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A corta distancia de Melgaço, el Miño deja de ser río común. Se encamina, en sentido inverso, a su encuentro con el Sil; y luego, a su nacimiento en la provincia de Lugo; sus dos orillas son ahora gallegas. Con esa maniobra debidamente orquestada por la Naturaleza, la Raya de agua da paso a la Raya seca. La carretera de Ourense vuelve a encontrarse con el río, y ambos discurren juntos durante varias decenas de kilómetros. El Miño y el camino de asfalto avanzan entre bosques; unos en pie, y otros tumbados, convertidos ya por la acción de las sierras eléctricas en torres uniformes de madera, sabiamente entrelazadas y puestas a secar al sol […].

Muiños, Lobios y Entrimo, por la parte de Ourense, y Lindoso, en el lado portugués de la Raya, nacieron en las elevaciones que circundan el valle del Limia, lo que ha permitido a sus habitantes disfrutar de toda su grandeza desde una posición de privilegio. Las alturas ayudan a comprender fácilmente por qué estos pueblos prefirieron sacrificar una parte de su bienestar, incluyendo en este concepto las posibilidades de mejor comunicación que ofrecían los cursos de agua, a cambio del placer que les proporcionaba contemplar, y sentir de lleno, la belleza sin paliativos del río y sus márgenes. El viajero sabe bien que sólo la emigración, obligada por la necesidad, aleja con dolor a estos hombres y mujeres de sus seres y lugares queridos […].

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Los relatos del escritor orensano Xosé Luis Méndez Ferrín incluidos en su libro Arraianos, en especial el que tiene por título «El exclaustrado de Diabelle», reavivaron el interés del viajero por el Coto Mixto, una de las situaciones administrativas más atípicas y atrevidas que se han dado a lo largo de la Raya luso-española. En sus más de cinco siglos de existencia, el Coto tuvo su cordón umbilical en el Camino privilegiado, que unía su territorio, próximo a las tres mil hectáreas, con la villa de Tourém. A partir de su defunción política, su recuerdo quedó vinculado para siempre a los llamados pueblos promiscuos. Los archivos, guardados en un arcón de la iglesia de Santiago de Rubiás, fueron quemados en su mayor parte por las tropas de Napoleón, perdiéndose así una valiosa fuente documental sobre este «territorio independiente que pudo llegar a ser un país independiente». Así lo imagina Rodolfo González Veloso en su película Rayanos: los últimos gallegos indómitos; una obra llena de buenas intenciones en la que este joven aprendiz de cineasta, nacido en Calvos de Randín, presenta una visión demasiado onírica sobre aquel fenómeno tan peculiar, muerto y enterrado a mitad del siglo XIX. Bastante más completos y rigurosos, sin dejar de ser amenos por estas razones, son los estudios de Luis Manuel García Maña. Con ellos como principal soporte, y algunas leyendas que han pasado de padres a hijos, el viajero fue desentrañando la extinta realidad del Coto Mixto.

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Según parece, su origen estuvo en un coto de homiciados; un sistema muy extendido en la Edad Media al que recurrían a menudo reyes y señores feudales para repoblar las zonas fronterizas o las tierras devastadas por la guerra y la peste. A cambio de prestarse a ese juego, los presidiarios obtenían la libertad y algún otro privilegio, aunque la mayor parte de las veces eran utilizados como mano de obra barata al servicio de los intereses, civiles o militares, de sus supuestos libertadores. Los habitantes del Coto, próximos al millar, dependían de Ourense, en lo religioso, y de Braga en lo administrativo. Tenían leyes propias, y eran gobernados por un juez o alcaide que se auxiliaba de un número de hombres buenos no superior a seis; el nombramiento de los jueces era ratificado por el corregidor de Montalegre, en nombre de la casa de Bragança. Meaus, Santiago y Rubiás, las tres poblaciones que lo integraban, ocupan todavía los vértices de un triángulo imaginario. Una queda en la parte superior, más próxima a la montaña; las otras, en terreno menos abrupto, sobre lo que sería la supuesta base. Sus pobladores, de nivel cultural muy bajo, solían entenderse en gallego, pero en los documentos y escuelas se utilizaba preferiblemente el castellano. No pagaban impuestos y estaban exentos de la prestación del servicio militar, privilegios que se incumplían con frecuencia por las presiones de alguno de los Estados implicados en esa relación a tres bandas. También podían elegir la nacionalidad que desearan, decisión que se hacía pública el día de la boda. Quienes querían ser portugueses, bebían un vaso de vino a la salud del rey de Portugal; los españoles brindaban por el de España, o grababan la letra G, de Galicia, junto a sus casas.

