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Los portugueses fueron los primeros occidentales en llegar a Asia, a través del Cabo de Buena Esperanza, cuando andaban tras las islas de las especias. En 1509 llegaron a estas islas, las Molucas, en pocos años más lo hicieron a China y, unas décadas más tarde, en 1541, a Japón. Por su parte, los españoles llegaron a las Molucas en 1519, pero lo hicieron desde el continente americano, por el estrecho de Magallanes y gracias, sin duda, a las referencias de las primeras conquistas portuguesas. Las coronas ibéricas no tenían rival, los dividendos de esos viajes por Asia podían ser inmensos, pero un país supo aprovechar mejor que el otro la coyuntura.

Los portugueses fueron los que primero consiguieron enormes beneficios. Por una parte, transportaban a Europa las codiciadas especias, lo mismo que muchos otros productos, y por otra, se convirtieron en los grandes emprendedores de Asia, unas veces como comerciantes (monopolizando el lucrativo comercio entre China y Japón), otras veces como mercenarios, pero siempre haciendo grandes negocios.

Mientras tanto, los castellanos no consiguieron fijar una ruta estable a través del Océano Pacífico hasta la década de 1560, lo que supuso perder un tiempo precioso para fijar sus asentamientos en Asia y no consagrar a la zona unos esfuerzos que resultaban mucho más rentables cuando se empeñaban en América.

Al unirse las dos coronas ibéricas en 1580, los lusitanos tuvieron que luchar para que el resto de la península prestara a Asia la atención que merecía. Felipe II fue obsequiado por ellos con un elefante, como muestra de la importancia de los territorios asiáticos. Sin embargo, a lo largo de los sesenta años que duró la Unión Ibérica fueron constantes las disputas sobre la necesidad de atender los territorios asiáticos de la Corona.

La implantación de ambos, de hecho, acabó siendo muy diferente. Los portugueses, debido al rendimiento de la llamada Carreira da India se implantaron en ciudades y puertos costeros de la ruta entre China y Europa, tales como Macao, Malaca, Goa o las Molucas. Los españoles no desdeñaron esa posibilidad y tras llegar a Filipinas se intentaron implantar en la península Indochina, pero después de sufrir los ataques de japoneses y holandeses, hubieron de centrarse en la ocupación del archipiélago.

Además, al contrario que en América, pocas haciendas perduraron y los nativos de esas islas fueron más protegidos por los misioneros que en otras zonas del Imperio, por lo que el beneficio por la explotación de la tierra acabó siendo mínimo. El misionero acabó siendo dueño y señor de la presencia española en Filipinas, junto con algunos comerciantes de Manila que obtenían fabulosas ganancias por el traslado de mercancías chinas a los mercados americanos, a través del llamado Galeón de Manila o Nao de Acapulco, el buque que anualmente cruzaba el océano Pacífico llevando sobre todo plata americana a cambio de seda china.

LA PREFERENCIA POR AMÉRICA

La época dorada, no obstante, acabó en pocos años. Las compañías holandesas, que se instalaron en la región desde comienzas del XVII, supusieron una competencia que los ibéricos no pudieron vencer. En La importación de productos asiáticos en Europa, los holandeses podían ofrecer unos precios sensiblemente más bajas que los portugueses. En el terreno militar, desde la segunda década de! siglo Los portugueses aprovecharon sus bases en Bata vía, la actual Jakarta, para atacar desde ellas todas las fortalezas ibéricas en Asia, desde Malaca o Macao, hasta Manila, En Japón, en fin, los holandeses fueron los únicos occidentales que obtuvieron derecho de residencia permanente en este archipiélago a lo largo de más de doscientos años, gracias a un monopolio de venta de cobre, con eí que ganaron a ía competencia portuguesa.

En 1540, el mismo año en que termina la Unión Ibérica, el ocaso de su antiguo esplendor recibe su puntilla. Mientras Macao, privado del comercio con Japón, comenzaba un lánguido periodo sin los ingresos tradicionales y Malaca era tomada por los holandeses, el exilio de los judíos portugueses de Manila, que controlaban buena parte de las redes privadas de comunicación, supuso el final definitivo de la antigua hegemonía comercial ibérica.

Para los castellanos esa fecha no fue tan crucial, porque el repliegue de Asia se había decidido con anterioridad, limitándose a ese Galeón anual que llegaba a territorio mexicano. Los únicos territorios que se perdieron (por abandono) fueron unos fuertes en algunas islas Molucas, en 1656. No obstante, la disminución drástica de los envíos de plata a Filipinas indica que la función de dicha región, desde entonces, sería meramente estratégica.

