Tiempo de lectura: 11 min.

La pregunta sobre qué es la academia resulta adecuada por un motivo aparentemente accidental: Platón llamó academia a la escuela filosófica que fundó en Atenas. Esa comunidad tomó su nombre de un bosque cercano, Academos. Pero hay coincidencias felices, que en este caso dieron lugar a un concepto esencial en Occidente. Además de continuidades históricas (de la academia y el liceo a las academias imperiales de Bizancio para llegar a las escuelas catedralicias y a la universidad), la academia platónica ha sido propuesta como modelo de la educación superior. Lo académico inspira una forma de reflexión, de acercamiento a los problemas, que no se da en otras culturas.

¿Qué significa académico? Que nuestros centros de educación superior se deben inspirar en las características esenciales de la Escuela de Platón. Y si esta destaca por algo es por ser una escuela filosófica que se dedica a la consideración filosófica del mundo. Resulta curioso que en una sociedad en la que la filosofía se ha convertido en el hazmerreír de todos los saberes se nos quiera convencer de que es esa actitud la que permite la existencia de lo académico.

¿Qué quiere decir aquí filosófico? Lo mismo que teórico como lo opuesto a la práctica. Un conocimiento que se mueve por el deseo de verdad y no por la acción o el activismo. La filosofía siempre ha tenido esa curiosa pretensión: tratar acerca de la verdad. No le interesan ni opiniones, ni mayorías, ni siquiera «cómo hacer cosas». Lo propio de la filosofía, de la teoría, es contemplar, hacerse cargo del ser de las cosas…, y dejar ser.

«Filosófico significa un conocimiento que se mueve por el deseo de verdad y no por la acción o el activismo»

Este planteamiento es clásico. Se inspira en Platón. El pensamiento moderno va en otra dirección: aplicar los conocimientos, dominar la naturaleza, no contemplar el mundo sino transformarlo, hacer las cosas a la medida del hombre, etc. Pero eso no significa que la idea de lo académico sea antigua: habría más bien que decir que es intemporal. No importa que el filósofo parezca ridículo (fuera de la realidad) ante los ojos de muchos: los pensadores se apartan del mundo, del ajetreo diario de reuniones y prisa. Pero precisamente ahí está su magia, su insustituible papel humanizante: quizá la teoría sea propia de dioses, pero es que el hombre se parece a los dioses precisamente en su capacidad de salirse de lo práctico para pararse a pensar.

LA ESENCIA DE LO ACADÉMICO

La universidad entendida como institución práctica, aplicable, abierta a la máxima empleabilidad, olvida lo esencial de su razón de ser. Pertenece a la esencia de lo académico apartar la mirada de todo lo que tenga significación inmediatamente práctica. Sin embargo, el mercado parece indicar otra cosa: los estudiantes buscan títulos porque se los exigen las empresas o las oposiciones. Hoy la universidad tiene una dimensión de formación profesional que no estaba presente entre los jóvenes ricos y nobles que estudiaban junto a Platón. Y, sin embargo, ¿qué es lo que distingue una universidad de una escuela profesional? En el fondo, y solo, la presencia de lo académico, sin importar la titulación que se estudie. Un determinado ente es universitario cuando presenta sus clases y formación de modo académico, esto es, fundamentalmente teórico.

¿Cómo casar esto con la habilidad que se le pide al médico, al abogado, al educador, al empresario o al que diseña edificios y puentes? ¿No será que llegan a la excelencia profesional precisamente en la medida en que no se aferran a lo práctico y se abren al conocimiento desinteresado? Podemos usar un ejemplo: muchas de las grandes cosas de la vida no se buscan de forma directa, no aceptan verse reducidas a instrumentos. Los grandes amigos lo son por el bien del amigo, y la amistad consiste en «alegrarse en el bien del otro». Pero este desinterés tiene una consecuencia sorprendente: tales amistades son también las más
útiles y las más placenteras pues ellas realizan de un modo perfecto la esencia de la amistad.

