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La polémica sobre los patrimonios de la humanidad y los nacionales, sobre países de origen y devoluciones, es una constante en los últimos años. Desde finales de junio, con un capítulo nuevo: se ha inaugurado el nuevo Museo de la Acrópolis en Atenas, donde están expuestos los tesoros de la arquitectura clásica griega… y las copias de los que se encuentran en otros museos del mundo. ¿Regresarán los originales que faltan en un futuro, quizás lejano?, ¿o pertenecen para siempre a los museos, a los países que los exhiben?

El sábado 20 de junio se hizo realidad el deseo de los arqueólogos griegos y de todos los amantes del arte clásico: abrió sus puertas el nuevo Museo de la Acrópolis, obra del arquitecto suizo Bernard Tschumi, a menos de trescientos metros de la colina en la que se encuentran los templos del Partenón y de Atenea Victoriosa, el Erecteión y otras obras arquitectónicas de la época clásica griega.

EL PROYECTO DEL MUSEO, SUEÑO DE MELINA MERCURI

El nuevo museo ha sido durante más de treinta años un proyecto interminable, iniciado por la idea del político Constantino Karamanlis en los años setenta. Pero empezó a concretarse con la actriz Melina Mercuri, nombrada por el primer ministro socialista Andreas Papandreu ministra de Cultura. Melina, como se la conoce familiarmente en Grecia, era una actriz visceral y carismática convertida en ministra apasionada. Comenzó su lucha personal por el regreso del patrimonio griego en museos extranjeros y especialmente por los denominados «Mármoles de Elgin», valiosas esculturas del Partenón y otros monumentos cercanos que se encuentran en el Museo Británico de Londres.

Fue Melina la que convocó el primer concurso arquitectónico para el nuevo museo, la que en cada uno de sus viajes al extranjero hablaba del tema con pasión y daba argumentos serios (la Acrópolis es un monumento único perteneciente a la Humanidad y debe de conservarse y preservarse entero) y sentimentales («los mármoles son griegos y deben de volver a su cuna»). Mercuri fue ministra muchos años: desde el primer gobierno socialista de 1981 hasta 1989, y luego desde 1993, cuando volvió a ganar las elecciones Papandreu hasta su fallecimiento (por cáncer de pulmón, al ser fumadora empedernida) en 1994. Su viudo, el cineasta Jules Dassin, siguió viviendo en Grecia y luchando por el museo y el regreso de las esculturas hasta su muerte en 2008. La institución creada por ambos, la Fundación Melina Mercuri, obtiene los beneficios de sus películas y continúa apoyando la conservación de los monumentos de la Acrópolis y las iniciativas para la reunificación de las esculturas del Partenón. Todo lo que hizo Melina estaba basado en su apasionada convicción de que la Acrópolis es una entidad de valor artístico único, representando el espíritu griego y simbolizando sus valores, principios e ideales. Ideales de armonía, grandiosidad a la vez que sencillez, equilibrio, belleza estética, perspectiva.

Tras varios concursos arquitectónicos y muchas polémicas, finalmente la obra fue adjudicada al arquitecto suizo Bernard Tschumi, entonces decano de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Columbia, que vive y trabaja principalmente en Estados Unidos. Junto con su socio griego Mijalis Fotiadis diseñaron un edificio muy moderno, con líneas sencillas, de cristal y hormigón. Pero se enfrentaron con un delicado problema: las máquinas cavando los cimientos del lugar designado por el Estado para la construcción del nuevo museo revelaron una importante excavación arqueológica con restos de la ciudad, sus talleres y almacenes desde el siglo V a.C. hasta los primeros años bizantinos. Este hallazgo retrasó y encareció aún más la obra (que costó un total de 130 millones de euros), ya que el proyecto arquitectónico tuvo que reformarse. Ahora Tschumi se encuentra profundamente satisfecho del resultado de la obra, que quiso «moderna, llena de luz y sencillez, no una copia del Partenón». Un espacio para exponer más de 400 estatuas y 4.000 objetos. Lo ha conseguido. Por fuera muchos critican la mole de cristal y hormigón gris pulido que parece un barco gigante varado. Por dentro, sin embargo, la sensación es de luz, espacio y vistas espectaculares -trescientos metros a vuelo de pájaro y ves el Partenón-.

EL MUSEO, CONJUNTO DE CRISTAL Y HORMIGÓN MIRANDO HACIA LA COLINA

La construcción comenzó hace cinco años, resultando en un enorme edificio (más de 14.000 metros cuadrados de espacio de exposición más elequivalente para las restantes instalaciones). Hormigón gris oscuro ligeramente pulido y cristal diáfano en varios pisos, sostenido por unas ciencolumnas antisísmicas. Debajo de éstas, la excavación expuesta. Su vista forma parte del suelo del atrio, la entrada exterior, protegida por cristal.