El comercio era la ocupación primordial de la gente del Coto, que se dedicaban también a la agricultura y la ganadería en menor escala. De su superficie total, sólo los terrenos llanos, próximos al río Salas, eran aptos para el cultivo; en ellos se sembraba, sobre todo, tabaco -que tenía mala fama por su escasa calidad-, lino, maíz, centeno y patatas. Las casas se construían con grandes sillares de granito y solían tener dos plantas; la alta se destinaba a vivienda; la baja, a cuadra y almacén. El Camino privilegiado, donde no se podían practicar detenciones ni aprehender mercancías, conocía a diario un tráfago incesante entre la hermosa Tourém, que todavía conserva en sus edificios de piedra gran parte del esplendor que conoció, y los territorios del Coto; y viceversa. Aunque tanta prosperidad era consecuencia, en buena medida, de la especulación, aquellas escenas difíciles de imaginar hoy, tenían cierta similitud con las interminables hileras de hormigas que recorren los campos en busca de alimento, antes de regresar a sus agujeros, al cabo de unas horas o días, con las alforjas repletas.

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La existencia del controvertido Coto Mixto no interesaba a ninguno de los dos Estados peninsulares, y su acta de defunción llegaría en 1864, con la firma del Tratado de Límites, acuerdo que sentó los límites definitivos de la frontera. Por aquel documento, España se anexionó los tres municipios de su Territorio, que pasaron a formar parte de la provincia de Ornense; a Cambio, se cedieron a Portugal Souteliño, Cambedo y Lamadarcos, conocidos desde entonces con el sobrenombre de pueblos promiscuos. El desenlace pensado para liquidar el Coto no satisfizo a casi nadie: ni a los que consideraban la negociación como la manera más eficaz de resolver los conflictos, ni a los partidarios de la guerra como única vía legítima para ganar, o perder, lo que se pretendía. No pasó mucho tiempo, sin embargo, antes de que las pasiones desatadas por la supresión de los privilegios se convirtieran en recuerdo de recuerdos. Se desvaneció también para siempre la ilusión por «una especie de Andorra que no pudo ser» […].

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El cambio en el color del asfalto, negro hasta un punto indeterminado y gris en la continuación Je i camino, fue !a única señal que le advirtió de un nuevo salto de Raya. A diez kilómetros escasos de este sitio, sólo inconcreto para los extraños al lugar, la villa de Montalegre enseña sus almenas; ayer amenazadoras y hoy tan irreales que más parecen un decorado cinematográfico al pie de la Serta de Larouco, De cerca, sin embargo, las cosas son muy distintas. La visión de la fortaleza, que resulta espectacular desde la lejanía por el buen estado de las torres, produce el mismo efecto que el espejismo de un caballero andante atrapado en su armadura. En la realidad, «esa palabra que sólo tiene sentido si va entrecomillada», el único guerrero que merodea por los alrededores corresponde a una figura estática de piedra, esculpida en una variedad de granito rojizo, demasiado moderna y estrafalaria para imponer el respeto que se espera de un hombre de armas.

En una de las plazas del municipio, próxima al monumento erigido a Joao Rodrigues Cabrillo -navegante al servicio de los Reyes Católicos que descubrió la costa de California a principios del siglo XVI-, el viajero entabló conversación con Antonio Lourenço Fontes, periodista y director de Noticias de Barroso. La publicación, repleta de buenas intenciones, tiene carácter mensual; y suele abordar en sus páginas, con los consabidos rigor y amenidad, temas referentes a la Raya; línea inapreciable desde los veintiocho metros de altura de la torre del homenaje del castillo de Montalegre, e inexistente cuando se tienen los pies sobre la tierca […].

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Como otros rayanos inquietos, Antonio Lourenço ha dedicado muchas horas a estudiar el fenómeno del contrabando, lo que le convierte en un buen conocedor de las causas que impulsaron su práctica en las zonas fronterizas; especialmente, en la denominada Raya Seca. Antonio pone toda su pasión y énfasis al hablar de los raianos. Gente para quien la palabra vale más que el dinero; gente trabajadora y solidaria que no teme al riesgo, y mucho menos al fisco; gente, en fin, que practicaba siempre que podía un contrabando a pequeña escala, negocio ilícito que todos, autoridades incluidas, toleraban y hasta encubrían en muchos casos. Su desaparición progresiva, motivada por razones de alta política que conllevaron también la supresión de los puestos y controles fronterizos, causó un serio perjuicio en las economías domésticas de uno y otro lado de la Raya.

