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Con su séptimo viaje africano, en el que ha visitado Tanzania, Burundi y Ruanda, además de hacer una escala en Yamoussoucro (Costa de Marfil), Juan Pablo II ha estado ya en 30 de los 54 países del continente. Lo cual muestra que, lejos de tratar a las iglesias africanas como «parientes pobres», está muy atento a su desarrollo y a su futuro.

No en vano van a contar cada vez más en el porvenir de la Iglesia. Los católicos africanos son 75 millones, poco más del 13,1 por 100 de la población total. Pero África es el continente donde el catolicismo registra un crecimiento más rápido: un 50 por 100 en los últimos 10 años. Y, junto con Latinoamérica, forma parte del hemisferio sur, que probablemente contendrá la mayoría de los católicos en el siglo XXI.

Nuevo marco

En casi todos los países africanos la Iglesia apenas tiene 100 años de antigüedad. Pero, aunque se trate de iglesias jóvenes, Juan Pablo II ha hablado a menudo de una «nueva era en la evangelización» de África. El acceso de estos países a la independencia ha cambiado el marco en que se desenvuelve la tarea de la Iglesia. Durante el período colonial, la evangelización fue obra exclusiva de los misioneros. Hoy, las tres cuartas partes de los 487 obispos son nativos: y el sostenido crecimiento de las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa hace que la evangelización dependa cada vez más de los propios africanos.

Otro factor importante de este nuevo período es la competencia del Islam, que no excluye el uso del poder político y económico para sustituir la influencia cristiana en muchos países. Por otra parte, el fracaso del desarrollo hace que ya no se pueda seguir echando todas las culpas al pasado colonialismo y tras la decepción de los «socialismos africanos», hoy se buscan nuevas soluciones políticas, económicas y sociales, que conjuguen la libertad con el desarrollo.

En este nuevo contexto, un tema central del mensaje del Papa ha sido el impulso a la evangelización permanente de África que, como dijo en Tanzania, «no puede reducirse a mantener lo que ya se ha logrado». Una tarea que compete no sólo al clero y a los religiosos, sino también a los laicos, «que deben desempeñar un papel directo en la transformación del mundo en que viven, que han de llevar la fe a la realidad de la vida diaria».

Al mismo tiempo, animó a difundir el Evangelio «en manera auténticamente africana», teniendo en cuenta las costumbres y tradiciones del país. Para el Papa, estos elementos de la vida local «representan una maravillosa riqueza» , siempre y cuando sean «iluminados y purificados por el Evangelio y asumidos en la unidad católica».

Una de las mejores tradiciones africanas es el valor de la familia, entendida como familia «extensa» con lazos de solidaridad con todos los parientes. Para conservar estos valores familiares, Juan Pablo II ha insistido a los matrimonios africanos en los mismo s aspecto s que proclama en otras latitudes: respeto reciproco, fidelidad durante toda la vida y rechazo de los métodos de control de la natalidad «contrarios a la verdad del amor».

El Papa se ha referido en diversas ocasiones a la lucha contra el Sida, enfermedad muy difundida en estos países. Además de recordar la obligación de asistir a estos enfermos, ha insistido en la responsabilidad moral para combatir el origen del mal: «Informar de los riesgos de infección y organizar una prevención desde un punto de vista exclusivamente médico, no sería digno del hombre si no se le invitase a respetar las exigencias de la madurez afectiva y de una sexualidad ordenada».

Relaciones con el Islam

Como es habitual en los viajes del Papa a África, a las ceremonias acudieron no sólo católicos, sino también muchos miles de animistas y también musulmanes. Juan Pablo II aprovechó estas ocasiones para invitar a cultiva r relaciones constructivas entre las diversas religiones. En Tanzania, donde los musulmanes representan el 32 por 100 de la población, frente a un 44 por 100 de cristianos (22 por 100 católicos), ambas comunidades conviven pacíficamente, si bien en los últimos tiempos se observa una intensificación de la propaganda islámica. Al «padre de la patria», el católico Julius Nyerere, ha sucedido como jefe del Estado y jefe del partido único el musulmán Alí Hassan Mwinyi.

Dirigiéndose allí a los seguidores del Islam, el Papa reconoció que el diálogo entre cristianos y musulmanes «tiene una importancia creciente en el mundo de hoy» y es a la vez «una cuestión delicada, al estar ambas religiones profundamente empeñadas en la difusión de su fe». Sin embargo, es posible el diálogo y la colaboración, siempre que «en el fervor de proclamar las propias creencias y en los métodos usados, se respete el derecho de cada persona a la libertad religiosa».

La llamada a la unidad y a la paz fue una idea dominante en los discursos en Burundi, país que ha conocido sangrientos choques entre las etnias Hutu y Tutsi. El nuevo gobierno de unidad nacional, instaurado en 1988, está siguiendo una política de pacificación étnica. También la Iglesia puede jugar un papel importante a este respecto, ya que el 60 por 100 de la población es católica. Aunque las heridas estén todavía abiertas, Juan Pablo II pidió a los burundeses que consolidasen su unidad a través de! perdón y de la reconciliación. «Apoyaos —dijo— en la justicia y en el principio de la igual dignidad de cada hombre», por encima de las diferencias étnicas y culturales.

Pobreza

Todo viaje a África supone también para Juan Pablo II un encuentro con la pobreza. Tanzania está reponiéndose a duras penas del fracaso de un «socialismo africano», fundado sobre la colectivización de la tierra y la autarquía. Las guerras civiles en Burundi han acentuado su atraso económico. Ruanda, país de escasas reservas naturales y mal utilizadas, está entre los más pobres del mundo.

Como en su anterior viaje a África a principios de este año, Juan Pablo II señaló el riesgo de que las nuevas relaciones de los países desarrollados con la Europa del Este dejen en un segundo piano la pobreza del Sur. Por eso apeló a la solidaridad internacional, de modo «que el mundo no olvide las urgentes necesidades de los pueblos de África».

Pero la mera ayuda financiera no basta. Ya actualmente, tanto Tanzania como Burundi y Ruanda dependen en buena parte de las ayudas exteriores, sin que esto les haya permitido alcanzar un desarrollo sostenido. Donde no existe un verdadero Estado de derecho es fácil que la ayuda se dilapide o sirva sólo para enriquecer a una clase privilegiada.

De ahí que el Papa recordara que el apoyo de organismos internacionales, aun siendo indispensable, «no puede lograr el mejoramiento de las condiciones de vida de los más necesitados sin la participación activa de los beneficiarios». Así, a los campesinos de Ruanda, cuyas tierras están amenazadas por la erosión, les animó a organizarse para afrontar unidos el problema. Al mismo tiempo, el Papa subrayó la necesidad de una mayor cooperación a escala regional entre los países vecinos, a fin de desarrollar proyectos en común.

Pocas semanas antes del viaje se ha publicado el documento preparatorio del Sínodo de los Obispos africanos, anunciado en 1989 y que no tendrá lugar antes de 1993. Un acontecimiento que marcará unas nuevas coordenadas para proseguir la evangelización en África.

Periodista de ACEPRENSA