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Diez años atrás, en mayo de 1992, Argentina gozaba su momento más optimista del medio siglo precedente. Se había logrado controlar la inflación por primera vez desde los años cuarenta; la tasa de crecimiento se aproximaba al 10% anual, una cifra sin precedentes en más de medio siglo y era la primera vez en cuatro décadas que alcanzábamos ocho años continuos de democracia. Razones concretas y verificables sostenían este sentimiento de optimismo que, en términos políticos, dejaron que Menem avanzara en la reforma de la Constitución que le permitiría ser reelecto.

Una década después, el país se encuentra en el momento de mayor pesimismo de los últimos cincuenta años, con una economía en fuerte recesión durante estos cuatro años, una alta tasa de desempleo que no baja del 12,4% desde hace más de siete años y que, al incluir en el promedio el año 2002, está llegando al récord histórico del 25%, superando la situación vivida en 1995, cuando alcanzó al 18,6% durante el llamado efecto Tequila. Políticamente, la Administración Duhalde se enfrenta a una crisis inédita. De la Rúa cayó hace seis meses, después de una categórica derrota electoral y tras haber sufrido un fuerte desgaste a cuenta de la oposición al control de las dos Cámaras del Congreso y la mayoría de las provincias, la disolución de la coalición oficialista, la actitud crítica del partido gobernante hacia el Presidente y el sistema financiero colapsado y sin el apoyo del FMI. La situación se agudizó en la breve presidencia de Rodríguez Saá, durante la cual se declaró la suspensión de pagos festejado por el Congreso, ante la atónita mirada del mundo. A ello se sumó en enero, ya bajo el mandato de Duhalde, la devaluación y la pesificación que agravaron la crisis.

El hecho de que el 14 de octubre de 2001 se lograra un triste récord histórico en el que la mitad del padrón electoral hizo un voto negativo o no concurrió a las urnas, corrobora en términos sociopolíticos el marcado pesimismo de la sociedad argentina, que cree que ninguna de las fuerzas políticas puede resolver los graves problemas que afectan al país. La comparación de las dos circunstancias aquí recordadas encuentra sólidos argumentos para explicar por qué diez años atrás se vivía el momento más optimista del medio siglo precedente y en cambio ahora pasamos por el de mayor pesimismo de las últimas décadas.

Este año el PIB caerá aproximadamente cerca del 15%, según las estimaciones del FMI, aunque esto no resulta novedoso, pues en los últimos siete años es la tercera vez que la economía real registra este tipo de comportamiento. Primero fue en 1995, durante la crisis del Tequila; luego en 1999 al terminar el Gobierno de Menem; y finalmente ahora, donde se observa la mayor caída de la actividad económica que ha registrado la historia del país.

Si bien no es la primera recesión de los últimos años, en la actualidad el pesimismo es mucho mayor. En 1995, la gente pensaba que Menem y Cavallo, que acababan de atravesar cuatro años de éxito económico y habían logrado la estabilidad, serían capaces de controlar la crisis. En 1999, la expectativa de la renovación política que representaba el triunfo de la Alianza y el gobierno de De la Rúa, hacía pensar que podrían resolverla. En cambio, ahora no hay confianza en que el liderazgo político logre terminar con la difícil situación, y el hecho de que la mitad del padrón no haya votado válidamente es la evidencia más concreta, al margen de los posible gobiernos que concurrían. Los sondeos de opinión corroboran este escepticismo, dado que sólo uno de cada cuatro argentinos piensa que las cosas pueden mejorar, mientras que la mayoría cree que empeorarán.

Es así como la incapacidad del Gobierno y de los dirigentes políticos en general para generar un horizonte creíble causa el pesimismo que hoy muestra la sociedad argentina frente a la crisis que afecta al país. Los hechos demostraron que el optimismo que tenían los argentinos diez años atrás fue exagerado, y quizás la historia venga a probar que el pesimismo de hoy es, en realidad, excesivo. Pero sin un cambio drástico en la actitud del liderazgo político nacional no será posible revertir la crisis económica ni recuperar la credibilidad perdida, no sólo de los agentes económicos, sino de los ciudadanos.

