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En 1917 el senador norteamericano Hiram Johnson proclamó que la primera víctima de la guerra es la verdad. En la medida en que el terrorismo es una forma de guerra -no tanto porque lo sea en sí mismo, sino porque aspira a serlo-, la frase del político californiano resulta válida para la información sobre los atentados terroristas, y en particular para lo que sucedió en España entre el ataque masivo a los trenes de cercanías madrileños, el pasado 31 de marzo, y las elecciones generales celebradas sólo tres días después.

Cualquier periodista con años de experiencia sabe lo difícil que es informar sobre el terrorismo. Las reglas de procedimiento que deben ser aplicadas para obtener una información veraz -fuentes originales y contraste de información, entre otras- resultan por lo general imposibles. Los medios suelen tener amplio margen para difundir los efectos de los atentados -lo que forma parte del objetivo de la acción terrorista, que multiplica su efecto al conseguir una difusión extensa y detallada-, pero no pueden acceder a quienes han ordenado y ejecutado el crimen, pues por lo general los criminales se ocultan para eludir la acción de la justicia. Esta última, por razones de eficacia, procura el secreto de la investigación, la cual a su vez resulta con frecuencia compleja y lenta, a pesar de los esfuerzos policiales. Las fuentes de esta última naturaleza, en fin, acostumbran a proteger las claves que les han llevado a detener a los culpables, que muchas veces comprenden la labor de infiltrados, interceptación de comunicaciones o confidentes.

Cuando se produce un atentado de grandes proporciones -y el de Madrid fue el mayor que haya ocurrido nunca en Europa en tiempo de paz, con 192 muertos y más de 1.500 heridos- es normal que exista una desproporción manifiesta entre la demanda de información por parte de la opinión pública y la capacidad para disponer de ella. A veces los terroristas intentan aprovechar ese hueco con la difusión de mensajes o imágenes que forman parte de su estrategia. Bien recientes están las grabaciones, difundidas por casi todas las televisiones occidentales (y entre ellas las españolas con especial insistencia), de rehenes japoneses amenazados brutalmente por sus captores en Irak.

La competencia mercantil entre los medios, combinada muchas veces con la excitación de obtener una información más sensacionalista que sensacional, conduce en ocasiones a una dinámica en la que cualquier barrera ética se desmorona. Si esa rivalidad y ese afán originalmente periodísticos se combinan con la utilización política de una agresión terrorista, el resultado final dista bastante de lo que suele conocerse como el interés público, concepto que legitima el principio de la información veraz, cuya difusión es amparada y protegida por nuestra Constitución. Mucho de eso -muchísimo, incluso- ocurrió entre el 11 y el 14 de marzo.

