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Las elecciones autonómicas vascas celebradas el pasado día trece no han contribuido, en teoría, a resolver el denominado problema vasco, es decir, las conflictivas relaciones que las instituciones vascas mantienen con el Estado del que forman parte. Por el contrario, se abre un período en el que todo es posible, porque la consolidación del nacionalismo que representan el PNV y Eusko Alkartasuna puede perfectamente -a la vista de la personalidad de su primer líder, Xabier Arzalluz- ir en dos direcciones: el desarrollo inmediato del proyecto soberanista o independentista, o el pacto con otras fuerzas para acordar un ritmo progresivo de ese plan.

En cualquier caso, la urdimbre social y política del País Vasco la aporta el nacionalismo, el claro protagonista de estas elecciones y del futuro de la comunidad.

El panorama partidista en Euskadi se configura con una sustancial mejora de la coalición PNV-EA (de 27 a 33 diputados), un retroceso del nacionalismo radical y violento de Euskal Herritarrok/Herri Batasuna (de 14 diputados ha perdido 7), un estancamiento al alza del Partido Popular y Unidad Alavesa (los 18 que tenían entre ambos son hoy 19), otro estancamiento, pero a la baja, al menos en escaños, del PSE-PSOE (de 14 pasa a 13), y una recuperación de la errática IU vasca (tenía 2 y ahora 3).

VUELCO ENDOGÁMICO EN EL NACIONALISMO

Las elecciones han demostrado la existencia de dos bloques políticos en Euskadi, en el que los nacionalistas son la mayoría absoluta por escaños y por votos. Sin contabilizar los 78.000 votos de Izquierda Unida, el nacionalismo vasco supera en más de 160.000 votos al bloque constitucionalista del PP-PSE. No es que estos últimos hayan perdido votos, pues por la alta participación electoral todos, excepto EH/HB han ganado en términos absolutos, sino que los nacionalistas han ganado muchos más.

Después de una enérgica campaña política de la «alternativa por la libertad y el cambio» (PP-PSE), destinada a convencer a los vascos de que sólo la Constitución y el Estatuto autonómico podían garantizar un futuro pacífico y hacer a todos los ciudadanos iguales, el intercambio de votos entre los dos sectores sociales no se ha producido. Hay una mínima porosidad entre nacionalistas y no nacionalistas y la sociedad sigue igual de dividida.

Donde sí ha habido un vuelco importante de votos ha sido en el seno del propio nacionalismo. Ha sido una realimentación endogámica, dentro del mismo bloque, de modo que la parte más sustancial de los nuevos votos que ha obtenido el PNV vienen de Euskal Herritarrok. La coalición PNV-EA gana seis diputados y EH ha perdido siete.

Ha sido muy positiva la pérdida de votos de EH, teniendo en cuenta que tenía 225.000 votos, y que de casi todos se apropió la banda terrorista ETA para demostrar que el independentismo estaba arraigado en el País Vasco y que tal objetivo justificaba el recurso al asesinato.

Por lo tanto, de alguna manera se ha producido una conversión en el campo nacionalista. Los 80.000 votos que ha perdido el brazo político de la banda terrorista pueden interpretarse como un factor muy significativo, tanto por la condena que supone de la violencia como por la elección de vías pacíficas, y sin prisas, para llegar a un Estado independiente.

DESCONFIANZA HACIA ESPAÑA Y EL MODELO ALAVÉS

Una subida tan exigua de la coalición PP-Unidad Alavesa -tan sólo un diputado- y un descenso de otro que registró el Partido Socialista, lo que refleja es que la alternativa constitucionalista y autonomista no ha cuajado, en absoluto. De haber tenido algún efecto positivo, habría sido mover a los simpatizantes de Euskal Herritarrok hacia el voto útil, hacia el PNV-EA.

Y es que los ciudadanos vascos han mostrado una enorme desconfianza con lo que -despectivamente- ha llamado Ibarretxe en la campaña «soluciones españolas», es decir, soluciones que no proceden del mundo nacionalista. El fenómeno tiene connotaciones de cosmovisión política, porque el fondo de lo acaecido el día trece y en el fondo de los planteamientos de Arzalluz e Ibarretxe, la idea que late es la identificación total entre el nacionalismo, el PNV y el País Vasco, mientras que los defensores de la Constitución y del Estatuto de Gernika, nacido de ella y gran soporte del autogobierno, son incrustaciones artificiales en el tejido vasco.