En la entrada del edificio, las taquillas, una cafetería y una pequeña tienda. Siguiendo la idea de la entrada de la Acrópolis, una cuesta que recuerda las procesiones de la Antigüedad dedicadas a la diosa Atenea lleva hasta la sala de las esculturas. Por el camino, expuestas en bonitas vitrinas, los objetos encontrados en las laderas de la colina, objetos de la vida diaria de barro y de los santuarios dedicados al dios de la medicina, Asclepio (Esculapio para los romanos), y otros.

Unos metros más arriba, al fondo, como en un palco, las Cariátides vigilan. Las columnas decoradas con forma de jóvenes doncellas del Erecteión se ven libres al fin, ya que durante muchas decenas de años estaban prisioneras en una vitrina estrecha con ozono del museo anterior, diez veces más pequeño (1.400 metros cuadrados). Expuestas están cinco, esperando a su hermana del Museo Británico.

LA GALERÍA ARCAICA

El resto de las más de 400 magníficas esculturas conservadas de la Acrópolis se encuentran en el piso siguiente. Con luz natural y mucho espacio, se ven obras desde la época arcaica, con los restos de los pedimentos del Partenón arcaico, pasando por la época «severa» (la más austera, apartir del 450 a.C., preludio de la época clásica), la clásica (mediados del siglo Va.C.) y la «rica» (la más recargada). Los tesoros están en bases de mármol a distintas alturas y se pueden rodear. Figuras conocidas, como los jóvenes «kúros», las jóvenes «kóres», el «mosjofóros» (joven cargando con un becerrito sobre sus hombres), y muchas más. De cerca se pueden ver rastros de colores, los relieves de sus cuerpos y sus trajes, los agujeros de los que salían las decoraciones de metal. En vitrinas, objetos varios encontrados en distintas excavaciones de la colina sagrada. La sala tiene paredes de cristal diáfano, y el mundo exterior -una vista muy urbana de la capital griega- parece un escenario teatral.

LA SALA DEL PARTENÓN

En el piso superior, alineado con el propio Partenón que se ve desde los enormes ventanales (hay una visión panorámica de 360 grados), con el mismo espacio interno que dicho templo, están los extraordinarios mármoles esculpidos siguiendo el deseo del general Pericles alrededor del año 450 a.C.: tras reponerse la ciudad de la invasión persa (en varios sitios del museo se pueden ver objetos marcados por el terrible incendio provocado por el ejército del rey Jerjes, hijo de Darío, en el año 480 a.C.), encarga varias edificaciones. Entre ellas, un magnífico templo dedicado a la diosa Atenea Parthenos (virgen), como símbolo de poder y prestigio de la ciudad.

Aunque los edificios que se diseñaron tardaron en terminarse, debido a una guerra entre Atenas y Esparta, reflejan los ideales de una sociedad en la que la libertad, el pensamiento filosófico, la actividad política y las artes estaban muy presentes.

En esta sala se encuentra lo que se conserva del famoso friso del Partenón, legendariamente atribuidos al escultor Fidias y su taller: una larga hilera de grandes paneles de mármol de un metro de altura que originalmente medía 160 metros de largo y representaba una de las grandes procesiones en honor a la diosa Atenea con multitud de personajes: se ven soldados y ciudadanos de a pie, músicos y portadores de ofrendas, efebos, niños, esclavos, jóvenes doncellas y mujeres mayores, embajadores de las ciudades-estado aliadas, animales para los sacrificios… De estos bajorrelieves dóricos que se conservan, casi la mitad son los originales de mármol con una patina dorada y marcas del tiempo. Las copias, algo más de la mitad, son de yeso blanco, y los espacios grises, lo que falta. A pocos metros y más altura, lo mismo ocurre con las metopas (originales y copias) sobre batallas mitológicas.

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LAS HERIDAS DE LA ACRÓPOLIS Y EL CONDE ELGIN

El conjunto de la colina de la Acrópolis, el santuario más conocido de la historia, sufrió muchos daños desde hace mas de tres mil años. En el museo se ven ahora expuestos objetos con la marca del fuego que causaron los persas en el siglo V. Heridas conocidas fueron también las causadas por un rayo, provocando un incendio, las del bombardeo y posterior saqueo del asalto de los venecianos, con Francesco Morosini al mando (el Partenón era… el polvorín). Heridas causadas por los cambios de uso durante el paso de la historia: de los templos de la época clásica a la basílica cristiana (primero ortodoxa y luego católica) en el caso del Partenón, que luego fue convertido en mezquita. Se quitaron y añadieron otros edificios de la época bizantina y otomana posterior… Muchos fueron los extranjeros que se llevaban un objeto, un trozo de mármol cuando visitaban la colina abandonada, pero lo más documentado fue el caso del noble escocés lord Elgin.

