Carlos Alberto Montaner

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Cuba: hora cero

En los próximos tiempos todo puede ocurrir en ese país. Desde un cruento golpe militar hasta un terrible motín popular; desde el tiranicidio hasta una masacre de opositores desarmados; desde una guerra civil reñida entre facciones militares de un ejercito dividido, hasta —en la más benigna de las opciones— una contienda electoral como la que puso fin al gobierno de Daniel Ortega en Nicaragua. Pero los sucesos pueden ser más dramáticos aún: en Cuba existen todos los elementos necesarios para que se desate un gran conflicto internacional de imprevisibles resultados. En el extremo oriental de la isla yace la base naval norteamericana de Guantánamo. En cambio, en las provincias occidentales acampa una brigada militar soviética. Mientras tanto, en La Habana manda un personaje convencido de que sólo internacionalizando los conflictos los países pequeños pueden enfrentarse a los grandes. No es, pues, descartable que los Estados Unidos se vean arrastrados como en un remolino por las fuerzas centrípetas que pudiera provocar el fin violento del castrismo. Y tampoco es absurdo pensar que, aun en estos tiempos de perestroika y convivencia pacífica entre las superpotencias, si las unidades militares soviéticas apostadas en la isla se ven atrapadas en medio del fuego, respondan con el mismo lenguaje. Por otra parte, desde la deserción del general Rafael del Pino en 1987, se sabe con toda certeza que entre los planes de la aviación cubana en caso de conflicto con ¡os Estados Unidos, está el ataque a las instalaciones nucleares conocidas por el nombre de Turkey Point, planta para generar electricidad situada en la proximidad de Miami, y objetivo que pudiera provocar una catástrofe en el sur de la Florida similar a la que tos soviéticos padecieron durante el incidente de Chernobil. Obviamente, yo no quiero decir que esto necesariamente va a ocurrir, pero me parece prudente, antes de entrar en el análisis de la crisis final del castrismo, advertir que el asunto reviste una inmensa gravedad potencial que desborda al perímetro cubano, circunstancia que hay que conocer a fondo para intentar que no se escape de las manos. Y a quien tenga la tentación de calificarme de alarmista por cuanto llevo dicho, me permito recordarle que en octubre de 1962 el mundo estuvo al borde del holocausto nuclear, precisamente por conflictos iniciados en Cuba. Ya sé que 1990 no es 1962, y que Gorbachov no es el cruzado del comunismo que era Kruschev, sino todo lo contrario, pero el tiempo ha demostrado que Castro sigue siendo la misma persona pugnaz e intransigente que entonces se negó a la búsqueda de una negociación pactada y prefirió —inútilmente— apostar por una guerra que hubiera sido devastadora. De manera que la más urgente conclusión a que tenemos que arribar es totalmente insoslayable: es cierto que el fin del castrismo es un fenómeno que compete, antes que a nadie, a los propios cubanos, pero es también cierto que se trata de un asunto internacional de primer rango que debe interesar a todas las naciones de América y —en especial— a los países asentados...

Cuba, el embargo y la variante china

Castro carece de opciones Cuba Dos son los temas sobre Cuba que más inquietan al lector español. La polémica eterna entre los partidarios de que Estados Unidos levante el embargo como es el caso del D Gobierno español o del Parlamento Europeo, o los que piensan que debe mantenerse para forzar a Castro a moverse en dirección de la democracia. El otro tema es el de la extraña evolución que se observa en la Isla y que los analistas intentan descifrar: hacia dónde va Cuba con la dolarización y la bienvenida a los inversionistas extranjeros. Parece que se encamina a lo que ya se llama la variante china. Por qué Estados Unidos no levanta el embargo contra Castro Discutir sobre la conveniencia o inconveniencia del embargo americano contra el gobierno de Castro es discutir sobre el sexo de los ángeles. Pura chachara. Un inútil ejercicio retórico. Ni republicanos ni demócratas tienen el menor interés en levantarlo. Y la razón es obvia: el embargo no es americano, sino cubano. Quienes lo mantienen vivo y vigente son los cubanos exiliados en Estados Unidos y su numerosa prole. La clase política americana pragmática y conciliadora probablemente le hubiera puesto fin de no haber existido la generalizada convicción de que la inmensa mayoría de los dos millones de personas de origen cubano radicadas en Estados Unidos desea que se mantenga, y -de ser posible- se arrecie. Es importante entender este fenómeno para poder juzgar las relaciones entre los dos países. Cuba sencillamente no es ya un tema de política exterior americana. Pertenece a su ámbito doméstico, más o menos como sucede en el caso de Israel, y exactamente por las mismas razones; porque en el país existe una minoría poderosa, con representación parlamentaria, capacidad para hacerse oír y un contorno electoral claramente definido. Aunque los exiliados no respaldan masivamente a ninguna de las decenas de organizaciones instaladas en Miami, se sabe con toda precisión cómo conquistar esos votos dispersos: con una fuerte dosis de anticastrismo. Y también se sabe cómo expresar la actitud política más rentable: apoyando el embargo. Pidiendo, incluso, más embargo. Desde una perspectiva ética el asunto tampoco muestra rasgos peligrosos. ¿Cómo extrañarse de que los adversarios del gobierno de La Habana pretendan vengar viejos agravios y tomar alguna represalia contra quienes tanto daño les han hecho? Es cierto que muchos analistas bien intencionados opinan que el levantamiento del embargo significaría el fin de la última coartada del gobierno y del último elemento cohesionador que impide su desplome, pero esa refinada hipótesis pesa mucho menos en el ánimo de los exiliados que la percepción monda y lironda de que la ausencia de vínculos económicos entre Estados Unidos y Cuba perjudica al castrismo mucho más de lo que lo beneficia. Al fin y al cabo, eso es lo que constantemente confirma Castro en sus discursos y declaraciones. Puro sentido común. Si tanto se queja, por algo será. Para demócratas y republicanos del establishment no hay nada raro ni sorprendente en este enfoque de la cuestión cubana. La democracia...

Cuba y Estados Unidos, el conflicto sigue igual

Con esas cartas en la mano, el gobierno cubano comenzó a amagar y a dar indicaciones de que podía recurrir de nuevo al envío masivo de refugiados si no se atendían sus peticiones de un diálogo abarcador y directo. En Washington tomaron buena nota del chantaje, pero los consejeros se dividieron inmediatamente entre quienes recetaban la mano dura y quienes proponían la conciliación y el apaciguamiento. Estos últimos, situados más cerca del corazón de Clinton, fueron quienes negociaron el acuerdo anunciado.