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Su último libro, Sueño y destrucción de España, es un recorrido crítico por la historia del regeneracionismo, que Marco conceptúa como la manera española de ser nacionalista, o en una formulación negativa -más negativa aún, si cabe-, como la negación del liberalismo. El libro puede leerse también como el álbum de familia de los regeneracionistas españoles, tipos que se tomaban tan a pecho la Historia y a sí mismos -sobre todo a sí mismos- que es inevitable imaginarlos con la mirada perdida en un punto lejano del horizonte, hablando de sí en tercera persona, sin el más elemental sentido del humor. Les salva, eso sí, lo hermosamente que escribían el español, cualidad de la que también anda sobrado Marco, su crítico y retratista. 

 -Contra lo que pueda sugerir el título, su libro no es otra vuelta de tuerca al problema español.

-El problema nacional, el llamado problema español, se resolvió en la Transición. Lo resolvimos los españoles en la Transición. Otra cosa fueron -y siguen siendo- las élites.

-¿Qué ocurre con las élites?

-Que se han quedado atascadas en la crítica -feroz- que regeneracionistas y nacionalistas hicieron al régimen liberal en la Restauración, con lo que la crítica a la realidad de hoy se hace con parámetros establecidos entonces.

-¿Eso qué explicaría?

-Entre otras cosas, la coincidencia de nacionalistas e izquierda en el discurso antinacional.

-Hay quien sitúa la causa de tal confluencia en Franco y su régimen.

-Es la hipótesis tradicional. Al apropiarse la dictadura de Franco de los símbolos y de las instituciones nacionales, incluso de la palabra España, lo habría contaminado todo. Por eso el rechazo de la izquierda a toda identificación con lo nacional y su alianza con los nacionalistas. A esto habría que añadir cierto tacticismo para destruir cualquier posición del centro derecha. Sin embargo, la cosa es más complicada y arranca, ya digo, de la crisis no resuelta -no resuelta por las élites, insisto- del 98.

-¿Y no era esa crítica noventayochista una crítica cargada de legitimidad?

-En Francia se hizo una crítica a la III República igual de dura que la que aquí se hizo a la Restauración. La diferencia es que una vez hecha, los franceses no volvieron a hacerla, sino que restablecieron la continuidad histórica en el momento en que esta fue interrumpida por la III República. Aquí, a la muerte de Franco, no se restablece la continuidad liberal de los años veinte, sino la crítica regeneracionista a la Monarquía Constitucional.

-Pero eso fueron, dice, las élites, no los españoles.

-La gente vive cada vez con más naturalidad su ser español. A ello han contribuido muchos factores. Los éxitos deportivos, por ejemplo. Y el desarrollo económico también. Incluso la política antiterrorista de Aznar.

-¿Atribuye a Aznar el despertar de los españoles frente al terrorismo?

-Los españoles nunca estuvimos adormecidos cuando mataban a un compatriota. Sentíamos horror. El problema es que no había manera -manera política- de expresar nuestra emoción y solidaridad. Y no lo había porque al estar las élites atascadas en la crítica a lo nacional terminaron neutralizando lo nacional.

-Durante un tiempo se pretendió construir un discurso con minutos de silencio y manos pintadas de blanco.

-Recuerdo una discusión que tuve en la radio cuando el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Dije que la movilización era importantísima pero que las manos blancas no eran la respuesta. La respuesta tenía que ser aquello que simbolizaba lo que los terroristas querían destruir: la bandera de España.

-Las banderas terminaron saliendo a la calle.

-Pero el discurso nacional sigue sin ser construido. Un discurso que exprese políticamente lo español, que ya se expresa de forma natural de muchas otras maneras.

-¿Y en el intento no se corre el riesgo de que todo degenere en un discurso nacionalista?

-Sería el propio discurso nacional, un discurso consensuado por los dos grandes partidos, el que marcaría la diferencia con el nacionalismo. El nacionalismo, no lo olvidemos, es un discurso contra la nación. El discurso nacional, en cambio, funda la nacionalidad en una combinación de política y cultura, una combinación difícil pero que funciona, una combinación que no deja fuera a nadie.

-¿Queda así conjurado el peligro de los hechos diferenciales?

-Podemos percibir diferencias entre un español y, por ejemplo, un francés. Diferencias que, en cualquier caso, no nos permiten decir esto es español y esto no lo es. O sea, que no hay forma de fijar lo español a partir del carácter.

-¿Niega eso la existencia un carácter español?

-Existe un cierto carácter español expresado en determinadas maneras de vivir y de relacionarse, en determinados gustos compartidos y propensiones sentimentales. Pero no se es o se deja de ser español porque te guste o no la tortilla de patatas, porque seas aficionado o no a los toros, porque salgas de copas por la noche o prefieras quedarte en casa. Es español quien tiene pasaporte español y punto. La nación española no excluye a nadie.

