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La francesa Vanessa Rousselot estudió historia y realizó un máster sobre «La ciudad de Jerusalén entre las dos guerras mundiales». En el Líbano entrevistó a refugiados palestinos que habían vivido en la capital judía hasta 1948. Residió un tiempo en Belén. Allí se percató, una vez que había aprendido árabe y las bases de la lengua hebrea, de que el conflicto entre esos dos pueblos lo visualizaba la gente corriente muchas veces con chistes. Filmó un documental sobre el humor palestino, intentado «poner una mirada nueva sobre una realidad que ya existe«. Así se ejercitó, sobre la marcha, en storytelling, en la técnica de la narración.

Tras su estancia en Oriente Próximo trabajó como documentalista para la televisión en Francia, y con el fotógrafo francés Yann Arthus-Bertrand, «muy reconocido por sus fotos desde el cielo», pero también por su trabajo documental para sensibilizar a los ciudadanos europeos sobre los objetivos del milenio para el desarrollo. «Nadie se interesa por una lista de objetivos, pero de repente, cuando tienes una persona que te cuenta: ‘Soy de un pueblo del sur de Bolivia, nunca he ido al cole, mi niña va sin zapatos…’, las cosas cambian. Historias como esa es lo que lleva a entender la lista de objetivos, que de lo contrario se queda en algo un poco frío».

Rousselot regresó a España en 2014, becada como cineasta de la Casa de Velázquez, una institución con sede en Madrid del ministerio francés de Cultura. Regresó porque «había aprendido español con 14 años, en un intercambio con una chica de Sevilla que se ha convertido en una gran amiga mía. En la casa de esta chica trabajaba una joven peruana de 21 años que tenía una hija en Perú. A mí me llamó mucho la atención esa chica que me llevaba solo seis años y con una vida tan distinta de la mía». Rousselot realizó, pues, otro documental, titulado “En otra casa” (y muy premiado), con empleadas domésticas como protagonistas. «A veces parece que no hay historia, ‘una interna de 21 años, no hay historia’, se puede pensar, pero si lo miras de otra manera puedes descubrir a una auténtica heroína: a una muchacha que se ha ido sola, sin ninguna garantía de nada, y que está ahí intentando realizar un sueño que a lo mejor nunca conseguirá, de lo cual ella es muy consciente». Añade a este respecto: «La gente que grabo en mis documentales no son nunca objetos. Son personajes que entienden lo que quiero hacer y vamos juntos de la mano a conseguirlo».

En estos momentos Rousselot trabaja como realizadora del canal franco-alemán ARTE y también en una serie de podcasts para Audible; en historias de superación para Diario Vivo, «un espectáculo donde la gente sube al escenario a contar historias verdaderas, en el Teatro Alcázar (es redactora jefa adjunta de Diario Vivo), y finalmente como profesora de las clases prácticas en cursos sobre Storytelling.

«Una historia te llega si entiendes por qué esa persona la cuenta; si no es muy importante para la persona que la cuenta, ¿cómo puede ser muy importante para la persona que la escucha?» Por eso en los talleres prácticos pregunta por lo que sus alumnos necesitan. «Primero vamos a excavar, luego hay un trabajo de estructura, de montaje, y de transmisión, gestionando las emociones, porque las historias funcionan porque nos conmueven«.

Trasformar hechos en un relato que busque impactar a veces termina en manipulación. Igual que apelar más a las emociones que a la propiedad de los productos. Aclara Rousselot: «Usar la emoción para manipular sería un fracaso horrible. Hay una ética que respetar, y la emoción tiene que conectar justamente con la sinceridad del narrador«.

Las marcas se presentan también como relato, como storytelling, muchas veces «para diferenciarse de las demás». Pero tanto en la publicidad como en el terreno laboral o personal «hay que distanciarse y observar hasta descubrir lo que más importa, lo que más fuerza tiene«.

Rousselot defiende un storytelling a medida: «Es poco provechoso quedarse solo en lo teórico… Tienes que pasar a qué esfuerzos estoy dispuesto a hacer para arriesgarme y contarlo, porque al final es arriesgarse para que tu historia llegue a los demás». También previene contra las historias «donde todo es perfecto» de las redes sociales. «Ya no somos nada inocentes y no nos las creemos. De ahí la importancia de incluir el ingrediente real del fracaso. La historia perfecta no llega a la gente. Hay que contar las cosas como son«.

Su experiencia es que en sus talleres se consigue la voz propia. «Esto, obviamente, te refuerza como persona. Parar, observar y contar te refuerza como persona«. Y la realidad se hace memorable. «Yo he escuchado algunas historias en mi vida que casi podría volver a contar literalmente, de lo bien que me las han contado. Son construcciones muy bien hechas también porque interviene la mirada, la presencia, no pronunciar una palabra de más y la gestión del tiempo y del ritmo«.

Vanessa Rousselot. Foto: © Josema Visiers
Vanessa Rousselot. Foto: © Josema Visiers
Director de «Nueva Revista», doctor en Periodismo (Universidad de Navarra) y licenciado en Ciencias Físicas (Universidad Complutense de Madrid). Ha sido corresponsal de «ABC» y director de Comunicación del Ministerio de Educación y Cultura.