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Resulta difícil, imposible incluso, pensar en el periodismo de hoy sin Leila Guerriero. Llegó al periodismo en 1992, año en el que empezó a colaborar en Página/30, el suplemento mensual de Página/12, y desde entonces Guerriero se ha convertido no sólo en una de las periodistas de referencia para el denominado periodismo narrativo, sino una de las máximas representantes, junto a Martín Caparrós, Gabriela Wiener o Juan Villoro,   de la nueva crónica hispanoamericana. En 2010 fue galardonada con el Premio Fundación Nuevo Periodismo por su crónica Rastro en los huesos y en 2014 recibía el premio Konex. Colaboradora habitual de distintos medios, entre los que cabe destacar El Malpensante, medio indispensable para la publicación y consolidación entre los lectores del género de la crónica, el trabajo de Guerriero ha trascendido el ámbito de la prensa para ser publicado editorialmente en forma de libro: en 2013, Anagrama publicaba Una historia sencilla, una extensa crónica acerca del Malambo, un baile folklórico de los gauchos argentinos, y sus connotaciones sociales en tanto que expresión de legitimación y progreso social. Autora de extraordinarios perfiles, Guerriero publicaba en 2013 Plano americano, 21 perfiles de artistas publicados originalmente en diversos medios y en 2015, como editora, publicaba Los malos, un volumen donde recoge una serie de perfiles de torturadores, pandilleros o narcos hispanoamericanos. Ese mismo 2015, la editorial madrileña Círculo de tiza reunía bajo el título de Zona de obras los artículos más destacados de la periodista argentina, artículos, muchos de ellos, en los que Guerriero reflexiona sobre el periodismo y el género de la crónica, sobre la mirada como elemento definitorio del trabajo periodístico y sobre el papel del periodista en el actual contexto histórico.

Dijo en una ocasión: “Yo no soy una periodista, no sé nada de periodismo”. Esto obliga a interrogarse: el periodismo, ¿oficio, profesión, aprendizaje…?

La frase, dicha en sentido bastante irónico, pertenece a la primera conferencia pública que di en el Festival de El Malpensante, como señalo en el pequeño prólogo de Zona de obras [publicado por Círculo de Tiza], y está dicha en el contexto de que yo no me formé académicamente en periodismo. Y, de hecho, la frase continúa diciendo que yo no sé nada de la lingüística del periodismo

Cierto, continúa así: “No soy comunicóloga, ensayista, socióloga, filósofa, pensadora, historiadora… llegué acá sin saber de periodismo”

Por una parte, lo que quería decir con esta frase es que yo no estoy acá, en el periodismo, ocupando un lugar de académico o de un estudioso y, por otra parte, quería rescatar la idea del oficio periodístico; si bien hay mucha gente que necesita aprender de una manera más sistemática, tradicionalmente la formación periodística siempre se realizó más en las redacciones que en las academias. La formación del oficio periodístico, como cualquier profesión, termina por completarse con la práctica, y el periodismo, en concreto, ha sido durante muchísimos años un oficio que se aprendió, y muy bien, solo en las redacciones. De todas maneras, yo no estoy en contra de la formación universitaria, ni del periodismo ni de nada, sólo me parece que no todas las universidades tienen un buen plan de estudio, no todas las carreras de periodismo están armadas bajo un criterio interesante. En los talleres que realizo, observo muchas veces que los periodistas provenientes de la academia tienen una formación muy esquemática.

Me parecía interesante plantearle la cuestión del periodismo como oficio y aprendizaje porque, pensando en la crónica como mirada,  cabe preguntarse ¿se puede enseñar a mirar?

Yo creo que hay algo que no se puede enseñar que es la mirada talentosa, pero sí creo que se puede enseñar a adquirir la consciencia de que se debe tener una mirada, la consciencia de que hay que escoger cada una de las palabras que uno coloca en un texto porque no da lo mismo una palabra que otra. Obviamente hay gente que ya tiene incorporada su propia mirada, pero cuando das un taller te das cuenta de cómo el joven periodista al adquirir la conciencia de la mirada descubre un mundo. En este sentido, analizando distintos textos periodísticos, vos podés llevar a alguien para que mire cosas que nunca se habría imaginado que se podrían ver; creo que, en este sentido, más que enseñar, se puede mostrar las posibilidades de la mirada. Y, a partir de aquí, cada uno trabaja dependiendo de lo que su propio talento le permite, porque el talento es aquello que nunca se puede enseñar. Algunos conseguirán ser muy buenos dentro la profesión y otros siempre producirán trabajos más planos o chatos.