Pensemos ahora en la educación superior. Si esta se reduce a técnicas, a cosas útiles con las que resolver lo inmediato, ¿no se habrá arrancado del estudiante la experiencia del saber por el afán de saber, es decir, la curiosidad intelectual, condición de posibilidad de resolución de problemas complejos con los que poder enfrentarse con lo nuevo? Lo académico evita la esterilidad de una investigación realizada por su aplicación inmediata: los principios permanecen, las circunstancias cambian. Si no se cultiva la teoría el estudiante se centrará en el afán de novedades, con el peligro de que todo lo que estudió como nuevo pase enseguida al cajón de las cosas trasnochadas. El deslumbramiento que acompaña a la comprensión de un teorema matemático, la experiencia de leer a Joseph Conrad, una discusión en la que se discuta acerca de la libertad humana y el determinismo, generan una serie de hábitos que acompañarán al estudiante de por vida: aprender a pensar, a hablar, a escribir son tres actividades profundamente inútiles que en realidad son lo más útil para la vida. Tener algo que decir, o discernir si el que nos habla tiene algo que decir o camina en el vacío, resulta al final lo más valioso para la vida. Esa capacidad de detenerse, de comprender, de contemplar y dialogar, responde a la esencia de lo académico.

LO ACADÉMICO COMO ACTITUD

Pieper señala que tal actitud teórica (filosófica) no pertenece solo a los estudiantes de filosofía. Se trata de una manera especial de mirar, centrada no en el uso, sino en el ser. Solo quien se deslumbra ante la profundidad de lo real, ante el misterio de la existencia, podrá investigar. Es necesario desembarazarse de la finalidad utilitaria, recuperar la libertad académica, que se ve sofocada por la necesidad de resultados, por esa comunión entre empresa-universidad más preocupada por el corto plazo que por las cocciones lentas.

¿Debe estar la universidad al servicio de la empresa o la política? Sí en los ámbitos de la ciencia práctica: por ejemplo, para desarrollar una vacuna. De todos modos, una ciencia particular solo será libre si es tratada de modo filosófico (académico): la física fundamental encuentra su espacio en la universidad, no en las empresas; lo mismo las matemáticas, aunque ambas puedan luego usarse en la industria o en las finanzas. Esto es lo que debería distinguir una facultad de Química de un laboratorio químico, y no el nivel de financiación en investigación aplicada que seguramente sea mayor en el segundo.

Sin embargo esa inclinación al conocimiento aplicado no tendría sentido para los saberes puramente liberales, humanísticos: ¿escribir la historia a la medida del vencedor?, ¿redactar una filosofía comprometida con lo que sea «políticamente correcto» en cada momento, adaptada a las ideologías y complejos dominantes?, ¿adaptar la tarea periodística a los relatos de la post-verdad?, ¿educar a los niños según la ideología imperante, como si no existieran otras posibles visiones del mundo? Los conocimientos humanísticos solo pueden darse en un ambiente de libertad, sin ponerse al servicio de ideologías, a no ser que se esté dispuesto a pagar el precio de su corrupción total.

«Si la educación superior se reduce a técnicas, ¿no se habrá arrancado del estudiante la curiosidad intelectual?»

La propuesta de Pieper no exige el estudio generalizado de los conocimientos filosóficos (un studium generale o un core curriculum): en todo tipo de conocimiento debería darse esa actitud académica, es decir, filosófica. De hecho, la misma filosofía se ha convertido con frecuencia en una ciencia particular, que no responde a la definición de académico propuesta por Pieper. Dicho al revés: Platón y muchos de los grandes filósofos de la historia del pensamiento occidental encontrarían serios problemas para introducir sus textos en revistas con índice de impacto, o para conseguir los requisitos mínimos con los que poder certificarse como «contratados doctores». Y sin embargo, no deja de ser curioso que sea ahí —en una especialización de saberes cada vez más atomizados que apenas se relacionan con la sabiduría— donde se cifra en nuestros días el significado de lo académico.

Pieper quiere transmitir una actitud, un estilo, en el que predomine el desinterés de la teoría. Para eso se necesita encontrar algo digno de veneración en la realidad del mundo. Para eso hay que ver en las cosas algo más que materia bruta al alcance de la manipulación humana. Pieper defiende un acercamiento ecológico al ser: no es posible contemplar un mundo que ha sido reducido a mero material para la práctica. El descubrimiento de la condición de criatura del mundo es fundamental para la existencia de la teoría. Y, evidentemente, en este presupuesto se apoya también lo académico. En caso de no existir esa independencia de lo creado, todo lo conocido quedaría sujeto a la voluntad de poder del sujeto humano, erigido como el único ser con condiciones de dar significado y entidad a las cosas. Y entre estas cosas —y Pieper lo sabe porque escribe su texto pocos años después del trauma del nazismo— estarían los hombres mismos: perdida la condición de criatura, el fundamento de su dignidad, el hombre es reducido a materia bruta en manos de los que detentan el poder. La perplejidad del conocimiento científico contemporáneo ante las preguntas de la ética certifica con claridad este hecho.