La situación social muestra que el tiempo para la reacción es ya muy limitado, dado que Argentina corre el riesgo de sufrir una nueva hiperinflación, similar a la que tuvo a finales de los ochenta. Pero esta vez la tasa de desempleo es tres veces mayor que la de entonces, la violencia social muy superior -como lo muestra el crecimiento exponencial de los policías muertos por la delincuencia- y hay varios millones de personas que sufren hambre por primera vez en nuestra historia.

EL RIESGO DEL ARGÉNTINOCENTRISMO

Cuando en 1810 Argentina iniciasu proceso de independencia era el país más chico de América Latina, representando aproximadamente entre el 2 y el 3% de la economía del subcontinente. En 1910, al cumplirse el primer centenario, había pasado a ser el 50% del PIB de la región. Era el momento en el que los econometristas -que ya existían- estimaban que, para 1950, el PIB argentino alcanzaría al de Estados Unidos, como ahora se espera de China para el 2050.

Pero en la actualidad, el país ha pasado a ser sólo el 10% del PIB de América Latina. En los últimos tres años ha crecido casi cinco puntos menos que el promedio de la región, mientras que en 2002 podría hacerlo diez puntos menos por los efectos de la suspensión de pagos. De continuar esta tendencia, cumpliría su segundo centenario en 2010 casi en el punto donde empezó, siendo menos del 5% del PIB regional.

Esta consideración histórica tiene relación con la crisis que hoy afrontamos y que es la más grave que ha vivido Argentina. Gran parte de los líderes siguen percibiendo el mundo desde el país que efectivamente éramos y que hace décadas hemos dejado de ser. Nuestro PIB es menos del 1% mundial y mientras un siglo atrás éramos el 7% del comercio total, ahora somos sólo el 0,4%.

Además, tenemos un problema adicional: nuestro país es un territorio muy caro de financiar por su baja relevancia estratégica. El monto de la suspensión de pagos mso era un tercio del argentino, pero éste es la segunda potencia nuclear del mundo y una nación clave para Estados Unidos, Europa y Asia. La deuda externa de Pakistán es un quinto de la nuestra, pero el país tiene armas nucleares, un conflicto con la India que también posee capacidad nuclear y además juega un rol decisivo por su frontera con Afganistán. La deuda externa de Turquía es un tercio de la de Argentina, pero se trata también de un país clave para la OTAN.

En lo referente al resto de América Latina, hasta ahora la crisis no ha producido un efecto de propagación o contagio significativo. Es cierto que en febrero Uruguay perdió el investment grade por efecto de la situación argentina, pero el mismo mes México lo alcanzó, lo que es mucho más relevante.

Políticamente, la posibilidad de que un giro hacia el populismo en Argentina se combine con un triunfo de Lula en Brasil, y éste con el eje Chávez-Castro, no parece generar demasiada preocupación. Es que el triunfo del candidato de la izquierda no está asegurado en Brasil pese a la crisis de la coalición oficialista y además el PT da muestras de moderar sus posiciones ideológicas. A su vez, Chávez se enfrenta a una crisis que no le augura demasiada estabilidad.

La realidad es que somos el noveno país en suspensión de pagos de un mercado emergente desde 1997, y de los ocho casos precedentes, nuestro país en materia de caída del PIB y tasa de desempleo, se asemeja al peor de ellos, que fue Indonesia. En esta nación, el PIB cayó 13% el año de la suspensión, el desempleo superó el 20% como en Argentina, se produjeron disturbios sociales muy violentos y se sufrió un proceso de anarquía política, lo que retrasó tres años el inicio del crecimiento.

A los dirigentes argentinos se les hace difícil asumir que podamos compararnos con el caso de suspensión de pagos de Indonesia. Por esta razón buscamos el asesoramiento de brasileños y mexicanos, tratando de encontrar modelos de crisis regional y cultural más afines. Pero las devaluaciones mexicana de diciembre de 1994 y brasileña de enero de 1999 fueron producidas para evitar el colapso del sistema financiero y la suspensión de pagos, cuando en Argentina la depreciación de la moneda es la consecuencia de ambas situaciones previas.

