes incluso de su concienciación histórica.

El evolucionismo progresista es estar sin ser presente. Al apuntar hacia el futuro su insatisfacción por el momento real es permanente, de manera que siempre aspirará a que llegue un devenir, casi siempre incierto, aunque sea posible que al no ser asumida su situación, posiblemente lo aceptable y lo mejor será inapreciado por el sujeto, pues sobre él puede más el estar en trance de espera, ocupado en transcurrir hacia lo que no va a llegar. Estará en la época, deslizándose por ella sin acoplarse, insatisfecho por no ser lo que individual o colectivamente imagina. Esta es la tragedia del evolucionismo progresista: el desacoplamiento, sea sujeto individual o colectivo, de la realidad. La colectividad raramente se adapta al sujeto. La organización se hace presente por la actuación colectiva y esta, al no funcionar mecánicamente, se desprende de su deber ser. La eterna insatisfacción del evolucionista coincide con la imposible manifestación predeterminada del actor colectivo, de reconocer que la mentalidad evolucionista se imposibilita a sí misma para ser en su época, como un fin que se realiza en la situación marcada por los instantes. Se puede considerar como una causa principal que el evolucionismo determinista esté en pleno desajuste con la época, extendiendo la insatisfacción, fundamentalmente hacia sí mismo, como una especie de narcisismo que nunca conseguirá gratificarse plenamente sea cual sea la vida conformada.

El evolucionista progresista tampoco está preparado para la realización de sus deseos. Queriendo instalar una sociedad ideal jamás se podrá sentir complacido. Si se adaptara al cambio y no persiguiera otras situaciones imaginadas, conformándose con su estancia figurada, sabiendo sacar provecho del presente, en ese momento dejaría la ideología, sin que ello le obligara a abandonar el deseo de mejorar la posición. Evolución progresista es estar en una posición mentalmente adelantada para exigir, desde lo concreto, lo querido para el futuro, cambiando el propio presente. El impulso que se pretende dar desde lo actual evanescente, no coincide con la necesidad de adaptación a él. Se vive con la conciencia en el futuro sin acomodarse a la necesidad fenomenológica del ahora. El sujeto evolucionista es un ser que no está incorporado al vivir actual desde la conciencia, porque su ansia de ser en el futuro le impide la necesaria materialización a partir del impulso psíquico o conciencia de su tránsito del momento.

Para gran parte de las personas existen personas imprescindibles —la categoría de necesario se da en los ámbitos utilitarios— en los que irremediablemente se van a añorar y que la evolución nunca podrá borrar. Si el individuo que parte de la creencia evolucionista conforma su existir a tener intercambios con la que en ese momento le sirve para sus relaciones, no tendrá problema en sustituir a los desaparecidos por nuevos adherentes a su vida que suplirían y mejorarían las relaciones anteriores.

Las antinomias irreconciliables: evolucionismo y nostalgia

Existe una diferencia entre el sentimiento nostálgico y el deseo evolucionista de estar en el futuro, siempre indeterminado. Aquel es lo vivido y sentido por haberse hecho realidad, aunque haya desaparecido. La nostalgia rechaza la realidad porque ha confeccionando su propia historia, con una base en los resultados de una presumible realidad vivida, habiéndose transformado de manera que al sujeto de la experiencia no le parece aceptable, convirtiéndose en la causa principal de la falta de deseo de recuperar las situaciones perdidas. El rechazo proviene de la experiencia vivida que se niega a admitir la realidad al compararse con lo anteriormente existido. Querría hacer a la vez dos movimientos en el tiempo: volver a una edad determinada y detenerse en ella. El evolucionista busca en el futuro lo que hasta el momento no se ha conseguido, ni en el pasado ni en el presente. Su insatisfacción nunca termina, aunque pudiera encontrar el momento buscado, que inevitablemente se superará, y si no está perdido para la razón tendrá que admitir que sentirá nostalgia de lo vivido.

