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Los empresarios alegan ser fuertes defensores del mercado, pero  nunca predican con más entusiasmo las virtudes de la libre empresa que cuando están solicitando del gobierno privilegios y protecciones que socavan esas mismas virtudes. El Secretario de Comercio estadounidense, Robert Reich, tenía razón cuando recientemente recordó a la comunidad empresarial los subsidios gubernamentales que recibe.

Milton Friedman argumenta que «generalmente las empresas existentes prefieren no dejar ingresar a nuevos competidores… por eso, la comunidad empresarial, a pesar de su retórica, ha sido frecuentemente un importante enemigo de la verdadera libertad empresarial». Y George Stigler ha observado que «una gran parte de los problemas del capitalismo proviene de empresarios, de sus visitas a Washington -y no de los ataques de Ralph Nader-«.

No es doble moral

Sin embargo, no se le puede echar toda la culpa al doble discurso empresarial. Simplemente, ellos actúan racionalmente. ¿Acaso predicar algo y practicar otra cosa refleja siempre insinceridad? Por ejemplo: ¿deberíamos concluir que los defensores de mayores impuestos actúan hipócritamente porque no pagan por voluntad propia más impuestos de los que les corresponden? ¿O que no es sincero quien habla a favor de reducir la contaminación atmosférica y no se ocupa de reducir la de su propio automóvil por debajo de las normas legales? Claro que no. Ellos simplemente no están dispuestos a ceder algunas ventajas si todos los demás no lo hacen también.

El hecho es que la gente apoya sinceramente políticas generales, pero se da cuenta de que sería tonto por su parte, incluso autodestructivo, aplicarlas a sí mismos unilateralmente. De igual manera, es posible que los dirigentes empresariales sean sinceros en su defensa de la libre empresa y de una menor intervención gubernamental mientras están buscando que el gobierno les conceda ventajas.

Para los empresarios, la opción no se da entre una verdadera economía libre y otra asfixiada por el proteccionismo, sino que más bien optan por la protección gubernamental en una economía que de todas maneras será intervenida. La industria que se sale del juego político seguirá sufriendo los mismos impuestos y la misma pérdida de eficiencia que antes, al tiempo que sacrifica los beneficios que recibía del gobierno. Sería, entonces, una actuación irresponsable por parte de los dirigentes empresariales hacia sus accionistas proceder según las reglas de una genuina economía de mercado, con independencia de la situación real. Aunque, evidentemente, preferirían con mucho que la situación fuera otra.

Razones para persuadir

¿Cómo persuadir a los empresarios de que exigir privilegios no es realmente conveniente cuando la evidencia apunta hacia lo contrario? Demostrándoles que aun los mayores receptores de protección gubernamental estarían mejor bajo una economía donde tal protección fuera imposible. Convenciéndoles de que no existe una ventaja gubernamental gratuita. Probándoles que pagan un precio muy alto, colectiva e individualmente, por esos privilegios.

Dar contribuciones a los partidos y mantener una presencia constante en Washington, cuidándose de no ofender a los burócratas con poder arbitrario son parte del coste de la participación activa en el ambiente político. Además, cuando algún grupo obtiene ciertas ventajas, otros pueden obtenerlas aún mayores, y pronto todos se encuentran compitiendo en el mismo juego. Por lo tanto, los beneficios que las empresas reciben del gobierno se reducen de dos formas: primero, por el tiempo y el dinero invertido en alcanzar influencia política; segundo, por el costo de mayores impuestos y de una economía menos eficiente, como resultado de los beneficios que otros están obteniendo de los políticos. La situación se puede volver perjudicial para todos con rapidez, incluyendo a los que parecen estar obteniendo ventajas políticas de ella.

Incluso aquellos involucrados en los sectores más protegidos pueden descubrir que les convendría más renunciar a sus ventajas y aceptar la disciplina del libre mercado, si todos los demás hacen lo mismo. La gente se está cansando de pagar tributo a políticos y burócratas por el privilegio de perjudicar a los demás. Cuando el gobierno se transforma en lo que Federico Bastiat llamó «esa gran entidad ficticia, bajo la cual todos aspiran a vivir a expensas de todos los demás», todos se benefician si se pone coto al saqueo.