Queremos comparar nuestra crisis con las de México y Brasil por razones culturales, cuando empíricamente nuestro caso es mucho más próximo al de Indonesia. Por eso, cuando el FMI elige al experto para el caso argentino, no opta por un economista indio por razones culturales, sino por su experiencia en el déficit de Indonesia, tema que manejó en los hechos y sobre el cual elaboró un interesante estudio en el año 2000.

sta negación de Argentina a aceptar la realidad coincide con la actitud asumida hace exactamente veinte años durante el conflicto de las Malvinas, cuando el país entró en guerra pensando que su posición era más importante para el mundo de lo que realmente fue.

En conclusión, la percepción cultural de los dirigentes argentinos de que el país es más de lo que realmente es, tanto en la relación con el mundo como con la región, es un factor que complica la resolución de la crisis. El riesgo hoy es que, como ya sucedió hace veinte años, el país fracase por no advertir la verdadera dimensión y significación que tiene en el mundo.

LA CRISIS DE LA ARGENTINA EUROPEA

El 3 de febrero se conmemoró el sesquicentenario de la batalla de Caseros, hecho que permitió la organización institucional de Argentina. Al año siguiente, se sancionaba la Constitución Nacional de 1853, que plasmó el proyecto de nación que alentaría al país durante el último siglo y medio: construir en esta parte de América Latina un pedazo de Europa, como Estados Unidos había logrado en el norte del continente.

Durante la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del XX teníamos un nivel educativo más alto que la mayoría de las naciones de Europa. Hoy Argentina se encamina a cumplir su segundo centenario, tras haber destruido durante el siglo XX todo lo que construyó en sus primeros cien años de existencia.

Lo concreto es que el año pasado teníamos un ingreso per cápita de 8.000 dólares por habitante, lo que duplicaba el promedio de América Latina. Con la crisis que combina la suspensión de pagos con la devaluación y el «corralito», Argentina caerá este año a 4.000, que es el promedio de la región, y esto será por mucho tiempo. Por incluir otro dato gráfico, diremos que en los años treinta triplicábamos el ingreso per cápita de España, relación que ahora se ha invertido.

Esto implica que la sociedad argentina tendrá que asumir la pérdida de lo que un día fuera realidad y que en las últimas décadas se ha transformado en un sueño o mito: la ilusión de que no éramos un país de América Latina, sino un pedazo de Europa en estas tierras. La posibilidad de que los argentinos accedan al nivel de vida de Italia, España o incluso Portugal, no se alcanzará en mucho tiempo.

Esto significa que deberemos analizar ahora con realismo cómo Chile, con un ingreso per cápita de 5.000 dólares anuales por habitante, o Uruguay con aproximadamente 4.000, logran un nivel de eficacia, funcionamiento y equilibro social superiores a los que hoy tiene nuestro país.

Asimismo, será necesario estudiar cómo naciones de Europa Central como la República Checa, con un ingreso per cápita de 5.000 dólares, tienen un nivel de bienestar e igualdad social muy superiores al nuestro, al haber privatizado, abierto la economía y recibido inversiones extranjeras.

Reconozco que no parece un modelo muy alentador para un país cuya sociedad sigue pensando que nuestra condición socioeconómica es tan alta como antaño. Ello implica asumir que la pugna con Brasil y México por el liderazgo regional no podrá ser disputada por un largo período.

No se trata de algo definitivo, sino de reconocer que nos llevará décadas salir de la actual situación en la que hemos caído tras un grave cúmulo de errores, y que afecta a todos los sectores de la nación. Mientras tanto, cuanto antes asumamos que de ahora en adelante seremos un país más modesto, más sencillo y menos rico, menos doloroso será para los argentinos reconstruir su propio destino.

