Manuel Pérez Mateos
Universidades sostenibles, las buenas prácticas
Oblómov, diagnostico de una patologia estamental
Fue Dostoievski quien acuñó la expresión «literatura de terratenientes» para referirse a un fenómeno de creación específicamente ruso. Se trataba de una familia de héroes surgidos de la imaginación de Pushkin y desarrollados luego por Lérmontov, Gógol, Turguénev y Tolstói, entre otros. Sus personajes no eran quimeras; no obstante su idealidad, los héroes de la primera hora literaria rusa encarnaban rasgos característicos de la clase de la aristocracia. Era la misma nobleza que había auxiliado al Zar en la administración del Imperio, que poseía tierras y siervos, que se había educado en Europa y que permanecía fundamentalmente ociosa: cazaba o escribía relatos. A la altura de 1866, cuando Dostoyevski se disponía a publicar Crimen y castigo, era imperioso que la literatura se abriese a preocupaciones vitales de otras clases, acaso todavía emergentes, pero de las que dependía críticamente el futuro del país euroasiático. Raskólnikov era estudiante, su hermana daba clases privadas y el íntimo amigo de los dos soñaba con editar una revista. Sonia era la hija de un funcionario de ínfima categoría y representaba a la clase popular tanto como aquel inocente gogoliano que adquirió un gabán y enloqueció. La literatura tenía que abordar también la mente y las aspiraciones políticas de un nuevo tipo de individuo, nacido en Europa pero criado en Rusia: el socialista. Y llevar asimismo hasta el extremo las íntimas conexiones entre ociosidad terrateniente, depravación sexual y crueldad que, como extrañas virtudes, adornaban el carácter de terratenientes de viejo cuño, como lo era el padre de los Karamázov. Hito fundamental en esa historia novelada de la clase terrateniente del XIX ruso es la obra de Goncharov, Oblómov (1959), que Ágata Orzeszek comenta en este ensayo.