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A la pregunta por la verdad en los tiempos antiguos, le corresponde en nuestra época la pregunta por la felicidad. Para buena parte de nuestros contemporáneos, una vida mejor equivale sencillamente a una vida feliz, aunque definir en qué consiste esa felicidad no resulte sencillo. Ni siquiera cuantificarla, porque ¿cómo medimos el grado de las emociones? ¿Cómo valoramos nuestra psicología? ¿Y de qué modo ponemos en relación la felicidad con el desarrollo económico, la expansión de las libertades o la prosperidad material? Son cuestiones complejas que carecen de respuestas unívocas; pero, aun así, trazar una historia económica de la felicidad es la propuesta que nos brinda el profesor italiano Emanuele Felice en este libro, que acaba de publicar la editorial Crítica. Y lo hace desde un amplio acervo cultural y una profusión de datos que indagan la génesis de la idea a lo largo de los siglos.


Emanuele Felice: «Historia económica de la felicidad». Crítica, 2020 (Traducción de Lara Cortés Fernández)


Empecemos por la definición. El autor sugiere tres líneas argumentales que forzosamente se deben combinar. En primer lugar, la felicidad sería «la liberación con respecto a las limitaciones materiales» en lo que tiene precisamente de desarrollo económico y de prosperidad general. En segundo lugar, la felicidad depende también de la calidad de las relaciones sociales. Y, finalmente, hay un tercer elemento relacionado con lo que habitualmente llamamos el “sentido de la vida”, el cual de algún modo sentimos que nos trasciende y nos orienta.

TRES GRANDES REVOLUCIONES

A partir de esta tríada, Felice indaga desde un punto de vista cultural y económico en las tres grandes revoluciones que han tenido lugar en la historia de la humanidad y que, sucintamente, son las siguientes: la primera fue la aparición del pensamiento simbólico en el Homo sapiens sapiens. La segunda fue la revolución agrícola, que dio lugar a los primeros asentamientos estables y a la domesticación de un buen número de animales salvajes. La tercera, mucho más cercana en el tiempo, fue la Revolución Industrial, que el autor conecta con el nuevo marco cultural que trajeron la Ilustración y el Racionalismo.

Felice reconoce que la felicidad no depende sólo de factores materiales, sino que requiere otros dos soportes: la calidad en las relaciones humanas y la cuestión del sentido de la vida

Y ello porque, como observa el ensayista italiano, «la Ilustración es el movimiento de ideas que consagra una nueva perspectiva en el devenir histórico: la de alcanzar la felicidad aquí, en la tierra, sobre todo a través de la transformación de las instituciones y de las reglas formales e informales que regulan las acciones humanas». Capítulo a capítulo, Felice desgrana con suma atención el desarrollo de estas tres grandes revoluciones históricas y su estrecha relación con la felicidad.

De este modo, y en línea con las teorías de conocidos antropólogos e historiadores como Jared Diamond y Yuval Noah Harari, nuestro autor defiende que la mítica “edad de oro”, el jardín del Edén de la humanidad, se situaría en esa fase primera del sapiens –anterior a la revolución agrícola–, en la que los primeros humanos se dedicaban a la caza y a la recolección de frutos. «Hoy en día podemos sostener con cierta seguridad –leemos en el libro– que los humanos “primitivos” se alimentaban mejor que sus descendientes agricultores, seguían una dieta más rica y variada, trabajaban menos, llevaban una vida más sana, presentaban una constitución más fuerte y sufrían menos las carestías y los efectos de epidemias y enfermedades infecciosas y, tal vez, también de la violencia ejercida por sus semejantes».