Tanto el evolucionista como el nostálgico hacen abstracción del presente con una actitud que podría estar basada en la acción. En ambos hay inconformismo, más o menos disgustados con la situación presente y quizá en su disposición a pasar al futuro. En la nostalgia hay una esperanza de volver a constituir las coordenadas humanas a semejanza del pasado. El evolucionista progresista espera un cambio radical creando unas estructuras confirmadas a un proyecto o plan, siguiendo un ideal. La acción sucede por las múltiples fuerzas y los movimientos en liza, que conducirán a uno y a otro a situaciones en que con toda probabilidad no son las deseadas. Repetir lo que fue realidad es imposible, aunque las coordenadas y los órdenes sean los mismos que se reclaman. Ni siquiera el individuo tendrá la disposición de antaño, cuando la nostalgia se apoya en el sentimiento posterior a la época de la felicidad. El transcurrir histórico transforma al individuo, aunque aparentemente sea el mismo. Su conciencia será diferente, al estar impregnada de las experiencias de la época y de las suyas en ella. Lo que quiere decir que su personalidad tiene que haber asumido el tiempo, en gran parte inconscientemente.

El evolucionista progresista pasará sin ser, al desacoplar-se de sí mismo por poner su voluntad ajena a su naturaleza, en lo inexistente, porque no cabe la menor garantía de llegar a ser a tenor de lo pretendido. Nostalgia y evolucionismo son excluyentes, aunque formen parte de la vida personal y de la conciencia colectiva. Les diferencia la mirada sobre el pasado. El evolucionista lo estima superado. El nostálgico quisiera volver al periodo ya vivido, o hacer la vida conforme a lo que ya fue configurado para repetirlo, para activar la vida según los principios y el resultado de la actividad humana que desea volver a reencontrar su posición y a partir de ella realizar la existencia. Al nostálgico le inquieta lo nuevo, porque estima imposible que en el futuro vaya a estar mejor. A toda persona le gustaría estar en el presente con todas las facultades, porque el futuro, aunque mejoraran las condiciones materiales, se perfila inevitablemente en su contra. Toda evolución progresista también tiene un límite a partir del cual, más tarde o más temprano, sobrevendrá una degradación porque está determinado a involucionar. Ni siquiera con mucho conocimiento y experiencia personal se podrá siempre evolucionar. Cualquier organismo no solo es limitado, sino que inevitablemente se degradará, al menos en alguna de sus partes vitales.

El evolucionista no se enraiza, al estar pendiente de las novedades, dejándose llevar por el ritmo rápido, o incluso frenético, de la civilización, cada vez más determinada por la tecnociencia. Es un inconformista disgustado por lo que solo puede vivir en el cambio que le hace ser más indolente y superficial. Su conciencia está en plena volatización, como ser en espera de la próxima novedad, por lo que en su constante movimiento jamás puede tener conciencia de ser para sí, o, si se prefiere, con una conciencia que posee un dominio de sí. La evolución en el individuo al marcarle una cadencia transformadora según el proceso matemático del tiempo, fomenta su deseo: establecerse con él en su fluir, incluso aunque sea en un vacuo transcurrir. La nostalgia, en cambio, quiere sentir de nuevo la vida que ha sido y quedado en la conciencia, con la voluntad de hacerla revivir progresivamente para enraigarse, teniendo la seguridad de que su ser presente es consecuencia de su existencia pasada, que es la que le permite ser consciente de sí y le asegura su trascendencia más allá de las apariencias.

A veces es compatible la evolución con la nostalgia. Toda persona puede evolucionar moralmente, aproximándose más al bien, a un estado más perfecto, encontrándose en una situación mejor. Asimismo, podría desear estar en las condiciones que tuvo en el pasado, porque le daba la posibilidad de ejercer mejor cualquier actividad moral o de establecer relaciones más adecuadas. El evolucionista progresista tiene la voluntad de rechazar el pasado, ya que asume la creencia con el propósito de mejorar su condición histórica, en la que el conjunto pueda conseguir el devenir integral. Ahora bien, es muy probable que los diferentes ritmos de la evolución en las personas causen situaciones indeseables hasta hacer empeorar su vida. Toda vida humana es desigual y solo en determinadas etapas podría estar en evolución. Habrá de pasar por periodos aceptables y también muy buenos, pero no se podrá librar de los indeseables, ni tampoco que en su aproximación a la vejez habrán de retroceder las facultades, siendo inconcebible la evolución, entrándose en la fase donde se consuma gradualmente el desgaste de la vida, imposibilitando una mejora de las capacidades orgánicas. Los que viven la situación en que aparece más castigado el organismo, es inevitable que echen de menos las oportunidades y las vivencias de cada momento histórico que ha sido traspasado por la vitalidad fenoménica de la vida, o la fase de la conversión de la nada en ser hacia la trascendencia.

