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No hay pruebas científicas detrás del repetido clamor de la crisis ecológica mundial que -supuestamente- amenaza a la humanidad. Los problemas ambientales que existen son locales, y el progreso logrado es motivo suficiente para sentirnos optimistas. Sin embargo, millones de personas todavía creen que el mundo se acabará pronto.
Revisemos las falsas predicciones con las que los activistas faltos de escrúpulos nos asustan.

predicción falsa: se acaban los alimentos. «En la década del 70 habrá hambrunas en todo el mundo; cientos de millones de personas morirán de hambre a pesar de los programas de emergencia lanzados en la actualidad», predijo Paul Ehrlich en su libro La Bomba de la Población (1968). Dos años más tarde, Ehrlich predijo que 65 millones de norteamericanos morirían de hambre y que un total de cuatro mil millones de personas perecerían entre 1980 y 1989. Por su parte, Lester Brown, del Instituto Worldwatch, declaró que «ya no se puede contar con los agricultores del mundo para que produzcan Los alimentos que sustenten el crecimiento proyectado de la población mundial».
En realidad: en el libro El verdadero estado del Planeta, Dennis Avery, del Instituto Hudson, y el demógrafo de la Universidad de Harvard Nick Eberstadt, desacreditan totalmente los pesimistas augurios de Brown y Ehrlich. Mientras que la población mundial se duplicó desde la n Guerra Mundial, la producción de alimentos se triplicó, el precio real del trigo y del maíz bajó un 60% y el precio del arroz se redujo a la mitad. En lugar de millones de personas muriendo de hambre, las expectativas de vida a nivel mundial aumentaron de 47,5 años en 1950, a 63,9 años en 1990, mientras la tasa mundial de mortalidad infantil bajó de 155 a 70 por cada mil nacimientos. Aun en los países más pobres, la expectativa de vida aumentó de 35 años en 1960 a 60 años. La producción de alimentos en los países aumenta el doble de la tasa de crecimiento de la población, lo que significa que ahora los alimentos son más baratos y más abundantes que nunca. Además, las tasas de fertilidad están decayendo. En los años 60, la mujer promedio tenía 6,1 hijos; hoy en día 3,4. Por eso, las predicciones de que la población mundial sería de doce mil millones para el año 2100 son falsas. Un análisis reciente del Banco Mundial señala que la población alcanzará su nivel más alto (ocho mil millones) en el año 2035 y disminuirá a seis mil millones para el año 2100.

predicción falsa: se acaban los recursos no renovables. En 1972 un alarmante informe del Club de Roma predijo que el mundo se quedaría sin materias primas: sin oro en 1981, sin mercurio en 1985, sin estaño en 1987, sin zinc en 1990, sin petróleo en 1992, sin cobre, plomo y gas natural en 1993.
En realidad: no hay señales de ello. El Instituto de Recursos Mundiales calcula que el precio promedio de metales y minerales ha disminuido un 40% desde 1975, lo que significa que esas materias primas son hoy más abundantes. No debemos preocuparnos por las reservas. De la misma forma que una familia abastece su despensa cuando comienza a vaciarse, la humanidad busca nuevas reservas minerales cuando las provisiones disminuyen.

predicción falsa: la contaminación aumenta vertiginosamente a medida que la población y la industria crecen. En 1969 Paul Ehrlich anunciaba una «eco-catástrofe», profetizando que doscientas mil personas morirían en Nueva York y Los Ángeles en 1973 a causa de la contaminación.
En realidad: desde entonces la población de los EE.UU. ha aumentado un 22% y la economía creció más del 58%, mientras que las materias contaminantes del aire han descendido. Las emisiones de dióxido de azufre disminuyeron un 53%, las de monóxido de carbono un 57%, y los componentes orgánicos volátiles –principales causantes del smog- se han reducido un 39%. La contaminación disminuyó un 50% en Los Ángeles durante la pasada década. Está comprobado que el crecimiento económico, por el contrario, conduce a una menor contaminación.