LA VENERACIÓN DE LO ACADÉMICO

La presencia de lo digno de veneración, de lo que no depende de la mano del hombre, es la explicación última de la independencia jurídica entre academia y poder político.

El César no puede dictar la gramática: el objeto del conocimiento está más allá del poder. ¿Sigue siendo así en nuestros días?, ¿forma la universidad una república dentro de la República? Siempre se ha dado por hecho que la policía no debería poder entrar en las aulas ni dictar lo que allí se enseña. ¿Y no se ha visto la represión policial sustituida por el dictado de los mercados, el número de alumnos, la empleabilidad que cada titulación proporciona? ¿No ha dejado la universidad de ser un objeto de lujo (expresión de la capacidad desinteresada de los seres humanos, de su posibilidad de conocer las cosas como son y no solo por su uso) para convertirse en una herramienta más del sistema?

¿Cuál es la principal consecuencia de la libertad de la academia ante el gobierno? Que en ella se da la posibilidad de hacer interiormente libres a los hombres, desligándolos de la atadura de los fines inmediatos de la vida. El dictado de lo pragmático promueve la docilidad: sabes lo que tienes que hacer, lo importante es ser uno más que se atiene a los planes que hay previstos para él. Así nos dirigimos a lo inauténtico y a la falta de pensamiento crítico. Justo lo contrario de lo que promovía Sócrates, el inspirador último de la Academia de Platón.

FUNCIONARIOS Y SOFISTAS

¿Cómo desaparece lo académico de la universidad?

Puede hacerlo de dos maneras: por defecto (el funcionario) o por exceso (el sofista). El funcionario es un trabajador, es decir, un engranaje más en una planificación organizada, en el que el individuo acepta el plan obligatorio que ha sido legislado. El funcionario satisface necesidades. El académico trata de descubrir lo que las cosas son, y no por su utilidad, sino como seres. El funcionario encuentra una estabilidad laboral y la fijeza de un mundo interpretado; el académico no tiene problema por arriesgar en nombre de la verdad.

¿Qué es el sofista? Al sofista la teoría no le interesa. Tampoco le interesa la verdad: la verdad no es ya un aliciente para el universitario, sino que lo importante es la dimensión formal (esa publicación, aquellas citas, ese nuevo paso en el proceso de una acreditación…). No importa el contenido del conocimiento, sino los réditos que se saquen a cada actividad. Así, el sofista termina burlándose de los amantes de la sabiduría (los filósofos), y no hallará problema a ponerse al servicio del poder. Si lo manda la legislación, se hace.

«La inclinación al conocimiento aplicado no tendría sentido para los saberes puramente liberales, humanísticos»

Si hay una contrafigura radical de la academia ha de ser aquella por la que se renuncia por completo a la veneración de lo conocido. Quienes llevan la crítica hasta la destrucción total de lo que merece veneración, los que se limitan a denunciar, los que se ahogan en el cinismo, son los verdaderos enemigos. Sin veneración a lo dado la teoría es irrealizable. Eso es la esencia de lo filosófico, que es a su vez la esencia de lo académico: saber mirar, dejarse asombrar por el misterio del ser. El sofista destruye esta posibilidad con su cinismo; el funcionario la impide por su sometimiento a la utilidad.

La mayoría de los seres humanos, los muchos, no suelen entender la actitud filosófica. La filosofía es una actitud minoritaria: casi todos nos dejamos llevar por las urgencias de lo inmediato y a nuestros ojos la filosofía aparece como algo ininteligible y antipático, no es lo propio de la gente normal.

ACADEMIA Y DEMOCRACIA

¿Significa eso que lo académico no es apto para la multitud? ¿Que la democratización de la institución universitaria —el derecho a estudiar— es contradictoria con la misión académica?

Platón sostendría que sí. Y es que hay temas —el deseo de aclarar la esencia de las cosas— que no se pueden tratar delante de muchos, pues los muchos más bien aspiran a lo mediocre (no quieren un gran debate, sino saber los contenidos básicos, lograr el aprobado, seguir chateando con su teléfono móvil). Existe una multitud de los necios, abundan los esclavos por naturaleza, el público cautivo del entretenimiento y las televisiones.

Pieper indica que no todo conocimiento es para todo el mundo. Hace referencia a la distinción entre lo exotérico (lo que llega a todos) y lo esotérico (lo que se queda entre el grupo de iniciados).