A dos meses de los acontecimientos, las principales conclusiones a las que podemos llegar son las siguientes:
1 · Todos los medios de comunicación (españoles e internacionales) difundieron informaciones que podrían considerarse formalmente veraces, pero que en cualquier caso no eran ciertas. En la mayoría de los casos, estos errores se debieron a una estimación inexacta de las fuentes, sin que pueda advertirse mala fe. Fue el caso de la cifra de muertos, sobreestimada en diez personas (se llegó a hablar de 202) debido a que no se había completado la identificación de los restos. Lo mismo ocurrió con las estimaciones de la autoría: cuando el jueves 11 los análisis policiales y de inteligencia, así como la práctica totalidad de los dirigentes políticos, atribuyeron la responsabilidad a la banda terrorista ETA, estaban convencidos de que los indicios eran más que suficientes como para deducir esa imputación.
2 · Aunque resulte paradójico, ese mismo día y de igual modo que muchos se equivocaron por haber efectuado un análisis erróneo, hubo unos pocos que acertaron como fruto no de una información exclusiva, o de un análisis más certero, sino a consecuencia de su afán por eludir responsabilidades. Fue el caso de los dirigentes de la antigua Batasuna, cuyas primeras declaraciones no tenían más objetivo que exculpar, o por lo menos sembrar dudas, sobre la autoría de ETA. Cuando se toma conciencia de esta paradoja es difícil no evocar el adjetivo de diabólica, como hizo algún tiempo después un importante dirigente político. Quienes buscaban la verdad se equivocaron, mientras que aquellos que perseguían la mentira acertaron.
3 · Al final del día, ese mismo jueves 11, todos los medios contribuyeron, en mayor o menor medida, a dar credibilidad a una reivindicación falsa, supuestamente efectuada por un grupo islamista de Oriente Medio y recibida por correo electrónico en un periódico árabe de Londres. Algunos medios se hicieron eco, asimismo, de un rumor no confirmado, referente a la posible existencia de suicidas entre los fallecidos. Esta hipótesis jamás fue manejada por los forenses y surgió en medios policiales ante la existencia de cadáveres muy fragmentados. Este resultado, sin embargo, era lógico al explotar una docena de bombas en cuatro trenes abarrotados de viajeros, varios de los cuales, por cálculo de probabilidades, debían por necesidad encontrarse en las inmediaciones de las bolsas o mochilas con explosivos.
4 · El único indicio que de acuerdo con las investigaciones posteriores conducía a los autores del atentado (aunque esto no era posible saberlo ni el jueves 11 ni el viernes 12) fue la cinta grabada con suras del Corán que apareció, junto con otras cintas desprovistas de significación y varios detonadores, en una furgoneta aparcada junto a la estación de ferrocarril de Alcalá de Henares, cuya existencia fue denunciada por un vecino. El ministro del Interior, Angel Acebes, informó esa misma tarde de la aparición de la cinta y anunció que se abría una nueva línea de investigación.
5 · A última hora de la noche del jueves, la suma de la aparición de la cinta con la reivindicación al periódico de Londres y el rumor de los suicidas, indujo a la dirección del Partido Socialista -es probable que con la colaboración de Izquierda Unida- a desarrollar una estrategia para minimizar lo que suponían que podría ser una pérdida de votos, tal y como habían temido durante las horas previas en las que ellos mismos aceptaban como evidente la autoría de ETA. La dirección socialista no tenía la más mínima información adicional: sólo buscaba producir ruido para generar confusión en la opinión pública, durante el tiempo suficiente para llegar a las elecciones.
6 · Ningún medio de comunicación internacional, como tampoco ningún gobierno o servicio de inteligencia, dispuso ese día y los siguientes de información distinta que fuera fiable. Todas las pistas que condujeron a la identificación de los autores resultaron de la investigación policial española. El conocimiento fuera de nuestro país fue nulo. Otra cosa distinta es que, por razones comerciales y de atención a sus propios intereses, determinados medios internacionales acentuasen la hipótesis sobre la responsabilidad de Al Qaeda, la cual era «más noticia» mundial que si la responsabilidad hubiera sido de ETA -es decir, un asunto interno español-. Es muy dudoso que esta preferencia se hubiera producido antes de los atentados contra Nueva York y Washington de septiembre de 2001.
7 · Todos los progresos sustanciales de la investigación policial fueron comunicados, a las pocas horas, por el ministro del Interior. Nunca fue tan rápida la investigación de un atentado de está naturaleza, así como las detenciones de los supuestos autores. Las tres noticias clave de la investigación, en esos primeros días, fueron la aparición de la furgoneta con detonadores y una cinta del Corán; la detención de tres marroquíes y dos indios al seguir la pista del teléfono móvil en la bolsa que fue desactivada; y la localización, previo aviso, de una cinta de vídeo en la que un islamista reivindicaba la autoría. Estos dos últimos avances se efectuaron en la tarde y noche del sábado 13, es decir, apenas unas horas antes de la jornada electoral.
8 · El Gobierno de Aznar transmitió las hipótesis de los servicios policiales y de inteligencia, y no ocultó ninguna información sustancial, como tampoco falseó ningún dato. Sólo en un caso -las primeras detenciones- los medios de comunicación tuvieron conocimiento previo de lo que iba a anunciar el ministro del Interior, debido probablemente a filtraciones de alguna institución oficial y al interés del mando policial por retrasar el conocimiento general de unos datos que afectaban a una importante investigación, la cual estaba lejos de haber concluido.
9 · Los medios de comunicación más hostiles con el Gobierno (y en el caso de la cadena SER pasaron a convertirse en medio de agitación), fueron los menos rigurosos a la hora de evaluar las informaciones. Dieron credibilidad a la teoría de los suicidas, estimularon la vulneración de la jornada de reflexión electoral y mintieron al afirmar, en la madrugada del domingo 14, que desde la mañana del sábado conocían la existencia del vídeo reivindicativo. Dicho vídeo, según reveló la investigación posterior, había sido grabado en la tarde del sábado.
10 · El conocimiento de todo lo que pasó en torno al 11 de marzo se encuentra aún muy lejos. No se conoce, por ejemplo, la autoría intelectual. de los atentados -el líder o comité que planificó la operación-. Muchos detalles de la forma en que se obtuvieron los explosivos y se organizaron los atentados son asimismo una incógnita. Como otras organizaciones terroristas, y probablemente más que la media, el terrorismo islamista no es una organización de perfiles definidos, sino una especie de ameba con múltiples ramificaciones. Quizá pase mucho tiempo antes de que podamos tener una información suficiente sobre los efectos políticos que se pretendían, lo cual no sería ninguna novedad en la historia de España. Treinta años después de haber ocurrido, aún no sabemos quién fue el personaje de la oposición de izquierda que, en la cafetería del hotel Mindanao de Madrid, informó a unos terroristas de ETA de la rutina matinal del presidente Luis Carrero Blanco. En uno y otro caso, se buscaba condicionar, por la violencia, el devenir de los españoles. Y en ambos casos se Consiguió.

Periodista