predicción falsa: en los años 70 se produciría una nueva era glacial al bloquearse la luz solar debido a la niebla contaminante que causa la humanidad. «La amenaza de una nueva era glacial es fuente probable de muerte en masa y miseria para la humanidad» dijo Nigel Calder, editor del New Scientist, en 1975.
En realidad: las temperaturas de la tierra, después de disminuir durante 40 años, volvieron a aumentar a fines de la década del 70, alejando la temida nueva era glacial. Pero ahora, supuestamente, debemos temer el recalentamiento de la tierra.

predicción falsa: el agujero en la capa de ozono de la Antártida. «Es aterrador. Si estos agujeros en la capa de ozono siguen creciendo se comerán al mundo», declaró en 1989 John Lynch, Jefe de Aeronomía Polar de la Fundación Nacional de la Ciencia.
En realidad: en 1985, los científicos británicos detectaron bajos niveles de ozono estratosférico en la Antártida. El agujero «es un fenómeno netamente local», afirma Guy Brasseur, del Centro Nacional para la Investigación Atmosférica. Es un fenómeno transitorio que dura poco más de un mes durante la primavera austral y está limitado a la región antártica. ¿No amenaza a la gente, plantas y animales el aumento de la radiación ultravioleta en la zona? El Vicepresidente de los EE.UU., Al Gore, denunció en su libro que se han encontrado conejos y peces cegados por la luz ultravioleta en la Patagonia. Tonterías. Los científicos no han descubierto ningún caso de animales cegados por exceso de rayos ultravioleta en el hemisferio sur. Y los rayos que llegan al ecuador son cientos de veces más fuertes que en la Antártida en el peor momento del llamado agujero de ozono. William Happer, ex-director de Investigación del Departamento de Energía, señala que las áreas de pesca más ricas del mundo, mar adentro a la altura del ecuador, «reciben mil veces más radiación UV-B que la Antártida», y una menor cantidad de ozono estratosférico sobre el hemisferio norte jamás- llegaría a constituir un desastre o una catástrofe.
¿Pero… no daña severamente la reducción del ozono estratosférico las cosechas y los ecosistemas naturales? La respuesta es no. Los científicos del Laboratorio Nacional de Brookhaven concluyeron recientemente que «las plantas no están entre los objetos biológicos más sensibles a los UV». Alan Teramura, el mayor experto mundial en los efectos de la luz UV sobre las plantas, dice: «sin lugar a dudas, la vida terrestre está adaptada a los rayos UV»; los cereales no resultan afectados por una reducción de la capa de ozono.