En la sociedad ocurrirá de parecida manera, salvo que se la quiera acoplar a un ritmo cientificista o marchar al son de la tecnología. De ser así, arrastrará a la civilización a un proceso imparable. Proceso que implicaría poner en camino a la totalidad, consistente en un encadenamiento en el que los demás elementos de la vida humana se adscribirán a la inevitabilidad funcional de la tecnociencia. La evolución no permite ni retrasos ni recuperaciones de otras formas anteriormente establecidas. Requiere el surgimiento continuo de novedades, prosiguiendo otra vía totalmente distinta de la que sigue la nostalgia. La evolución progresiva se desentiende del sujeto humano particular, al proyectarse en el colectivo. La evolución positiva de la civilización solo será posible con la fuerza dinámica que se nutre de las nuevas generaciones.

Si una sociedad consigue relevar a las generaciones pasadas hasta superarlas en disposición afectiva y material, cabe hablar de evolución. Las anteriores generaciones deberán quedar como molestos vestigios que el espíritu de la evolución tendrá que hacer desaparecer, porque frenarían el proceso imparable. La evolución progresiva no lo puede permitir porque corre el riesgo de detenerse, de limitar el impulso vital.

La nostalgia no sigue este itinerario, pues al intentar recuperar el pasado, no cambia la antigüedad por las nuevas generaciones. Lo importante consiste en saber cuál es la forma y los contenidos fundamentales de la evolución. Toda evolución progresista, implícitamente cambiante, es radicalmente transformadora, al dejar atrás las formas antiguas, que son superadas por nuevas medidas capaces de mejorar las prestaciones de las anteriores componentes, siempre adaptables al plano tecno-científico. Pero en el ámbito de la vida moral y espiritual del hombre, ni teórica ni prácticamente se puede aceptar que haya una superación positiva. Lo corriente es que se produzca un desfase entre la moral y lo tecnocientífico. El pensamiento evolucionista es destructivo en cuanto superador de etapas más o menos necesarias. La aplicación de un evolucionismo superador del trayecto en la vida personal y colectiva, presupone la destrucción de las creaciones y realizaciones humanas, porque lo único que puede percibir son unos residuos inactivos, que no podrían impedir continuar con la actividad imparablemente constante. La evolución, al ser destrucción de lo que de inmediato se convierte en antiguo, entra en conflicto con la necesidad de permanencia de diferentes obras humanas. Toda la vida humana requiere de lo durable para mantener lo bueno y mejor realizado y por la necesidad de respetar las distintas posiciones de los que forman la sociedad. La evolución progresiva cuando no va acompañada de un discurrir moral propio, se hace nihilista con tendencias fuertemente destructivas. Y al carecer de proyecto general, a fin de superar lo parcial y progresivo, marchará en vía libre hacia lo incesante. No tiene la posibilidad de mirar hacia atrás, salvo que por utilitarismo intente solucionar algunas necesidades.

La evolución progresiva, aunque parezca ilógico, va en contra de la naturaleza humana, ya que el hombre está hecho para desarrollarse estableciéndose, preparándose para ser, con avances, retrasos, deseos de permanencia y voluntad de repetir momentos o épocas pasadas. La evolución desgasta al hombre sin permitirle revivir los momentos rescatables de la vida. La evolución progresiva le arrolla cuando es dirigida por la tecnociencia, convirtiéndole en un pelele del tiempo, ya que el ser humano en determinadas etapas de su vida pierde la capacidad de una adaptación continua. Al quedarse a merced del movimiento de la tecnociencia se le transporta debilitándole en un avance gradualmente rápido, y si no puede seguir el ritmo, le desacopla de la sociedad hasta hacerle perder el dominio de su vida.

