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Avance

A partir de un artículo en «The Economist», este texto analiza el multiculturalismo en Gran Bretaña y traza un recorrido por las posiciones de este país en las últimas décadas. Bajo el gobierno de Blair se llevó a cabo un cambio en el discurso público que llevaba a cuestionar el multiculturalismo como modelo de integración. David Cameron fue más allá y afirmó en 2011, que el multiculturalismo había fracasado «porque la política de tolerancia de los laboristas ha convertido a los jóvenes en objeto vulnerable del radicalismo islámico; […] hemos favorecido que las comunidades vivan vidas separadas».

La crisis del multiculturalismo plantea cuestiones de difícil resolución: ¿qué otros modelos de cohesión e integración podían tomar el relevo? ¿Cuáles deben ser los rasgos de identidad común en un país, como el Reino Unido, donde conviven ciudadanos con orígenes étnicos y religiosos diferentes? Ruth Kelly, ministra de Comunidades del Gabinete Blair, definió en su día, a raíz de la crisis del velo, los valores británicos «no negociables»: «respeto a la ley, libertad de expresión, igualdad de oportunidades, respeto por los demás y responsabilidad hacia los demás» estaban entre ellos. Se trata de valores todos ellos genéricos de cualquier democracia de Occidente. Para el caso británico se añadía además revivir una «idea de Gran Bretaña relevante». Todo en aras de evitar los dos escollos de una sociedad multiétnica: que las minorías sean discriminadas, por un lado; que minorías radicalizadas amenacen la convivencia o a la democracia, por otro. Como concluía el
artículo de The Economist, «puede que el multiculturalismo esté muerto, pero no está claro qué lo va a sustituir».


Artículo

El multiculturalismo ha puesto en cuestión el concepto de identidad nacional en un país como Gran Bretaña, que no solo respeta la diferencia y promueve la tolerancia en la diversidad étnica y religiosa, sino que además la financia mediante políticas públicas.

El debate se planteó en 2006 cuando el entonces primer ministro, Tony Blair, afirmó que el niqab (el velo que cubre la cara de las musulmanas salvo los ojos) es una marca de separación«, que “hace que los demás se sientan incómodos”. Lo hizo en apoyo del líder laborista y exministro de Exteriores, Jack Straw, que criticaba a las musulmanas que llegaban a verlo a su oficina vistiendo el niqab, obstaculizando la comunicación personal, y haciendo una “declaración visible de separación y diferencia” que no puede tolerar la sociedad liberal. 

The Economist publicó entonces un artículo sobre La incómoda política de identidad sobre la crisis del multiculturalismo en Reino Unido. Contextualizaba el debate en el clima de desconfianza hacia la comunidad musulmana generado tras los atentados del Metro de Londres, del 7 de julio de 2005, en los que murieron 56 muertos y otras 700 resultaron heridas, que fueron cometidos por cuatro musulmanes nacidos en Gran Bretaña. 

La toma de partido de Blair supuso un cambio en el discurso público que llevaba a cuestionar el multiculturalismo, su viabilidad y su eficacia como modelo de integración

Y planteaba el complejo equilibrio entre la tolerancia ante la diversidad religiosa y cultural y la necesidad de que las comunidades minoritarias se integren en una sociedad democrática.

La toma de partido del primer ministro supuso un cambio en el discurso público que llevaba a cuestionar el multiculturalismo, su viabilidad y su eficacia como modelo de integración. Durante décadas el Reino Unido ha hecho gala de un multiculturalismo pragmático, basado en el liberalismo, llegando a definirse como una “comunidad multiétnica, compuesta por comunidades sin
una metacomunidad que las una (Cantle Report). Lo cual pasaba por el derecho al reconocimiento y apoyo de las diferencias de minorías étnicas y religiosas, tanto en el espacio público como en el privado. 

Pero comenzó a suscitar críticas desde comienzos de siglo, y no digamos nada cuando llegaron gobiernos conservadores como el de David Cameron que, en 2011, llegó a decir “el multiculturalismo ha fracasado en el Reino Unido porque la política de tolerancia de los laboristas ha convertido a los jóvenes en objeto vulnerable del radicalismo islámico; y con el multiculturalismo hemos favorecido que los diferentes grupos vivan vidas separados unos de otros”.

¿Está una sociedad liberal obligada a tener actitudes y comportamientos defensivos frente a quienes son hostiles a ella?

