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La vida es un espectáculo fascinante, que algunos aciertan a contarnos con unas pocas palabras verdaderas. Esto es un tópico, ya lo sé. Pero es lo único que se me ocurre decir para empezar a hablar de Carlos Sentís, un observador atento de la vida que pasa, un periodista que, en estos tantas veces desabridos tiempos que corren, es, como su Barcelona natal para Cervantes -como él acaba de recordar en su último artículo de La Vanguardia– «archivo de la cortesía y correspondencia grata de firmes amistades» y, por encima de todo, un testigo excepcional de un siglo completo.

Hoy nos reunimos en torno a Carlos Sentís en un escenario emocionante para los periodistas. Por ese dintel que acabamos de cruzar ha pasado una gran parte de la mejor historia del periodismo español, es decir, de la historia de España -pues ¿qué es el periodismo, sino la primera versión de la Historia, la Historia contada según va pasando?-. En una fotografía colocada a la entrada de este edificio, que en tiempos albergó las redacciones de El Sol y La Voz, y después las de Arriba y Marca y ahora guarda, igual que hace también nuestra memoria, el espíritu del Diario Madrid, figura una brillante lista de escritores y periodistas. Tras el luminoso nombre de José Ortega y Gasset, abanderado de tantas cosas, otras destacadas figuras que dejaron la huella de su talento en las páginas de los periódicos: Asín Palacios, Unamuno, Marañón, Antonio Machado, Pía, Azorín, Valle-Inclán, Manuel Aznar, Roberto Llopis, Pérez de Ayala, Maeztu, Miró, Gómez de la Serna, D’Ors y un largo etcétera que, prosa en ristre, pasaron por esa puerta.

No sé si ese abrumador censo es una invitación a reflexionar sobre el nivel que, en determinadas circunstancias, puede alcanzar la prensa en un país o, más bien, como si estuviéramos ante una inscripción deudora de Dante, un motivo para que, cuantos hemos venido detrás de ellos y también nos hemos movido con pasión entre las rotativas, perdamos la esperanza de emular tanta gloria.

Probablemente, las dos cosas. Pero, por fortuna, quedan en esta profesión controvertida algunos justos para salvarnos a todos. La prensa está en crisis, su credibilidad, cuestionada, y muchos periodistas, bajo sospecha. Pero algunos siguen ahí, dando lo mejor de sí mismos y, como se hacía en los juegos infantiles, alzando la malla por todos sus compañeros. Diciéndole a la sociedad, en medio de guerras mediáticas que impregnan de sectarismo lo que debería ser la simple confrontación de ideas, aquello que Javier Marías, siguiendo a Shakespeare, puso como título para una novela: «Mañana en la batalla, piensa en mí». Piensa en que no todos somos iguales, piensa que hay quien no desfallece en la lucha por la verdad, piensa en los que ayudan a crear una opinión pública sana.

Uno de ellos, evidentemente, es Carlos Sentís, que aunque no cruzó en su momento este umbral, felizmente sigue entre nosotros y que ahora, en un año en el que se le amontonan los premios, inscribe su nombre en la nómina de los distinguidos con el galardón que lleva el nombre del impulsor de aquella última y vigorosa etapa de Madrid, diario de la noche, Rafael Calvo Serer.

Por todo ello, este es un momento emocionante para cuantos participamos en la aventura del Madrid y admiramos a Carlos Sentís, como es mi caso. Es un honor inmerecido, debido a la generosidad de estos dos maestros míos, Antonio Fontán y Carlos Sentís, el que se me permita hacer el elogio del último ganador de este premio de periodismo, que nos recuerda un crucial periodo de nuestra vida profesional.

Con los dos tengo deudas de gratitud. Fontán fue el último director del diario Madrid, donde a sus órdenes tanto aprendimos los que entonces aspirábamos a contribuir, a través de un periodismo sin ataduras, a que fuera posible el tránsito de la dictadura a la democracia. Con Sentís me unen cosas del pasado -yo también he sido corresponsal de ABC en Alemania y Francia- y una experiencia reciente para mí: pilotar, como él, ese ambicioso proyecto informativo nacional que es la Agencia EFE. Los dos hemos podido comprobar en EFE que una agencia de prensa ofrece la posibilidad de acercarse al periodismo en todas sus variantes y permite abordar la información en su estado más puro y, si se me permite decirlo así, más inocente.