-Y ese desfase entre los españoles y sus élites que señala, ¿no significa caer en la trampa regeneracionista de distinguir entre la España real y la España oficial?

-No, porque no se pretende una enmienda al sistema, tan solo una crítica a cierta mentalidad, esa que impide que se de contenido vital, práctico, también emocional, a las instituciones. Dicho esto, tanto el sistema como sus instituciones funcionan. En estos años España ha avanzado como no nos hubiéramos atrevido a imaginar en los sesenta.

-¿Adiós a la España invertebrada?

-España es un país social, cultural y en muchos otros órdenes, más vertebrado de lo que creía Ortega, quien, por cierto, importó de Francia la expresión de “invertebrada”.

-Y en esa España vertebrada, ¿qué papel juega la corona?

-Sigue siendo un antídoto, un seguro contra los nacionalismos, contra la voluntad de inventar naciones inexistentes.

-¿Incluso hoy?

-Incluso siempre. En los países con monarquía, los nacionalismos lo tienen más complicado que en los países sin monarquía. La corona es la demostración, y la demostración viva, de que la nación existe.

-En sentido contrario ¿no presupondrían los nacionalismos una nación, cada uno la suya?

-El nacionalismo no requiere una tradición. Se trata de una ideología que nace de la angustia, del miedo, del pavor a desparecer, del intento por salvarse. El nacionalismo es una invención. De hecho, triunfa en muchos lugares donde no había una, llamémosla así, tradición nacional, como Alemania o Italia.

-Donde pincha en hueso es en España, al menos en su versión de nacionalismo español. ¿Por qué?

-Explicar la causa de aquello que no sucedió es difícil, pues están disponibles todas las hipótesis, ninguna con posibilidades de ser demostrada.

-Aventure una.

-El régimen liberal de la Restauración. La sociedad de la época. Sus instituciones, en particular la Monarquía. Los anticuerpos eran fuertes, a pesar de la ferocidad de las críticas, y la nación más consistente de lo que se pensaba. Era, insisto, la España vertebrada.

-Donde si echó raíces fue, por ejemplo, en Cataluña.

-Donde la lucha política se localizó fuera del sistema bipartidista. Hay que observar que los argumentos de los nacionalistas y de los regeneracionistas eran los mismos. En este sentido, el regeneracionismo sería la forma española de nacionalismo.

-Eso es curioso, como también que los nacionalistas sean hoy de los pocos que digan España en lugar de “este país”.

-Porque ya no tiene la necesidad de poner en duda la existencia de España negándole que sea una nación, como cuando se refería a ella como “el Estado español”. Ahora ve a España como una cosa lejana o, si se prefiere, como una nación con la que medirse de igual a igual. En este sentido, el nacionalismo ha ido ganando terreno, evolucionando.

-Lejos quedan los tiempos en que ambicionaba catalanizar España.

-Algo típicamente regeneracionista, por cierto, y que se inscribe en el discurso de la época: el discurso imperialista. Los civilizados, los únicos que tenían un proyecto modernizador, un proyecto capaz de conciliar la España oficial con la España real, los únicos, digo, eran los catalanistas. El resto de españoles solo servían para ser colonizados.

-¿De verdad tenían tal sentido de misión?

-Pero no solo ellos, también el centro derecha español, hasta el punto de delegar durante un tiempo su representación en Cataluña en los catalanistas, quienes tenían su propia agenda.

-Y en esa agenda, ¿qué punto ocupaba la secesión?

-La independencia siempre estuvo en el horizonte del nacionalismo catalán.

-¿Es aquí donde encuentra acomodo la idea -suya, de usted- de que la raíz del tan traído y llevado seny catalán es España?

-No niego que Cataluña tenga entidad propia; la tiene, como cualquier otra región de España. Lo que digo es que cuando a Cataluña la despojas de su dimensión española, pierde la centralidad, la centralidad política, y desbarra, entra en delirio, dejándolo todo a merced de la rauxa, esa forma específicamente catalana de arrebato. Esto se ve muy bien en la situación actual.

-Situación en la que se aboga sin tapujos por la independencia. ¿Se sabe ya qué hay después de dejar de ser español?

-Cualquier proceso de construcción nacional será doloroso, y no solo para los catalanes. Y no, no se sabe qué hay después de dejar de ser español; mejor no experimentar.

-¿En España hemos experimentado mucho?

-Bueno, hemos tenido un rey regeneracionista -Alfonso XIII- y, más difícil todavía, un jefe de Estado anarquista -Pi y Margall.

-¿Detalles así hacen de nosotros un caso único en la Historia?

