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Excmo. Sr. Presidente de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, Excmo. Sr. Presidente de la Academia de Ingeniería, limo. Sr. Subdirector de la E.T.S. de Ingenieros de Montes, Excmos. Sres. Académicos, Excmas. e limas Autoridades.

Queridos amigos todos:

Estos trabajos que hoy presentamos significan el recuerdo ante una ausencia difícil de asimilar y, sobre todo, una muestra de cariño. Ahora mismo, cuando intento pronunciar estas palabras, estoy pensando en una silla vacía que, a pesar del tiempo transcurrido, cuesta aceptar que ya nunca acogerá la presencia que durante tantos años nos acompañó de forma callada, discreta y diligente.

Ángel Ramos fue un maestro que nos aportó el ejemplo del rigor del trabajo cotidiano, de la labor perseverante, del pequeño paso a paso constructor de las obras ingentes. Formador sobre informador, bien explicó y vivió que si saber es hacer, hacer es saber, mas no saber por saber, sino qué saber y cómo saber para mejor hacer.

Ángel Ramos nos enseñó a aunar el fondo y la forma. El fondo, basado en la coherencia intelectual y en la solidez del razonamiento; nunca abandonó la inspiración en la continuada relectura de los clásicos y el enriquecimiento del avance metodológico y técnico fundamentados en el pensamiento filosófico: «Las ideas mueven el mundo». La forma, manifestada en una educación exquisita, en una elegancia personal antípoda de la petulancia, que al primer golpe de vista muchos confundían con un «torpe desaliño indumentario». Ángel mimaba las formas en extremo, nunca descuidó la atención al visitante, fuera ilustre académico extranjero, becario reciente o alumno de primero: «Saber escuchar es más importante que imponerse hablando». Y jamás conocimos persona que mejor escuchara, acompañado de aquella quieta parsimonia de la liturgia para liar su sempiterna picadura, sin asomo nunca de impaciencia o premura, a lo más una mirada picara o una enigmática sonrisa, por más que supiéramos lo inoportuno de la visita no anunciada y la exigencia temporal ineludible de sus compromisos ya adquiridos.

«Más a las veces son mejor oídos el puro ingenio y lengua casi muda, testigos limpios d’ánimo inocente, que la curiosidad del elocuente», citaba con delicia a Garcilaso en su Égloga III.

Su cuidado del fondo y de la forma, del saber ser y del saber estar, tenían en don Ángel su mejor expresión en el lenguaje y la escritura, ambos esculpidos con una precisión austera y espartana, en sus temibles juegos de palabras, en sus rápidas respuestas breves como latigazos (eso que casi todos elaboramos al cabo de horas o de días cuando, ya tarde, concluimos mentalmente: ¡eso tenía que haber dicho!), en sus escritos pulidos insaciablemente en busca de expresar de forma certera el pensamiento más profundo con la máxima economía de palabras, de manera que nada faltaba ni sobraba, y que siempre le hacía preferir lo críptico a lo retórico. Si algo se equiparaba en sus preferencias literarias a la filosofía de los clásicos era su afición al conciso lenguaje del teatro leído.

Sus argumentos eran implacables, fruto de una elaboración trabajada hasta el límite, de modo que tantas veces sus puntos de vista sorprendían, por inesperados y diferentes, siempre adelantados, producto de muchas vueltas de análisis y reflexiones. Del mismo modo que su prodigiosa rapidez de cálculo, que gustaba enfrentar con la de las modernas «maquinitas», era entrenada a diario con aquellos pequeños ejercicios que a «escondidillas» realizaba como mental gimnasia matutina o en cualquier momento distendido.

El amor al paisaje, su inmersión en el paisaje en busca de los porqués de su estado y su evolución, fue su entrada en la preocupación ambiental. Cuando hoy volvemos a leer lo que escribió y defendió en aquellos lejanos años sesenta (como ejemplo, las preciosas páginas de los capítulos iniciales de su «Valoración del paisaje natural») podemos comprobar, una vez más, lo que era una muestra característica de su gran inteligencia: su visión de futuro. Hablar de medio ambiente, de la defensa del paisaje, no era tan «fácil» en la sociedad y en el ambiente profesional, técnico y corporativo de esos años. La aceptación social del tema, hoy patente, se interpretaba como muestra de obstruccionismo al desarrollo y al progreso tecnológico. Y ello le costó a Ángel Ramos no pocas incomprensiones y desafectos que no le apartaron de su defensa de la apertura profesional, de la incorporación de los aspectos ambientales y de las bases ecológicas a la gestión forestal, de la búsqueda de lo pluridisciplinario y del trabajo en equipo. En el salón de actos de la Escuela de Montes, en un silencio que hacía espeso al aire, plasmó de forma lorquiana esta postura en el colofón de la bella conferencia de clausura de un curso sobre ordenación y valoración del paisaje: «Se acabaron los gitanos que iban al monte solos». El tiempo le dio la razón, y hoy día lo demuestra la composición del claustro de la Escuela, la tasa de colocación de los ingenieros de montes en el campo medioambiental, y hasta los pronunciamientos y los quehaceres profesionales de muchos de quienes entonces le negaban el pan y la sal.