“PRODUCIR MÁS Y CONSUMIR MÁS”

Sin embargo, el salto a la agricultura –causado por el aumento de la población y la falta de comida suficiente– fue probablemente el mayor error de la historia, ya que –en palabras de Emanuele Felice– nos introdujo en un “valle de lágrimas”. La revolución agrícola tuvo lugar gradualmente y forzada por las circunstancias, pero una vez iniciada ya no tuvo marcha atrás. Actuaba una especie de determinismo que llevaba de producir más a consumir más, así como se incrementaba la fertilidad y las instituciones políticas no paraban de transformarse. Así surgieron las ciudades y los reyes, las leyes y el oro como unidad de cambio universal. También se acortó la esperanza de vida, se incrementó la mortalidad infantil, y nuevas y devastadoras enfermedades saltaron de los animales a las personas. Las guerras y las luchas por el poder se hicieron más frecuentes y la mayor especialización productiva condenó a buena parte de la humanidad a ocupar los niveles más bajos de la escala social. En opinión del autor, la revolución agrícola terminó instituyendo una ideología de la infelicidad, ya que la sociedad que surgió de ella se basaba en la disparidad y se sostenía «en la desigualdad de la mujer con respecto al hombre y en la separación entre clases sociales». Y, frente a esa difícil situación, los hombres buscaron la felicidad en la vida ultraterrena o bien en filosofías como el estoicismo, que predica la anulación de los deseos. Ninguna de estas estrategias, observa el economista italiano, «contempla una mejora de las condiciones materiales de la humanidad».

El autor propone una nueva ética que nos ayudará no sólo «a tolerar al diferente, sino también a reconocerlo y apreciarlo»

El desarrollo de la revolución agrícola se alargará durante milenios y conducirá a un mundo que nos resulta ya reconocible. La aparición, por ejemplo, de dos tipos de imperios: uno, de corte más étnico-nacional, en el que una tribu o una etnia dominaba sobre las demás, y otro –como el romano o el persa–, de carácter más cosmopolita e igualitario. O el lento desplazamiento de lo que el autor, en la línea de san Agustín, denomina la “ciudad de Dios” (la cual pone su esperanza en la vida eterna) por una “ciudad de los hombres”, en clave inicialmente renacentista y que, unida a las exploraciones marítimas del Nuevo Mundo y a los efectos ideológicos de la Reforma protestante, terminará por crear unas condiciones más propicias para la eclosión del racionalismo ilustrado, primero, y de la revolución industrial, poco después. Llegamos así al tercer gran cambio de la humanidad, cuyos efectos fueron palpables casi de inmediato.

EL EFECTO DE LA INDUSTRIALIZACIÓN

Porque, en efecto, el Siglo de las Luces y la rápida industrialización del planeta supusieron un gran salto cualitativo para la humanidad. Un salto, además, bien estudiado y fácil de cuantificar a muchos niveles. La máquina de vapor, la electricidad, el acero y el petróleo, la automoción, el teléfono y el cine, la aviación y las vacunas o los antibióticos, por citar unos cuantos ejemplos, se convirtieron en la divisa de un progreso que, por momentos, se suponía sin límites. Las cifras nos hablan del avance material de la humanidad. La higiene y la medicina ampliaron la esperanza de vida de forma asombrosa. La alfabetización se ha convertido en una conquista prácticamente universal. Las tasas de pobreza extrema se han reducido de un modo radical, incluso en los países menos desarrollados. Europa, donde se originó la Revolución Industrial, alcanzó a lo largo de la segunda mitad del siglo XX un Estado del bienestar sin parangón en la historia. Y, en general, se juzgue de un modo u otro la prosperidad general, es innegable que somos mucho más ricos y longevos que en cualquier otro momento de la historia. Ello –insiste Felice– a pesar de las ideologías totalitarias (el comunismo y el nacionalsocialismo) que han asolado la modernidad y que han causado millones y millones de muertos. Sin embargo, una vez derrotadas esas ideologías por la democracia liberal, la pregunta que se plantea concierne a la felicidad. Sí, somos más ricos, pero, “¿también más felices?”.

La tensión entre el bienestar individual y el colectivo define la vida contemporánea y constituye el auténtico motor de unos nuevos derechos, según el economista italiano

A responder estar cuestión dedica Emanuele Felice el último tercio de su libro. Desde un punto de vista material, la conclusión es optimista aunque siempre con matices. Uno de ellos lo plantea el autor al subrayar que «en el paradigma del mundo agrícola, la gran injusticia era la desigualdad interna (entre amos y siervos, entre hombres y mujeres), consagrada a través de leyes e instituciones. En el paradigma liberal-demócrata que inunda el mundo industrial, la injusticia radica en la desigualdad internacional, basada en otro tipo de barreras humanas entre quienes tienen y quienes no tienen». Pero incluso aquí se observan avances importantes, a medida que la globalización ha ido extendiendo los beneficios de la tecnología y el comercio. Este crecimiento mundial se ha traducido en «un aumento importante de los ingresos y de la calidad de vida material, lo que probablemente haya tenido un impacto significativo (y positivo) en la felicidad».

