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Acabo de leer El año mil. de Georges Duby, el historiador de moda. Hace veinte años leí otro libro, espléndido, de Henri Focillon que llevaha el mismo título. El milenarismo me ha parecido siempre un tema fascinante. Los párrafos que siguen son un ligero memorámdum de mis lecturas al respecto, con una incursión en el campo -o, mejor, en el cielo- de los cometas, precursores del fín del mundo hasta el desarrollo de la astronomía moderna.

Adsón, abad de Montier-en-Der, en la Champaña francesa, dirigió en 954 una carta a la reina Gerberga sobre el lema del Anticristo (Epistula ad Gerbergam reginatn de ortu el tempore Antichristi. editada por E. Saekur a finales del siglo XIX). Era la tal Gerberga esposa del rey francés Luis IV de Ultramar, que murió precisamente en 954, el año en que su reina solicitó de Adsón información acerca de asunto tan espinoso. Tras exponer lo que entiende por Anticristo y demostrar que hubo y habrá siempre ministros suyos -como los que cometen injusticias, aquellos que violan las leyes y los que no se atienen a las normas de la moral pública y privada-, Adsón dice que el Anticristo nacerá de la tribu de Dan, en Babilonia, y que se alzará en Betsaida, añadiendo que reedificará el templo de Jemsalén y que, después de haber ejercido su terrible poder durante tres años y medio, será entregado a la muerte en el Monte de los Olivos.

El bueno de Adsón confunde con harta frecuencia lo que sólo concierne a la misteriosa bestia del Apocalipsis con lo que atañe al Anticristo. Sin emprender el vuelo de un polemista que pretende destruir un error doctrinal fuertemente arraigado, su argumentación principal intenta extirpar de raíz la falsa creencia de los que suponían próximo el fin del mundo (entre ellos, acaso, Gerberga, la destinataria del libro). Adsón asegura a su soberana que la aparición del Anticristo no tendrá lugar hasta que se cumpla la apostasia general vaticinada por San Pablo, y que, aun después de la aparición y ulterior destrucción del Anticristo, no tiene por qué seguirse de inmediato el Juicio Final y, como consecuencia, el fin del mundo. Las últimas palabras de la carta insisten en que sólo Dios sabe la hora en que tendrá lugar el Juicio Universal y que, por consiguiente, son inútiles todas las conjeturas al respecto.

Adsón asegura a su soberana que la aparición del Anticristo no tendrá lugar hasta que se cumpla la apostasia general vaticinada por San Pablo, y que, aun después de la aparición y ulterior destrucción del Anticristo, no tiene por qué seguirse de inmediato el Juicio Final y, como consecuencia, el fin del mundo. Las últimas palabras de la carta insisten en que sólo Dios sabe la hora en que tendrá lugar el Juicio Universal y que, por consiguiente, son inútiles todas las conjeturas al respecto.

El tratado de Adsón en forma de epístola se hizo tan famoso que, en siglos posteriores, se atribuyó ni más ni menos que a San Agustín, y también a Alcuino y a Rábano Mauro, los intelectuales caro litigios. Cinco o seis años después de escrito, hacia 960, Bernardo, un visionario de Turingia, anunciaba como próximo el fin del mundo. Hacia 995, Abón, abad de Fleury-sur-la-Loire, escribe: «En mi primera juventud, cuando era novicio en Fleury, el año del Señor de 958, oí predicar al pueblo que. luego que pasaran los mil años desde el nacimiento del Salvador, vendría el Anticristo y, poco después, el Juicio Final. Me opuse con todas mis fuerzas a esta opinión valiéndome de los Evangelios, del Apocalipsis y de! Libro de Daniel».

En el siglo X, el estado de la sociedad en Europa Occidental parecía favorable a la difusión de las ideas milenaristas. Con todo, éstas no tuvieron demasiado éxito entre el pueblo, ni tampoco entre el clero y las clases privilegiadas. Algunos espíritus débiles, apocados o simplemente ávido de maravillas pudieron engañarse interpretando mal el Apocalipsis y temblar viendo cómo se acercaba la primera hora del nuevo siglo, y con ella el Juicio Final, porque Anticristos previos no faltaban entre los mandatarios de la época; pero no hubo en vísperas de! año 1000 ese terror intenso y general de) que hablan ciertos historiadores modernos.