Con todo ello, estas séptimas elecciones autonómicas han dejado clara una profundización de la desconfianza de la sociedad vasca hacia España, entendida como una organización política, un Estado, incapaz de integrar sus intereses. Euskadi será lo que decidan los vascos y los vascos ya han decidido en clave nacionalista. Quienes toman las decisiones lo harán en clave nacionalista. Se ha producido una catarsis de los nacionalistas, en torno al PNV y no en torno a las tesis más radicales de EH. Ante la posibilidad de un lehendakari no nacionalista, como Jaime Mayor Oreja, los votantes de EH han decidido conjurar el peligro.

Fuera del País Vasco, daba la impresión de que la experiencia de Gobierno que el PP y el PSE han instaurado en Álava, controlando el Ayuntamiento de Vitoria y la Diputación General, podía generar confianza hacia la alternativa al nacionalismo. Pues bien, no sólo no ha ganado adeptos, sino que en la propia provincia de Álava es donde peor se han cumplido las expectativas del PP, quizás por haber sido la de mayor abstención.

FÓRMULAS DE GOBIERNO

De las primeras palabras de Juan José Ibarretxe se desprende un deseo de plantear soluciones dialogadas al futuro del País Vasco. Afirma que su prioridad es la paz y su método el diálogo sin exclusiones. Aún es pronto, pero en el Partido Popular se teme que, de nuevo, el PNV convoque una mesa de partidos en la cual esté también Euskal Herritarrok, a pesar de que no condena los asesinatos de ETA.

De momento, el candidato del PNV tiene todas las cartas en su mano para salir investido, por segunda vez, lehendakari. Los nacionalistas disponen de 33 diputados, mientras que el bloque que podía sustentar otra mayoría, el PP y el PSE, suman sólo 32. Los 33 votos que de entrada tiene Ibarretxe son susceptibles de recibir el refuerzo de los 3 de Izquierda Unida. Con ello, Ibarretxe estaría a dos escaños de la mayoría absoluta (38) pero son más que suficientes para arrancar un Gobierno con mucha más estabilidad que los exiguos 27 que tenía hasta hoy.

Además, a poco que se esfuerce el candidato del PNV, las posibilidades de que los socialistas vascos vuelvan a colaborar con el Gobierno nacionalista no están descartadas. Ya la misma noche del escrutinio, el Secretario de Organización de la Ejecutiva Federal del PSOE, José Blanco, se adelantó a plantear un posible acuerdo de su partido con el PNV. Una conversación telefónica con los líderes vascos puso las cosas en su sitio y tuvo que rectificar. Dos horas después, indicaba, en rueda de prensa, que no se daban las condiciones para establecer acuerdos con los nacionalistas y que, en principio, su partido se esforzaría por buscar la unidad entre todos los demócratas.

De aquí a la convocatoria de la sesión de investidura, el partido Nacionalista Vasco deberá demostrar su capacidad de diálogo porque los 33 escaños le dan muchas posibilidades de mantener la hegemonía en el nuevo panorama político. Es más que probable que llegue a la investidura con el apoyo de Izquierda Unida, y que dejará para más adelante la incorporación de otras fuerzas, como la citada de los socialistas. En cambio, de momento no parece muy probable el pacto con EH, sobre todo porque fue una promesa del candidato, quien aseguró que ni directa ni indirectamente usaría los votos de los radicales para alcanzar la presidencia del Gobierno.

LOS PARTIDOS EN CAMPAÑA

A la luz de la campaña electoral, los resultados de las elecciones vascas aportan datos muy significativos. La campaña del PNV ha sido muy moderada, con una ocultación total de lo que parecía la gran novedad de su programa electoral, el derecho de autodeterminación. Juan José Ibarretxe ha marginado al presidente de su partido de esta campaña. Apenas ha intervenido en un par de ocasiones y siempre ha sido para ahondar las diferencias con el españolismo.