La toma de Pernambuco, en el extremo occidental de Brasil, en 1640, por los holandeses, dejó claro que el Imperio portugués no podía mantener varios frentes de lucha abiertos la vez, lo que sirvió como detonante para una decisión que ha permanecido inalterada hasta nuestros días: la preferencia de Portugal por América frente a Asia.

Por lo que se refiere a España, su actividad se reduciría a la expansión por el archipiélago filipino, con la sola excepción de Guam, una vez el jesuita Diego de Sanvitores convenció a la reina Mariana de Austria para que apoyase la cristianización de los chamorros de esas islas, a las que dio su nombre.

La languidez de las posesiones ibéricas en Asia se prolongó desde mediados del siglo XVII a mediado el XIX. Pocos acontecimientos fueron capaces de influir en la evolución colonial de estos territorios. A comienzos del siglo XVIII, el vigor renovador de los Borbones, tras su victoria en la Guerra de Secesión, dio ocasión al gobernador de Filipinas, don Fernando de Bustamante, para intentar renovar el envío de mercancías por medio del galeón y potenciar de ese modo el acercamiento al sudeste de Asia. Pero el gobernador fue asesinado en una revuelta promovida parcialmente por las órdenes religiosas.

Después, a comienzos del siglo XIX, el éxito de la independencia de las repúblicas americanas no sirvió como ejemplo para los correspondientes sentimientos nacionales de los mestizos en Filipinas o de los habitantes de Macao. Los acontecimientos de la península o de las otras partes del Imperio llegaban muy atenuadas a estas provincias asiáticas.

EL AUGE COLONIALISTA

La expansión occidental suscitó nuevos bríos en ese alicaído interés de España y de Portugal hacia Asia. Macao cobró nuevo vigor, en un principio como residencia para los hombres de negocios que no podían vivir permanentemente en China y luego como punto para revender el opio, una vez que las autoridades chinas lo hubieron prohibido. Después, a partir de la segunda mitad de siglo, el negocio principal de esta región pasó a ser el embarque hacia el continente americano de culíes -trabajadores en un estado cercano a la esclavitud-, una vez que las autoridades chinas habían prohibido también esta actividad en sus propios territorios. Entretanto, la isla de Flores sería arrebatada por el imperio holandés. Se logró mantener, sin embargo, Timor Oriental.

La política expansionista española cobró asimismo un renovado interés por Asia desde mediado el siglo XIX, con el auge del comercio y de su florecimiento económico. La declaración de Manila como puerto abierto, en el primer tercio del siglo XIX, demuestra los deseos españoles de incrementar el comercio con la zona. A ello se unieron las expectativas de expansión geográfica: en 1857, a raíz de la muerte de un misionero dominico, España mandó una expedición de castigo, apoyada por Francia, en Indochina, que duró hasta 1863. Sus tropas (filipinas, con mandos españoles) vencieron pero la expedición fracasó políticamente, porque la nación que convirtió ese territorio dominado en protectorado acabó siendo Francia, colonizándolo en pocos años. La única expansión del imperio español en aquellos años se produjo en la Micronesia, lo que supuso un nuevo alarde de incoherencia, pues el alejamiento geográfico de este nuevo territorio agudizaba los serios problemas de comunicaciones que ya tenía el imperio. Las expectativas del continente de expandirse en las Filipinas volvieron a fracasar, y esta vez de forma definitiva.

UNAS DIFERENCIAS QUE NO LO SON TANTO

1898 es, quizás, la fecha más ilustrativa para ver las diferencias que existieron en las aventuras colonialistas de España y Portugal en Asia. El imperio colonial español en Asia y el Pacífico desapareció tras una derrota militar y la posterior venta de los territorios: Filipinas y Guam se traspasaron a los vencedores (Estados Unidos) y el resto, Micronesia y Marianas, fueron a parar a manos de quien estuvo dispuesto a comprarlas, en este caso los alemanes. Tal y como se hacía entonces, en estas transacciones se incluía a todos los habitantes de la región dominada. Portugal, por el contrario, mantuvo sus territorios. Tanto Macao como Timor o las posesiones en la India continuaron bajo la bandera lusa por muchos años.

Las diferencias entre el colonialismo asiático de España y Portugal, no obstante, fueron más aparentes que reales. Si Portugal mantuvo esos puntos en Asia fue principalmente porque su escasa importancia no suscitó las ambiciones de las Filipinas. Macao y Portugal, de hecho, vivieron una fuerte polémica en 1926 con la publicación por C. A. Montaltó de Jesús de un libro (recientemente reeditado), Macau Histórico, donde aseguraba que Lisboa debía renunciar a esa colonia por su incapacidad manifiesta para administrarla. No se dio ningún paso en este sentido, como es fácil imaginar, y las colonias portuguesas siguieron su lánguida existencia, obligadas a buscar soluciones a su desarrollo económico por medio de los contactos con otros territorios dentro del extenso imperto portugués, distantes como estaban todos entre sí.