Los argumentos de los partidarios de un terror universal en los últimos años del primer milenio no pueden resistir el examen de una crítica severa, ya que no se basan en ningún texto decisivo y tienen en contra el testimonio de Jos escritores contemporáneos. E) estado político, religioso, literario y artístico de Europa (sobre todo, de Francia), en aquella época prueba que de ninguna manera se temía ese día en que la cólera divina reduciría el mundo existente a polvo y a cenizas. Todos los datos que las crónicas proporcionan acerca de ¡os últimos años del siglo X desmienten categóricamente la supuesta psicosis colectiva del año 1000.

La Reforma

La Reforma, a comienzos del siglo XVI. atraería a la gente al estudio del Apocalipsis. El retorno a la Biblia, la fe profunda en su inspiración literal, las apasionadas luchas de los príncipes reformistas contra el Anticristo de Roma, las tremendas persecuciones que los primeros protestantes tuvieron que sufrir, lanzaron a algunos de ellos a las especulaciones apocalípticas. La reforma realizada pareció incompleta y se pensó en renovaciones más radicales, siendo especialmente en el seno de los anabaptistas donde con más empeño se exhibió esta tendencia. Famosa es la caricatura de teocracia que Juan de Leiden llegó a fundar y sostener por algún tiempo en Münster.

El siglo XVII tuvo también sus milenaristas en Francia, en los Países Bajos, en Inglaterra, en Alemania. Coincidiendo con este nuevo auge del milenarismo. comenzó a escribirse su historia. Se dedujo que el siglo X había creído en el próximo advenimiento del remado de Cristo. La imaginación enlazó esta creencia con las calamidades de la época, y no hubo dificultad alguna en representarse a los hombres llenos de espanto, acogiéndose a sagrado y abandonando toda obra humana en previsión de la venida del Juez Supremo a un mundo agonizante.

Una vez construida la leyenda, la acreditaron los expertos en antiquitates y la vulgarizaron los historiadores. Le Vasseur descubre en sus Anales de la iglesia de Noyon (Í633) ios cinco libros de las Historias de Radulfo, Raúl o Rodolfo el Glabro (glaber en latín es algo así como «pelado», «calvo»). En el libro III, capítulo 13, de esas Historias se dice: «Corría ya casi el año tercero después deJ 1000 cuando en el mundo entero, pero especialmente en Francia y en italia, se reconstruyeron muchos templos. Se hubiera dicho que la tierra misma, sacudiéndose la vejez y liberándose de la muerte, se revestía con una blanca túnica de iglesias» (cito por la edición de Guglielmo Cavallo y Giovanni Orlandi, Fondazione Lorenzo Valla. 1989, p. 133). Y en el capítulo 13 del libro IV: «El año 1000 de la Pasión de Cristo [es decir, el año 1033, año funesto y terrorífico en la narración de Rodolfo] se creía que el orden de las estaciones y las leyes de los elementos habían vuelto al eterno caos y se temía el fin del género humano» llbídem, p. 221).

Dice textualmente Le Vasseur: «Las renovaciones, reparaciones y nuevas construcciones de gran cantidad de iglesias datan del año 1003 d. C.; porque, habiendo cundido por toda la cristiandad el rumor de que en ei primer año después del 1000 el hijo del pecado y de la perdición, es decir, el Anticristo, debía aparecer en el mundo, y habiendo corrido esta falsedad por toda Francia, predicada en París, sembrada en toda Europa y tenida por artículo de fe en las conciencias sencillas y timoratas, nadie pensaba ya sino en bien morir y en disponerse a sostener con valor los ataques de este enemigo del cielo… Pero llegó el año 1001, y el siguiente, y no hubo noticia alguna de (a llegada del hijo del pecado, con lo que los cristianos recobraron el ánimo y, reconocido el engaño, se entregaron más que nunca a renovar la faz de la Iglesia, sobre todo a raíz de que se cumpliese el plazo de dos años y medio que, supuestamente, había de durar el reinado de] Amjcristo. Desentendidos. pues, del fin del mundo, se consagraron con alegría renovada a reconstruir y restaurar los templos. Fue entonces cuando fue restaurado nuestro coro (se refiere a la iglesia de Nótre-Dame de Noyon), mejorada nuestra nave y añadido nuestro actual campanario».