De este modo se acaba con la idea fundamental de que toda persona debe ser vida conferida para sí y el eslabón consciente que transmita su personalidad marcando a las generaciones venideras, sin que se desacople de la vida social. No hay individuo, incluso el muy progresista, que no proyecte su mente hacia atrás con nostalgia por una época, un periodo, unas horas, unos instantes, en los cuales no quisieran detenerlos y ajustarlos a la vida presente. Tampoco hay nadie que quiera volver o repetir situaciones a las que jamás se querría volver.

El evolucionismo progresivo obliga a olvidar, a eliminar de la conciencia el pasado, exigiendo a la vez a la persona que se postre ante la realidad, con la mente en la posición presente, aunque pueda estar enajenada por la ideología o por la mentalidad que forma la tecnociencia, implicada en intentar adelantarse al futuro para confirmar la situación del devenir. Le convierte en un ser desmemoriado, única posición admisible para estar en una continua fase adaptativa. Pero el presente se futuriza en tanto el futuro se hace presente cuando se proyecta. La vida se convierte para la persona en vivir solo el momento, sin descubrirse como ser con pasado, en expectativa de ser después de haber renunciado a lo vivido. El irremediable pasar no debe dejar constancia en el ser, sino en la inmaterialidad, a la que se procura ocultar la proyección humana con el propósito de hacer desaparecer de ella todo espíritu que ha conseguido transformar la naturaleza mediante el ingenio o la inteligencia.

Esta percepción de lo construido desligándolo del creador, se debe a la necesidad de ubicar a la mente humana en un proceso que, a la par que construye su presente, se desligue de los objetos inteligentemente formados, de manera que lo realizado en el ayer esté sin que se pueda extraer del objeto el espíritu que lo forjó. Es como si la forma tuviera vida por sí misma y no pudiera tener contacto o interpenetrarse con el espíritu humano, porque la exigencia adaptativa obliga a guiarse por la intuición, negándose a recurrir a la inteligencia del pasado para evitar la tentación de volverlo a actualizar. Asimismo, se evita poseer la memoria y la nostalgia por lo vivido. Se impide también tener la riqueza de la vida que se experimenta hasta lograr hacerse con conciencia de sí a partir de la memoria que valora las distintas etapas y momentos vividos y que, en vez de buscar solo la novedad, puede desear reconstruirlos, buscando la recreación o utilizarlo para establecer su propia condición.

La disposición de cada voluntad, esto es, el espíritu henchido de nostalgia de pasado para tener identidad en el presente, contrasta con las exigencias de la evolución, que es revolución que fuerza al cambio incesante. Aquí se puede equiparar la degradación orgánica con la decadencia del espíritu, convirtiéndose el individuo por propia voluntad en un cuerpo incapaz de superar la materialidad, equiparándose a cualquier otro organismo que carezca de la conciencia para entender su transcurrir. El proceso de la naturaleza proyectada en los demás seres vivos es adaptativo, sin que medien otros elementos que no sea el instinto de supervivencia. Si la tecnociencia determina el proceso en el individuo, será revolucionario por la obligación de tener una constante disposición a seguir el sistema creado por el mismo hombre, obligado a reducir su capacidad intelectiva para adaptarse al presente tanto como para prepararse para el porvenir. Inevitablemente se desliga de la trayectoria física del organismo que, en gran parte, sigue la transformación natural, hasta que le sea imposible continuar en movimiento aunque haya altas expectativas de futuro. El tránsito del organismo humano, salvo cortes imprevistos, consiste en reducir paulatinamente su presencia, disponiéndose a salir del tiempo, negándose a sí mismo para llegar espiritualmente a la nada, o, como energía corpórea, a la transformación energética.

