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Don Pedro Calderón de la Barca nació hace exactamente cuatrocientos años, y eso es algo que debe conmemorarse, de la misma manera que lo hicimos en 1981, cuando se cumplió el tercer centenario de su muerte y evocamos por todo lo alto su prodigioso talento literario. Se han programado ya infinidad de actos en honor de Calderón en este año 2000, incluyendo reuniones científicas, representaciones de sus obras, exposiciones -una de ellas en la Biblioteca Nacional, auspiciada por la Sociedad Estatal «Nuevo Milenio»- y cualquier otro tipo de recuerdo. Yo mismo estoy preparando una Antología poética de don Pedro con destino a la benemérita colección «Austral». Cierto es que esa tarea me roba el poco tiempo libre que tengo, pero no es menos cierto que me devuelve esa ración de Tiempo (con mayúscula) que sólo proporciona el trato asiduo con los grandes clásicos de las letras universales. Uno de los primeros dramas de Calderón, El sitio de Bredá (así, con acento en la a, por mor de la rima), fue concebido, acaso, al hilo de su propia experiencia como soldado en las guerras de Flandes. La obra comienza con unas octavas reales que, de una forma muy homérica, describen los ejércitos españoles y cantan las virtudes militares de sus caudillos. Una de esas octavas, puesta en boca del capitán Alonso Ladrón, aparece también en El sol de Breda, la vibrante novela de mi amigo Arturo Pérez-Reverte, y en una reciente y magnífica «tercera» de ABC del académico y poeta José Alcalá-Zamora. Sus ocho versos valen por toda una epopeya.

SOLDADOS ESPAÑOLES

Éstos son españoles. Ahora puedo
hablar encareciendo estos soldados
y sin temor, pues sufren a pie quedo
con un semblante, bien o mal pagados.
Nunca la sombra vil vieron del miedo
y, aunque soberbios son, son reportados.
Todo lo sufren en cualquier asalto;
sólo no sufren que les hablen alto.

Filólogo. Profesor de investigación del ILC/CCHS/CSIC. Poeta. De la Real Academia de la Historia.