6ª predicción falsa: el calentamiento del globo terráqueo. Este reciente eco-apocalipsis es lo que Aaron Wildavsky llama «la madre de todos los temores ambientales». Los falsos profetas auguran que la temperatura media de la tierra se incrementará entre 4 y 9 grados Fahrenheit en el transcurso del próximo siglo por el «efecto invernadero», como consecuencia de la quema de combustibles fósiles, que aumenta el dióxido de carbono en la atmósfera a la que vez atrapa el calor del sol.
En realidad: la temperatura promedio ha subido menos de un grado Fahrenheit (exactamente 0,9) en el último siglo. La mayor parte de ese aumento de temperatura ocurrió antes de la II Guerra Mundial, cuando los gases aún no se habían acumulado en la atmósfera. Dieciséis años de datos precisos de los satélites demuestran que la temperatura promedio del mundo ha disminuido en 0,06 grados. Algunos años son más calurosos, mientras que otros son más fríos, pero, según Roy Spencer, de la NASA, la tendencia es al enfriamiento.
En el último siglo, los inviernos en el hemisferio norte han sido menos fríos porque el mundo se está nublando más. Las capas de nubes calientan las largas noches invernales, mientras que los largos días del verano reciben la sombra de nubes que sirven de escudo. Esto significa que las estaciones de cultivo son cada vez más largas y que hay menos sequías. Buenas noticias y no una receta para la catástrofe climática.
Los activistas del Medio Ambiente vinculan dos crisis a este proceso: la extinción de especies y la deforestación tropical. Alarmistas como Norman Myers calculan que diariamente se produce la extinción de 150 especies por la acción del hombre. Ello significaría que 1,2 millones de especies ya habrían desaparecido en el mundo desde que se adoptó el Acta de las Especies en Peligro de Extinción, en 1973. Serían setenta y dos mil las especies desaparecidas en los EE.UU. en los últimos veintidós años, pero en este país se han confirmado apenas siete, y menos de mil especies figuran como amenazadas.
Lester Brown, del Instituto Worldwatch, y otros ambientalistas culpan a la explotación comercial de la deforestación tropical. Pero como señala el economista Roger Sedjo en El verdadero estado del Planeta, la causa principal de la deforestación tropical es la agricultura marginal que tala y quema bosques en el Tercer Mundo, no la explotación comercial. En los EE.UU. los bosques han aumentado de 600 millones de acres en 1920 a 728 millones de acres en la actualidad.
Esa expansión, un verdadero éxito ambiental, se debe a que una mayor productividad agrícola permite el uso de menos terreno. La agricultura con alta tecnología ha protegido millones de kilómetros cuadrados de tierras silvestres para la naturaleza.
Los bosques también crecen en el mundo templado porque sus dueños gozan de derechos de propiedad seguros. No necesitan agotar los recursos naturales antes de que decisiones gubernamentales arbitrarias se los quiten sin compensación. El analista del departamento norteamericano del Interior, Indur Goklany, señala que «cualquier cosa que retrase el crecimiento económico también retarda la descontaminación final del Medio Ambiente». Imponer costosos reglamentos ambientales como los de EE.UU. en los países pobres aplazaría las mejoras ambientales de esos países al retrasar su crecimiento económico.
La mayoría de los problemas ambientales tienen lugar en «áreas de propiedad común»: el espacio aéreo, los ríos, la pesca en alta mar y los bosques tropicales. Existen dos formas de control: regulación o privatización. La primera ola ambientalista eligió regular, sin tomar en cuenta la «tragedia de las áreas comunes». La historia demuestra que la mejor forma de evitar esa tragedia de la propiedad socialmente compartida es privatizando. Si un pastor puede cercar y asegurar su derecho de propiedad, los incentivos para evitar la sobreexplotación aumentan drásticamente. Esta es la razón por la cual los ambientalistas modernos plantean que los propietarios privados, ya sean individuos o grupos, tanto comerciales como no comerciales, ofrecen la mejor defensa contra la degradación ambiental. Al proteger su propiedad -árboles, animales, peces, pastos y ríos- incidentalmente protegen la tierra para el resto de nosotros.
En el siglo XXI la preservación del mundo natural dependerá del progreso tecnológico y del desarrollo económico; las mejoras del medio ambiente dependen del rápido progreso económico. Si los países más desposeídos no adoptan la agricultura moderna, sus granjeros empobrecidos se verán obligados por el hambre a talar bosques. La intensificación agrícola es esencial para impedir las hambrunas y el arado excesivo del hábitat natural. Actualmente, más del 75% de las tierras fuera de Europa están disponibles para la fauna silvestre. Es la tierra «no desarrollada» en los países en vías de desarrollo la que tiene mayor importancia para conservar la biodiversidad.
Solo si los legisladores y ciudadanos tienen libre acceso a una información científica fiable, analizándose los éxitos y fracasos de diferentes políticas, se podrán adoptar medidas apropiadas para preservar nuestro legado natural. Ya hemos sobrepasado lo que se puede lograr con reglamentaciones burocráticas. Hay que examinar el pasado y posibilitar que los individuos y los grupos privados actúen en la preservación y mejora de nuestro medioambiente.

* Derechos adquiridos a la ¿agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE).

Editor de ciencias de la revista Reason