Queda, pues, claro, que en 1633, fecha en que se publica la tracciones, la creencia en el pánico del año 1000 no fue admitida fácilmente por los historiadores del Renacimiento y del Barroco. Pondré un ejemplo. No se habla para nada de esos terrores en las primeras ediciones de la célebre Crónica de Juan Triiemio (1462- Í5I6}, pero en su reedición de 1690 puede ya leerse: «Hubo en el año 1000 de la Encamación en toda Europa numerosos y violentos terremotos que destruyeron bellos edificios. Se vio en el cielo un espantoso cometa que hizo creer a muchos que se acercaba el fin del mundo. Años antes, algunos hombres, engañados por falsos cálculos extraídos del Apocalipsis. predijeron que este mundo visible terminaría el año I000 de Jesucristo».

Mabillon alude a los mismos acontecimientos en sus anales de la orden de San Benito, publicados en 1707. A lo largo del siglo XVIII se consolida en la historiografía europea la leyenda del año 1000. En 1769, el británico Robertson la introdujo en su cuadro de! progreso de la sociedad en Europa, introducción a su Historia de Carlos V. En este libro, de gigantesco éxito en las universidades europeas, aprendieron la leyenda del año 1000 muchos de los historiadores y eruditos del siglo XIX. El manual de Robertson adquirió fortuna bajo el doble prestigio de su manejo de las fuentes y de su habilidad en el arte de narrar. Así pues, lo que no era más que un mito se fue convirtiendo en un acontecimiento de peso en la historia de la humanidad

Siglo XIX

El siglo XIX recogió y aumentó ios terrores milenaristas. Y, como los siglos anteriores, también el siglo de Marx y Darwin tembló de miedo ante los cometas, testimonios luminosos y mudos de la ansiedad del hombre. En la Edad Media, y aun en el siglo XVI, el espíritu humano veía en la aparición siempre imprevista y sorprendente de los cometas todo tipo de presagios desfavorables: guerras, pestes, incendios, muertes de reyes; y los historiadores no dejaban de señalar las coincidencias de los cometas y de las desgracias más terribles. Hace poco apareció la versión castellana, llevada a cabo por Ignacio Malaxecheverría, de la edición de 1575 de los Monstruos >’ prodigios, de Ambroise Paré (Madrid, Siruela. 1987): entre las maravillas de ese libro, está una curiosísima descripción de un cometa (p. 135 ss.)„

«Los antiguos -escribe Parénos dejaron escrito que la faz del cielo se ha visto muchas veces desfigurada por cometas barbudos y de largos cabellos… La antigüedad -dice Pierre Boaisluau en una de sus Historias prodigiosas |ed, Richard A. Carr, París, Champion, 1977), utilizando como fuente el Prodigiorum ac ostentarían chmnicon de Conrado Licóstenes IBasilea, 1557]- no conoció en los aires nada más prodigioso que el horrible cometa de color sangre que apareció en Westrie el 9 de octubre de 1528. Este cometa produjo en el pueblo tan gran terror, que algunos murieron de pánico y otros cayeron enfermos. La visión de este extraño cuerpo celeste duró una hora y cuarto, y comenzó a mostrarse por el lado del sol naciente hacia el mediodía. Parecía ser de descomunal longitud y era, efectivamente, de un color rojo similar al de la sangre. En su parte superior se veía la figura de un brazo doblado que sujetaba en la mano una gran espada, ett actitud de herir con ella. En el extremo de la espada había tres estrellas; la que estaba justamente en la punta era más clara y reluciente que las otras. A ambos lados de los rayos del cometa se veía gran número de hachas, cuchillos y espadas teñidas de satigte entre las que había gran número de rostros humanos repulsivos, con las barbas y los cabellos erizados, tal y como lo veis en el grabado [figura 1). Después de la pasión de Jesucristo, la destrucción de la ciudad de Jerusalén fue anunciada por varios signos, entre ellos uno espantoso en forma de espada de fuego reluciente [figura 2], que apareció por espacio de un año encima del templo, como mostrando que la cólera divina quería vengarse del pueblo judío mediante el fuego, la sangre y el hambre. Y tal ocurrió, pues sobrevino una hambruna tan calamitosa, que las madres se comieron a sus propios hijos. Y luego la ciudad fue destruida por los romanos».

Ya lo dijo Claudiano: «No se ha visto jamás cometa en el cielo que no traiga algún mal». Durante mucho tiempo, los cometas fueron considerados como una especie de mensajeros que venían de parte de los dioses a declarar la guerra al género humano. Hoy, por desgracia, no es así. La ciencia actual ha señalado la función que esos cuerpos celestes desempeñan en el orden de la naturaleza. ¿Qué llegaremos a saber de los cometas el milenio que viene?

Filólogo. Profesor de investigación del ILC/CCHS/CSIC. Poeta. De la Real Academia de la Historia.