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Los resultados de las elecciones del 3 de marzo de 1996 obligaron al partido vencedor a negociar, a fin de convertir en mayoría suficiente la que se quedó en mayoría relativa. Los interlocutores han sido, y no podían ser otros, los grupos nacionalistas moderados, el catalán primordialmente. Cabe reconocer que ha habido sentido de Estado, en unos y otros.

El historiador Palacio Atard, en Nosotros los españoles, habló de las seis fundaciones de España, que expresan, cada una de ellas, el enfoque de las que han sido las grandes épocas de nuestra historia: España romana, Reconquista, los Reyes Católicos, la entrada de los Borbones, las Cortes de Cádiz y la España de las Autonomías. La última, la actual, está in fieri, es «presente» y es «futuro». Es lícito plantearnos, además, si España conseguirá con plenitud su integración en el gran proyecto europeo. Es de esperar que se produzca, lo que posiblemente contribuya a la realización positiva de la «sexta fundación».

Esta «fundación» es, evidentemente, un planteamiento de largo alcance, que hay que situar en la historia. Fueron historia para el Reino de Aragón los intentos de dominio pirenaico y la expansión mediterránea, como también lo fue para Castilla la proyección europea en los siglos de su mayor grandeza. Hoy, las exigencias son otras: hay que retomar a la proyección peninsular, que ya intuyeron los reyes catalano-aragoneses y que Castilla practicó a lo largo de su historia medieval. Por lo que respecta a Cataluña, las cuatro grandes crónicas confirman esa proyección, y así se configuró la España que ha llegado hasta nosotros. El independentismo que postulan algunos grupúsculos no responde al sentido de la historia, ni parece viable, ni deseable. Cualquier intento en ese sentido sería ampliamente rechazado, como ya lo fue cuantas veces se intentó: el último, el 6 de octubre de 1934, fue un rotundo fracaso.

Ha llegado la hora de lo que, con acierto, se han venido llamando las «solidaridades pensinsulares». Castilla, Portugal y Aragón-Cataluña, que fueron los tres grandes factores de la Reconquista la practicaron en el Medievo. Portugal, lamentablemente, quedó desgajada (puede que definitivamente) de ese gran proyecto en los días del Conde-Duque. Quedan, con todo, los amplios territorios peninsulares de la España actual, que permiten todavía sueños de gran efectividad nacional.

Castilla, más audaz, más emprendedora, más ambiciosa, logró reunir en torno suyo a gran parte de los pueblos que han construido la España de hoy. El diálogo Castilía-Cataluña es el punto de partida obligado para el diseño de una España en progreso, distinta de la centralista, con capacidad creadora, con proyección de futuro. El diálogo Aznar-Pujol, ¿no es una gran oportunidad? La historia contemporánea registra en Cataluña algunos intentos en esa dirección. Así la acción del general Prim, los proyectos de Jaime Balmes, de Valentín Almirall, y los menos lejanos esfuerzos de Prat de la Riba y Francisco Cambó, y su histórico manifiesto «Por Cataluña, y la Gran España», también los contactos habidos con José Canalejas y con Antonio Maura; y durante la Segunda República algunas coincidencias con Manuel Azaña.

En la historia de Cataluña, el pactisrrto ha sido una de sus singularidades. Lo fue incluso en los tiempos en que el sistema de privilegios ocupaba el espacio que hoy ocupan las libertades democráticas. El historiador Jaime Vicens Vives fue contundente a este respecto: el pactismo, dijo, «se incrustó en la misma médula de nuestra estructura social y política, hasta convertirlo en una manera de ser, hasta transformarlo en una concepción del mundo que se ha mantenido incólume a través de las vicisitudes históricas de los últimos siglos».

En mi juventud, durante la República, y ocupando la Secretaría General de las Juventudes de la Lliga catalana, el partido que lideraba don Francisco Cambó, pude comprobar la bondad de esa línea política. A través de ella, aquél ilustre hombre de Estado pudo orientar el catalanismo Pasaron en Europa las monarquías absolutas, y también las revoluciones sangrientas, y los sueños de histórico en un sentido integrador. En los años de la transición, en la misma línea pactista pude coincidir bajo el liderazgo de Adolfo Suárez con distinguidos diputados como don Antonio Fontán y don Miguel Herrero de Miñón.

De esa experiencia y desde ese conocimiento histórico, creo, sinceramente, que el reciente pacto PujolAznar, puede significar un aperturismo histórico que nos conduzca a la solidez de un auténtico progreso político, porque -y cito de nuevo a Vicens Vives- eso significaría «ir a la realidad de la vida humana y establecer la más estrecha responsabilidad colectiva e individual en el trato de la cosa pública».

conquistas y expansiones territoriales no caben ya en la mentalidad de hoy. En España, el fortalecimiento de la realidad peninsular puede ser un gran objetivo, a fin de entrar con las mejores posibilidades en la Europa que ha empezado a construirse. La «sexta fundación» de que ha hablado Palacio Atard, que es presente, pero también futuro, puede ser el gran motor que nos conduzca hacia una España renovada. Por ello, conviene que no escaseen los esfuerzos para que el diálogo iniciado por Aznar y Pujol consiga la mayor solidez. Que Cataluña por una parte, Vasconia por otra y Castilla por todo el resto peninsular, hallen juntos la fórmula que sitúe de nuevo a España en la «Gran Historia». •