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La Novena Sinfonía en Re menor (1908-9), fue la última obra sinfónica completada por Mahler. Poco tiempo antes había terminado La Canción de la Tierra, la que él consideraba como novena y que finalmente no tituló de este modo. La razón estaba posiblemente en que por su forma se adecuaba mejor al género del lied sinfónico, aunque hay quien afirma —el propio Bruno Walter así lo apunta en su libro Mahler, dedicado a glosar la figura de su maestro— que obedecía más bien a la superstición romántica de que el número de sinfonías no podía sobrepasar de nueve. Así había ocurrido en la obra de Beethoven, Schubert, Bruckner y Dvorak, que no habían ido más allá. Y de hecho así ocurrió, pues la siguiente partitura sinfónica recibió el título de Novena y el destino hizo que no llegara Mahler a terminar la Décima.


El último periodo creador de Mahler se caracteriza por una gran serenidad. A la grandiosidad y exhaltación de las obras anteriores se opone un espíritu de resignación. La Novena parece un canto a la muerte, no en el sentido más pesimista o fúnebre, sino más bien como aceptación. Se ha hablado incluso de una premonición de su propia muerte.


En los dos movimientos centrales, el Scherzo y el Rondó, el recuerdo a la música popular es irónico, casi grotesco en ocasiones; los dos movimientos extremos presentan una mayor originalidad, principalmente por su lentitud, pero sobre todo por un sentimentalismo a veces desgarrado, pero siempre llevado hasta el máximo expresionismo. El último tiempo, Andante ohne Ende es, en efecto, una música eterna, que se escucha mansamente, sin altibajos, con una orquesta plena, que simboliza la eternidad en toda su grandeza.


Todo es excesivo en su música, decía Leonard Bernstein, la de Mahler es la música alemana multiplicada al infinito: los ritardandi rozan la inmovilidad, los accelerandi se convierten en un huracán, la dinámica tiende en todo su refinamiento y su exageración hacia la sensibilidad neurasténica.


Leonard Bernstein ahondó con profundidad en el pensamiento musical de Mahler y supo transmitirlo a través de unas interpretaciones modélicas de sus sinfonías. Merecen destacarse las grabaciones que realizó de estas obras y que actualmente han sido reeditadas en la colección Bernstein Century.


Si la Novena Sinfonía constituye el verdadero testamento de Mahler, la interpretación que de ella hacen Bernstein representa un inigualable testimonio sonoro de cómo puede transmitirse ese legado.

Profesora de música y periodista