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Los setenta años cumplidos hace unos meses por el compositor y director francés Pierre Boulez han convertido 1995 en el «año Boulez». Con este motivo, han sido muchas las grabaciones dedicadas a este músico que han visto la luz en este año.

Pierre Boulez ha sido, primero, un compositor de plena vanguardia, enormemente crítico y polemista. Continuador de Schönberg, fue uno de los más dogmáticos de ese movimiento que llevó la teoría dodecafónica y serial hasta sus últimas consecuencias: la serialización total, es decir, la de todos los elementos que componen la música: no solo los doce sonidos son susceptibles de configurar la estructura serial, sino también el ritmo y el timbre lo que se denominó el «serialismo integral». Un movimiento que tuvo su apogeo en los años 50 y finalmente ha ido quedando en desuso como teoría compositiva. Aunque su influencia fue muy notable, por su extremada rigidez marcaba demasiados límites a la creación musical.

Boulez ha sido uno de los pioneros en practicar y componer música electrónica, la que mejor se prestaba a poner en práctica sus planteamientos musicales. Como impulsor de nuevas tendencias estéticas, ha contribuido grandemente a dar a conocer en París -a través de los conciertos del Domaine Musicale- la obra de los compositores de vanguardia y, aún antes, de músicos del siglo XX apenas conocidos, como Anton Webern, Schönberg y Alban Berg.

Su influencia ha sido notable a través de los cursos de verano de Darmstadt durante los años 50, por donde fueron pasando los músicos jóvenes de toda Europa, y en los que Boulez intervino muy activamente, presentando sus obras, criticando con dureza a sus predecesores y dogmatizando sobre el devenir de la música.

De forma autodidacta, Boulez emprendió muy joven la dirección de orquesta, primero como intérprete de sus propias obras, y luego tocando las obras de los autores menos divulgados. Su repertorio ha ido ensanchándose, llevándole desde las salas de concierto hasta los teatros de ópera, convirtiéndole en uno de los directores más prolíficos del momento. Bien es verdad que desde el podio y las grabaciones discográficas sigue contribuyendo de un modo muy activo a la difusión de la música de nuestro siglo.

Son varias las Sinfonías de Mahler grabadas ya por Boulez. La Sexta es probablemente la más desconocida, pero para el inquieto Boulez su gran interés reside en que es junto a la Quinta y la Séptima, una de las obras de transición del músico vienés. A pesar de la frialdad que se atribuye a sus versiones, nos gusta ese afán perfeccionista que le guía. Dentro del clima sombrío y trágico de la obra, consigue en el Andante un precioso remanso de optimismo y belleza sonora.

Por su parte, Oliver Messiaen fue maestro de Boulez y seguramente su mejor introductor a los nuevos horizontes musicales de este siglo. Su afecto y admiración unidos a un conocimiento profundo de su obra, le han llevado a convertirse en uno de sus mejores intérpretes. Et expecto resurrectionem mortuorum (1964) y La Ville d’en haut (1987) ambas para conjunto de viento –madera y metal- y percusión, la primera además con piano, son dos buenas muestras de la obra de Messiaen, por su colorido y riqueza sonora en torno a la temática religiosa. Chronochromie (1960), para gran orquesta, es una de las obras más ricas  y complejas de su autor, y en su título (El color del tiempo) resume la materia sonora con la que esta constituida: los variadísimos timbres y su presentación a través de elaboradas duraciones y rítmicas. •
M» José Fontán

 

Tríos para piano II. 14, 27, 29 y 31 de Joseph Haydn
Intérpretes: Andras Schiff, piano, Yuko Shiokawa, violín y Boris Pergamenschikov, cello DECCA. 444 862-2. DDD

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Entre los numerosos festivales veraniegos de música hay uno que se celebra en un pueblecito cercano a Salzburgo, -a la sombra del célebre Festival de esta ciudad-: las Musiktage Mondsee, que tiene lugar junto al lago del mismo nombre. Desde que comenzó en 1989, este Festival dirigió su objetivo a la interpretación de Música de Cámara, género en el que hay verdaderas obras maestras a lo largo de la historia de la música, y que por estar concebido para pequeños conjuntos requieren una actitud de mayor concentración por parte del auditorio.

Cada edición del Festival está dedicada a dos compositores, con programas centrados exclusivamente en sus obras. Los intérpretes invitados, de 25 a 40 músicos, suelen ser de renombre internacional, y algunos jóvenes de reconocido talento.

Este disco, aunque no fue grabado en directo, rememora uno de los conciertos del verano de 1994, dedicados a las obras de Haydn y Reger, y recoge cuatro Tríos con piano de Haydn, a cargo de un trío formado para la ocasión por el pianista húngaro Andras Schiff, promotor del Festival, el violonchelista ruso Boris Pergamenschikov y la violinista japonesa Yuko Shiokawa. Poco escuchados, estos Tríos del último periodo creador de Haydn, representan el máximo exponente del pianismo de la época anterior a Beethoven. En realidad, la forma que siguen –muy habitual en la época- es la de Sonata para piano acompañado. Y, en efecto, éste es el instrumento que destaca sobre los otros dos. El violonchelo dobla la mano izquierda del pianista, mientras el violín, aunque mantiene una mayor independencia de líneas melódicas, no se desentiende de su papel subordinado al del teclado.

Aunque no forman un trío estable, los tres músicos, de gran profesionalidad individual, consiguen un inmejorable resultado de conjunto, de gran equilibrio y serena belleza.

La edición en disco de los conciertos del Festival de Mondsee contribuye no solo a promocionarlo, sino a divulgar obras poco escuchadas, a profundizar en los autores elegidos y a prolongar la magia de las sesiones camerísticas: una música nacida para la intimidad que encuentra en el disco un vehículo inmejorable para llegar uno a uno a los oyentes.

Profesora de música y periodista