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Teresa Giménez Barbat (1955). Antropóloga, escritora y política española. Diputada del Parlamento Europeo entre el 2015 y el 2019.


Teresa Giménez Barbat: «Contra el feminismo». Pinolia, 2023.

Avance

El movimiento feminista nació con el objetivo de asegurar la igualdad entre hombres y mujeres. Pero, ¿en qué medida continúa cumpliendo con esa misión?

Existen distintas tradiciones y creencias que condicionan la manera en que nos comportamos y pensamos. Es necesario que estas sean cuestionadas y replanteadas con frecuencia, teniendo en consideración la manera en que impactan y transforman a nuestra sociedad. Esta es la tarea que Teresa Giménez Barbat se plantea en su libro «Contra el feminismo».

Los humanos somos seres encarnados en un cuerpo. Como tales, estamos condicionados por una naturaleza biológica. Por ello, Giménez Barbat inicia su libro con un examen sobre nuestra naturaleza: ¿a qué condiciones biológicas responden nuestras tradiciones e instituciones actuales? Definitivamente, muchas costumbres y tradiciones han perdido actualidad; son rezagos de un pasado distante, y como tal, no merecen ser defendidos. Sin embargo, una costumbre no puede ser dejada de lado porque sí sin que antes se examinen los principios a los cuales responde. La psicología evolutiva nos enseña que las costumbres son los rastros de las experiencias que millones de seres humanos atravesaron cuando se enfrentaron a determinadas situaciones. Nuestros rasgos psicológicos y mentales son producto de lo que la selección natural exigió de los seres humanos para poder sobrevivir.

Bajo estas premisas, Giménez Barbat distingue entre dos tipos de feminismo. Por un lado, el feminismo racional es el que lucha por los derechos de las mujeres en las sociedades en las que son oprimidas. Por otro lado, el «feminismo irracional» es aquel que ha dejado de lado toda perspectiva científica. Su crítica va dirigido a este último tipo, el cual busca destruir costumbres que han persistido a lo largo de toda la historia de la humanidad. Sin embargo, en la opinión de la autora, existen por una razón: responden a nuestra naturaleza.

Algunas de las costumbres que la autora defiende son el rol del padre en la familia, la institución del matrimonio, y la sexualidad comprometida. Concluye que la defensa de estos valores no conduce a la desigualdad entre hombres y mujeres, sino que, por el contrario, es beneficioso para ambos.


Artículo

Teresa Giménez Barbat, antropóloga y ex eurodiputada por Ciudadanos, publica un interesante libro —combativo y provocativo— bajo el título «Contra el feminismo. Todo lo que encuentras odioso de la ideología de género y no te atreves a decir» (Ed. Pinolia, 2023, 322 págs.). Como indican el título y el subtítulo, esta obra no solo expone y critica la deriva de género del feminismo actual sino también el feminismo clásico que sembró tópicos culturales y políticos sin base científica alguna… y de estos polvos vienen aquellos lodos. La autora escribe con un estilo combativo, incluyendo de vez en cuando, según la tradición literaria de Cela, incluso tacos muy bien seleccionados y adecuados al contexto. Es un libro provocador, abierto a la polémica y muy oportuno para suscitarla; aunque supongo que solo el silencio le contestará, pues quien argumenta hoy contra tópicos ideológicos de moda no suele suscitar debate, dado que el contraste racional de datos y opiniones no está de moda.

El libro tiene catorce capítulos y un epílogo; y, aunque no está dividido en partes, consta de varias conceptualmente concatenadas. En la primera (capítulos I y II), la antropóloga Giménez Barbat analiza la dualidad sexual de la especie humana desde la perspectiva de la psicología evolutiva, resaltando su condición personal de no creyente (pág. 35) en ninguna religión e incluso de atea. No es irrelevante esta confesión de falta de fe en Dios, pues pone de manifiesto cómo en la actualidad —cada vez de forma más frecuente— surgen intelectuales que, al margen de toda visión teísta o creacionista, redescubren la existencia de una naturaleza humana y, en consecuencia, de unas constantes éticas o antropológicas que caracterizan al ser humano.