Por lo que dice, más que enseñar a mirar, se puede enseñar que es necesario mirar.

Lo único que se puede enseñar es a tener una hiperconciencia del texto y de su mirada, una hiperconciencia que es ineludible porque sin mirada no se puede hacer nada. El arranque de toda construcción de un texto comienza con la fase del reporteo, pero si vos no sabés que mirar, el reporteo y, por tanto, el texto, se vuelven imposibles

Decía Monsiváis: “el observador es un oportunista”. ¿El periodista es el observador que encuentra la oportunidad para mirar?

Sí, Martín Caparrós siempre dice que el buen cronista es aquel que ve donde todos miran algo que no todos ven. Creo que la función de un buen periodista es la de leer la realidad, es decir, el buen periodista tiene que introducir en su texto una mirada que vaya en contra del lugar común, una mirada que discuta el lugar absolutamente común en el que se inscriben muchas veces muchos textos periodísticos.

En este sentido de ir en contra el lugar común y lo obvio, usted citaba a Homero Alsina, que decía que no hay que poner la bandera para indicar que se trata de una tragedia, sino mostrarla como tal.

Homero dirigía el suplemento El Cultural y, cuando uno empezaba a trabajar allí le hacía llegar una especie de listado, que en parte corresponde a su columna Manual para periodistas modestos, en el que puntuaba, con mucho humor y a la vez con mucha seriedad, aquello que un buen periodista no debería hacer. Y entre esos puntos estaba el que me mencionás: no clavarle al texto una bandera diciendo “esto es terrible”, “esto es trágico”… sino demostrarlo. Por mi parte, siempre creí que una no puede construir un texto seriamente con sentencias del tipo “este entrevistado es antipatiquísimo” o “este señor es un corrupto”, por poner ejemplos muy burdos, sentencias sin ningún tipo de argumentación y sin demostración más allá de las frases. En el fondo un texto funciona como si fuera una especie de ensayo: uno tiene una situación X y ciertos ejes que deben ayudar a demostrar que la tesis de fondo tiene solidez. Para esto, necesitás algo más que la simple adjetivación

Si definimos la crónica como mirada, la crónica resulta ser un hibrido, donde se entremezcla la información de datos con la construcción de un relato.

Yo creo que todo tipo de periodismo tiene que tener una mirada; no creo que el periodista que hace noticias calientes esté exculpado de tener una mirada porque tiene que informar de manera rápida. El periodismo está lleno de mal periodismo hecho sin mirada, sentencioso; por el contrario, creo que todo periodista, pensemos en uno que va a cubrir una catástrofe climática, debe tener una mirada porque es la base de todo texto periodístico. Uno debe tener algo que decir y una forma de decirlo; no creo que esto sea un patrimonio de lo que llamamos crónica o periodismo narrativo, más bien creo que es patrimonio del buen periodista.

¿Deduzco, por tanto, que para usted el periodismo es un modo de interpretar de la realidad?

A estas alturas es muy obvio hablar de objetividad, un periodista va a contar la realidad con todo lo que él es, con su cabeza, con su pensamiento cultural, social, político, con su estado de ánimo, con su contexto. Lo que tiene que evitar es que su mirada esté contaminada de manera tóxica de todo esto; vos mirás siempre a partir de la persona que sos, pero porque precisamente sos periodista tenés algo que un ciudadano de a pie no tiene: habilidades específicas que tienen que ver con saber mirar, con poner en contexto, con leer la realidad jerarquizando la información y sabiendo dónde buscar las fuentes, pero la subjetividad siempre está en juego. Se trata de una subjetividad honesta, informada, una subjetividad basada en la experiencia… Esto sería lo ideal, aunque sabemos perfectamente que no todo el mundo trabajara partir de estos principios. Hay malos periodistas, pero contraponer a estos malos periodistas la idea de que su trabajo es malo porque carece de objetividad es una ridiculez.

¿La ridiculez sería pensar en un sujeto, el periodista, sin subjetividad?