Por el contrario, Ibarretxe ha repetido una y otra vez que nadie sobraba en Euskadi y que vascos eran todos los que residían en la comunidad y trabajaban en ella. Tal vez éste ha sido el elemento más diferenciador respecto a Euskal Herritarrok. La campaña electoral del PNV ha tenido dos ideas muy centrales: por un lado, presentar el País Vasco como una sociedad moderna y gestionada eficazmente por el nacionalismo. En segundo lugar, dirigir toda la fuerza de sus golpes hacia la candidatura de Jaime Mayor Oreja, candidato al que siempre se han referido los peneuvistas como el ex ministro del Interior y que Arzalluz denomina «el ministro de la porra». También Ibarretxe ha identificado al ex ministro como el político que deseaba acabar con todas las señas de identidad vascas.

Mayor Oreja ha hecho una campaña destinada a presentar una alternativa no nacionalista, pero respetuosa con el nacionalismo. No ha tenido grandes mítines, pero tampoco ésta ha sido la tónica de otros partidos. En sus actos sectoriales se ha limitado a defender el euskera y el Concierto Económico vasco, además de una cierta rebaja de impuestos.

La tónica general del Partido Popular ha sido insistir más en la necesidad de defender la seguridad y la libertad personales y la igualdad de todos los vascos y menos en las novedades programáticas. No ha olvidado a las víctimas de ETA, hasta el punto de haber convertido a varios significados familiares de ellas en protagonistas de actos electorales, como a los padres y a la hermana de Miguel Ángel Blanco. Pero nada de esto ha sido suficiente, sino que los electores vascos se han mostrado satisfechos con la gestión del PNV y han preferido no iniciar un rumbo hacia la aventura. Ha sido la desconfianza reinante en Euskadi hacia todo lo que no tenga arraigo y asiento en el nacionalismo lo que ha impedido hacer creíble el mensaje de Jaime Mayor Oreja.

SOCIALISTAS Y REBELIÓN CIVIL

En cuanto al socialismo, la estrategia ha resultado fallida. Los dirigentes nacionales del PSOE tenían razón. El nacionalismo es demasiado adversario como para derrotarle en quince días. Éste ha sido uno de los fallos más evidentes de la alternativa no nacionalista, pensar que el clima de excitación que se vive en una campaña electoral se puede trasladar directamente a las urnas y hacer que los ciudadanos cambien de opinión en tan escaso período de tiempo.

Los socialistas nadaron en la ambigüedad al principio de la campaña. No sabían si dejar las puertas abiertas al pacto con el PNV, como proponían en la Ejecutiva federal, o bien continuar metidos en el Pacto Antiterrorista y extraer conclusiones. Nicolás Redondo, empujado por los militantes que han sufrido en sus carnes los atentados de ETA y el acoso de HB y la violencia callejera, decidió no tender ningún puente con el PNV mientras éste no hiciera explícita su vuelta al marco jurídico de la Constitución. Con unos cuantos discursos llenos de compresión hacia los nacionalistas descontentos con sus dirigentes, calculó que atraería votos arrepentidos, pero la estrategia se ha demostrado inservible. Ahora, le queda un proceso interno muy delicado en su partido.

Y a este fiasco se ha unido la evanescencia social de los grupos ciudadanos y asociaciones pacifistas, como Basta ya o el Foro de Ermua. Aquel gran acto en el Kursaal de San Sebastián, donde intelectuales, escritores, dirigentes de ONG y familiares de víctimas del terrorismo pidieron expresamente el voto para Nicolás Redondo y Jaime Mayor Oreja, no ha tenido ninguna influencia en las urnas. Esto prueba que los dos grandes bloques en que se halla fracturada la sociedad vasca, son tan compactos que les abate la incomunicación. Si hay ciudadanos que comprenden la tragedia de las víctimas, la mayor parte de ellos han opinado que el culpable no es el PNV, sino en todo caso EH. Y que para traer la paz, o lo hacen los nacionalistas de Ibarretxe y Arzalluz o no lo hace nadie.

Se mire por donde se mire el resultado de estas elecciones, ninguna vía de posibles soluciones es explorable sin el nacionalismo. Si quieren, impondrán la autodeterminación, y si no quieren la pueden retrasar. Si lo desean, volverán al Estatuto de Gernika, con condiciones, y si prefieren podrán continuar manteniendo el señuelo de la construcción nacional. Y es que los vascos han renovado la confianza en el nacionalismo del PNV, justo cuando crecía en Madrid la esperanza de que la reconducción al marco constitucional era una opción que ganaba puntos entre los ciudadanos. Ha sido un sueño.

Periodista. Licenciado en Ciencias políticas