Durante su mandato como embajador ante las autoridades otomanas obtuvo un «firmani», un documento del sultán, para llevarse algunos objetos esculpidos de la Acrópolis y decorar sus propiedades. En la práctica y durante varios años, entre 1801 y 1805, un escultor italiano y varios obreros a su sueldo serraron partes esculpidas del Partenón y otros edificios, los mandaron a Inglaterra (con naufragio incluido) y durante varios años todo ello estuvo almacenado en su finca. Al borde de la ruina, Elgin consiguió vender por 35.000 libras en 1816 a la corona británica su colección, que pasó a exponerse en el Museo Británico desde entonces. Nada menos que provenientes del Partenón casi la mitad del friso, ciento veinticinco de las metopas (de la representación de la batalla entre lapitas y centauros) y diecisiete figuras de los pedimentos. También cuatro paneles del friso del templo de Atenea Victoriosa y una cariátide del Erecteión. Los mármoles fueron en los años treinta blanqueados con ácido y frotados con cepillos de púas metálicas (los especialistas griegos sufren cuando leen las descripciones de esta limpieza) para el estreno en 1939 de la Galería Duveen, donde se encuentran hasta ahora.

INAUGURACIÓN Y POLÉMICA

Con la inauguración de este museo, los griegos están entusiasmados: ya hay un lugar moderno, seguro y protegido donde se podrán exponer todas las obras salvadas de la Acrópolis. Ya el Vaticano, la Universidad de Heidelberg y el Museo Salinas de Palermo han permitido que los fragmentos de esculturas que tenían en sus colecciones se exhiban en Atenas. Pero quedan muchos tesoros no sólo en el Museo Británico, sino en el Louvre, en Múnich y en otros lugares. Durante la ceremonia de inauguración, el presidente de la República, Carolos Papulias, afirmó que «era hora de cerrar las heridas del Partenón con el regreso de los mármoles que le pertenecen», mientras que el primer ministro, Costas Karamanlis, señaló que «el museo es una prueba viva de la fuerza de la cultura mundial, que puede y solicita la reunión de sus mármoles». El director general de la UNESCO, Koichiro Matsuura, habló del papel de intermediario de su organismo. El gesto más simbólico fue el del ministro de Cultura, Andonis Samaras, que colocó cuidadosamente la cabeza original de la diosa alada Iris en uno de los paneles del friso, copia del que se encuentra en el Museo Británico.

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En la comunidad internacional se es consciente de la importancia del conjunto artístico de la Acrópolis como un monumento único cuya importancia justifica el que se quiera reunir todos sus fragmentos, no como un precedente para comenzar a vaciar los museos del mundo siguiendo exigencias de los países de origen. Para los griegos, Elgin «robó» el patrimonio heleno con la excusa de un dudoso permiso obtenido por las fuerzas de ocupación de entonces, los otomanos. Para los ingleses, la compra por parte de su Estado fue legal y para el director del Museo Británico, los «mármoles de Elgin» son una parte del tesoro artístico mundial expuesto en dicho museo. Neil Mac Gregor, el director, considera que lo importante del Británico es que el visitante puede ver las maravillas del arte mundial reunidas en un edificio, de forma gratuita y en un entorno seguro. Ahora que el nuevo Museo de la Acrópolis se ha inaugurado, situado en un lugar estratégico, con vista directa al conjunto monumental, los mejores sistemas de protección para sus objetos… la postura favorable a su regreso se ve aumentada. Si de verdad visitaran este museo (que tiene capacidad para 10.000 visitantes al día) los dos millones y medio de personas al año que se calcula, la idea del regreso de los originales en el extranjero se extenderá. Hay comités luchando por este regreso en diecisiete países (incluida España). Y hasta finales de año el precio de la entrada se mantiene simbólico: un euro. Y el año que viene será de cinco euros.

Los veinticinco miembros del consejo del Museo Británico, que depende del ministerio de cultura, medios de comunicación y deporte, se verán presionados, junto a especialistas como Ian Jenkins, conservador jefe de las colecciones griegas y romanas, y Lesley Fitton, la directora del departamento. Pero una teórica propuesta de un préstamo por varios meses de algunas obras no ha sido aceptada por los griegos: el aceptar un préstamo sería como aceptar el principio de la propiedad británica. En los próximos meses se espera que los más de diecisiete comités para el regreso de estas obras vuelvan al ataque. Los diputados ingleses en principio estarían a favor, el gobierno en contra. Entre tanto, en el moderno museo ateniense las obras originales se dejan admirar y los griegos esperan con optimismo.

Corresponsal de diario ABC en Grecia