El periodista es subjetivo porque es una persona,  anda por el mundo, llena de información, de traumas, de amores, de gustos y de disgustos, pero a la hora de escribir, aunque vaya con todo esto a cuestas, tiene que tener un saber propio del oficio que le permita saber hasta dónde dejar que todo lo que lleva a cuestas se traspase en el texto. Esta cuestión resulta muy evidente cuando uno va a hacer un perfil: ¿qué pasa si vas a hacer un perfil y el tipo te cae mal? ¿Qué pasa si vas a hacer un perfil de un tipo que te parece un genio de la literatura, pero que es un perfecto miserable? ¿Qué tenés que hacer en un caso así? ¿Dejar que todo lo mal que te cae el tipo se cuele en la nota? No, deberías retratar al tipo tal y como es, a lo mejor un déspota, pero también un genio. Sin embargo, si aplicáramos el criterio de objetividad en un perfil de este tipo, deberíamos hablar sólo del aspecto genial del tipo y dejar de costado todos los aspectos menos amables. Si, por lo tanto, fuéramos solo subjetivos, en el perfil nos limitaríamos a decir que el tipo nos cayó regordo.

En su diálogo con Alfonso Armada en Casa América, debatían acerca de la construcción del texto periodístico. En relación a lo que comenta, imagino que se presupone una ética del periodista en el momento de construir un texto, puesto que, dependiendo de cómo se construye y con qué elementos, la tesis va a ser una u otra.

La palabra ética me da un poco de impresión, pero por supuesto que hay una ética, que es la ética que uno tiene como persona. Uno no es periodista escindido de lo que es como persona: hay cosas que uno no hace como persona y tampoco hace como periodista y hay cosas que colegas sí hacen como personas y sí hacen como periodistas. Hay algunos planteamientos generales que más o menos todos conocemos y que tienen que ver con el off the record o con el trato con la fuente, pero me parece que, básicamente, a la hora de escribir o de reportear uno es uno solo con su historia y se tiene que arreglar con todos los dilemas de tipo éticos que se le presentan. Uno debe tratar de ser honesto con lo que vio, tiene que codificar la realidad de manera tal que la realidad termine siendo en el texto tan equilibrada como en la vida real. El texto tiene que estar construido de manera equilibrada, si vos hacés mucho más hincapié en una faceta de la realidad o de una persona, el texto terminará virado hacia ese sitio; está en vos como periodista saber cuán ecuánime y honesto está siendo el texto.

En relación a la ecuanimidad, muchas veces el perfil de torturadores, terroristas, dictadores… han sido objeto de crítica por considerarse que los perfiles, al retratar no solo los oscuros sino también los claros de estos individuos, los humanizan.

El año pasado edité Los malos [en Ediciones UDP], un libro de perfiles de seres siniestros de América Latina, torturadores, pandilleros, etc… Ese libro funcionó muy bien y ninguna sola de las reseñas vio un problema en el hecho de que se representaran a estos tipos siniestros. El desafío del libro era mostrar a estos tipos en su conjunto, pero no humanizarlos, palabra que me da un poco de resquemor porque ¿cuál sería la otra opción? ¿animalizarlo? Para mí, hacer un perfil de una persona es contar esa persona en toda sus facetas, y cuanto más complejo y arriesgado sea ese perfil, yo, como lectora, me voy a sentir más agradecida, porque voy a poder percibir mucho mejor la esencia de la persona.

Se lo preguntaba recordando la polémica que suscitó El hundimiento, la película sobre los últimos días de Hitler en el búnker.

Siempre recuerdo la película porque fue muy cuestionado que se mostrara una escena de ternura de Hitler con su perro. Es una crítica que no comparto, es como si uno quisiera que el malo o el monstruo fuera malo y monstruo todo el tiempo porque uno no puede digerir que el tipo sea compasivo con su perro. Esto es algo que uno puede no tolerar como lector o espectador, pero el periodista no puede disfrazar la realidad; lo que el periodista no puede hacer cuando se encuentra con un victimario es no hacer las preguntas correctas. Quiero decir: el periodista no puede darle el micrófono al victimario para que se despache con todo lo que quiere decir y luego no contraponerlo con una mirada propia, con los testimonios de las víctimas…

Lo que comenta tiene relación con el tema de la distancia con lo narrado. Precisamente, en Los diarios de Emilio Renzi, Piglia define  el estilo como “la distancia con lo que se narra”. ¿Esto es también válido para el periodismo?