Este perfil intelectual insobornable, su rabiosa independencia, los acompañó Ángel Ramos con la ayuda y la complicidad de amistades entrañables que jalonaron su trayectoria. Para todos nosotros fueron una fuente enriquecedora de talantes y conocimientos: Agustín Soriano, compañero desde los tiempos de la Escuela y en la puesta en marcha de su querida Anthos, la empresa pionera en España dedicada a la restauración ambiental y paisajística; Antonio López Lillo, coautor de sus primeras obras sobre valoración del paisaje natural, constante valedor desde sus instancias oficiales y difusor de sus ideas en el «mundillo» de la profesión; Manuel García de Viedma, colaborador en el frente común de la apertura a la investigación y a la formación de equipos en la Escuela, cuya muerte prematura interrumpió bruscamente aquellas agradables tertulias; Fernando González Bernáldez, también tan prontamente fallecido, su álter ego en la formulación conceptual de la incorporación de los aspectos ambientales a la ordenación del territorio, en la elaboración metodológica de la evaluación de impactos ambientales, y en la defensa pública comprometida de una gestión ambiental diferente, cuyo mutuo respeto y admiración, y su abierta cooperación, superaban y dejaban de lado, ante sus equipos de colaboradores, sus básicas diferencias ideológicas en otros ámbitos; y Emilio Fernández Galiano, su entrañable confidente y degustador de frases memorables, que recogió el testigo de Manolo Viedma hasta los últimos avatares de su jubilación y de la etapa de Nueva Revista, acolchándole en su visión bienhumorada del mundo, bien cierto que no exenta de sarcasmo.

Las etapas que maduraron la evolución conceptual, profesional y académica de don Ángel Ramos son las que han conformado la estructura de este libro en homenaje a su persona: «Conservación de la naturaleza y desarrollo económico»; «Planificación física y ordenación del territorio»; «Ordenación, valoración y restauración del paisaje»; «El proyecto y la evaluación de impactos ambientales»; «Gestión ambiental ». A estos temas, que fueron evolucionando unos a partir de otros, con el feed-back que caracteriza toda cuestión ambiental, dedicó Ángel Ramos sus esfuerzos, y la presente respuesta obtenida de amigos, colaboradores y alumnos muestra que la semilla que sembró no fue inútil.

Cuando Ángel Ramos introduce en España los estudios de planificación física, el campo del planeamiento estaba ausente de cualquier formulación ambiental. Los modelos de la geografía regional se limitaban, en todo caso, al manejo de variables de flujos de población, de transporte y de tráfico, en su intento de predicción y control del crecimiento urbanístico.

Con la dificultad añadida de que entonces no existían la digitalización de la cartografía, ni los mapas temáticos a nivel comarcal o regional. Cada estudio precisaba partir trabajosamente de cero, cartografiar ex novo, codificar manualmente cada punto del territorio para cada uno de los mapas temáticos utilizados por los incipientes SIG o, en otro caso, superponer, también manualmente, la cartografía utilizada.

Ángel Ramos no sólo introdujo en España la planificación física, sino que le dio consistencia teórica y metodológica. Sus aportaciones en la creación de índices cuantitativos territoriales, de técnicas para el manejo estadístico de datos territorializados, de métodos para el análisis de precedencias en la toma de decisiones, o de la «sensibilidad» y «robustez» de las clasificaciones basadas en datos ordinales y cualitativos, fueron influyentes a nivel internacional. Obras dirigidas por él, como «Planificación física y Ecología: Modelos y métodos» o «Guía para la elaboración de estudios del medio físico. Contenido y metodología», continúan hoy siendo obras de referencia en la materia. Fue miembro del Consejo editorial de la revista Landscape and Urban Planning desde su fundación, así como del Consejo Editorial de Landscape Ecology.

