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La conmemoración de centenarios se ha convertido en una forma, no sólo de recuperar la memoria, sino también de redefinir sus contenidos siguiendo los moldes que impone la atalaya, a menudo parcial e interesadamente amnésica del presente. Esta saturación de recuerdos fechados que puebla nuestra vida en los últimos tiempos puede interpretarse de distintas formas aviesas que, con seguridad, tienen algún fundamento; pero, una vez depuradas éstas, sobresale la más relevante: la necesidad de evaluar el pasado para construir el futuro a partir de algo más que rancias creencias vertidas en los quebradizos cántaros de los prejuicios. Y si esta labor se viene realizando últimamente con tan infatigable persistencia es porque nuestro tiempo -llámesele modernidad, postmodernidad, o como se quiera— requiere más que nunca de la construcción de relatos que doten de sentido al pasado para que, de forma refleja, se construyan las identidades individuales y colectivas. Es, en definitiva, una forma de pasar factura a nuestros mitos sometiéndolos a un interrogatorio tan ponderado como incisivo.

Ésta es precisamente la tarea que ha abordado con tanta energía como éxito el libro que nos ocupa. Auspiciado por la Fundación Central Hispano y con el apoyo del instituto de opinión Tábula -V, del que Amando de Miguel es director de estudios y Roberto- Luciano Barbeito director técnico, este trabajo constituye una auténtica rareza, no sólo dentro de nuestro ya casi abotargado panorama editorial relativo a las efemérides, sino además —y esto es lo esencial-, en el del pensamiento. Los autores han abordado el estudio de la generación del 98 desde la perspectiva de cuál es la vigencia en la sociedad española actual de los valores fundamentales que vertebraron a los escritores e intelectuales que formaron parte de ella, tales como el pesimismo, la apatía, la desconfianza en los demás, el rencor, la envidia, el fatalismo, el desencanto, la inseguridad y otros que, de forma bastante benevolente, se podrían encuadrar en un genérico sentimiento trágico de la vida mal digerido. Valores que han pasado a formar parte del imaginario colectivo español como los consustanciales de nuestro país hasta el punto de alcanzar el rango de estereotipos del carácter nacional, y sobre cuya aceptación acrítica descansa buena parte de cierto determinismo derrotista que ha invadido la vida cultural, social y política de España durante el siglo XX.

El libro es tan novedoso en su concepción como en sus hallazgos. Se divide en tres partes perfectamente diferenciadas. La primera se ocupa de rastrear, apoyándose en un exhaustivo análisis de fuentes tanto primarias como secundarias, los valores y representaciones fundamentales que produjeron los escritores comúnmente adscritos a la llamada generación del 98 (Unamuno, Azorin, Baroja, Ganivet, Valle) a través de su producción literaria y ensayística, sin descuidar ofrecer una panorámica de las ideas más importantes que dieron forma al regeneracionismo, éstas ya ofrecidas en clave estrictamente política. La segunda y más voluminosa se ocupa de presentar los datos obtenidos por una encuesta realizada a propósito en junio de 1997 para contrastar el grado de permanencia que tienen las ideas predominantes en los intelectuales de la generación analizada en el sentir actual de los españoles. La tercera -y, a su vez, la más comprometida- presenta un conjunto de propuestas de los autores sobre algunos de los problemas que consideran de más urgente abordaje en España.

El libro es una auténtica apuesta de originalidad en su concepción y desarrollo. Parte de una premisa tan arriesgada como fructífera: la producción de las élites intelectuales y artísticas influye en la sociedad que les da cobijo, hasta el punto de que sus ideas conforman en buena medida la percepción que la gente tiene sobre sí misma. Esto, dicho así, puede resultar excesivo, cuando no sobrecogedor. Los autores ya se encargan de matizar esta afirmación a lo largo de su obra, pero, en cualquier caso, es utilizada como la hipótesis principal que sustenta la investigación. Aserto tan poderoso no podía menos que embarcar a quien lo realizara en un trabajo de largo alcance. Y, en efecto, así ha ocurrido. Este libro se presenta como una inhabitual combinación de sociología empírica con una hermenéutica cultural que se ve obligada a sortear los riegos -tan lamentablemente frecuentes, por otra parte- de la evanescencia retórica que suele rondar por alguno de estos estudios. Pero, en esta ocasión, el rigor de la necesaria traducción de los conceptos en variables susceptibles de ser cuantificadas hace que los autores aborden con finura y precisión esta tarea.

En términos generales, el análisis confirma la hipótesis de los autores: la peculiar forma de ver el mundo -y, por ende, de actuar en él— legada por la generación del 98 y los regeneracionistas carece de virtualidad en nuestros tiempos, aunque sí la tuvo durante buena parte del siglo XX. El resentimiento larvado, la melancolía paralítica y el pesimismo recalcitrante (casi furioso, en la versión española), ya no son, al igual que un buen número de valores negativos, los componentes básicos del carácter nacional. Los resultados de la indagación van todavía más lejos: hablar del carácter nacional no tiene fundamento alguno, al menos en los tiempos que corren. Así lo demuestra el tratamiento de los datos obtenidos a través de la encuesta.

No obstante, cabría hacer una precisión. La lectura del libro deja un cierto poso de melancolía que, en ningún caso, forma parte de la herencia de la generación del 98. Y ello no sólo es debido -o, al menos, no fundamentalmente- al panorama tan complejo como no excesivamente halagüeño -aunque razonablemente esperanzador- que la interpretación de los datos nos ofrece. No en vano los autores no dejan de repetir que cierta dosis de pesimismo bien atemperado constituye el mejor acicate para la acción. Posiblemente, éste haya sido uno de los factores más íntimos que haya impulsado a la elaboración de este libro. Porque el libro, a pesar de su profuso y elaborado aparato estadístico que podría ofrecer una primera apariencia de frialdad, es honda y sustancialmente un libro íntimo; lo es en la medida en que la pasión por el conocimiento viene de la mano de una sentida convicción de su utilidad para cambiar las cosas que parecen inaceptables. Y la ironía con la que los autores salpimentan muchos de sus comentarios es, a la vez, una forma de ahuyentar la resignación y una espuela para la conciencia.

Por todo ello, estamos ante un libro que recoge el guante del mejor regeneracionismo cuando, en su parte final, los autores exponen sus propuestas sobre algunos de los asuntos que requieren una urgente solución en nuestro país: el nacionalismo, los medios para mejorar la vida pública, la redefinición de las reglas de juego de las instituciones, la educación universitaria y las distintas formas de discriminación. Aquí, los autores tienen el tacto de formular sus planteamientos a título personal cuando éstos son divergentes – lo cual ocurre con frecuencia. Todo un ejercicio de civismo que no está a la zaga de la altura científica y evocadora originalidad de su obra.

Los mejores libros suelen traer, por así decirlo, otros libros bajo el brazo. En este caso, sería interesante que, utilizando el utillaje intelectual y metodológico que se ha empleado en éste, se abordara el intento de determinar cuál es -si es que existe- la generación de escritores e intelectuales que está marcando nuestro fin de milenio, así como los valores y creencias que ellos transmiten a la sociedad y su grado de penetración. Una tarea difícil, quizá imposible a causa de su probable falta de fundamento y perspectiva histórica. En cualquier caso, sería un empeño que encontraría buena parte de su camino ya allanado por el excelente trabajo de Amando de Miguel y Roberto-Luciano Barbeito.