De lo que es este periodismo de agencia da idea la recomendación que, en febrero de 1946, le hizo a Carlos Sentís el director de ABC cuando le envió a Lisboa como corresponsal, para que cubriese la estancia en Estoril de don Juan de Borbón, según lo cuenta el propio Sentís en su último libro, titulado Seis generaciones de Borbones y un cronista: «Tan pronto llegue don Juan y sea recibido por las autoridades portuguesas – le dijo Juan Ignacio Luca de Tena-, manda un despacho lo más escueto posible. Una noticia como si fuera de agencia, sin adjetivos ni comentario alguno».

Aclararé que ni por ésas: la censura de entonces, de la cual algunos de los presentes todavía hemos tenido la posibilidad de vivir sus últimos coletazos, no dejó pasar ni una sola línea sobre don Juan y su instalación en Estoril, como vigilante -o si quieren un símil más acorde con este momento futbolístico en que vivimos, como jugador de banquillo- de la cercana vida española. La censura de Franco -como se dice de la policía- no era tonta y sabía algo que, en seguida, aprenden los políticos en relación con la prensa: que la noticia que nunca crea problemas es la que no se publica.

De eso sabe mucho, como de todo, Carlos Sentís, porque su partida de nacimiento está en los libros -cuando cumplió ochenta años y La Vanguardia incluyó este dato en sus efemérides del día, él llamó para quejarse diciendo: «¿Quién va a dar trabajo a un octogenario?»-, ha militado en todos los frentes de la información y también, durante algunos años, de la política, según pueden comprobar ustedes si se toman la molestia de leer el reverso de la invitación con que hemos sido convocados a este acto: enviado especial a Núremberg y a la ONU, EFE, Tele-Express, Radio Barcelona, TVE, director general de Coordinación Informativa, Asociación de la Prensa, Centro Internacional de Prensa de Barcelona y un largo etcétera.

¿Qué más podemos añadir? ¿Que sigue escribiendo semana tras semana en La Vanguardia con la lucidez y el sosiego que dan los años, pero con la misma serena pasión -la ardiente paciencia de que habló Rimbaud- de siempre? Nada de lo que yo diga puede sorprender a Carlos Sentís a estas alturas de una vida tan llena de curiosidad y de éxitos. Seguro que él recuerda, con su memoria envidiable, que Areilza dijo de él que era una especie de aventurero que presenciaba los acontecimientos. O el maravilloso elogio de Inma Sanchís: «Es inagotable, y da tanto valor al pormenor, que derriba». O que su periodismo es, como decía Manuel Ibáñez Escofet, «periodismo de autor». La Gaceta del Norte, periódico para el que también envió crónicas de guerra, lo definió como el «periodista-experiencia».

Perteneciente a la estirpe de los periodistas sin fronteras, como dice Jaime Arias, para quien Carlos Sentís es un caso único en la historia del periodismo contemporáneo, ya en los años ochenta Josep Maria Casasús había apuntado que «el tipo de periodismo que ha desarrollado Sentís entronca con una larga tradición profesional catalana, la tradición de la crónica, el género que se constituye en una sutil, sabia y equilibrada aportación de elementos informativos y valorativos, escrita en un tono coloquial, directo y personal».

Esa tradición pasa por Gaziel y por Josep Pla, por el bilingüismo y por una manera peculiar de mirar el mundo con ojos mediterráneos. A Sentís no le gusta que le llamen articulista: él prefiere ser considerado cronista, como se conoce a los cronistas de Indias. En una de las últimas entrevistas que le han hecho dice: «En periodismo hace falta contar más y mejor las cosas que pasan en la calle». Las crónicas, según él, «cogen el tiempo al vuelo y lo retienen». ¿Podemos transformar el mundo con el periodismo? Una vez declaró: «Cuando se tienen años de experiencia como yo, se es un poco escéptico en cuanto a las posibilidades que tenemos de transformar algo». Su consejo a los jóvenes colegas: «Que se arriesguen, que el oficio de la palabra merece la pena. Que salgan a la calle con curiosidad, que vean, que escuchen y que lo cuenten más y mejor, con mayor riqueza de vocabulario, con viveza. Hoy, con tanta técnica e imagen, se olvida la fuerza enorme que tienen las palabras».