En toda la historia humana ha habido una disfunción entre el cuerpo y el espíritu. Aquel sometido a la ley inexorable de la naturaleza, aunque se pueden retrasar los estragos y mantener la apariencia hasta la llegada de la «ley severa». El espíritu también se encuentra sometido a la ley natural, disponiendo de la libertad para alejarse de la secuencia biológica. Podrá vivir en transcursos distintos, incluso componiendo el tiempo si logra controlarlo, al menos en cierta medida, aunque de forma inexorable el proceso acabe en el sometimiento absoluto a la caducidad insita en el ser. Su victoria sobre la biología será posible si puede superarla con un yo trascendente, del que ya deja de estar sometido a la finitud que se degrada en la contingencia erosionándose hasta descomponerse. Cuando asume la capacidad, lo que supone tener libertad de espíritu, podría tomar posesión de sí mismo, reduciendo su dependencia biológica. Conseguiría vencerla en cuanto dejase de estar sometido a las categorías de espacio y tiempo, pudiendo fluir por lugares intransitables vedados a lo fenoménico. El espíritu constituido en imaginación incorpórea dinámica puede hacerse efectivo en la realidad, en tanto la voluntad lo requiera.

Una función fundamental del espíritu consiste en trascender para superar su dependencia orgánica, a fin de configurarse como ser hecho de presentes ensamblados en la memoria, que exige su constante presencia y la posibilidad de trasladarse espiritualmente a lo vivido para ser de nuevo vivificado, incluso para acoplarla al presente si consiguiera adaptarla a los requerimientos del espíritu.

Por el contrario, el evolucionismo progresista obliga a imponer la novedad, el cambio perpetuo e incesante. Requiere que el ser viva por delante de su existencia, exigiéndole la permutación constante, ya que es inapreciable la evolución biológica del organismo humano. La nostalgia es el recurso del espíritu individual para acogerse a la existencia irreal del pasado, como el efecto de lo que fue y que se actualiza por requerimiento del momento actual, necesitando tanto de lo manifestado en un haber sido como del ser en transición para repetir lo que le reclama para ser, cuya formación como espíritu se encuentra en lo acontecido. Experiencia acumulada que se objetiviza a partir de la substancia expectante a ser, calificándose la nostalgia como la demostración objetiva y subjetiva de que se ha sido y sigue siendo en tanto que se pueda acudir a la proyección de la memoria por sí mismo.

El evolucionismo progresista rechaza la nostalgia porque pretende ser solo un elemento, una especie de burbuja de aire vaciada del peso del recuerdo y de la experiencia, exhibiéndose en la realidad, como brotes instantáneos interrumpidos. El evolucionismo progresivo es el ser para la nada, porque en su trayecto no acumula, sino que continuamente parte de un vacío para ser solo presente. Solo el organismo, la biología compuesta en orden concreto, reclama atención por el transcurrir transformador y degenerativo hasta la caducidad insita en el ser que impedirá al espíritu evolucionar más. Solo la reproducción en otro ser naciente permitirá la continuidad de la vida humana una vez consuma las anteriores, aunque a la naturaleza nada le importe la personalidad precisa. La naturaleza triunfa sin tener la capacidad intelectual para apreciar al ser que se extingue, pues su mortecina pasividad le impide comprender lo que es su ser.

Lo incomprensible de la evolución materialista es que tiene una concepción de la existencia peregrinamente inconcebible. En la naturaleza, que no es inteligente y, por tanto, no piensa, surgen inteligencias limitadas que la comprenden, e incluso valoran la capacidad del todo, desprovisto de entendimiento. O, si se prefiere, de un sistema total sin espíritu y razón, que no puede entenderse a sí mismo, porque lo único probado es la espontaneidad mecanicista, incapaz de concebirse, ni tampoco asumir su inmensamente infinita capacidad creativa. Del todo más radicalmente estúpido o la absoluticidad inane del todo, surgen pequeñas inteligencias capaces de entender partes de la realidad, comprender la lógica de su configuración, e incluso explicar la causa de que no pueda entenderse. Es decir, que el sistema natural creado solo puede pensarse a partir de la inteligencia de los minúsculos seres, pero está limitado por no poder crear lo que consigue la naturaleza. Esta, que se crea a sí misma, no tiene ni cogitatum, ni proyecto, ni voluntad. En cambio, una de sus gestaciones, el hombre, el inconsciente azar causal, posee la capacidad de producir con voluntad y proyectar, aunque en los límites marcados por su propia naturaleza.

