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España es uno de los pocos países de la Unión Europea (UE) que tiene a una política de conjunto para América Latina. Por razones obvias, vinculadas a cuestiones históricas, culturales y lingüísticas, nuestra relación con las repúblicas latinoamericanas es intensa. Sin embargo, y pese a la buena voluntad de la mayoría de las partes implicadas (hay algunas sonadas excepciones, como Cuba o Venezuela), este vínculo es manifiestamente mejorable. En las próximas páginas intentaré señalar algunas de las características centrales de nuestra política hacia la región y propondré algunas medidas que, según mi punto de vista, se pueden adoptar para mejorarla.

REFORMA DE LAS CUMBRES

Como se acaba de señalar, España tiene una política global para la región, materializada básicamente en torno a las cumbres iberoamericanas. Se trata de un proyecto compartido con Portugal y con los restantes países de habla española y portuguesa de las Américas. Sin embargo, resulta bastante frecuente escuchar que las cumbres son básicamente una herramienta de la política exterior española, puesta al servicio de nuestro país. Por eso, recientemente se ha dado un paso importante con la reforma del sistema de cumbres, planteada en la última reunión de Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), resultado de la gestión de la conocida como Comisión Cardoso, en alusión a la labor del ex presidente de Brasil, Fernando Henrique Cardoso, el máximo encargado de coordinar los trabajos pertinentes. El principal logro de la misma fue la creación de una secretaría general, que permitiría actualizar el sistema e introducir la política, en su acepción más sana, en la agenda cotidiana de la comunidad iberoamericana. Se trata, indudablemente, del mejor método para que el conjunto de países que integran el sistema comiencen a vivir lo iberoamericano como algo propio y como algo que vale la pena impulsar, dejando de lado los rumores de una cierta manipulación española. Por eso, la comunidad adquirirá plenitud sólo en el momento en que sus miembros compartan la idea de que se trata de un proyecto común, sin ninguna pretensión hegemónica de ninguno de sus miembros.

IBEROAMÉRICA O AMÉRICA LATINA

Para que esta situación se plasme es necesario que España dé los pasos necesarios a fin de dejar clara su voluntad de ser uno más. En este sentido, entiendo que sería sumamente beneficioso la adopción por parre del nuevo gobierno de la terminología de América Latina. En un país como España, que ya acepta sin grandes complicaciones denominaciones como A Coruña, Girona o Araba, resulta paradójico el empeño en seguir hablando de Iberoamérica. Al margen de la complicación que supone la utilización de un término de significados disímiles (el que alude a la comunidad iberoamericana -España y Portugal incluidos- y el que se utiliza para no hablar de América Latina), lo que se vive al otro lado del charco es una especie de negación de la propia voluntad. Los latinoamericanos se llaman a sí mismos como tales y hablan de América Latina -muy pocos de Iberoamérica- y el cambio en la denominación sería recibido como una señal clara de que nos interesa una relación entre iguales y no otra marcada por tal dominación.

También es necesario afinar en nuestra política de cooperación. Más allá del esfuerzo que se está realizando para incluir a los países de renta media (la mayor parte de los latinoamericanos) como posibles receptores de la ayuda oficial al desarrollo, es conveniente redefinir el tipo de cooperación que se presta o se impulsa. Al margen de que la apertura comercial es mejor que cualquier forma de cooperación, es necesario no quedarse en una postura asistencialista o paternalista y tener muy presentes las demandas de los gobiernos democráticamente elegidos de la región. Por ejemplo, tenemos el caso del Gobierno colombiano que, con insistencia creciente, demanda a Europa una mayor cooperación militar o policial, de modo que puedan acabar con el terrorismo que azota el país. Hay en la UE pocos países dispuestos a dar un paso semejante, entre ellos España y el Reino Unido. Por eso, la postura española al respecto debe ser muy clara y rotunda.

AGENDA DE RELACIONES BILATERALES

Pese a todo, es necesario que el árbol no nos impida ver el bosque. En este caso el árbol es Iberoamérica y el bosque las relaciones con cada uno de los distintos países. Y aquí es precisamente donde radica el principal déficit de nuestras relaciones con América Latina: por primar el todo, carecemos de respuestas -de políticas- claras para cada una de las partes. Es urgente fijar la agenda de las relaciones bilaterales, al menos con los principales países de la región. En algunas circunstancias nos ocurre que determinadas decisiones de nuestra política exterior hacia la región tiene efectos no deseados en otros países de la zona. Esto ocurrió, por ejemplo, a fines de octubre pasado, cuando el presidente Aznar visitó Brasil y mostró su comprensión con la histórica reivindicación brasileña de contar con un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Más allá de la utilización de la noticia que pudo hacer ltamaratí (el ministerio brasileño de Asuntos Exteriores, que habló de apoyo y no de comprensión), lo cierto que la noticia causó un profundo desasosiego en Argentina y también en México, dos países con reivindicaciones similares y que comenzaron a quejarse amargamente del abandono en que los dejaba España tras establecer una alianza estratégica con el Brasil. Sólo con claras políticas bilaterales, que tengan presente los efectos no deseados en otros países de la zona, nuestra política de conjunto podrá tener la eficacia que merece. Es necesario llegar al todo por las partes y no viceversa.