Esta frase de Piglia es muy sabia, es una frase sencilla que contiene una revelación deslumbrante. Yo creo que todo se juega en la distancia con aquello que se cuenta y me parece que los textos menos interesantes son los textos en los que hay una distancia muy corta entre el narrador y lo que se narra y se produce así una especie de miopía por acercamiento. Me parece que uno empieza a escribir y a ser mejor autor cuando uno pone distancia entre lo que está viendo y uno mismo; creo que hay una distancia óptima donde se juega también muchísima de la forma. En un texto periodístico, el tono, el clima, la atmósfera, el estilo en general, aporta información al texto.

Piglia define el estilo como la distancia con lo narrado y Victor Hugo decía que había necesitado distancia y tiempo para escribir sobre su hija fallecida. El concepto de  distancia parece funcionar como nexo entre la escritura periodística y literatura.

Una cosa es la distancia subjetiva con la que uno narra y otra es la distancia temporal; hay textos en los que se mantiene la distancia con lo que se narra, si bien han sido escritos de forma muy urgente; pienso en la Carta que Rodolfo Walsh escribió a la Junta Militar cuando mataron a su hija; es una carta estremecedora, cargada de cosas de su tiempo y del contexto en el que fue escrita, pero es una carta que ha traspasado las épocas. Coincido que escribir en estado de conmoción no suele producir cosas demasiado interesantes, salvo que uno sea un genio como lo era Walsh; creo que, en ocasiones, incluso es recomendable esa distancia temporal que vos sugerís. La emoción excesiva es el whisky que no hay que beber cuando uno escribe, aunque no hay que olvidar tocar la cuerda de la emoción propia, porque de lo contrario el texto sale muerto.

¿La tecla de la emoción propia es la tecla de la retórica de la lengua?

Cuando uno escribe periodismo, trata de traducir con palabras la realidad que uno vio y que el lector desconoce; el periodista tiene que ser una especie de traductor, de filtro y pararrayos de toda la emoción que le suscitó aquello que vio para ser el vehículo que lleve al lector al escenario de las cosas. De la misma manera que el músico tiene las notas, el periodista tiene las palabras, y en la selección de las palabras es donde se juega el estilo. Escribir es decir cuáles son las palabras que van a formar parte de las herramientas, decir si va utilizar elipsis y metáforas, si va a ser barroco o parco… y ante estas decisiones, uno tiene que ser flexible porque hay textos que requieren un estilo más recargado y otros que necesitan de una parquedad extrema porque ya de por sí el tema es tan terrible que no tiene ningún sentido cargarlo con adjetivos ni con nada. Las palabras son nuestra paleta de colores, nuestras notas musicales: dependiendo de cómo se combinen van a producir un determinado resultado.

Y esta paleta de colores que son las palabras no disciernen entre no ficción y ficción. Si, por un lado, usted mencionaba a Richard Ford y Lorrie Moore como autores de referencia, por otro lado, los Aguafuertes de Roberto Arlt que se inscribe en la retratísitica periodística pueden leerse como literatura.

Creo que uno puede ser testigo de cosas fantásticas e increíbles y escribirlo como el cuerno y arruinarlo todo. A mí me parece que la importancia de la forma tiene que ver con el resultado del texto: es la forma aquello que marca la diferencia entre un texto periodístico que te parece anodino y un texto que, por el contrario,  consigue que la realidad que cuenta te cambie en algo. Y me refiero a todo tipo de texto periodístico, desde una reseña de un libro que está hecha tan bien que te dan ganas de comprar el libro. La mejor definición es la frase de Barthes: “Su texto tiene que demostrarme que me desea”. Se trata de una batalla para demostrarle al lector que mi texto lo desea y que lo desea mucho.

La cuestión es cómo demostrar que el texto periodístico te desea.

Lo que debe quedar en claro en la escritura periodística es que se trata de escritura periodística, no se trata de demostrar que escribimos bien, porque lo que hacemos es poner nuestro estilo al servicio del dato contenido. Hay notas que están muy bien escritas, pero no dicen nada, faltan datos, faltas fuentes… y la nota es engañosamente buena porque está llena de adjetivos divinos y metáforas; es como una telenovela llena de música cursi que te hace llorar pero que no cuenta nada.