Ya no podemos ser Europa. No tenemos masa crítica para ser como Brasil o México. Sin embargo debemos tener en cuenta que nuestra alternativa es ser parejos a Venezuela o Colombia, si no logramos restablecer el orden y el equilibrio social, pero también podemos convertirnos en un próximo Chile o Uruguay.

LA RECONSTRUCCIÓN DEL LIDERAZGO POLÍTICO

En los años noventa estaba en boga entre los economistas plantear que los resultados electorales en materia presidencial eran indiferentes para la economía, ya que, ganara quien ganara, el mercado en la economía globalizada obligaba a los gobernantes a adoptar políticas racionales.

En América Latina se mencionaba que Cedillo en México, Cardoso en Brasil, Menem en Argentina y Fujimori en Perú, entre otros, desarrollaban políticas análogas tendientes a abrir la economía, terminar con la inflación y privatizar los servicios públicos, porque éste era el único modelo posible.

Tomando como ejemplo la política europea, se señalaba el caso de Felipe González, quien una vez en el Gobierno incorporó a España a la OTAN y desarrolló políticas de racionalidad económica, proclives a profundizar la inserción de su país en Europa. La política aparecía así subordinada a la economía.

Pero, al comenzar esta década, la relación entre la política y la economía en los mercados emergentes latinoamericanos ha tenido un giro sustancial. Ahora, que gane uno u otro candidato resulta un factor vital para la determinación de las expectativas económicas. Ha sido pues la crisis argentina la que ha demostrado la importancia que tiene la política para la marcha de la economía en América Latina. Los sucesivos fracasos de De la Rúa y Duhalde en materia económica han demostrado que el liderazgo político no sólo no es indiferente para lás expectativas económicas, sino que resulta vital para ellas.

No se trata de un fenómeno nuevo en el mundo, ya que la evolución de la suspensión de pagos rusa de fines de los años noventa lo ratificó. A mediados de 1998, cuando Rusia entraba en suspensión sus bonos cayeron por debajo del 10%, con un presidente como Yeltsin que había perdido toda credibilidad económica. El año pasado los bonos rusos fueron los que más rindieron, dejando una ganancia del 58%, con un liderazgo de Putin que logró ordenar el país, recrear las expectativas económicas, alinéar su país con Occidente en la lucha contra el terrorismo y plantear incluso su incorporación a la OTAN.

Ahora, en América Latina que gane uno u otro candidato resulta vital para la determinación de las expectativas económicas. Las argumentaciones de que Lula en Brasil ha girado hacia el realismo económico, por ejemplo, no logran convencer a los mercados, que asustados por las pérdidas recientes generadas por la suspensión de pagos argentina, huyen precipitadamente.

Si en la última elección colombiana el candidato triunfante (Uribe) no hubiera tenido una clara ventaja desde el inicio de la campaña electoral sobre el candidato derrotado (Serpa) y éste hubiera estado primero en las encuestas, seguramente los mercados hubieran reaccionado anticipadamente como está sucediendo en Brasil.

Análogo análisis puede realizarse ahora para la futura elección presidencial argentina, que seguramente tendrá lugar en los próximos meses, sin que pueda descartarse incluso un adelanto para finales de año.

Si los sondeos muestran como ganadora a Elisa Carrió, que representa la utopía, las expectativas económicas se tornarán claramente negativas, como ha sucedido en Brasil, empeorándose la ya de por sí gravísima crisis que sufre Argentina. En cambio, si un justicialista realista como Carlos Reutemann encabeza los sondeos, las expectativas comenzarán a contarse a favor, como sucedió en el caso colombiano.

Sólo con un resultado electoral que genere confianza económica en los próximos comicios presidenciales Argentina podrá comenzar a reconstruir la credibilidad perdida en las últimas dos gestiones de Gobierno.

Puede plantearse que es injusta esta arbitrariedad con la que las expectativas económicas dictaminan sobre la confianza y la desconfianza que genera uno u otro candidato presidencial en los mercados emergentes de América Latina, pero esta y no otra es la realidad, resultaría inútil negarla.

Director del Centro de Estudios Unión para la nueva mayoría argentina