Ya los propios ministros de Blair calificaron de “error colosal”, en 2006,  “la política de tolerar y de alguna manera alentar la separación de las comunidades musulmanas”, apuntaba The Economist. Lo cual llevó a las autoridades a hacerse dos preguntas incómodas: ¿está una sociedad liberal obligada a tener actitudes y comportamientos defensivos frente a quienes son hostiles a ella?; pero, por otro lado, ¿no es razonable en una sociedad democrática exigir que miembros de todas las minorías  se integren, al menos para algún grado, con la mayoría?

En su libro La identidad de las naciones,  Montserrat Gibernau, catedrática visitante en Cambridge, se plantea la cuestión de “cómo hacer compatible el respeto a esa diversidad con el desarrollo de una identidad nacional común que permita un mínimo de cohesión social entre la ciudadanía”. Sobre todo, cuando entra en escena el “fundamentalismo islamico”, como ha ocurrido en las dos últimas décadas en Gran Bretaña, con signos externos de la radicalización como el velo integral o burka en las mujeres o la demanda de la introducción oficial de la sharia (o ley islámica).

Máxime ahora que ha crecido la población musulmana hasta los 4 millones de personas (6,5% del total), según datos de 2021, último año analizado por la Oficina de Estadísticas Nacionales del Reino Unido. Cuando se produjo la mencionada polémica del velo (2006), los musulmanes no llegaban a 1,6 millones de personas.  

Valores no negociables

Pero si el multiculturalismo está en crisis, ¿qué otro de modelos de cohesión e integración social podía tomar el relevo? ¿Cuáles deben ser los rasgos de identidad común en un país, como el Reino Unido, donde conviven ciudadanos con orígenes étnicos y religiosos diferentes? Ruth Kelly, ministra de Comunidades del Gabinete Blair, definió, a raíz de las crisis del velo, los valores británicos “no negociables” que todo ciudadano debe aceptar: “respeto a la ley, libertad de expresión, igualdad de oportunidades, respeto por los demás y responsabilidad hacia los demás”.

La ministra se remitía así a documentos como el Improving opportunity, strengthening society, elaborado por el Ministerio del Interior, que aludía a la Britishness (la britanicidad): «A excepción de los valores de respeto a los demás y el estado de derecho, la tolerancia y las obligaciones mutuas entre los ciudadanos, que consideramos como los elementos esenciales de la Britishness, las diferencias en valores y costumbres tienen que resolverse mediante la negociación». Y el propio Blair señalaba que “los valores esenciales” que unen a los británicos son “la democracia, el estado de derecho, la tolerancia, igualdad de trato, respeto por este país”. Valores todos ellos genéricos de cualquier democracia de Occidente.

Un factor adicional de cohesión ha sido la lengua ya que muchos de los inmigrantes que llegaron al Reino Unido tras la descolonización -en la segunda mitad del siglo XX-,  ya hablaban inglés previamente y tenían lazos con la cultura británica, pues una parte considerable provenía de la Commonwealth. 

Más problemática a la hora de definir una ciudadanía nacional común son la cultura y la religión. El origen étnico (británico) y la religión (cristiana anglicana) son menos distintivos de la vieja identidad británica, que a mediados del siglo XX. Según la Oficina de Estadísticas Nacionales del Reino Unido, el número de personas en Inglaterra y Gales que identifican a su grupo étnico como blanco (inglés, escocés, galés o norirlandés) se ha reducido en alrededor de medio millón desde 2011, pasando del 86,0 por ciento al 81,7 por ciento.  Las áreas con mayor porcentaje de habitantes pertenecientes a grupos étnicos diferentes al británico (hindú, pakistaní, bangladesí) se da en Londres. Su población británica ha descendido del 44,9% al 36,8% en diez años. Es decir, apenas supera el tercio del total. 

Una idea de Gran Bretaña relevante

The Economist subrayaba la necesidad de que los políticos revivan una idea de ciudadanía nacional británica, una “idea de Gran Bretaña relevante”, que sortee, por igual, los dos escollos de una sociedad multiétnica: que las minorías sean discriminadas, por un lado; que minorías radicalizadas amenacen a la convivencia o a la democracia, por otro. Pero añadía que el objetivo no es nada fácil. “Puede que el multiculturalismo esté muerto, pero no está claro que lo va a sustituir”.

La prueba es que el escritor Salman Rushdie, víctima de una fatwa del régimen de los ayatolás por su novela Versos satánicos, terció en la polémica posicionándose contra el velo («es un instrumento para quitarle el poder a las mujeres»); y advirtiendo, como recoge el semanario británico: “Ninguna sociedad, por tolerante que sea, puede confiar en prosperar si sus ciudadanos no valoran lo que su ciudadanía significa.»