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Se ha convertido ya en una frase hecha, por tantas veces repetida, que la Unión Europea (UE) se enfrenta a una grave multicrisis (económica, monetaria, inmigración, terrorismo, populismos…) cuyo último componente ha sido el Brexit, es decir la decisión del pueblo británico de salir de la UE.

En efecto, hace ya seis meses que los británicos votaron a favor de salir de la UE, y lo hicieron pocos días antes de que se cumplieran cien años del inicio de la batalla del Somme (1 de julio de 1916), conocida como el «Verdún de los ingleses». En el primer día de combate los británicos tuvieron 20.000 muertos y 40.000 heridos. Y cuando acabó, cuatro meses después, 1.200.000 soldados habían muerto, de los cuales 400.000 eran británicos.

Son cifras que hielan la sangre y el entendimiento. Con nuestra mentalidad de hoy nos resulta imposible comprender cómo fue posible esa loca carnicería. Pocos días después del referéndum el presidente Hollande y el premier Cameron, dimitido y con cara de circunstancias, depositaban flores en los bosques de tumbas que cubren los campos de batalla. Pero en realidad nadie les prestaba demasiada atención. La juventud europea de hoy cree imposible que esa tragedia vuelva a ocurrir y le parece que la paz es el estado natural de las cosas. Pero no debemos olvidar que esa paz la debemos al proceso de integración europea, gracias al cual los europeos hemos pasado setenta años sin degollarnos los unos a los otros como acostumbrábamos a hacerlo con monótona frecuencia.

Pero una vez conseguida, resulta que la paz ya no es un elemento movilizador. Europa es la paz. Bien, ¿y que más?, parecen preguntar los euroescépticos y eurófobos que crecen en todos los países y han demostrado ser mayoría en el Reino Unido. Tienen razón en pedir que sea algo más, algunos queremos que sea mucho más, pero no deberíamos dejar de reconocer el enorme mérito que tiene lo que ya ha conseguido. Porque no hay nada más fácil que volver a soplar sobre las cenizas de un fuego que se creía apagado para volver a provocar incendios, como los que costaron tantas vidas en el Somme.

Pero nos guste o no, los británicos han decidido, por mayoría simple (no había ninguna exigencia de quórum ni de mayoría cualificada en el referéndum) dejar de pertenecer a la UE y no cabe sino respetar su voluntad. Y también pedirles que la ejecuten cuanto antes. Muchos de los que apoyaron el Brexit ahora parecen horrorizados por el resultado. ¿Es concebible un segundo referéndum como han pedido ya más de cuatro millones de británicos? Un segundo referéndum, o cualquier intento de utilizar la actual mayoría anti-Brexit en la Cámara de los Comunes para frustrar el resultado del primero, podría crear más división y hacer más impopular la causa europea. Pero no todos lo británicos lo ven así, y algunos piensan que no todo está perdido y que cuando se vean las consecuencias económicas de la decisión crecerán las presiones para que esta se reconsidere.

Desde el punto de vista del resto de la UE, han florecido las demandas de aprovechar la ocasión con audacia para evitar la decadencia del ideal europeo. ¿Puede el abandono británico servir para provocar el salto adelante en la integración que necesitamos? Puede ser difícil, porque la pareja francoalemana, sin la cual no hay nada que hacer, está en desacuerdo en casi todo, desde la inmigración a la política monetaria y a cómo tratar el excesivo endeudamiento de las economías europeas.

Merkel, que tiene elecciones el próximo año, sabe que no es eso lo que pide su opinión pública y teme que más integración dé más argumentos al partido euroescéptico Alternativa para Alemania que tiene el viento en popa en las encuestas.

Y en Francia van a vivir en plena precampaña de las presidenciales con la amenaza de que la señora Le Pen aproveche el tirón populista que representa la victoria de Trump en Estados Unidos. El que el candidato de la derecha vaya a ser, también por sorpresa, el señor Fillon al que el derrotado Sarkozy calificaba de perdedor cuando era su primer ministro, aumenta la incertidumbre en la que va a vivir sumida la política interior francesa. Malos tiempos para tomar decisiones trascendentales en lo que al futuro de Europa se refiere

Para alumbrar ese futuro, y aunque no sirva de mucho llorar sobre la leche derramada, es ilustrativo preguntarse por qué han ganado los partidarios del abandono de la UE.

