Alfredo Molinas

1 Publicaciones 0 COMENTARIOS
Nueva Revista

El Estado del bienestar sostenible

Durante décadas, el Estado del Bienestar ha sido uno de los estandartes del pensamiento económico, ha dominado las políticas económicas y ha impregnado hasta las más finas capas de la sociedad europea. Atrás quedaban planteamientos donde los requerimientos de un presupuesto equilibrado y una intervención mínima del Estado reinaban en la escena económica. El liberalismo pasó a un segundo plano: defender las ideas de Adam Smith o proclamarse seguidor de la escuela de la Public Choice era considerado en el primer caso un síntoma de antisolidaridad y, en el segundo, de algo que no se sabía bien lo que significaba. El Estado "del Bienestar" lo será, pero probablemente solo del bienestar de unos pocos. Los costes de la maquinaria estatal han ido creciendo sin ningún tipo de control. La eficacia y la eficiencia en la gestión pública es cosa de unos locos que normalmente acaban siendo devorados por el propio sistema político. La realidad, sin embargo, se acaba imponiendo. El largo plazo de las ideas keynesianas de los años 30 se ha convertido en nuestro corto plazo. De Keynes se recuerda, entre otras cosas, la frase aquella de "a largo plazo todos muertos". Pues bien, ya ha llegado ese momento. El mercado ha de recuperar su protagonismo allí donde es más eficiente. Las políticas públicas no están exentas de costes y hay que medirlos junto a los hipotéticos beneficios y beneficiarios de las mismas. El Estado no podrá suspender pagos, pero los ciudadanos que lo financian sí pueden quebrar. El Estado del Bienestar sostenible ha de ser, en primer lugar, sostenible; después, bienestar y por último -si no queda más remedio- Estado. ¿Quién sostiene la maquinaria estatal? La famosa frase "Hacienda somos todos" es ilustrativa de lo que se pretende expresar en este apartado, aunque con una finalidad bien distinta a la del enfoque original con que fue acuñada: porque la utopía de convertir al Estado en una especie de "Robin Hood" no es solo un mito; es un mito al que la praxis, junto a los mecanismos propios de la inercia estatal, ha desmentido, dándole completamente la vuelta. Si nos fijamos en el caso español y buscamos un ejemplo concreto en uno de los impuestos paradigmáticos de la solidaridad redistributiva teórica -el Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas nos daremos cuenta perfectamente de la ilusión financiera en que se tiene atrapado al contribuyente. Tomando las rentas comprendidas entre uno y seis millones de pesetas brutas -lo que no es ninguna exageración-, permitiendo colocar este segmento entre un nivel que podríamos calificar de clase media y baja, el conjunto de contribuyentes con esas rentas aporta a la recaudación total por IRPF el 70,4% del total. A partir de una renta bruta de 2.600.000 pesetas, los contribuyentes españoles pagan una cuota superior al porcentaje de población que está sometida al impuesto. La progresividad empieza, pues, en unos niveles lo suficientemente bajos como para que empecemos a tener serias dudas acerca del carácter redistributivo real del impuesto. Pero todavía hay más: si atendemos a los niveles de renta en los...