En la segunda parte (capítulos III a VI), la autora disecciona la actual crisis de comprensión de la sexualidad, el fenómeno woke y las políticas de identidad en contraste con lo que la ciencia nos dice sobre los miembros de la especie homo sapiens. La tercera (capítulo VII) se dedica a un estudio crítico de la ideología y las legislaciones transgeneristas; y la cuarta (capítulos VIII a XIV) a una demoledora exégesis de los errores antropológicos del feminismo clásico y los daños que ha provocado en nuestra sociedad.

Existe la naturaleza humana y es sexuada en masculino y femenino

Tras su repaso crítico a los postulados ideológicos del feminismo, la autora concluye que las ciencias evolutivas demuestran que «hay muchas cosas importantes que están claras. Sabemos, por ejemplo, que sí hay una naturaleza humana, y que sí hay una naturaleza masculina y otra femenina (…) y que muchas de nuestras pautas de emparejamiento e instituciones familiares se hunden en la noche de los tiempos y vuelven y vuelven (…). Quizá ser menos sectarios y vanidosos, menos demonizadores del disidente y más amantes de las ciencias con base evolucionista nos iría mejor. Y no mentiríamos tanto» (pág. 278).

El libro cumple satisfactoriamente el propósito de la autora, que es (cfr. pág. 16) hacer una defensa de cuestiones que los movimientos de izquierda y —según la terminología de la autora— el feminismo irracional han pretendido demonizar, como el papel del padre, el matrimonio monógamo o la responsabilidad sexual frente a la glorificación de la revolución sexual. Constata la autora que el feminismo ha mutado y no tiene nada que ver con lo que fue. Propone: «hay que huir del feminismo como de la peste porque es una ideología (la ideología de género) pseudorreligiosa, y ha degenerado tanto que le hace más daño que otra cosa a la sociedad» (pág. 14).

La autora se define como una «liberal escéptica» (pág. 20), denuncia que «los movimientos nacidos del posestructuralismo, influenciados por filósofos franceses pero abonados y crecidos en los campus americanos, si tienen una característica destacable es su ignorancia deliberada del funcionamiento de la ciencia» (pág. 21) y afronta los temas que trata desde la psicología evolucionista que define como «aproximación teórica que pretende explicar los rasgos psicológicos y mentales como adaptaciones, es decir, como productos funcionales de la selección natural o de la selección sexual» (pág. 24).

Desde esta perspectiva científica la autora muestra que las formas históricas de organizar las relaciones hombre/mujer y la estructura familiar hunden sus raíces en la configuración genética y cultural del homo sapiens y que el rechazo por prejuicios absurdos de este dato por las modernas ideologías ayunas de ciencia, no provoca más que males. Por ejemplo, afirma en la página 48 que «El patriarcado no es un sistema que se originó hace miles de años cuando un grupo de machos se conjuró para subyugar a las mujeres y manipular la reproducción. Fue, necesariamente, una biorregulación producto de ajustes para proteger al grupo y, sobre todo, a los niños y a las mujeres, garantes de la continuidad». Y en la pág. 91 nos dice: «¡sorpresa!: el sexo sirve fundamentalmente para reproducirse (…) los malentendidos vienen de que hemos separado en nuestra mente el sexo de la reproducción». Con cruel, pero realista, percepción, afirma a continuación que para muchos hoy «un bebé es lo que le meten en la barriga a la madre en una clínica de fertilidad. Punto. Lo otro es follar».

Citando a Chesterton, Giménez Barbat defiende la necesidad de cautela en cambiar sistemas que no se entienden del todo; y denuncia la tentación de considerar que todo es cultural y que la ingeniería social es una opción (cfr. pág. 55). Frente a esa actitud, nos dice: «Un principio general, una costumbre, no pueden ser violados porque sí. Cuando algo está firmemente instaurado en una sociedad no puede ser abandonado de forma ligera. Se impone una vía menos megalómana y más basada en la evidencia a la hora de proponer cualquier reforma social» (pág. 56). «La tradición no son restos de una época superada, es la experiencia destilada de millones de seres humanos que se enfrentaron a vicisitudes muy parecidas a las actuales» (pág. 59).