Y no se me ocurre mejor forma de responder a la invitación de comentar las causas y consecuencias del Brexit que resumir el debate que al respecto tuvimos en el consejo de administración de la Fundación Delors Notre Europe, en el que participaron personas de varias nacionalidades, entre ellas británicos. Entre todos se efectuó un análisis más profundo y completo del que yo hubiera sido capaz de hacer, y a cuyas conclusiones me refiero.

Quizás ganaron los brexistas porque la UE no concedió a Cameron cambios suficientes en el estatus del Reino Unido. O porque el partido laborista tardó en presentar una defensa unificada de la permanencia y su líder, Corby, fue débil y titubeante. O porque las políticas de austeridad han reducido los niveles de vida y creado pobreza y marginación. O porque no se comunicó con eficacia una narrativa coherente y positiva acerca de la utilidad de la UE y de su futuro. O, quizás y sobre todo, se perdió porque en realidad el referéndum sobre salir o no de la UE se convirtió en un referéndum sobre la inmigración, haciendo creer a muchos británicos que, por culpa de la UE, serían invadidos por miles de refugiados como le ocurre a Grecia, cuando en realidad no ha llegado ninguno a sus costas. Y que la entrada de Turquía, presentada como algo inminente, agravaría el problema.

Por lo que cuentan los amigos británicos, la campaña ha sido de muy baja calidad. El triunfo de las emociones y las falsedades sobre las razones y los datos constatables. El Reino Unido solía ser reconocido por la calidad de su debate público y de sus órganos de radiodifusión, por la cortesía, la decencia y el selfrestrain, la autocontención, de su gente. Algunos se preguntan si este sigue siendo el mismo país que conocían desde hace veinte o treinta años. ¿De dónde ha salido sino tanta tosquedad, con la gente insultando a los inmigrantes polacos, buenos trabajadores, residentes legales como ciudadanos europeos que son, que pagan sus impuestos y han contribuido a la prosperidad del país, pidiendo que se vuelvan a sus casas?

Las consecuencias serán malas para todos. Esto no es un juego de suma cero, sino que todos salimos perdiendo. Creo que los británicos más que el resto de los europeos. En términos económicos se les ha explicado por todos los medios que salir de la UE tenía muchos inconvenientes para un país con un fuerte déficit comercial con la Europa continental. Y que las soluciones que habrá que buscar ahora no les permitirán evitar la libre circulación de los ciudadanos comunitarios si quieren mantenerse en el mercado único en condiciones parecidas a las de Noruega. Y más no van a obtener. Y en términos de aportaciones de recursos al presupuesto comunitario tampoco les va a salir gratis porque Noruega también tiene que contribuir y, además, sin poder influir en las decisiones comunitarias que les son de aplicación.

En cualquier caso, y sean cuales sean sus causas, lo que es seguro es que el Brexit provocará un choque geopolítico de la mayor importancia y no solo para la UE. Cierto que la UE tiene otros desafíos, quizás más graves, como nos lo recuerdan trágicamente los atentados terroristas y las dramáticas consecuencias de los insoportables niveles de desempleo en muchos países, especialmente el nuestro. Pero el Brexit puede actuar como un catalizador que nos obligue al menos a repensar qué clase de Europa queremos construir y en qué consiste la identidad europea.

Ese concepto ya estaba cuestionado antes del Brexit y no solo en el Reino Unido. Pero el Reino Unido es un caso muy particular dentro de la construcción europea. El Brexit ha sido provocado por el desacuerdo latente que ha existido desde el principio en las relaciones entre el Reino Unido y «Europa». A ello se han añadido varios factores coyunturales que han contribuido al resultado del referéndum, entre ellos el rechazo social a las élites políticas y financieras londinenses y las luchas de poder en el seno del partido conservador. El resultado refleja también las características específicas desde el punto de vista histórico y geográfico del Reino Unido: su insularidad, su pasado imperial, su apertura económica más global y su decidida resistencia al nazismo. Estas características explican por qué los electores de mayor edad no son tan «proeuropeos» como en otros países, en particular en el nuestro. La eurofobia de la prensa populista británica también ha desempeñado un papel clave en el resultado del 23 de junio.