De la fuerza que tienen sus palabras da fe ese último libro publicado, Seis generaciones de Borbones y un cronista, en el que podemos seguir retazos de toda su trayectoria, desde el encuentro con la infanta doña Paz, hermana de Alfonso XII, cuando cubría el juicio de Núrenberg, a sus comentarios sobre la boda del Príncipe de Asturias en diálogo con Marcelino Oreja. ¿Qué ha dejado Sentís fuera de su mirada después de tantos años de profesión? Nada. Es decir, lo ha visto todo en un mundo cambiante del que él, como Ortega, ha querido ser, sobre todo, espectador.

Sentís pertenece a esa casta catalana de narradores y analistas rigurosos -ya están citados los grandes patriarcas, Pla, Gaziel, D’Ors-, que sólo describen lo que ven y escriben de lo que saben. Pla decía: «Es mucho más difícil describir que opinar. Infinitamente más. En vista de lo cual todo el mundo opina».

En la crónica que envió Carlos Sentís al periódico L’lnstant, ¡el 12 de octubre de 1935, nada menos!, con motivo de la boda del infante don Juan, escribió: «No repetiré que mi misión sólo consiste en ver las cosas sin interpretarlas demasiado». O esto otro: «Si el reportero pudiera opinar de vez en cuando, diría que estas señoras despiertan toda su simpatía».

Podemos decir, sin equivocarnos, que el auténtico Sentís, el Sentís minucioso y tolerante, ya estaba ahí, en el primer tercio del siglo pasado. En los años cuarenta, Mariano Rodríguez de Rivas, al comentar en un periódico que se editaba aquí mismo, Arriba, el primer libro de Carlos Sentís, La Europa que he visto morir, prologado por Eugenio Montes, escribió que «son las páginas debidas a un verdadero escritor -que sabe entender la vida sin comprenderla-, a un periodista -que sabe recoger la vida sin quedarse prendido en ella-, a una persona de mundo -que sabe de la ordinariez y de la elegancia-, a un viajero -que sabe entrar y salir de los acontecimientos-».

Lo de ser viajero era fundamental para alcanzar el grado de cronista en un país con las ventanas cerradas. Pero los tiempos avanzaban imparables. «Los jóvenes de mi tiempo estábamos más interesados por lo literario y lo político -confesó Sentís en los noventa-. «Ahora están más interesados por la noticia».

Para entonces ya había dejado su actividad política, que le llevó en dos legislaturas al Congreso de los diputados. A la pregunta: «¿Qué impresión se experimenta desde un escaño?», él mismo se contestaba: «Poco más o menos la de un oso en cautiverio». No reniega de su etapa como político -como no reniega de haber hecho la guerra y haber tenido que tomar partido-, pero cree que la política debe de ser un trabajo temporal.

«El periodista ha de informar y hacer que piense y reflexione el lector», es otra de las frases de Sentís que he recogido en esta breve antología de urgencia para ustedes.

Ya he dicho que el cronista Sentís también ha opinado algunas veces y que le tentó más de una la política, que es la forma definitiva de manifestar una opinión. Pero como algunos poetas comprometidos (capaces de cantar, como Neruda, a Stalin), que sostienen que su auténtica poesía, su poesía más querida, es la pura expresión amorosa, en cronistas como Carlos Sentís late, por encima de creencias y conveniencias, el respeto a lo que está ahí, a lo que hay que poner en un folio para que la gente se entere, como dice él, siguiendo a Juan de Mairena, de lo que pasa en la calle.

Hoy pasa esto, y ya voy a terminar: que Carlos Sentís, a los noventa y tres años, después de haber puesto tantas veces su vida por su rey al tablero, como nos contó Jorge Manrique de su padre don Rodrigo en una de las obras cimeras de la lengua castellana, sigue listo para la batalla cotidiana del vivir. Aunque escribir, según Blas de Otero, sea viento fugitivo y publicar columna arrinconada, y todo lo que no sea la fiesta brava del vivir y el morir, sobre.

El periodismo, como todos sabemos, está lleno de frustraciones. Pero algunos días, como el de hoy, en el que los profesionales nos enorgullecemos legítimamente de algo, compensan otras carencias. Hoy es de esos días felices y yo, con mi admiración y mi afecto de siempre, le doy las gracias a Carlos Sentís por ello.

Ha sido, a lo largo de su larga trayectoria periodística, director del diario "Madrid" y presidente de la agencia EFE, entre otros muchos cargos.