Nadie debería llevarse las manos a la cabeza por algunas de las cosas que se dicen o escriben sobre el contrabando. Había que distinguir entre aquel que hacían muchas familias por una elemental cuestión de supervivencia, pasando artículos de primera necesidad, y el que desarrollaban las redes organizadas; sólo el primero tendrá cabida en estas páginas. Las mercancías que se pasaban dependían de la ley de la oferta y la demanda. En España, se vendían huevos, trapos, pieles, jabón, café, azúcar y tabaco; en Portugal se compraban, sobre todo, alpargatas, pana, herramientas agrícolas, aceite, frutas y jamones. Con el tiempo, evolucionaron los sistemas de transporte, pero no desapareció la imagen del mochilero, entregado a su causa con ahínco y dispuesto a burlar en toda ocasión la vigilancia policial.

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Son muchas las historias, trágicas o cómicas, que siguen circulando sobre este asunto; y no es raro encontrar cruces a lo largo de la Raya que recuerdan a contrabandistas muertos, en el desempeño de su ocupación clandestina, por algún guardinha o carabinero. Cuando el negocio no marchaba bien, crecía de manera considerable el movimiento en iglesias, capillas y romerías; así como la clientela de las brujas y santeros de las zonas afectadas. La mujer del contrabandista sufría tanto o más que la del matador de toros; y las noches en que el hombre estaba ausente las pasaba en vela, fuera o no marido, rezando a todos los integrantes del santoral hasta que regresaba por fin, con algún dinero en el bolsillo o con los bolsillos vacíos. La descripción más directa y ajustada sobre esta práctica se la escuchó el viajero a Luis Landero, maestro de la guitarra y la pluma y rayano bien nacido de Alburquerque: «En las tabernas de La Codosera, coincidían contrabandistas y guardias civiles para tomar unos chatos de vino y jugar a las cartas o al dominó. Luego, al caer la tarde, unos se dedicaban a pasar mercancía de una parte a otra, y otros, a perseguirlos».

El viajero cruzó la Raya Seca para dirigirse, en esta ocasión, a Xinzo de Limia. Dejó atrás las tierras de Barroso y el valle del río Salas, lugares que vieron nacer a Santa Eufemia y al omnipresente San Rosendo: guerrero, monje e inspirador de la Universidad de Coimbra […].

Cabalgando sobre la Raya, a mitad de camino entre Verín y Chaves, se encuentran los pueblos promiscuos: Lama D’Arcos, Cambedo y Soutelinho. La Raya, consentida y caprichosa, los atravesaba por donde le venía en gana, sin respetar nada ni a nadie. Se dieron casos en los que una misma vivienda tenía una puerta que daba a España y otra a Portugal, lo que provocaba situaciones que a los mismos surrealistas les habrían venido grandes, y algunos problemas de escasa entidad que parecían preocupar en las altas esferas de la Administración, española o portuguesa, más que en la vida cotidiana de los afectados; todo se solucionó sobre el papel, de manera amistosa, el día que se canjearon por el territorio del Coto Mixto. A diferencia de aquél, estos pueblos no gozaron de privilegios de ninguna clase, siendo su única ventaja, si como tal podía considerarse, su situación excepcional; en una línea divisoria, sin apenas obstáculos naturales, que facilitaba la práctica del pequeño contrabando, actividad que alcanzó uno de sus momentos culminantes durante la I Guerra Mundial, la Gran Guerra que tantas víctimas causó entre los portugueses. Sobre este dramático asunto que ya forma parte de los manuales de Historia, el viajero recordó el comentario que le hi:o un viejo de Camhedo: «Cuando al cabo de muchos siglos terminaron los conflictos peninsulares, mandaron a nuestros jóvenes a luchar en países lejanos; en guerras que les eran ajenas» […].

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El camino de Chaves a Vinhais cruza de punta a punta el corazón trasmontano. Todo son montañas a uno y otro lado, un auténtico mar de ondulaciones que se extiende hasta donde alcanza la vista. Montañas domesticadas por el hombre después de una lucha titánica de mi les de años, ganada finalmente para que la vid y el olivo pudieran crecer en libertad. La densa red de caminos usada por los contrabandistas también se mantiene intacta, como un secreto sólo accesible para unos pocos afortunados. Algunos de ellos no conducen a ninguna parte, si acaso al mismo punto de partida; fueron abiertos, con seguridad, para burlar a posibles perseguidores. Otros llevan hasta los tesoros Ocultos de la Raya; son los caminos de siempre, recordados en cientos de historias que se rememoran todavía al amor de la lumbre. Caminos que pasan de un lado a otro, como si fueran el hilo necesario para cerrar la herida que existía entre dos pueblos; caminos transitados en todo momento por sueños y leyendas; caminos de entrada o salida; caminos para quedarse o marchar.

© Texto y fotografías: Jesús Maqueda, 2002.
© De la edición original: Del Oeste Ediciones, 2002.