Un aspecto positivo del Brexit es que ha demostrado que la UE no es una «cárcel de los pueblos»; los británicos son libres de salir de ella, si finalmente llegan a hacerlo, porque una mayoría así lo ha deseado. Pero las cuestiones que se debatieron en el Reino Unido se plantean en otros países y continuarán siendo objeto de debates en la mayoría de los países comunitarios y en Bruselas, sobre todo en lo que se refiere a la libre circulación de personas y de trabajadores y el equilibrio del poder entre la UE y sus Estados miembros.

Desde esta perspectiva, una cuestión muy relevante es si el Brexit va a ser una vacuna contra nuevos abandonos de la UE o si por el contrario va a generar un «efecto contagio» estimulando referéndums nacionales sobre la pertenencia a la UE en otros países europeos. Es posible que así sea ya que en varios países las fuerzas políticas minoritarias reclaman los referéndums por ser incapaces de conquistar el poder por la vía habitual de la democracia representativa. Pero me parece que las dificultades que se están poniendo de manifiesto sobre cómo administrar el Brexit en la práctica y sus efectos económicos negativos, van a producir más bien un «efecto vacuna» y disuadir esos intentos.

Tampoco conviene confundir el euroescepticismo, la crítica a menudo contradictoria de la UE, y la degradación de su imagen, con la eurofobia, es decir, la voluntad de salir de la UE. En el caso de muchos Estados miembros,

salir de la UE significaría también salir del euro y del espacio Schengen (la supresión de fronteras interiores) y esta doble ruptura tendría consecuencias mucho más graves que la «simple» salida británica, ya que a fin de cuentas el Reino Unido no está ni en la unión monetaria ni en Schengen, aunque sea ya de por sí suficientemente desestabilizadora para el Reino Unido.

Por todo ello, y pecando quizás de optimista, no creo que el Brexit sea el inicio de un proceso de «desintegración» de la UE. A pesar de las importantes divisiones entre los pueblos y los Estados miembros que la componen, no creo que haya muchos que tengan ganas de imitar a los británicos. Más bien al contrario, sobre todo el Brexit puede ser una oportunidad para que la Unión Europea tome conciencia de la gravedad de sus crisis y decida a actuar con mayor energía.

Lo peor que nos podría ocurrir es que nos dediquemos los dos próximos años a discutir cómo sale el Reino Unido de la UE olvidando otras cuestiones urgentes e importantes. Las autoridades nacionales y europeas deben centrarse ahora en estas cuestiones, insistiendo en la idea-fuerza de que unidos somos más fuertes en el mundo globalizado.

Hay que poner mayor énfasis en la voluntad común de conciliar la eficacia económica con la cohesión social y la protección medioambiental, en un sistema político pluralista. Y adoptar decisiones que traduzcan esta voluntad, única en el mundo, en iniciativas concretas que potencien el crecimiento y el empleo; por ejemplo, mediante un nuevo gran plan de inversión que amplíe el «plan Juncker», claramente insuficiente.

Hoy más que nunca hay que dejar claro que «la unión hace la fuerza», frente al terrorismo islamista, el caos en Siria y en Libia, los movimientos migratorios caóticos, la agresividad rusa, el descontrol de las finanzas, la dependencia energética, el cambio climático y la emergencia de China como actor político que reclama su parte de poder en el reparto global. Hay que recordar a los europeos que después del Brexit ya solo representarán el 6% de la población mundial.

La UE debe permitirnos afrontar mejor estas amenazas, compartiendo nuestras soberanías. Hay que explicar a los europeos que después del Brexit Europa ocupara una posición menos central todavía en un nuevo mundo de oportunidades pero también cargado de amenazas. Para ello, hay que dirigirse a los corazones y espíritus de los ciudadanos europeos, y no solo a su raciocinio pragmático, para responder a sus esperanzas y temores sin reducirlos a meros consumidores o contribuyentes.