La consideración del paisaje, en su aspecto ecológico y en su aspecto visual, en los estudios de planificación física fue un paso natural. Si se trata de mantener el significado cultural y natural del territorio, este significado es producto de la acción secular de unas actividades humanas sobre unas ciertas condiciones naturales. Transguedir los límites de aceptación, los umbrales, impuestos por los procesos naturales supone el cambio, normalmente irreversible, del significado del paisaje.

Ángel Ramos fue el pionero de la restauración ambiental en nuestro país. Fue un exigente defensor de la integración paisajística, funcional y ambiental de la obra pública. Exigente y detallista en la redacción del proyecto, minucioso calculista, hábil diseñador, con el concurso de un enciclopédico conocimiento de las especies vegetales (¿cuántos de nosotros hemos recibido la oferta de «una peseta» por decir cuál era tal o cual planta, o de «un duro» si la dificultad era ya de gran calibre?), pero, si cabe, más exigente todavía en la ejecución del proyecto, en la dirección de obra. «De nada vale un buen proyecto si luego se ejecuta mal», repetía una y otra vez. Y esto, en un campo en el que el proyecto prácticamente se menospreciaba, se consideraba incluso supérfluo por los propios técnicos competentes, en un ejercicio mayúsculo de suicidio colectivo profesional.

La restauración paisajística, el land reclamation anglosajón, la rehabilitación de áreas degradadas con una base científica y ambiental, deben mucho, muchísimo, en nuestro país a la labor docente, bibliográfica, científica y técnica de Ángel Ramos.

Planificación física, estudio básico paisajístico, estudio de impacto en anteproyecto, introducción de medidas correctoras en la redacción del proyecto, proyecto de restauración, ejecución cuidadosa… formaban una concatenación lógica y retroalimentada en la formulación ambiental de la actuación técnica que Ángel Ramos promovió y defendió. Esta congruencia nunca le abandonó, siempre la inculcó como necesaria e imprescindible, y todavía la echamos en falta cuando, preocupados por lo ambiental, observamos la realidad de las cosas en nuestro alrededor y en la actuación cotidiana de los gestores y de los técnicos.

La base conceptual de esta formulación, la búsqueda de sus raíces en la relación armoniosa del hombre con la naturaleza, fue el legado que intentó transmitir en su discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, que hoy nos acoge en su memoria. Por qué la conservación de la Naturaleza fue el título de ese estudio profundo, serio, riguroso, de difícil lectura por la destilada elección de cada una de sus frases, al que dedicó muchas horas de trabajo y que, a veces, le preocupaba no ser capaz de darlo fin con el ambicioso cuidado que se había autoimpuesto.

Para mí es su texto más fundamental, un texto que demanda muchas relecturas, fruto reflexivo de muchos años de reflexiones: las relaciones hombre-naturaleza, la naturaleza pensada, el sentimiento de la naturaleza, la influencia del hombre en el medio, la influencia del medio en el hombre, las actividades ante la naturaleza, el dominio de la naturaleza, la conservación de la naturaleza, la conservación como instrumento, progreso y conservación, cuidado y respeto, bienestar y calidad de vida, solidaridad, una especie más, un individuo más… Son epígrafes que hablan por sí solos de lo que don Ángel nos quiso transmitir en ésta su última obra testimonial.

Somos sus alumnos, tesinandos, becarios, colaboradores y amigos, quienes más podemos apreciar el recuerdo porque somos quienes más podemos sentir la orfandad en que ha quedado la «tienda». Y muy especialmente, quien tan mano a mano trabajó con él, y que ahora tanto esfuerzo ha dedicado a la elaboración de esta obra, Maruja Gil, la «veterana» de la Cátedra. Este colectivo de varias decenas de personas que Ángel gustaba reunir en sus convocatorias quinquenales de recapitulación del camino andado y por recorrer (Cervera de Pisuerga, Covadonga, Guadalupe…), y, sobre todo, el «grupo de personas» que nos sentimos directamente aludidos por él («ellos saben quiénes son») en aquella tarde, tan gozosa como multitudinaria, en este Salón de la Real Academia de Ciencias, con motivo de su recepción como Académico: «Me siento con ellos como el entrenador de un equipo de fútbol que tras vencer en un campeonato es paseado a hombros de sus jugadores, que son, desde luego, quienes han metido los goles y han ganado los partidos».

Ese era su talante con nosotros, y si entonces nos hizo aflorar las lágrimas, hoy también hay que reprimirlas, apretar los puños, y desear que ojalá sepamos mantener con dignidad la antorcha que él mantuvo y nos transmitió tan ejemplarmente. Muchas gracias por su atención.

Catedrático de Planificación y Proyectos de la ETS de Ingenieros de Montes de la Universidad Politécnica de Madrid