-Esa, la de la búsqueda de la España original, es una tendencia muy nuestra, muy nuestra y muy romántica, por cierto. Pero no somos un caso único. La nuestra es una Historia que se inscribe en un marco más amplio, más general. Por eso, en ocasiones, es bueno interpretar lo sucedido a través de la plantilla de la Historia de otros países. Es una manera de salir de nosotros mismos, de dejar de mirarnos el ombligo. Pero sin caer en la fantasía, eso sí, de creer que España fue o debió ser o puede llegar a ser, qué sé yo, la República francesa.

-Lo que sí es un caso de excepcionalidad española es el PSOE, el único partido socialista de Europa que nunca aceptó la democracia liberal ni el principio nacional.

-Pero ahí la diferente no es España, es el PSOE. Si las élites se han quedado atascadas en el 98, el socialismo español lo hizo durante muchos años en la lucha de clases, más exactamente en el sindicalismo. Al contrario que el socialismo europeo, tardó en incorporarse a las instituciones, de las que no terminaba de fiarse. Y renunció también a fijar una posición sobre lo nacional, hasta el punto de ser hoy un partido posnacional, como dijo Zapatero en varias ocasiones.

-Refiriéndose al fundador del PSOE, escribe usted: “Pablo Iglesias era una persona de ideas fijas: estaba convencido de que la realidad se acabaría plegando a sus convicciones”. ¿Qué pasa, que a la compulsión del nombre de la que habló Jung hay que sumar la del apellido?

-Eso es como muy católico ¿no? La verdad es que no lo había pensado.

-Se lo formulo de otra manera: ¿está Podemos llamado a ocupar el espacio del PSOE?

-Aunque los movimientos de extrema izquierda tienen su momento de gloria ahora, no creo que cobren nunca la intensidad del PSOE en su día ni que lleguen a sobrepasarlo.

-¿Son acaso flor de un día?

-Flor de un día no. Han venido para quedarse. Solo que su contexto y su alcance son relativamente limitados. Salvo en Cataluña, por lo visto.

-Esa limitación de la que habla ¿cabe situarla en el lado izquierdo, en el lado extremo izquierdo?

-Los de Podemos son, ante todo, activistas. Es verdad que casi todos son funcionarios, pero es que ser funcionario facilita mucho vivir del activismo. Aunque de lo que ellos viven es, sobre todo, de la fantasía revolucionaria. No han aceptado aún que cayera el Muro.

-¿Es eso tanto como decir que su éxito es una proyección de sus larguísimas charlas en la cafetería de Políticas de la Complutense?

-No es tan sencillo. Es innegable que su discurso ha llegado en el momento adecuado, en mitad de una larga crisis que ha afectado a los dos grandes partidos, lo cual es novedoso, pues lo que antes hacía mal un partido lo resolvía el otro.

-Sin embargo, la postura de Podemos no es equidistante respecto a PP y PSOE, sino que se sitúa a la izquierda de este.

-Podemos no se define solo por la extrema izquierda, sino que también tiene un lado regeneracionista. El “no nos representan” es Joaquín Costa en estado puro, es la misma pulsión, el mismo discurso del “nosotros somos lo auténtico y ellos unos falsificadores”.

-Aparte de Costa, ¿son también deudores de Azaña y de su idea de la política como empresa de demoliciones?

-Demoler puede ser más atractivo que construir; de hecho, es una juerga, se lo pasa uno muy bien. Lo de la empresa de demoliciones, por cierto, se lo copia Azaña a Jules Ferry para aplicarlo a la herencia del régimen liberal. O sea, que Azaña como Ortega también importa expresiones de Francia. Porque los regeneracionistas escribían todos muy bien, pero después de que lo hubieran escrito otros.

-Plagiarían, sí, pero con qué estilo, ¿no?

-Cuando uno se enfrenta a una crisis tan profunda como aquella y tiene talento para escribir lo lógico es que salgan cosas muy interesantes.

-Aparte de lo bien que escribían -o de lo bien que plagiaban- no se les puede negar que fuesen capaces de permear el discurso de su época, de la suya y todavía de la nuestra.

-Eso es cierto. Hoy vuelve a hablarse de la vieja política y de la nueva política. Lo hace Ciudadanos, por ejemplo, y antes que Ciudadanos, en 1914, lo hizo Ortega en una conferencia. La idea de la nueva política es típicamente regeneracionista y no se refiere a un nuevo reparto de los intereses, sino a crear algo nuevo.

-¿Es eso posible?

-Hace ya tiempo que la democracia liberal no tiene alternativas.

-Pero eso nos sitúa en el fin de la Historia, que ya anunció Fukuyama.

-Es que una parte de la tesis de Fukuyama no es del todo descabellada. Con que, de alguna manera, sí, estamos ante el fin de la Historia. Al menos, en cierta cultura, la nuestra, heredera de Occidente. Y aún me atrevería a ir más lejos, más lejos de Occidente, aunque pueda sonar exagerado. ¿Qué alternativa se ha articulado a la democracia liberal? Ninguna. Respuesta que debería llevar a preguntarnos si será que no es posible tal articulación.