Tiempo de lectura: 4 min.

El prestigioso jurista Antonio Pau (Torrijos, Toledo, 1953) es un escritor excelente. Sus traducciones y ensayos de y sobre Rilke nos han acercado mucho más al gran poeta y son, por tanto, impagables. Es también un fino ensayista, de una cultura enciclopédica, que ni abruma ni sobrecarga, sino sobre la que nos alza, a hombros de gigantes, para que veamos más lejos y mejor. Admira la obra de Julián Ayesta, del que ha editado Cuentos (2001) y Dibujos y poemas (2003). Tiene, además, una casi secreta obra de creación.

Catálogo de huidas disponibles

Este último libro, en un primer vistazo, parece un conjunto de artículos, al modo borgiano de Historia universal de la infamia (1935), de amena erudición. Pau nos cuenta de epicúreos, estoicos, cínicos, gimnosofistas, cátocos, esenios y sarabaítas —que son mis preferidos—, hippies y yuppies. Nos lleva y nos trae del locus amoenus, de los gabinetes aristocráticos, de los huertos cerrados para muchos, de los jardines abiertos para pocos, de las torres de marfil, de las islas Utopías, de los falansterios, de las arcadias… hasta el momento de bajarse del mundo o al neorruralismo o al neotribalismo.

Manual de escapología (Ed. Trotta), 272 págs.

Nos explica el delicioso rentismo vitalista (tan envidiable), los tumbados o encamados del siglo XIX en Andalucía, los hikikimori (los jóvenes japoneses recluidos), el emboscamiento de Jünger, el cubiculum cordis de san Agustín o el castillo interior de santa Teresa. Se recrea en la desconexión digital y, para culminar, en el enamoramiento, como es natural. No es una lista exhaustiva.

Ni resulta una enumeración áspera o fáctica. Antonio Pau hace inteligentes asociaciones de ideas, sugerencias sorprendentes y reflexiones sabrosísimas. Para muestra un bocado: «La mejor metáfora de la droga es la manzana del Génesis. Es posible que no fuera una manzana, sino una cápsula de amapola, un cogollo de marihuana o una raya de coca. La serpiente prometió la felicidad a la primera pareja. El día que comáis el fruto prohibido “serán abiertos vuestros ojos y seréis como dioses” (Génesis 3,5). Pero, cuando al fin comieron, no llegaron al paraíso, sino que fueron expulsados de él (Génesis 3, 24).

La droga, que se toma como liberación, acaba condenando a la pérdida del paraíso, a no hacer pie en lo único que sostiene en la vida, que es la realidad. Por una liberación fugaz se pierde la libertad para siempre».

En “Manual de Escapología” se considera la huida un signo distintivo de nuestro tiempo, marcado por “El malestar de la cultura”, tal y como lo diagnosticó Sigmund Freud

Quien haga una lectura hedónica del libro hallará, por supuesto, materia para disfrutar, pero se perderá su latente dramatismo. Pau parte del claroscuro. Lo dice explícitamente: «Hay que dar a las realidades dolorosas su espacio propio, pero su espacio justo. Agotado ese espacio, hay que tener la valentía de huir». Antonio Pau está de acuerdo con Jean-Jacques Rousseau: «Hay una felicidad que sólo puede sentirse con la huida».

No es un ensayo culturalista, ni blando ni complaciente. Se huye porque nos oprime algo y porque hay razones para hacerlo, y que ha venido empeorando desde entonces. En Manual de escapología se considera la huida, además, un signo distintivo de nuestro tiempo, marcado por El malestar de la cultura (1930), tal y como lo diagnosticó Sigmund Freud, y que ha venido empeorando desde entonces.

Pau explica: «Con independencia de los motivos individuales de huida, hay tiempos reacios y tiempos proclives. Se trata, en el plano social, de un fenómeno parecido a las mareas: hay horas en que el mar se retira y retira los despojos que flotan sobre el agua, y horas en que el mar se encrespa y arroja los despojas a la orilla. El mundo que nos ha tocado vivir es de marea alta: arroja a los individuos a la huida». Este libro es, al sesgo, un estudio de nuestra época y de su inquietud interior.

Por una huida responsable

El autor, que no puede olvidar que es un jurista, busca casi aristotélicamente el punto de equilibrio entre la huida legítima y la excesiva. Porque «en nuestro tiempo se ha hipertrofiado lo que Bauman llama avoidence; la capacidad de eludir. El hombre de hoy se ha convertido, o se está convirtiendo, en un fugitivo tanto personal como social» que empieza a huir descaradamente de los compromisos más necesarios.

Como un legislador sistemático, Antonio Pau empeña toda su capacidad intelectual y literaria en diferenciar, como quien no quiere la cosa, categorías, causas y consecuencias. Ama tanto el orden, que lamenta que en el idioma español no diferenciemos con dos palabras la soledad de la que se huye (loneliness, en inglés y Alleinsein, en alemán) de aquella que se desea (solitude, en inglés y Einsamkeit, en alemán); o que todas las lenguas modernas hayan perdido la distinción que existió en sánscrito entre la compañía que nos espanta (dutsang) y la que buscamos (satsang). Sin embargo, tal vez se equivoque aquí, porque todo su libro consiste, precisamente, en sopesar las diferencias que hay entre las huidas auténticas y las espurias con gran finura psicológica. Para lo cual contribuyen las zonas de penumbra y los sutiles solapamientos. Cierta indeterminación lingüística permite la ponderación de los matices esenciales y de las irisaciones del alma humana.

El criterio que le guía es la búsqueda de la felicidad. «“Los escritos de Epicuro son una propuesta de felicidad”, ha escrito Emilio Lledó», ha subrayado Antonio Pau, cuyo libro es, por encima de todas sus otras dimensiones, una propuesta de felicidad. Lo dice explícitamente a menudo: «De manera que para alcanzar la meta última de la huida, que es la felicidad, el hombre tiene que pasar por esa meta previa que es el sosiego». Y significativamente el epílogo, esto es, la conclusión, se titula «Huida y felicidad». «Son felices» son las dos últimas palabras del libro. No nos hace sólo un catálogo de huidas ni se conforma tampoco con justificarlas, sino que las integra en una búsqueda superior de un sentido de la vida.

Manual de Escapología consigue su fin con independencia de que nos animemos o no a emprender algunas de esas huidas a las que con tanto encanto se nos invita. Obtendremos, como mínimo, la misma felicidad que halló el Kempis: «He buscado reposo por todas partes y no lo he encontrado en ningún lado, salvo en un rincón con un libro». Las huidas que Pau nos propone nos invitan a la felicidad, pero su lectura ya la da. Si tuviese que escoger un capítulo, «Beatus ille» es, nomen omen, una maravilla, un latifundio en sí mismo al que retirarse de vez en cuando.

Poeta, crítico literario y traductor.