Su final ha sido muy variado. Las posesiones de Goa, Diu y Damau en la India fueron invadidas por el Gobierno de Nueva Delhi en 1961, sin que aquella acción tan resolutiva provocara ni resistencia popular ni protestas diplomáticas de importancia. Timor Oriental ganó la independencia con la Revolución de los Claveles, pero la Indonesia del general Suharto lo invadió en 1975, bajo pretexto de que la colonia vivía en situación de anarquía, y la convirtió en la veintisieteava provincia indonesia, Timor Timur. Esta región por fin logró su nombramiento como Estado Soberano el 20 de Mayo de este año. Macao, por último, se convirtió en la última colonia europea en Asia, pues no fue retomada por China hasta 1999, dos años después de Hong Kong. Los propios chinos prefirieron, ante ta disposición portuguesa a devolver el enclave, que se esperara a la devolución de Hong Kong, hecho que estuvo cargado de simbolismo para la República Popular China.

Españoles y portugueses, en definitiva, se han instalado en tierras muy diferentes, distantes miles de kilómetros entre sí y asentadas dentro de culturas muy variadas, desde la de predominio hindi, la china o la previamente an¡mista, e incluso con poblaciones colindantes muy islamizadas, como en el caso de Timor. Por ello, las características comunes de los territorios colonizados por las naciones ibéricas en Asia parecen difíciles de trazar, sin embargo este paralelismo no resulta imposible.

COLONIAS PORTUGUESAS

CHINA

Macao: 1556/7-1999

INSULINDIA

Timor: 1540-1975
Flores: 1540-1859

MOLUCAS

Amboina: 1512-1605
Banda: 1511-1609
Islas Celebes: 1545-1667
TeRNate: 1521-1615

SUBCONTINENTE INDIO

Goa: 1510-1961
Diu: 1535-1961
Damau: 1535-1961
Nagar Haveli: 1535-1961
Dadra: 1535-1961
Sri Laxika (Ceilán): 1521-1660

PENINSULA MALAYA

Malaca: 1511-1641

COLONIAS ESPAÑOLAS

FILIPINAS

1565-1898

MICRONESIA

Guam: 1668-1899
Marianas del Norte: (1670: despoblamiento), 1815-1899
Carolinas Occidentales: 1791-1899
Palaos: 1885-1899
Carolinas Orientales: 1887-1899

MOLUCAS

Tidore: 1605-1656
Formosa: 1624-1641

La primera característicacomún de estos territorios es el escaso progreso económico que ha supuesto su colonización ibérica, al contrario que en otras colonias africanas. El progreso de las Filipinas a fines del siglo XIX se debió principalmente a que se convirtió en una colonia con predominio de capital inglés, mientras que los únicos que pudieron beneficiarse de la compra de Micronesia fueron los alemanes de la Jaluit Geshellschaft. En el caso portugués, Timorera el cuarto país más pobre del mundo cuando fue ocupado por Indonesia, y la única excepción al escaso progreso material de la población fue Macao, un punto donde los ingresos han derivado en buena parte de situaciones atípicas: monopolio del comercio con japón en los comienzos, actividades del tráfico de opio y culíes después y casinos en la actualidad. La segunda característica es el escaso interés que desde las metrópolis se mostró siempre para con esas regiones, a lo que se unió una aún menor capacidad de influir posteriormente en su separación. Ni España la tuvo en Filipinas o Micronesia, ni Portugal la ha tenido en la India, en China o en Timor. Dicha falta de influencia podría provenir del escaso poderío internacional de esas regiones asiáticas como potencias de segundo rango.

El tercer rasgo en común fue la impronta tan profunda que dejaron los largos siglos de colonización. Lo hispano pasó a ser considerado en Filipinas y en Guam, sobre todo en la primera mitad del siglo, como parte de lo propio, hasta utilizarse incluso con un sentido de oposición frente al colonialismo norteamericano. Lo mismo pudo observarse en Timor durante la II Guerra Mundial, cuando las tropas japonesas, aunque fueron bienvenidas en el resto de las llamadas Indias Orientales Holandesas (incluida la mitad occidental de la isla) sufrieron una intensa resistencia timorense, que nunca llegaron a doblegar. El caso de Macao resultó de nuevo diferente, por la hegemonía aplastante de la cultura china entre su población.

