Tiempo de lectura: 4 min.

Luces de Bohemia

Teatro del temple · Madrid, Círculo de Bellas Artes

«Un cráneo privilegiado que no tuvo el talento de saber vivir» Así de certeras y contundentes son las palabras que describen al principal protagonista de Luces de bohemia, Max Estrella, un invidente escritor venido a menos que recorre el Madrid de los años veinte de la mano de su mejor amigo, Latino de Hispalis. Ambos personajes están aderezados con cierta dosis biográfica en lo que parece ser un homenaje a Alejandro Sawa, gran poeta y amigo de Valle-Inclán quien también murió indigente y ciego.

El Teatro del Temple, una curtida compañía zaragozana, se atreve a «modernizar» está descarnada crónica de un Madrid sórdido y lumpen donde el humor y lo mordaz van de la mano en una manifiesta crítica a la sociedad de entonces. Y lo hace con escasez de recursos escénicos y un elenco limitado -ocho actores- que se recicla en las decenas de personajes que el autor gallego creó para la que fue su obra más lograda.

«Estoy muerto… es otra vez de noche» El director, Carlos Martín, ha optado por una puesta en escena desnuda y funcional para construir esta epopeya esperpéntica. Cuatro paneles móviles y unos pocos muebles marcan los espacios contribuyendo al desarrollo de una acción algo compleja en escenarios tan dispares como el calabozo del anarquista, el jardín nocturno de las prostitutas o el solitario entierro del mísero escritor.

Por otra parte, Martín combina diferentes tipos de melodías (flamenca, acústica, lánguidos tangos) según el dramatismo o ligereza de las escenas. Incluso la neutralidad de los colores en la indumentaria de los personajes subraya el drama de la obra; una constante cromática que se rompe en momentos puntuales a través del rojo en la bufanda de Max o la Chaqueta de Claudinita y que parecen un guiño al director de cine Night Shyamalan en una de sus películas más aclamadas por la crítica, El sexto sentido.

ecdt1.jpg

Sin embargo, el verdadero éxito de este trabajo se basa en la interpretación y la casi total fidelidad a los textos de la obra. A lo largo de dos horas, un magnífico Ricardo Joven -en su papel de poeta Estrella- nos traslada a las sórdidas calles de la capital en su último viaje noctívago donde además conoceremos a políticos, intelectuales, funcionarios y proletarios de diversa índole. La acertada aparición del barbado, manco y estrafalario Marqués de Bradomín aportará caché a un grupo de actores cuyo contrapunto está marcado por la subjetiva adaptación del coprotagonista, un Don Latino con acento andaluz que parece más bien un borracho ramplón e interesado.

«Me divierte ver los espejos de la calle del gato, donde el reflejo de quienes pasan por allí es cóncavo» A pesar de la agonía que transmiten los violines en el monólogo pre-mortem del protagonista, Luces de bohemia está dotada de un fino humor que subraya la idea de que el mundo es una controversia, un esperpento. En su solitaria y ruin despedida, Max alude, con bárbara intensidad, aquel famoso bar de las traseras de Sol -fuente de inspiración de Valle-Inclán- donde la deformación de la realidad que proporcionaban los espejos resultaba hilarante, pero reflejaba, a su vez, a la sociedad de turno. Luces de bohemia fue, es y será siempre la plataforma de expresión de un rebelde, el marco perfecto para dar a conocer el universo esperpéntico, una deliciosa vía de escape para lo que era él… un escritor bohemio de cabeza privilegiada…

Dos menos

Dirección: Oscar Martínez – José Sacristán y Héctor Alterio. Teatro Fernán Gómez

Dos hombres mayores despiertan en una sala de hospital para ser informados de que les queda muy poco tiempo de vida. Así arranca la obra del autor francés Samuel Benchetrit, también novelista y cineasta, en la que la muerte se convierte en una excusa para abordar los sentimientos más preciados del ser humano: el amor, la amistad, la paternidad, lo efímero de la vida…

José Sacristán -un gruñón que perdió el tren de su vida- y Héctor Alterio -romántico y nostálgico padre engañado- encarnan a este par de extraños cuyas tristes historias, unidas por el aciago azar, acaban tornándose en una conmovedora y tragicómica amistad:

-!Vayámonos de este lugar!
-Pero, ¿a dónde?
-!Qué más da! Lo importante es no volver al punto de partida.

Y con estas palabras y nada entre las manos, los dos ancianos, quijotes en pijama, emprenden un viaje, un periplo circular a lo largo del cual toparán con diversos personajes, al tiempo que resolverán algunos de sus conflictos íntimos más dolorosos.

Una caja en un espacio cerrado conforma el escenario de esta obra de teatro montada con total austeridad de recursos, sin concesiones estilísticas.

ecdt2.jpg

A medida que se suceden las distintas situaciones, la caja va cambiando de forma, pero siempre manteniendo el mismo espacio. La escenografía parece responder al mensaje de los textos. No se trata de un viaje físico, sino interior ya que, curiosamente, y a pesar de su intención, los dos enfermos acaban volviendo a donde estaban al principio, por lo que entendemos que se trata de una clara metáfora vital, más que de una experiencia corpórea.

Con humor y ternura, a lo largo de 80 minutos, el espectador se embarcará en la cuenta atrás de dos personajes moribundos llenos de vitalidad que, en su éxodo a ninguna parte, profundizarán -curiosamente sin ninguna trascendencia o referencia al más allá- sobre los sueños, realizaciones y afectos del hombre; eso sí, de una forma divertida y conmovedora con una dosis no menos aplastante de ironía.

Después de un año de estancia en Buenos Aires, José Sacristán y Héctor Alterio, llegan ahora al madrileño teatro Fernán Gómez bajo la dirección de Óscar Martínez, cuya eficaz puesta en escena permite que estos dos veteranos de los escenarios ejecuten su dueto de una forma magistral con una sucesión de diálogos y monólogos brillantes que, en ningún momento, caen en el tenebrismo ni se regodean en algo tan doloroso e inevitable como la muerte. «Descansaremos… sé paciente, por fin descansaremos»