La autora aplica estos criterios a los debates actuales sobre la sexualidad poniendo de manifiesto que «las diferencias biológicas y genéticas entre ambos sexos se han construido a lo largo de la historia» (pág. 91) y que «están del todo invalidadas las hipótesis que proponían que las diferencias en la sexualidad humana son mero producto de la cultura y la socialización» (pág. 107); pues «hay dos géneros que vienen dictados por los cromosomas y la exposición prenatal a las hormonas como causa primordial» (pág. 126), «nadie nos asigna un sexo al nacer. Siempre venimos con el nuestro puesto» (pág. 133).

Y pone el dedo en la llaga al identificar a los beneficiarios y las víctimas de esta locura ideológica: «La experiencia de las identidades de género se ha convertido en un producto muy rentable especialmente para las industrias farmacéutica, biomédica y tecnológica» (pág. 145); «El problema de esa moda o histeria de masas son los indefensos que deja por el camino: las auténticas víctimas, los realmente victimizados. La creencia en la identidad de género se utiliza como base para la transición médica de miles de niños y adolescentes. Es una auténtica canallada» (pág. 151). «Aunque el transexualismo está posicionado bajo la bandera de los derechos civiles LGTBI, parece tener una relación mucho más cercana con el negocio. Hay mucho dinero que fluye hacia las organizaciones transgénero (…)» (pág. 181).

Las culpas del feminismo tradicional

Giménez Barbat distingue entre el feminismo racional, el que exige los derechos de las mujeres en una sociedad reaccionaria que las oprime; y el irracional que es el que se embarca en exageraciones y disquisiciones esencialistas ajenas a la ciencia y al sentido común (cfr. pág. 43). Y no duda en afirmar que la actual locura transexualista la «parió el feminismo irracional» (pág. 181), «ese feminismo que se opone a lo trans pero que olvida que tiene sus responsabilidades en la deriva del movimiento» (pág. 183).

Sus análisis de la llamada «violencia de género» y su manipulación ideológica por el feminismo irracional (págs. 184 y ss), de la teórica brecha salarial (págs. 202 y ss) son un monumento al sentido común y a los datos reales constatados frente a los tópicos de lo políticamente correcto.

En el capítulo IX (págs. 207 y ss.), Giménez Barbat se refiere a «la deshumanización del varón», la cual el feminismo de moda está generando en la sociedad a través de la implantación de una «brecha de empatía» sistémica contra el varón al que se atribuye un odio estructural contra las mujeres, generando un orden jurídico discriminatorio contra los varones. Y en el capítulo XI (págs. 241 y ss.) hace una reivindicación del papel del padre en la familia y de la pareja estable  para los hijos, digna de la tradición troncal de Occidente; lo cual demuestra que hay una evidencia natural en esta materia en que pueden coincidir la tradición moral cristiana y el pensamiento de una atea contemporánea abierta a los hechos y sin prejuicios ideológicos circunstanciales.

Las conclusiones

En los capítulos finales de su obra, la autora concluye su análisis crítico de los feminismos de nuestro tiempo poniendo de manifiesto algunas constantes de la humanidad que siguen vigentes con la misma fuerza de siempre y que los datos ratifican con implacable contundencia, desmintiendo los tópicos ideológicos del feminismo:

a) El padre es importante
  • «No somos conscientes de hasta qué punto tener un padre ha sido importante en la humanización (…) el padre juega un papel clave para asegurar la salud física de sus hijos, pero también es importante en el desarrollo óptimo de rasgos psicológicos y emocionales considerados primordialmente humanos» (pág. 244). «Es una creencia lujosa la fe en —y la apología, a veces— la maternidad en soltería: es de una osadía muy ignorante» (pág. 247). «Tener un padre en casa produce efectos positivos en la valoración que hacen las hijas de sí mismas» (pág. 252).
  • «El desdén del feminismo por el hombre como padre no es progresista» (pág. 254). «Cuando la institución marital es fácilmente disuelta, cuando abundan las madres solteras y cuando más niños dejan de vivir con sus padres naturales se echa por la borda un recurso evolutivo imponderable: el amor constante y seguro» (pág. 255).
  • «Muchos investigadores se preguntan: la cristalización de la familia monógama con un padre presente, ¿podría haber sido un factor importante en el desarrollo de la sociedad, en el progreso y en la mejora de la calidad de vida actuales? Es muy posible que sí» (pág. 256).
b) El matrimonio monógamo es importante
  • «Las familias alternativas son un lujo que ahora nos permitimos porque nos sobran los recursos, pero no pidamos a los padres de familia “normativos” un perfil bajo para no agraviar a nadie, pues son la base para que otros puedan desarrollarse y prosperar» (pág. 258).
  • «No son lo mismo las estrategias de emparejamiento primarias que las costumbres matrimoniales (…). El matrimonio es una institución que puede variar bastante en el detalle, pero que tiene un núcleo muy sólido» (pág. 261). «El matrimonio no es una institución caduca o superada (…)» (pág. 262).
  • La ley de parejas de hecho «está pensada para que el Estado asuma un compromiso con el que uno de los miembros de la pareja (¡a veces ambos!) no desea cargar, es el resultado de una progresiva infantilización de la sociedad, de una adolescencia con compromisos desplazados hacia papá estado (…)» (pág. 264).
  • «Son más altos los índices de asesinato entre las mujeres que viven en uniones de hecho que en aquellas casadas legalmente» (pág. 265).
  • «Tengo amigas que se lamentan de que los hombres no se comprometen, pero ese compromiso es poco compatible con un sistema de relación donde la pauta es ofrecer sexo la primera noche» (pág. 272).
c) La revolución sexual ha dañado a la mujer
  • «El feminismo liberal es demasiado optimista en su creencia de que es posible tener relaciones sexuales como un hombre como vía para la liberación; (…) mientras seamos humanas, nunca podremos tener sexo como los hombres porque nunca seremos hombres. (…) A la inmensa mayoría de las mujeres nos resulta difícil separar las emociones del sexo (…) Quizá vendría bien algo de responsabilidad y dejar de seguir enviando a mujeres jóvenes y crédulas como carne de cañón a la batalla contra la doble moral sexista» (págs. 275-276).
  • «Hay muchas cosas importantes que están claras. Sabemos, por ejemplo, que sí hay una naturaleza humana, y que sí hay una naturaleza masculina y otra femenina (…) y que muchas de nuestras pautas de emparejamiento e instituciones familiares se hunden en la noche de los tiempos y vuelven y vuelven (…) Quizá ser menos sectarios y vanidosos, menos demonizadores del disidente y más amantes de las ciencias con base evolucionista nos iría mejor. Y no mentiríamos tanto» (pág. 278).

En el epílogo la autora concluye afirmando que no es feminista porque «En nuestra sociedad, con sus contrapesos y legislaciones garantistas, el feminismo ya no es más que un movimiento victimista y excluyente presa de la funesta y antidemocrática ideología de género. (…) cuando ha llegado el feminismo hegemónico al poder ha permitido unas leyes injustas que ignoran ferozmente los derechos, las libertades y la presunción de inocencia de la mitad de los ciudadanos. Ya no es el feminismo que luchaba por los derechos y libertades de las mujeres en unos países lastrados por tradiciones obsoletas. Lamentablemente, se pasó de pedir justicia a ser injustos, y de exigir igualdad a exigir privilegios» (pág. 307).

Es una obra digna de ser leída y meditada pues incide en una de las grandes cuestiones de nuestra época, y lo hace de forma razonada y documentada, en la línea de tantos otros libros de planteamientos similares publicados en los últimos años, especialmente en el mundo anglosajón.

Jurista. Exsecretario de Estado y expresidente del Foro de la Familia.