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Decía Antonio de Nebrija que el latín es la puerta por la que se entra en el conocimiento de todas las artes que tienen que ver con el hombre. Los grandes humanistas son, en general, personas que han atravesado esa puerta para dedicar después su vida y su esfuerzo a estudios y actividades relacionadas de un modo u otro con el hombre. Antonio Fontán es, sin duda, uno de ellos.

En alguna ocasión he afirmado que realizar una semblanza de don Antonio, contra lo que a primera vista pueda parecer, no es cosa fácil. Siempre corre uno el riesgo de dejarse algún aspecto relevante en el tintero. Hombre de letras, intelectual profundo, político honesto, posee una biografía polifacética de una coherencia y solidez muy poco común. Precursor en España de los estudios sobre el humanismo, el estudio de los clásicos no fue nunca incompatible con un compromiso personal con el servicio a la sociedad sino más bien una consecuencia lógica y natural de ese diálogo cotidiano con los clásicos y los humanistas del siglo XVI. Así, como él diría en alusión a la antigua Atenas, además de haberse dedicado a la Academia, ha dedicado sus trabajos y sus días a las instituciones democráticas y a los medios de comunicación (no debe olvidarse que Antonio Fontán es el único español declarado «héroe de la libertad de prensa» por el prestigioso Instituto Internacional de Prensa (IPI), que ha reconocido su valiente defensa de las libertades de expresión y opinión en ios años que dirigió el diario Madrid).

Cicerón decía que la «sabiduría es el conocimiento de las cosas humanas y divinas». Siguiendo esa máxima, Antonio Fontán ha demostrado a lo largo de toda su vida que es preciso estudiar a los clásicos sin perder nunca de vista las necesidades del hombre de nuestro tiempo, que para contribuir al progreso de la sociedad es necesario asimilar la cultura antigua con la moderna y aprender, a la vez, de la experiencia propia. Ese es, en mi opinión, uno de sus principales méritos: haber transformado la riqueza del latín y el griego en experiencia, y haber sabido transmitir ambas a varias generaciones. Porque son varias generaciones -de profesores universitarios, políticos y periodistas- las que han tenido la fortuna de madurar profesionalmente con la ayuda y el ejemplo de Antonio Fontán.

Como estas líneas no pretenden dibujar un perfil detallado de don Antonio, sino más bien aportar unos apuntes de lo que yo considero una vida ejemplar, insistiré en un aspecto de su biografía que, en mi condición de ministra de Educación, Cultura y Deporte, valoro de manera particular. Se trata de su actitud hacia la política y su vocación de servicio a la sociedad. Una y otra provienen, como no podía ser de otro modo en su caso, del estudio de los clásicos. A partir de dos grandes pilares, el liberalismo político y el humanismo cristiano, Antonio Fontán ha desarrollado un corpus de ideas políticas que ilustra de manera coherente toda su trayectoria pública.

De ese conjunto de ideas, me gustaría destacar dos. En primer lugar, su defensa firme de la democracia. Convencido de que el mejor sistema político es aquel que garantiza el desarrollo de las libertades, que para él se encuentran ligadas siempre a la libertad del individuo, Antonio Fontán fue una figura fundamental en nuestra transición, cuya aportación valoran y defienden incluso quienes no comparten sus convicciones políticas. Este último es, desde luego, un rasgo que yo admiro profundamente, pues no hay tantas biografías políticas que ofrezcan testimonio de un respeto tan sincero hacia las opiniones de los demás y hayan realizado un esfuerzo tan noble y desinteresado para lograr la convivencia política de los partidos e ideologías que representan al pueblo español. Basta un repaso a nuestra historia reciente para valorar en su justo término el papel qué en ella ha desempeñado Antonio Fontán.

En segundo lugar, su inquebrantable adhesión a la Corona. El editor de Nueva Revista, la publicación que desde 1990 sirve de guía en la reflexión política e intelectual a muchos lectores, siempre ha defendido que la monarquía parlamentaria asegura la convivencia de los españoles. Lo ha hecho con rigor y sentido de Estado, pues la estabilidad de nuestras instituciones ha sido para él una preocupación esencial, que se explica, sin duda, por el amor profundo que siente por España. Quienes le conocemos bien sabemos que le gusta definirse como «patriota» y no hay ninguna duda de que el patriotismo recorre toda la biografía política de Antonio Fontán.

De él yo he admirado, además de su sabiduría práctica, su coherencia política, siempre compatible con un talante dialogante, abierto a las opiniones e ideas de los demás. Esa actitud, a la que también antes me refería, es la que explica cómo ha logrado don Antonio reunir siempre en torno a sí a un grupo estable de colaboradores y amigos que comparten con él su compromiso con los valores democráticos y su deseo de ocupar un espacio en la vida social, política, económica, académica y cultural que contribuya al avance de nuestra sociedad. Ese compromiso con la sociedad de nuestro tiempo y esa vocación de servicio público constituyen, sin duda, uno de los mejores legados de don Antonio.

Como ministra de Educación, Cultura y Deporte, en estas líneas deseo dejar constancia de mi admiración, gratitud y afecto profundos hacia don Antonio. Para mí fue una fortuna tener la oportunidad de dirigir esta publicación durante dos años y colaborar estrechamente con quien ha sido ejemplo de nobleza y honradez en todas las áreas de su vida. Por eso es también un honor participar en este número de homenaje y comprobar cómo las personas que le han acompañado a lo largo de su dilatada vida profesional ofrecen un unánime testimonio de reconocimiento. Todos nosotros reconocemos en don Antonio un ejemplo de excelencia humana y profesional y nos sentimos felices de poder disfrutar de su amistad.

Eurodiputada