¿Tiene sentido hoy la presencia de una élite? En cierto modo sí: lo académico no es democrático si por eso se entiende un «mínimo» al que debería adaptarse lo más valioso al precio de rebajarlo. En cierto modo no: esa exclusividad no hace referencia a privilegios de determinadas clases sociales. La formación debe ser accesible a todos, aún sabiendo que los muchos, la mayoría (también entre los que son ricos) solo sabrán valorar lo útil, lo productivo, el tener y no el ser. La esclava tracia que se burlaba de Tales de Mileto puede pertenecer a cualquier clase social.

La actitud académica no va contra los muchos, no puede emparejarse con el orgullo. Una función básica del académico es ayudar a la multitud a abrir los ojos a la realidad, a caer en la cuenta de la insuficiencia de la existencia diaria. En este sentido, lo académico alcanza parte importante de su misión en el arte de enseñar al pueblo: lo académico incluye la buena docencia.

«La esencia de lo filosófico es a su vez la esencia de lo académico: saber mirar, dejarse asombrar por el misterio del ser»

El académico debe enseñar a la multitud lo que es apariencia de realidad, lo que nace como fruto de la prisa y la falta de sosiego, lo ridículo del constante afán de novedades (entretenimiento) que usamos para aquietar el aburrimiento de fondo. Pan y circo, deporte, series y películas, acción, inmediatez en las informaciones, carácter contingente de las mismas, pasatiempos. La tarea del académico es —frente al agobio de la tarea cotidiana— la de desvelar lo interesante de las cosas que se contemplan con actitud teórica. Apartarse de lo que todo el mundo aprecia, de lo que sin serlo se presenta como esencial e irrenunciable. Descubrir lo realmente real, lo importante en sí y no para el que tiene el poder o el dinero. Eso es lo que hace del académico una figura insustituible.

En el fondo, como todo lo bueno en filosofía, la propuesta de Pieper nos retrotrae hacia Platón. En la alegoría de la caverna, ese texto con el que se fundó Occidente y que se encuentra en el libro VII de La República, Platón invita al lector a levantarse, libre de cadenas, para girarse sobre sí mismo y descubrir la condición de sombra de sus convicciones, para descubrir el peso de lo cultural (de lo relativo) con que ha forjado su visión del mundo, para animarle a trascender la gruta, cruzar el umbral y encontrarse de cara con el verdadero ser de las cosas. La teoría es la actividad más alta a la que puede aspirar el ser humano: «lo divino que hay en el hombre». Ella no produce, no se ve justificada por algo externo, sino que es perfecta por sí misma. Aristóteles diría que es libre. Y Platón, sin duda, identifica la teoría con la liberación (de las cadenas, de las apariencias, de la temporalidad, de lo caduco).

Que los seres humanos seamos capaces de comprender la necesidad de sustentar una institución en la que se respete, fomente y custodie la teoría, viviendo como vivimos cegados en la inmediatez de resultados y en la productividad económica, es una señal estimulante de que estamos capacitados para el lujo. El hecho de que tal posibilidad se haya convertido en una utopía, de que la universidad se reduzca a valorar lo cuantificable, de que la dedicación a formar alumnos se tome como un obstáculo para la auténtica carrera (la producción de papers pomposamente calificados de investigación), de que esos mismo alumnos se entiendan más como clientes que como discípulos, o de que la gestión, la burocracia y la necesidad de publicar (de estar ahí) hayan borrado la serenidad de la actividad universitaria (y esa serenidad, en forma de lentitud, de conversación o de silencio es esencial para cultivar la teoría) produce sin duda razones de preocupación: la universidad, al perder lo académico, ¿ha perdido también su identidad? Usamos el nombre, universidad, ¿pero no habremos perdido su alma? Y un viviente sin alma, ¿no es lo que siempre se ha denominado cadáver?


NOTA

Josef Pieper (1904-1997) es uno de los pensadores alemanes más influyentes del siglo xx. En su obra se conjuga la tradición tomista junto con una fuerte inspiración clásica, fundada sobre todo en sus reflexiones sobre Platón. Sus obras suelen ser breves. Él decía que seguía la figura musical de la suite. Sus intereses pasan por el significado de la fiesta, el entusiasmo que causa la belleza, la importancia de la teoría frente al activismo o el significado de las virtudes fundamentales.


Más lecturas sobre Qué es lo académico:

Josef Pieper: ¿Qué es lo académico?

Jaime Nubiola: ¿Cómo debe ser un académico?

Doctor en Filosofía. Universidad Francisco de Vitoria. Madrid.