RECURSOS DIPLOMÁTICOS

El reconocimiento de esta realidad nos lleva enseguida a la certificación de un enorme déficit en nuestras relaciones con América Latina: el carácter limitado de los recursos diplomáticos a disposición de nuestras embajadas y consulados. Si comparamos el número de funcionarios y representantes de todo tipo presentes en las embajadas de Estados Unidos con los destinados en las legaciones españolas, el resultado puede ser francamente desolador. Para contar con una presencia y una influencia cada vez más importante en América Latina, de alguna manera proporcional al peso de unas inversiones cada vez más cuantiosas, es necesario dotar a nuestro servicio exterior tanto del capital humano que requiere como de las dotaciones correspondientes.

También es necesaria una mayor coordinación entre la presencia del Estado y la actividad de las empresas, pero esta obligación no debe recaer siempre en el mismo lado. Pero para ello, es necesario separar claramente los intereses públicos de los privados. Un problema que se ha planteado en alguna oportunidad es que se ha contundido la defensa de los intereses nacionales con la defensa de tos intereses de alguna empresa en concreto. Lo ocurrido con Aerolíneas Argentinas es sólo un ejemplo de cómo una situación semejante puede dañar la imagen de España en la región.

¿FIN DEL «CONSENSO DE WASHINGTON»?

América Latina está atravesando una coyuntura complicada. En algunos países asistimos a un preocupante revival populista, de marcados toques bolivaríanos (aunque nadie sabe a ciencia cierta lo que semejante cosa significa). Se dice, sin gran constatación empírica, que el tiempo del «neoliberal ismo» ha acabado, y con él, el del «Consenso de Washington». Sin embargo, son muchos los convencidos de la necesidad de mantener un cierto rigor en el manejo de la economía, como evidencia la rigurosa política macroeconómica del gobierno de Lula.

También dicen que estamos frente a un cambio de tendencia en la política regional y en la posibilidad de un giro generalizado a la izquierda. La cuestión es que hay izquierdas e izquierdas. Si por un lado encontramos a gente seria y responsable, como el propio Lula o Ricardo Lagos, presidente de Chile, a quien no se le ha cruzado por la cabeza volver a los viejos vicios del pasado, por el otro reaparecen algunos personajes perdidos en la noche de los tiempos. Un caso paradigmático es el de Shafik Nadal, el candidato del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, de El Salvador, para las próximas elecciones presidenciales; o el uruguayo Tabaré Vázquez, alcalde de Montevideo y también candidato presidencial del Frente Amplio. En ambos casos encontramos una hostilidad manifiesta a la apertura comercial (léase ALCA o cualquier otra variación), pero también a las privatizaciones y a las inversiones extranjeras. Son estas cuestiones las que hacen más necesaria que nunca una política desagregada para América Latina. Cada país es una realidad aparte, como demuestra el hecho de que sólo Brasil, México y Chile concentran el 85% del total de la inversión extranjera directa que llega a la región.

ANTES DE CRUZAR EL RÍO BRAVO

Recientemente se ha dicho que la posición española en relación con la guerra de Irak y el acercamiento a Estados Unidos ha perjudicado nuestros intereses en América Latina. Esto es algo por demostrar, ya que las señales que llegan son contradictorias. La apuesta atlantista del Gobierno español, cualquiera sea su signo, implica un reforzamiento de la relación con América Latina y esto implica también definir en profundidad la apuesta por los hispanos, o latinos, de Estados Unidos. No basta sólo con tener buenas ideas o buenos objetivos, es urgente definir estrategias claras, dotar los medios para llevarlas a cabo y, sobre todo, saber explicar a nuestros amigos y aliados, especialmente a los situados al sur del río Bravo, lo que se pretende con algunas acciones que los pueden afectar directamente.

AMÉRICA EN EUROPA

El Atlántico es el océano natural de pertenencia de España, pero el Atlántico en su sentido más amplio. Por eso, la política europea de España debe tener mucho más presente las reivindicaciones latinoamericanas, aunque la correlación de fuerzas en el seno de la UE acabe archivando nuestras propuestas. Quizá sería beneficioso para nuestros objetivos impulsar reivindicaciones muy claras en Bruselas vinculadas con el desmantelamiento de la Política Agraria Común (PAC) y un acceso igualitario a los mercados europeos para los productos agrícolas y ganaderos de América Latina. También sería bueno favorecer una política migratoria que tuviera en cuenta los flujos de población provenientes de América Latina, que presentan la ventaja de pertenecer al mismo mundo occidental, con lenguas, culturas y religiones similares a las que se practican en Europa, todo lo cual favorece necesariamente su integración en nuestras sociedades.

Este es el camino. Un camino reforzado recientemente con la llegada de fuertes inversiones directas en sectores importantes de las economías de algunos países. Ya no sólo se trata de lengua y cultura, ya no sólo se trata de la existencia de un pasado en común. En estos momentos España y América Latina deben comenzar a hablar en serio de cómo desarrollar un futuro en común, un futuro prometedor para todas las partes implicadas, un futuro en el que debería haber un solo ganador: los pueblos y los países que integran la Comunidad Iberoamericana de Naciones.

Catedrático de Historia de América. UNED. Investigador principal para América Latina del Real Instituto Elcano