Por la senda de la evolución. ¿Superación de la nostalgia?

La evolución progresiva pretende ser la inteligencia que se exhibe dejando atrás el pasado sin permitirle recuperarlo. Su dominio supone apartarse definitivamente de la historia de la inteligencia humana, que se enclava en el hecho y en el estar haciendo, pero que, en su deseo de avanzar, se impone su propio movimiento hasta desconectar de la naturaleza, haciendo posible vivir en pleno artificio.

La nostalgia puede o no disponerse a estar en la naturaleza, pero representa una recuperación de lo acontecido. Casi siempre es un esfuerzo inútil, pues la vida se asienta en el fenómeno irrepetible, ya que siempre faltarán todos los elementos que confluyen en lo que ya existió y dejó de ser como manifestación fenoménica. Pero en el infinito ¿será irrecuperable?

La nostalgia pretende dominar el tiempo, transcurrir también hacia atrás, no solo para volver a reconstruir el pasado, sino para acabar proyectos no realizados, cambiar lo hecho, actuar de otra manera. Es como si pretendiera restituir el pasado y perfeccionar la conducta por haber cometido errores juzgados como perjudiciales para el futuro. El nostálgico no solo quiere volver a actuar con más acierto o inteligencia, también desea hacer aflorar los sentimientos con más perfección. Es muy poco probable que se pueda volver a repetir el pasado. Solo por el afán de recuperar y perfeccionar la situación podría ayudar a mejorar la vida personal. Cuando se asume el error y se tiene la voluntad de no repetirlo, se puede mejorar. La vida del individuo consiste en perfeccionarse en la práctica de la virtud, necesitándose de una continua rectificación, restituir al ofendido, mejorar el ámbito en el que se realizan los comportamientos, etc. La nostalgia no pocas veces permite liberarse del presente, e incluso renegar de él, por la incapacidad personal de entroncar con el espíritu que impera en cada tiempo.

El evolucionismo arrastra a la persona hacia el cambio continuo, sin poder apoderarse de la situación, formando el espíritu humano según el más radical nihilismo. Esta corriente asumida como evolucionismo es materialismo de lo viviente proyectado hacia la inanimación de la materia y también de la inteligencia, combinación de ideas y sentimientos que se deshacen en partículas y se pierden en el vacío, descomponiéndose en la nada como resultado final de un intrascendente existir en una naturaleza que no se puede comprender, cuyo orden en movimiento es inexplicable, pues la inteligencia humana solo puede captar la falta de sentido.

Se deduce que la evolución progresista es artificio mental, cuya pretensión probablemente más importante es la eliminación de la naturaleza humana y la constitución de un ser orgánicamente adaptado a un gran aparato que le permita apartar su vida de la ley natural, desprendiéndose para siempre de su ser histórico, como prueba irrefutable de su real naturaleza. La evolución asumida como voluntad de progreso, ante la falta de contenidos positivos para el ser humano y haberse convertido en una ideología desgastada por inasumible y fracasada, pretende acoplarse para sobrevivir a la tecnociencia, que impondrá sus propios criterios evolutivos, a la vez que es avalada por la creencia progresista en la revolución permanente. En su trayecto, más o menos lógico, converge un espíritu nihilista igualitario, cuyo deseo es destruir cualquier atisbo de existencia real en el ser, impidiendo cualquier posibilidad de sentirse ser en trascendencia. Ser que se hace para sí integrado en un orden asumido y triunfante al poder escapar al movimiento devastador del tiempo. El evolucionismo progresista consiste en ir desligando la personalidad humana —igualitarismo mecánico de género— hasta acabar con ella, siendo lo único importante el existir del movimiento espacial-temporal. La inteligencia solo entiende la representación de los actores activos del cambio impuesto, para proclamar la apoteosis del cambio, o el reduccionismo de la inteligencia a una ley física, incapaz de percatarse de los logros de su propio hacer, por faltarle la consciencia y la conciencia de su capacidad, que desembocará en la negación de lo que nunca fue. El ser o apariencia del ser, es una manifestación de la nada, que se vacía de su propio reflejo.

Licenciado en Ciencias Políticas