El Brexit puede ser otra ocasión de llamar a bomberos para apagar el incendio de una nueva crisis. Pero la UE no solo necesita bomberos, necesita arquitectos y profetas capaces de dar rumbo y alma a esta Unión única en el mundo, forjada tras el horror y la pena de las dos grandes posguerras, pero que conserva su pleno sentido en un mundo globalizado, que las nuevas generaciones necesitan más que nunca, aunque hoy parezca más cuestionada que nunca.

Pero tampoco hay que olvidar las tareas pendientes que de inmediato plantea el Brexit. Aunque nos hubiera gustado ahorrárnoslo, hay que administrarlo y gestionar la decisión de los británicos. Brexit means brexit nos dice la primera ministra británica. ¿Pero qué hay detrás de esta frase tautológica? ¿De qué Brexit se trata, de un hard brexit, de un soft brexit o de un brexit a la medida?

¿En que términos se va a desarrollar el comercio entre el RU y la UE? Qué quiere ser ahora el RU, ¿little England o el global UK?

Eso suponiendo que el Reino Unido siga unido, porque los resultados de Escocia marcan claramente que ellos quieren quedarse y van a pedir para ello un segundo referéndum de autodeterminación. Cameron ha actuado como un aprendiz de brujo y al final ha perdido el control.

Y tampoco parece que el nuevo gobierno británico lo haya recuperado. Casi seis meses después del referéndum del 23 de junio de 2016, no se sabe cuál es su plan para gestionar el Brexit y las relaciones futuras con la UE, ni cuál es su hoja de ruta para las negociaciones, ya sea en la aplicación del artículo 50 o para una futura relación comercial. ¿El Reino Unido se queda en el mercado único? ¿En la unión aduanera? ¿Con un acuerdo de libre comercio a medida? ¿El modelo noruego? ¿El suizo? ¿La vieja Área Económica Europea? ¿Como Canadá?… ¿O como Albania?

No parece que tengan un plan. En parte debido a profundas divisiones en los niveles más altos del propio gobierno. En parte porque da la impresión de que los nuevos ministros no entienden la UE. Y en parte porque los propios procedimientos que hay que aplicar constituyen una variable impredecible.

Pero mientras los británicos se lo piensan, y a lo mejor se lo piensan dos veces y Brexit acaba no significando Brexit… como el no al final no fue no, insisto en la idea de que los europeos debemos pensar seriamente sobre qué queremos que sea nuestra unión.

No podemos perder dos años discutiendo cómo se van los británicos, sino acelerando las soluciones a los problemas que tiene la UE y que a lo mejor se resuelven mejor sin su miembro más reticente. Deberíamos ser capaces de dar saltos cualitativos como los siguientes:

  • El euro como instrumento de progreso compartido, lo que exige cambiar el sistema de piloto automático basado en reglas fijas e inamovibles, por un verdadero gobierno europeo, dando más legitimidad democrática de sus órganos, empezando por el Parlamento Europeo.
  • Considerar los problemas del desempleo y de la desigualdad como problemas europeos, como bienes comunes que exigen soluciones a escala europea.
  • Garantizar la seguridad en nuestras fronteras exteriores, que son fronteras comunes a todos y no solo del Estado que está en una determinada posición geográfica. Creando una guardia costera europea y un sistema de asilo europeo que reparta las cargas que la actual situación geopolítica produce.
  • Y aumentar la cooperación en materias de seguridad para hacer frente a la amenaza terrorista, en la capacidad de defensa común y en la política exterior.

Solo así los europeos podrán ver que su Unión es una fuerza que impulsa su prosperidad y garantiza su seguridad. Ojalá que el Brexit sea la ocasión para avanzar en esa dirección.

Ex Presidente del Parlamento Europeo. Catedrático‹‹Jean Monnet›› en el Instituto Complutense de Estudios Internacionales