En este sentido, el periodismo es el género más altruista, pues es el género que obliga a quien escribe a ponerse en el lugar del otro

Exactamente. Sin esa conciencia de que lo que importa es el otro no se puede hacer periodismo. Me parece que un periodista, incluso cuando habla de sí misma, debe preguntarse de qué le sirve leer eso a una persona que no se conoce. En este sentido, como vos decís, el periodismo es altruista en cuanto el otro está primero siempre. Incluso cuando se trata de una historia propia, yo tengo que pensar en qué le puede servir esta historia propia mía a otra persona.

Habla de ser útil, para el lector, pero ¿en qué sentido? ¿Ser condescendiente con el lector o mostrarle no sólo aquello que no sabe, sino aquello que no quiere ver?

Yo creo que soy bastante insolente, para mí ir contra el lugar común es una especie de tarea a cumplir. Trabajar contra el lugar común, contra la forma común de ver a la víctima siempre como una pobre persona ovejita desvalida y de ver al victimario como una especie de monstruo monoblock, es decir, trabajar para ver la realidad no solo en blancos y negros, sino en una enorme de cantidad de facetas y contradicciones es el trabajo para el cual merece hacer esto. A mí lo que más me interesa del periodismo es tratar de ver de una manera que no sea obvia y en este no ser obvio, por supuesto, hay muchas cosas que implican no sólo ser condescendiente con el lector, sino ser muy desagradable

¿Molestarlo?

Molestarlo e incomodarlo. Yo como lectora me pongo muy contenta cuando encuentro un texto que me incomoda. Por supuesto que pienso en el lector en cuanto quiero que el texto se entienda, sea claro y que contenga toda la información que el lector necesita para comprender lo que cuento. Sin embargo, cuando digo que el periodismo piensa en el otro, el otro es la historia del otro. Y el servicio del periodismo es el de llevar esta historia hasta las manos de un lector que, si no fuera por el periodismo, no se habría enterado de que esta historia existía. Pero lo que haga el lector con esa historia ya no forma parte de mis responsabilidad, de hecho ni tan siquiera me preocupo por lo que piense o sienta el protagonista de la historia

En este sentido, el periodismo se postula como un discurso a la contra

Totalmente. El ser un discurso a la contra me parece una parte muy esencial y muy noble del periodismo, el hecho de que no sea un servicio servil de ningún poder, ni económico, ni empresarial ni político. Me parece que el rol de pensar en contra es fundamental para el periodismo

Sin embargo, habría que preguntarse sobre la independencia que tienen los periodistas cuando los medios muchas veces dependen de los bancos, de poderes económicos, políticos o fácticos

Se trata de la libertad de empresa. Yo creo que en todos los medios hay gente que puede hacer su trabajo, incluso diciendo cosas que no están plenamente en la línea editorial del medio. Pero esto ha pasado siempre. Uno siempre puede defender su lugar y su nombre, pero obviamente te arriesgas a que te pongan de patitas a la calle. El problema es que si todos bajamos la cabeza y decimos “sí señor, sí señor” estamos en un problema. Al final, uno como periodista elige el lugar y las condiciones de trabajo que a veces se le imponen. Yo no soy quién para juzgar a quienes aceptan ciertas condiciones porque lo necesitan o porque hay periodistas que están de acuerdo con determinadas líneas editoriales de ciertos periódicos.

De lo contrario no existiría, como existe, el periodismo ideológico

Yo pienso en un lector inteligente. Si leo a un periodista y me doy cuenta de cómo manipula la información, de cómo construye un texto o una opinión o de cómo construye una opinión con datos falsos, asumo que un lector normal, tan normal como yo, también tiene los elementos para darse cuenta de esta manipulación. A veces somos demasiado paternalistas con la gente y la gente no es estúpida, la gente se da cuenta de quién es quién cuando lee a determinados periodistas. No creo en ese discurso de que la gente es tonta y hay que preservarla de esta ponzoña de  los malos periodistas, al contrario, creo que todos los países están llenos de gente inteligente.

Anna Maria Iglesia (1986) es licenciada en filología italiana y en Teoría de la literatura y literatura comparada; Máster en Teoría de la literatura y literatura comparada por la Universidad de Barcelona. Es colaboradora habitual de El Asombrario, El Confidencial, Letras Libres, The Objective, Llanuras o Altair.