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La muerte de Alexandr Solzhenitsin, ocurrida el pasado 3 de agosto, paradójicamente pasó desapercibida… Desapercibida en Rusia, su país natal.

No puedo evitar los paralelos históricos, como, por ejemplo, la muerte y entierro de León Tolstói (noviembre, 1910) y las reuniones estudiantiles póstumas que sacudieron a todo el país después del entierro. O, también, podríamos recordar cómo en enero de 1881 el féretro de Dostoievski fue acompañado por treinta mil personas y unas cien mil que simplemente llenaban las calles del trayecto que iba desde la calle Kuznechnaya hasta la necrópolis Alexandr Nevski.

En agosto de 2008 apenas unos centenares de personas acudieron al monasterio Donskoy, en pleno centro de Moscú, para despedir a Alexandr Solzhenitsin.

¿Acaso no es felicidad simplemente sobrevivir para un recién nacido y ya huérfano de padre en el año 1918 en la Rusia de la guerra civil?

Pienso que Solzhenitsin tuvo que ser un hombre feliz, y toda su vida me parece una vida feliz, un ejemplo de superación humana y de búsqueda de la verdad. ¿Acaso no es felicidad simplemente sobrevivir para un recién nacido y ya huérfano de padre en el año 1918 en la Rusia de la guerra civil? ¿Acaso no es felicidad casarse por amor a los veintidós años, tener grandes proyectos y necesidad de realizarlos? ¿Acaso no es felicidad haber sobrevivido a casi toda la guerra?

Tres meses antes de terminar la contienda —en febrero de 1945— lo arrestan para más tarde condenarle a ocho años de trabajos forzosos en el campo. Fue el famoso artículo 58 el que arrasó con la intelectualidad soviética, la época de la «muerte al por mayor» como escribió O. Mandelshtam.

 

Millones de personas fueron rápidamente juzgadas y deportadas a los lugares más inhóspitos de la Unión Soviética. Jamás regresaron a sus casas. Morían a centenares en medio del largo camino, atravesando el país; a miles en los primeros días y meses de frío, de hambre, de infecciones, de angustia. Solzhenitsin sobrevivió los ocho años. ¿Acaso no se traduce eso en felicidad?

En 1952, a los treinta y cuatro años le diagnostican cáncer y lo operan en el gulag. Realmente hay que esforzarse para tratar de imaginarse una operación oncológica hace más de medio siglo en una prisión estalinista… Al principio del 53 sale del campo y es condenado al destierro perpetuo en el sur de Kazajstán. Unos meses más tarde… una recaída, un nuevo tumor y tratamiento radiológico en Tashkent. ¡Sobrevivió!

Durante años enseñó matemáticas y astronomía en las pequeñas ciudades y pueblos. Siempre escribió. Muchas de sus obras son autobiográficas, en ellas aparece bajo distintos nombres, así como también sus amigos y compañeros. Luego vendría el éxito de Un día en la vida de Iván Denísovich, breve reconocimiento durante el deshielo de Kruchev… y de nuevo el olvido, las acusaciones, las persecuciones. Pero el lector ya había descubierto el talento. Los libros de Solzhenitsin cruzan las fronteras soviéticas (¡imposible!), se copian en máquinas de escribir y se leen de noche a hurtadillas. La tenencia de alguno de estos libros significaba arresto y juicio.

El reconocimiento mundial (Premio Nobel de 1970) empeora su situación en la URSS

El reconocimiento mundial (Premio Nobel de 1970) empeora su situación en la URSS. Unos años más tarde le quitan la ciudadanía y lo expulsan del país. Solzhenitsin conoce la paternidad a la edad en que uno se prepara para ser abuelo. Sus tres hijos varones nacieron de su segundo matrimonio. Ahora tienen algo más de treinta años. Estaban en el velatorio, muy cercanos a la madre, muy libres y muy serenos en esta última reunión familiar.

El día del velatorio en Moscú llovía torrencialmente. Algunos aluden al clima para justificar la escasa concurrencia de los moscovitas al monasterio. También me costó a mí, pero fui de noche y me habría quedado horas. Muy poca gente, mucha policía, nada de rostros jóvenes y en el jardín florido del monasterio —creí estar soñando— unos cuantos tanques T-34 (del año 1943) de color blanco, cerca de la entrada.

Dicen que Solzhenitsin hace unos cuantos años le había pedido al Patriarca ortodoxo ser enterrado en el cementerio del monasterio Donskoy y obtuvo tal permiso. Quisiera creer que no fue el deseo de estar al lado de unos cuantos personajes célebres, sino en el lugar donde en las fosas comunes yacen las cenizas de miles de víctimas de las terribles represiones del siglo pasado.

La partida de Solzhenitsin deja muchas preguntas. Desde preguntarnos por qué tanta indiferencia —si en Rusia amamos los entierros— hasta si Solzhenitsin (ya un personaje histórico) es demasiado incómodo para un país que sigue viviendo con los ojos semicerrados su presente e intenta olvidar enérgicamente su pasado. ¿Por qué la llamada de Solzhenitsin a «vivir de acuerdo a la verdad» ni se menciona?

Es una figura monumental en la historia y en la literatura rusa. Archipiélago Gulag, El pabellón de cáncer son relatos que obligaron a mucha gente a pensar y a preguntase sobre nuestra historia cotidiana.

EL PODER NO LOGRÓ ASUSTARLOS NI ADIESTRARLO

Podemos estar o no de acuerdo con él, podemos criticarlo, por ejemplo, por su nacionalismo o por recibir un premio de las manos de Putin, pero indudablemente fue él quien nos contó por primera vez la verdad desde el otro lado del alambre de espino y quedamos horrorizados, y muchos abrimos los ojos. Fue quien aprendió a vivir «a pesar de» y no «gracias a» y pagó muy caro por el derecho a decir la verdad.

El poder no logró ni asustarlo, ni adiestrarlo, ni comprarlo. Alguna vez también lo reconoceremos por su labor titánica e idealista de preservar el idioma ruso precisamente en nuestra época de la globalización, por sus investigaciones sobre la historia de la Revolución de 1917, por su capacidad de medir el tiempo y trabajar, trabajar… Lo haremos cuando nos animemos a abrir los ojos. Si es que nos animamos… ¡Gracias, Solzhenitsin!