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  • ·        La hipótesis de una moratoria aplicada al escribir como arte y conocimiento afectaría a las formas de civilización que conocemos,  pero no en la misma medida como puede erosionarla un mayor declive de lo que significa leer. Con dejar de escribir durante unos años el mundo seguramente se perdería alguna obra maestra –y mucha hojarasca, dicha sea la verdad- pero dejar de leer representa una mutación de un calado muy distinto y de consecuencias equiparables a una catástrofe de progresión geométrica. Dar un vistazo a la pantalla del iPhone no es lo mismo que adentrarse por los paisajes gloriosos de la poesía épica o leer una página de Tácito o de Ortega. Como indicio tenemos que en Internet hay mucha más pornografía que erotismo, más trans-humanidad que trascendencia.
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  • ·        Nunca habíamos acumulado tanto conocimiento y al mismo tiempo nunca fue más incorrecto defender un elitismo meritocrático, no como privilegio sino como deber. Chocamos con la insustancialidad del “trending topic”, la auto-complacencia que confiere el placebo intelectual “pop”. Son los últimos versos del poema “Playa de Dover” de Matthew Arnold: “Y estamos aquí como en una llanura sombría/ envueltos en alarmas confusas de batallas y fugas,/ donde los ejércitos ignorantes se enfrentan en la noche”.
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  • ·        Escribir, leer: algo que valga la pena. Sin élites y también sin los “happy few”,  la alta cultura es como un viejo perchero, sobrecargado de prendas pasadas de moda. ¿Cuál es el nuevo opio de los intelectuales? Los platós de televisión confieren al opinante sabelotodo la condición de intelectual público en el mejor de los casos porque el intelectual busca influir en la sociedad; en otros casos por una banalidad vertiginosa que –por ejemplo- cede a los activistas del chavismo la franquicia de nueva élite. Son los intermediarios de hoy entre el mundo tan difamado de las ideas y el público deseoso de novedades anestésicas. Coincide el desmoronamiento de la alta cultura con la difusión de las corrientes iliberales, y no porque la alta cultura sea democrática “per se”: más bien es porque todo se difumina en el crepúsculo,  porque el “twitter” suplanta la exigencia discursiva. D’Ors magnificó su oscura transparencia cuando dijo que el universo no es una máquina, pero es una sintaxis. Y una cultura que valga la pena es la sintaxis que ordena el conversar que es la finalidad de una civilización. Quizás por eso, las civilizaciones acaban siendo formas anómalas, con ejércitos ignorantes que batallan en la noche. Y a la vez llevamos siglos escenificando decadencias, dislocaciones del pensamiento, élites extraviadas y el anochecer de la pasión intelectual.