Hoy en día, ni la identidad filipina ni la timorense se pueden llegar a entender sin esas aportaciones ibéricas, principalmente su ejercicio del catolicismo, adaptado parcialmente a las creencias previas, desarrollado de forma autónoma y vivido con especial intensidad. De la misma forma que lo hispano adquirió fuerza y autonomía propia en Filipinas después de 1898, quedan aún multitud de comunidades portuguesas en Asia diferenciadas más por la cultura y el deseo de diferenciarse que por apariencias físicas. Dicha tradición ha sido mantenida por el pueblo timorense como uno de los principales valores que les ha ayudado a mantener su lucha de la independencia, aunque el apoyo más importante haya provenido principalmente de Australia.

¿ES POSIBLE UNA COOPERACIÓN BILATERAL?

La historia de la presencia ibérica en Asia presenta, tal y como hemos visto, más semejanzas de las que se pueden apreciar a simple vista. Ello lleva a pensar en las posibilidades de cooperación de los países ibéricos en Asia y en los beneficios que ello implicaría. Sus posibilidades de influir se han visto ensalzadas por la entrada de ambos países en la Comunidad Europea en 1986, desde donde se espera de ellos el liderazgo necesario para definir la política a seguir con respecto a las antiguas colonias. Como decía un diplomático, todos los representantes europeos se vuelven hacia el holandés cuando se trata de temas de Indonesia, y algo parecido ocurre con Filipinas y con Timor. El impulso europeo hacia una política asiática, iniciado en la cumbre europea de Essen (diciembre de 1994), y el enfoque en la región donde están concentradas las antiguas colonias que pueden tener un papel significativo, el sudeste de Asia, remarca esas posibilidades.

Las dificultades, no obstante, también son importantes. Por un lado, el escaso interés real que tanto España como Portugal muestran hacia Asia. La cantidad de estudiosos y especialistas en la región se encuentran en los niveles más bajos de Europa, y los países ibéricos suelen estar infrarepresentados en todo tipo de reuniones euro-asiáticas. España, por ejemplo, declinó organizar la cumbre ASEM (Asia-Europe Meeting) de Jefes de Estado del 2002 y que se celebrará en Dinamarca en el segundo semestre de este año. Por otro lado, Portugal es extremadamente reticente a verse desbordada por España en sus relaciones con Asia. Quizás esto sea consecuencia de esa histórica mayor atención lusa a su imperio en Asia frente a la de los castellanos, pero el caso es que Lisboa siempre ha querido dejar claro que no está dispuesta a ir a remolque de España en Asia. Así ocurrió en los últimos compases de la guerra mundial, cuando Franco quiso declarar la guerra a Japón en 1945 y Antonio de Oliveira Salazar se negó a seguirle, a pesar de que pocos meses antes había considerado hacer lo mismo. Esta falta de cooperación se ha traducido, recientemente, en la ausencia de tropas españolas dentro del contingenté europeo que se envió a Timor para pacificar la isla, tras los incidentes con el ejército indonesio, a raíz del referéndum que llevó a la población a la independencia. Las posibilidades de cooperación, no obstante, existen, y de hecho fueron la norma durante los primeros años de presencia ibérica en Asia. Ahora esta colaboración se lleva a cabo en el seno de la Unión Europea, pero aún es pronto para afirmar que puedan ser más profundas en un futuro.

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El tercer volumen de !a colección Ciencia y Mar ofrece, por primera vez, un análisis sinóptico sobre los más importantes viajes de la expansión marítima española que llevaron nuestras embarcaciones a la Patagónia y a Alaska, o a las islas del inmenso Pacífico. Desde el descubrimiento de América hasta las ultimas grandes expediciones científicas de la Ilustración, los marinos españoles han dejado constancia de sus trabajos y experiencias en innumerables diarios y relato de viaje, crónicas, mapas, dibujos y estudios científicos de todo tipo, relativas a la flora, fauna y habitantes indígenas de las regiones descubiertas. La importante bibliografía al final de esta edición incorpora extensivamente las novedades aparecidas con ocasión del V Centenario del Descubrimiento de América.

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En este volumen, parte de una colección que pretende rescatar los testimonios literarios de la sociedad colonial española en el mundo, encontramos más de una veintena de relatos y memorias de los españoles que llegaron a tierras filipinas durante su colonización. En esas lejanas islas la lengua española empezó siendo un instrumento de dominio cultural, para convertirse luego en elemento de identidad nacional y finalmente, con la presencia norteamericana, en arma de resistencia.

La importancia de muchos de estos textos excede el valor meramente literario, pues son testimonios de una sociedad exótica nacida de dos concepciones culturales extraordinariamente diferentes, hoy casi desaparecida pero que constituyó, durante los 333 años de presencia española en las islas, una parte muy importante de nuestro acervo cultural.

Estampas y cuentos de la Filipinas histórica incluye además una cuidada serie de grabados e imágenes de revistas y libros de la época.