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Eduardo Maura participó hace unos meses en un seminario con Ángel Gabilondo y le impresionó que el ex ministro de Educación insistiera en que toda palabra es un acuerdo. Recordó ayer Maura su intervención ante Gabilondo: habló de su experiencia de adolescente en el País Vasco, entre 1994 y las elecciones plebiscitarias de 2001, tras el asesinato de Fernando Buesa y de Jorge Díez; habló del tabú del conflicto.

Esa idea, la del tabú del conflicto, fue la que desarrolló este lunes pasado en UNIR, ahora como ponente principal, en una jornada académica sobre ¿Conflicto o consenso? dirigida por Miguel Ángel Garrido Gallardo, catedrático de Análisis del Discurso (CSIC) y editor de Nueva Revista. La tesis de Eduardo Maura: “No hay poder político sin conflicto; la democracia es imposible sin el conflicto”.

Los elementos que introdujo para dar consistencia a esa tesis fueron los siguientes:

Homero trata por igual a los bárbaros que a los griegos. En el capítulo nueve de la Odisea relata que los cíclopes no tenían asambleas, ni leyes que les permitiera el cuidado recíproco. Los persas que retrata Esquilo son dignos enemigos, no esclavos humillados.

No hay poder político sin conflicto; la democracia es imposible sin el conflicto 

Si hay política es porque no hay visión de partido único, monolítica. Al caos se impone el orden de Zeus, pero podría haber habido otro orden. El orden es provisional. El caos sugiere que si todo fuera caos regiría la ley del más fuerte y sin caos gobernaría la ley divina. Con la democracia lo que se impone no es ni la ley del más fuerte ni la ley divina. En el orden democrático el más débil puede tomar la palabra y contribuir a las decisiones.

La democracia pone el conflicto en el centro del debate y lo fomenta con instituciones como la tragedia. La tragedia es una forma de intervención en la realidad. No evade el conflicto ni los aspectos irracionales y oscuros del alma, el caos interno. Hay falta de correspondencia entre intención y resultados de la acción. No somos dueños de las consecuencias de nuestros actos. Y de ahí proviene la apertura. La indeterminación ocupa un lugar prominente en la vida humana. Se construye el civismo con el conflicto. Si hay cosmos es porque antes había caos. Edipo maldice el conflicto y se transforma en rey, fiscal, juez, acusador y sacerdote. Lo que le lleva al desenlace que le lleva. Habría sido otro con la separación de poderes.

La opinión pública ha de convivir con el conflicto, de lo contrario generamos tabúes 

Consecuencias de lo anterior: la provisionalidad. Lo que es podría haber sido de otra manera y es modificable. El nosotros democrático delibera, tramita y soluciona conflictos. Pero hay que estar muy precavido ante el señalamiento constante en la vida pública de los otros. La opinión pública ha de convivir con el conflicto, de lo contrario generamos tabúes.

Hubo después un turno de intervenciones.

José Luis Villacañas, catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, sostuvo que el conflicto tiene que ser franco. “Donde no hay verdad en la exposición del conflicto, no puede haber consenso”. El conflicto que nos lleva a situación de escalada se produce, en parte, por no ser franco, de tal manera que hasta pensamos que el otro puede ser eliminado. Lo deseable a veces es la indeterminación y la prolongación del conflicto, todo lo necesario hasta que haya consenso. No hay soluciones definitivas. Hay que evitar la aceleración de soluciones. Por ejemplo, dijo, en Suecia, ante un problema, todos exponen abiertamente lo que piensan, pero se demora lo necesario el acuerdo hasta que no se llegue a una forma de consenso.

Donde no hay verdad en la exposición del conflicto, no puede haber consenso

Ignacio Amestoy, director de UNIR Teatro, desarrolló la idea de que un sociedad del entretenimiento no sabe confrontarse ni con la anagnórisis ni con la catarsis. Hay miedo en nuestra sociedad al conflicto y al diagnóstico. El conflicto es un elemento dinamizador.

Hay cosas que no se pueden consensuar 

Emilio del Río, profesor de Filología Clásica, diputado del PP, introdujo el aspecto del diálogo como elemento de consenso y como artefacto poderoso en la búsqueda de la verdad. Consenso no era necesariamente inmovilismo ni conflicto necesariamente elemento dinamizador: “Hay cosas que no se pueden consensuar”, como la igualdad del género humano.

Manuel Cruz, catedrático de Filosofía de la Universidad de Barcelona, diputado del PSOE, echó de menos una definición de conflicto y de consenso por parte del ponente. También matizó a Maura por lo que se refiere a la interpretación de los aspectos irracionales y oscuros entre la acción y la intención. Precisamente lo que hace la ciencia es aclarar continuamente lo que se supone que pueda haber de irracional en esas divergencias entre acción e intención. Puso el dedo en la llaga al tratar el nosotros como una construcción sin base real frente a los otros.

Josep Lobera, profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid, aplicó lo oído a la situación política en España. El conflicto se nutre de la parcialidad y de narrativas en las que no se ve o se malinterpreta al otro, como acontece en Cataluña y en la guerra mediática (algunos medios catalanes; el resto de medios de España). Insistió en que el consenso responde a momentos precisos, como la Transición, pero “hace diez años ya se hablaba de reforma de la Constitución” y “no se ha hecho nada”.

Nuria Sánchez Madrid, profesora de Filosofía de la Universidad Complutense (Madrid), propuso que a los conflictos y a los consensos, que viven en la política, se les diera solución en los momentos más tranquilos, desdramatizándolos. Como Lobera subrayó que ante los otros hay que generar consenso, pero esos consensos son contingentes, y han de tener en cuenta siempre un nosotros atravesado de diferencias, sin quedarse en el narcisismo de las pequeñas diferencias.

Manuel Herrera, catedrático de Sociología, UNIR, puso en juego el elemento de la relación y defendió que es mejor un mal acuerdo que ninguno. Hasta cierto punto el conflicto era una buena noticia: “Hay conflicto porque las instituciones duras han desaparecido”.

Finalmente Eduardo Maura respondió a las objeciones en estos términos: había preferido dejar abiertas las definiciones de conflicto y de consenso, pero en cualquier caso la devaluación del conflicto conduce a la devaluación del consenso. Su interés era luchar sobre todo contra “el tabú del conflicto”, sin que eso implicara condescendencia con crímenes. Las instituciones son clave para que se resuelvan los conflictos. El diálogo, sin ser consenso, es parte de él. Mencionó el 15-M y su No nos representan; opinó que ese nos no estaba claro aún a quién se refería.

Director de «Nueva Revista», doctor en Periodismo (Universidad de Navarra) y licenciado en Ciencias Físicas (Universidad Complutense de Madrid). Ha sido corresponsal de «ABC» y director de Comunicación del Ministerio de Educación y Cultura.