LOS SOPORTES INMATERIALES DE LA FELICIDAD

Pero, por supuesto, y como ha señalado Felice al principio del libro, la felicidad no depende sólo de factores materiales, sino que requiere otros dos soportes: la calidad en las relaciones humanas y la cuestión del sentido de la vida. Felice enlaza ambos factores sobre el supuesto de una nueva ética que nos ayudará no sólo «a tolerar al diferente, sino también a reconocerlo y apreciarlo, como expresión y valor de la amplia y variada comunidad humana». El economista italiano es consciente de las enormes dificultades teóricas que plantea este reto, ya que pone en juego creencias individuales muy profundas y que, en ocasiones, pueden llegar a ser antagónicas. Pero, en un estilo típicamente liberal, propone a este dilema una respuesta que sea aceptable para una inmensa mayoría: una definición de la felicidad que, excluyendo la trascendencia de la ecuación, conjugue el enriquecimiento personal y el hedonismo propio de las sociedades consumistas con la dimensión relacional de los hombres, el pluralismo moral, la solidaridad y, en definitiva, un sentido del servicio. «Así pues –sostiene Felice–, estamos convencidos de que el hedonismo, por una parte, y la felicidad basada en las relaciones humanas y las virtudes cívicas, por otra, no tienen por qué ser incompatibles: antes al contrario, pueden complementarse mutuamente. Por tanto, partimos de la hipótesis de que en el mundo globalizado es posible conciliar las dos grandes revoluciones que están en marcha, ambas como consecuencia del desarrollo tecnológico: la “hedonista” y la “ética”; o, dicho de otro modo, de que esta última puede servir para hacer realidad la primera y también para darle sentido».

BIENESTAR INDIVIDUAL FRENTE A BIENESTAR COLECTIVO

Esa tensión entre el bienestar individual y el colectivo define la vida contemporánea y constituye el auténtico motor de unos nuevos derechos cada vez más cuantificables. Como observa el propio autor, es probable que muchos de estos derechos sean ficticios y no se basen en la naturaleza humana; sin embargo, en todo caso constituyen ilusiones benéficas, mentiras fértiles que se traducen en una existencia más placentera y confortable. «Las culturas y las ideas –apostilla ya al final del libro– cambian a lo largo de la historia, como sabemos. Y, puestos a elegir ideas o inventos, mejor quedarse con aquellos que nos ayudan a vivir mejor». Ese mínimo común de una felicidad asociada al desarrollo de los derechos humanos, la expansión de la democracia y el progreso material representa el ideal posible más alto de la humanidad: «Una felicidad que florece en condiciones reales de bienestar, con pasiones dirigidas hacia nuestras relaciones; es la ética kantiana del ser humano como fin en sí mismo materializada –gracias al progreso tecnológico y al uso que podemos hacer de él– en el reconocimiento universal del derecho a la felicidad de cada persona».

En el libro se propone una definición de la felicidad que conjugue el enriquecimiento personal con la dimensión relacional de los hombres, el pluralismo moral, la solidaridad y un sentido del servicio

En Historia económica de la felicidad, encontramos el trazado de un arco histórico que abarca desde el jardín del Edén de las primeras comunidades humanas y el valle de lágrimas de la civilización agrícola hasta la actual ciudad de los hombres basada en la revolución de la felicidad posible, la cual, a pesar de todos los pesares, constituye el mejor de los mundos conocidos. Un mensaje indudablemente positivo sobre los frutos de la Ilustración y los valores del nuevo humanismo, el cual plantea, sin embargo, un interesante debate sobre su futuro en un escenario como el actual, marcado por la crisis económica, el retorno de los populismos y la alternativa autoritaria, que –en algunos países como China– suscita dudas sobre el triunfo universal de la democracia.

Licenciado en Derecho. Columnista, crítico literario y asesor editorial.